Uno de los temas recurrentes de este 2014 que termina ha sido la cuestión de si Podemos intentaba una OPA hostil sobre IU, es decir, atraerse a los cuadros políticos de esta formación, para lo cual tenía a la vez que halagarlos individualmente y resistirse a cualquier proyecto de unidad orgánica. Alberto Garzón y Tania Sánchez Melero serían ejemplos de lo primero; la calculada ambigüedad respecto de las candidaturas de Ganemos/Guanyem lo es de lo segundo. La OPA de Podemos, en caso de que realmente la haya habido, ha fracasado de momento. Salvo en Madrid, feudo pepero de estratégica importancia para los líderes de Podemos y donde han llegado a un acuerdo con IU para el reparto de la presidencia de la Comunidad y la alcaldía, el resultado de la presión es que IU ha cerrado filas y contraatacado con lo que le queda. Muchos se preguntan: ¿Qué defienden los de IU y qué defienden los de Podemos, que enfrenta a ambos? Voy a tratar de dar respuesta a esta pregunta obviando los puntos de acercamiento, que doy por conocidos.
Las diferencias culturales en política importan. Cuando Antonio Gramsci habló del intelectual orgánico y su función legitimadora, no se refería tanto al desiderátum de un "pensamiento colectivo" como al partido político como catalizador de síntesis entre culturas diferenciadas y a veces contrapuestas. Esto se lograría con discusiones rigurosas, generación de un lenguaje propio y una cosmovisión de partido; lograrlo sería un requisito previo a la toma del poder. Tales rasgos caracterizan a lo que en las décadas finales del siglo XX se denominó "cultura tradicional del movimiento obrero". A pesar de la "sopa de letras", a pesar de las escisiones, a pesar de los pesares, esto es algo que ha trabajado a fondo IU. Y ahora vienen los de Podemos con un discurso que niega ese trabajo previo (y las casi tres décadas de antigüedad de IU), un discurso que afirma que el poder se puede tomar por asalto sin más requisito que un adecuado uso de los medios de comunicación que establezca una nueva noción de sentido común capaz de romper el discurso legitimador de los opresores (aquí llamados "la casta"). Y que, con menos de dos años de preparación, un grupo cohesionado y decidido puede hacerse con el gobierno en unas elecciones. Los de IU, aparte de escépticos, están más cabreados que una mona. Todo se les vuelve decir que Podemos es una "moda" y que, cuando la moda haya pasado, lo que quede serán los restos del naufragio de treinta años de esfuerzos del movimiento obrero por reorganizarse tras la debacle del Partido Comunista en 1982.
¿Es posible una síntesis entre ambas culturas políticas? Parece realmente difícil. Podemos representa la cultura política de los perjudicados por la crisis. Clases medias endeudadas, empobrecidas y desposeídas; también asalariados marginales jamás sindicalizados que no salieron de la precariedad ni en lo mejor de la burbuja, y ahora condenados al paro de larga duración o a no llegar a fin de mes pese a trabajar más que nunca por casi nada. Ninguna política económica devolverá al primer grupo el estatus perdido; únicamente la subordinación de la economía a las personas mejorará la condición de ambos. Los dos coinciden en la búsqueda de culpables. Hace quince o veinte años se preciaban de "pasar" de política; ahora son vagamente conscientes de que aquel pasotismo ha traído esta corrupción, como lo son de que su empobrecimiento corre paralelo de una acumulación primitiva - es decir, "por las bravas" - de capital que favorece a los más ricos. También son conscientes de la fuerza que la democracia da al mayor número, y ellos son millones. Su cultura política está dominada por claves simbólicas de la pequeña burguesía: el fin del gobierno es la felicidad del mayor número; si no lo consigue, el gobierno ha fracasado. Derecha e izquierda son términos antiguos: "el pueblo unido jamás será vencido". Rechazan la dirección de los partidos sobre la sociedad y, por tanto, la hegemonía del movimiento obrero; aborrecen a los sindicatos. Si los partidos no dan al electorado lo que éste desea, no lo representan, se han corrompido y hacen falta otros nuevos. Idealizan a las clases medias pretendiendo organizar a toda la sociedad de conformidad con sus valores (honestidad, mérito, dignidad). Lo más importante es moralizar la política.
En el fondo, no es tan difícil de entender lo que están tratando de hacer los líderes de Podemos: un partido dirigido por exmarxistas que organice rápidamente a la pequeña burguesía proletarizada y al proletariado más pobre mientras las heridas de la crisis aún sangran. Esta política tiene sentido siempre y cuando la dirección del movimiento obrero sobre el partido no sea evidente; de ahí que el marcar distancias con IU sea algo más que una táctica para arrebatarle cuadros políticos. Esto es incluso más importante que no incurrir en pequeñas desviaciones del ideal moralizador (con tal de que sean efectivamente pequeñas). Si el influjo del obrerismo se hiciera presente, todo el proyecto se vendría abajo; por eso se enfatiza los efectos no clasistas del capitalismo: pobreza en general, desahucios, estafas financieras, deterioro del Estado de bienestar, corrupción... El mayor reto es la construcción de ese sentido común alternativo al de la lógica dominante, pues o el nuevo sentido común cae en la trivialidad o debe contener una importante carga de aceptación de la utopía. Ahí Podemos se enfrenta a la cuadratura del círculo y ahí, también, el conflicto cultural con IU alcanza su clímax. Pues IU, que aspira a una nueva sociedad (aunque, hoy por hoy, no sepa bien cuáles serían sus características), ve cualquier situación intermedia como una necesaria transacción entre el poder popular en construcción, partidario de la nueva sociedad, y la lógica dominante; una concesión, por así decirlo, al realismo político. Mientras que Podemos propone seguir en esta sociedad sólo que con un nuevo sentido, más "sano", de lo que es lógico, y para generar ese nuevo sentido común tiene que luchar sin descanso por demostrar en todo momento la sensatez de la utopía. Esto provoca la hilaridad de los viejos luchadores de IU.
Con casi medio siglo de retraso al no habérselo permitido en su momento la dictadura franquista, la izquierda española está enfrascada en su versión particular - un poco descafeinada, eso sí, por falta de referencias intelectuales de peso - del debate de Mayo del 68.