Preguntado por el problema crucial de la política italiana, Giuglio Andreotti, estadista a cuya habilidad se han entonado repetidas loas, seguramente justificadas pues supo mantenerse en el gobierno durante décadas, replicó: Manca finezza. Falta finura. Si eso pasaba en Italia, se puede uno figurar lo que ocurre en España. Pero no voy a meterme con los políticos, pese a que parece ser el deporte de moda. Muy al contrario. Lo que me tiene harto es el empeño de aclamados economistas por explicarlo todo sin atisbo de finura, o sea, de la forma más grosera y, si se me apura, estúpida. Concretamente, me referiré a esa tendencia que tenemos en la profesión a presuponer que los políticos lo hacen todo mal, y que seguramente lo harían mucho mejor si siguieran nuestros consejos. Naturalmente, rara vez los siguen; la reacción suele ser hablar de los políticos como de una "clase parasitaria", que impone los gestores más ineptos (claro, no somos nosotros) para seguir chupando la sangre a los ciudadanos productivos. Si el economista que lo dice enseña en una universidad extranjera, mucho más se aplaude lo que dice. No pretendo defender ni justificar a los políticos, pero creo que la obligación del economista es intentar un análisis un poco más fino.
Tras cinco años de crisis económica, la situación de España empieza a aclararse; significativos indicadores muestran trazas de estar estabilizándose. A esto lo llamo estar saliendo de la crisis económica. Dos advertencias son necesarias. Primera, que la salida es frágil - porque el destrozo ha sido grande - y depende crucialmente de la marcha de la economía internacional. Segunda, que el ajuste se ha hecho de la peor manera posible, entre otras cosas, porque los economistas, excepto los que optan por posiciones marginales o abiertamente antisistema (tipo Stiglitz, por ejemplo), han estado callados, en el mejor de los casos, o han pedido más de lo mismo (como el contrato único de trabajo), en el peor. Todo lo cual ha generado un volumen insoportable de paro, desigualdad y exclusión, con lo que la crisis económica puede ahora ser seguida de una crisis social, no menos preocupante.
Me interesan los efectos del ajuste sobre el sistema político. Un economista escocés, Duncan Black, formuló en 1948 lo que aún hoy es la teoría estándar de la elección colectiva. Ciñéndonos al caso, todo gobierno, independientemente de su ideología, elige las políticas públicas que prefiere el votante que se encuentra en la mediana de la distribución estadística. El votante en la mediana es justo el que tiene a su "derecha" tantos votantes como a su "izquierda"; vamos, el que está justo en el "centro" del espectro político. Esto es así porque en una distribución estadísticamente normal, centrada en torno a la media, dos tercios de los votantes se encuentran alrededor de esa posición, con desviaciones más o menos pronunciadas (lo que se llama, justamente, el "centro político"). Siguiendo dicha regla, un gobierno consigue que la oposición a su política sea mínima y el desgaste que él mismo sufre, idealmente inexistente.
Creo que se puede ir un poco más lejos de todo esto, que hoy pertenece al paradigma de la ciencia política. Sospecho que la estabilidad del régimen político depende de ciertas propiedades estadísticas de la distribución de frecuencias de los votantes con arreglo a alguna variable relevante; por ejemplo, la renta por cápita. Mi conjetura es que el régimen político es estable cuando el votante en la mediana y el ciudadano de renta media coinciden. En otras palabras, cuando el votante en la mediana, aquél cuyos gustos tratan de descubrir los partidos para llevarse al electorado de calle, se percibe a sí mismo como un ciudadano medio, en renta y bienestar, entonces el régimen político es estable. Por el contrario, cuando el votante en la mediana se percibe a sí mismo como sensiblemente en mejor o peor situación económica que el ciudadano medio, entonces el sistema político se alejará de lo estable. La razón es la siguiente. El votante en la mediana domina la elección de políticas públicas, como supuso Black, pero sólo en el corto plazo; el ciudadano de renta media, por su parte, domina esa elección en el largo plazo, porque sus intereses prevalecen a la hora de fijar objetivos de crecimiento económico. Cuando el votante en la mediana y el ciudadano medio coinciden, no hay problema: gobernar es relativamente fácil. Ahora bien, cuando hay un divorcio entre esas dos figuras, los gobiernos se encuentran ante un dilema. ¿Qué intereses servir, los a corto plazo del votante en la mediana o los a largo plazo del ciudadano de renta media? Así uno puede entender lo que ha pasado en España en los últimos cinco años. El partido socialista optó por las preferencias del votante en la mediana, que no son otras que seguir viéndose a sí mismo como ciudadano "de clase media-media"; no lo consiguió y, además, minó las bases del crecimiento a largo plazo. A su vez, el partido conservador ha sacrificado al votante en la mediana para restaurar las posibilidades de ese crecimiento.
Lo que ha ocurrido en España, como consecuencia del ajuste, es que la pérdida de riqueza ha afectado apreciablemente más a los sectores sociales con menor renta que a los de mayor renta. Eso es evidente. Ahora bien, creo que no es aventurado añadir que el impacto negativo ha afectado proporcionalmente más a los más débiles. Si la hipótesis es correcta, la distribución de frecuencias se ha descentrado, la media de renta y la renta en la mediana no coinciden y, además, ésta es sensiblemente menor que aquélla. El votante en la mediana, por tanto, percibe que su situación económica es peor que la del ciudadano medio. Por así decirlo, el ciudadano de renta media ahora está a la derecha del votante en la mediana. La situación tendría una salida lógica si ahora el partido socialista volviera a las políticas de la era Zapatero. El problema es que el partido socialista no cree ya en esas políticas, en parte porque el propio Zapatero se encargó él mismo de liquidarlas y en parte porque el partido nunca ha dejado de abrazar la causa del ciudadano de renta media, al que creía proteger cuando en realidad lo estaba arruinando. Todas las políticas entre las que el votante puede elegir son, más o menos, "de derecha".
Si el anterior razonamiento es acertado, el problema crucial de la política española estriba en que el votante en la mediana no se siente representado por los partidos. Quizá sus aspiraciones (recuperar la perdida condición de ciudadano medio, y hacerlo a corto plazo) es inviable, pero el hecho cierto es que más de la mitad de los votantes carecen en este momento de representación política en el régimen vigente. De ahí el "No nos representan" y las sospechas generalizadas de corrupción, pues ¿por qué yo me he empobrecido y ésos no? Y si encima hay abundantes indicios de corrupción, el asunto no tiene fácil arreglo. Lo que es peor, si realmente es utópica la aspiración de recuperar para la mayoría la prosperidad económica perdida, y de hacerlo en un plazo razonable, entonces el problema no sólo es difícil de resolver, sino que además puede dar al traste con el régimen político.
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