lunes, 24 de septiembre de 2018

Por qué Cataluña no será independiente


Mucho se debate sobre los méritos y deméritos de unionismo e independentismo en la región nororiental de España. Por mi parte, me limitaré a hablar de las posibilidades que tiene esa región de ser independiente en un horizonte temporal previsible. Adelanto mis conclusiones: ninguna.

Como el concepto que está en juego, el de soberanía, es eminentemente jurídico y la cuestión de los derechos en disputa siempre remite a los antecedentes del caso, examinemos los distintos que se puede esgrimir en apoyo de la reivindicación independentista. Tres son los contextos en que semejante reivindicación suele buscar antecedentes.

1) El empuje descolonizador de Naciones Unidas. Este contexto gusta mucho a los independentistas catalanes, pues les parece sustento de un así llamado “derecho de autodeterminación”, que supuestamente ampararía sus pretensiones. Vana ilusión, que únicamente muestra la falta de otro  apoyo legal, puesto que han de recurrir a tan endeble razón. La ONU no tiene reconocido el derecho a la autodeterminación de Cataluña, y previsiblemente no lo reconocerá. Los motivos son simples. Los explicaré porque, al parecer, aún no lo han entendido.

España ha demostrado sobradamente su ánimo descolonizador, en tres ocasiones a falta de una: cuando se determinó el final del protectorado del Norte de Marruecos (un poco más renuente se fue con Sidi Ifni, aunque se terminó cediendo, tras corta guerra, en cumplimiento de las resoluciones de la ONU), con Guinea Ecuatorial y con el Sahara occidental; cosa distinta es cómo se gestionó esa descolonización, bastante regular generalmente. Pero el caso es que todo territorio señalado por la ONU, España lo ha descolonizado. No se ha señalado a Cataluña, ni se señalará, por varias razones.
La primera es la contigüidad territorial, que apunta a la existencia de un país unido. La ONU ni siquiera considera al Ulster colonia británica, separada de la metrópoli por el Mar de Irlanda, como para considerar a Cataluña como tal. Pero hay más. El conflicto norirlandés se puede ver como ininterrumpido desde la independencia del Eire en 1922, hasta el punto de que la República de Irlanda fue amiga de la Alemania nazi por mor del odio al Reino Unido. Tal continuidad falta por completo en Cataluña, que para más señas nunca fue independiente. La reivindicación de independencia tendría que haber sido presentada cuando tocaba, con las demás colonias en las décadas de los cuarenta a los sesenta. Entonces los independentistas catalanes no dijeron nada, o si lo dijeron eran tan pocos que no se los escuchó. El plazo límite habrían sido los setenta, pero entonces Cataluña votaba masivamente la Constitución española. Ahora, de forma sobrevenida, resulta difícil evitar la impresión de que es un pasatiempo de moda entre élites esnob que no tienen nada mejor que hacer (de hecho, en el Govern, se niegan a gobernar) que enredar a capas más ignorantes de la población.


2) Las guerras de independencia de las ex colonias de Hispanoamérica (y Filipinas). A veces el soberanismo se plantea en este contexto. Las movilizaciones del llamado procés serían como una guerra de independencia librada por medios exclusivamente pacíficos. La cuestión no sería tanto de derechos como del coste que España pudiera soportar antes de desistir de su empeño imperial. Vayamos por partes.

España perdió la mayor parte de Hispanoamérica porque las colonias eran demasiado extensas (piénsese, desde Tejas a la Tierra de Fuego) y estaban demasiado lejos para defender la soberanía española. Cuando la revolución industrial mejoró las posibilidades de España en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, no se perdió la guerra por el desgaste sufrido sino por la intromisión de Estados Unidos. La derrota causó una crisis política de tal magnitud que ese habría sido un momento propicio para la independencia de Cataluña. Pero los catalanes (que por cierto lucharon como leones en Cuba) estaban entonces a otras cosas, concretamente, a ver dónde buscaban repuesto para los mercados que acaban de perder.

Ahora el independentismo catalán no puede esperar ayuda de una potencia extranjera, como recibieron Cuba, Puerto Rico y Filipinas; más bien, lo contrario. Con todo, el independentismo trata de imponer un desgaste más sutil pero no menos costoso, sembrando con mascaradas, lágrimas de cocodrilo y burlas permanentes, el descrédito internacional de España. Empeño inútil, por más que porfíen. Pues es evidente que mucho más costosa sería la independencia, una vez conocidos los planes imperialistas que subyacen a la noción de Països Catalans, que comportarían la subversión de Baleares, la Comunidad Valenciana y una franja en Aragón, por no mencionar Andorra, el Rosellón y una pequeña parte de Cerdeña. Para ese viaje no se necesita alforjas.

3) Los procesos de desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro y sus sucesores, Yugoslavia y Checoslovaquia. Gusta a los independentistas comparar a España con Austria-Hungría. El mismo destino que a este decadente imperio aguardaría a España; después de todo, ambos fueron parte del Imperio Español de los Austrias. La comparación no se sostiene, sin embargo. Austria-Hungría se desmembró en virtud de los tratados de Saint-Germain y Trianon (1919), no por ninguna otra razón sino porque se la trató como al país que, al agredir a Serbia, inició la Primera Guerra Mundial, en que fue derrotada; similar razón asistió a los Aliados para desmembrar el Imperio Otomano. ¿Qué guerra acaba de perder España para que se le imponga semejante precio? Aquí los independentistas demuestran saber muy poco de historia y menos de entenderla.

Más acertada sería la comparación de Yugoslavia y Checoslovaquia con la Unión Soviética. Los tres países venían de tener gobiernos comunistas o filocomunistas. En la transición a economías de mercado, los dos primeros se rompieron por su diferente orientación geopolítica. Serbia y Eslovaquia (en 1992) tenían orientación pro rusa; Croacia y Chequia, pro UE. Los cuatro han terminado mirando a Bruselas, porque Rusia tampoco salió bien parada. La URSS se desmembró en 1991 por la misma razón que Austria-Hungría en 1920: porque perdió una guerra, la Guerra Fría. De nuevo toda comparación con España resulta ociosa.

Ninguno de los argumentos tiene el menor fuste. El único que resta, si es que se lo puede llamar argumento, es el de que el colmo de la democracia es que los ciudadanos voten contra lo dispuesto en la ley lo que les dé la gana y cuando les dé la gana. Puede que con el tiempo la comunidad internacional se lo compre, aunque es poco probable.



martes, 13 de marzo de 2018

Xi Jinping

Casi todos los observadores están de acuerdo en que la supresión del límite de mandatos presidenciales en China es de importancia cardinal, pero no he visto a nadie que explique por qué. Hay desde luego una importancia que cabría calificar de administrativa, que cualquiera puede ver: aunque la dirección del PCCh (Partido Comunista de China) no está sometida a límites similares, la unión de los cargos de secretario general del Partido y de presidente de la República Popular China imponía esa limitación en la práctica. Pero fuera de eso, no se ve qué puede significar.

La medida significa, para empezar, que Xi se ha convertido en el tercero de los Grandes Líderes, tras Mao Zedong y Deng Xiaopin. El asunto no está exento de interés desde el punto de vista de la astrología china. Mao era serpiente, signo de sabiduría y astucia; Deng, dragón o el poder espiritual supremo. Xi es caballo, talentoso y hábil, atractivo y lleno de encanto pero afectado por un destino trágico. Se dirá que los chinos, y sobre todo los comunistas chinos, no son supersticiosos; y desde luego, se han tragado sus supersticiones al entronizar a Xi. Ha tenido que ser, sin embargo, por buenas razones. Máxime cuando tanto Mao como Deng tuvieron grandísimos aciertos en su vida (el primero hizo la revolución y el segundo la consolidó) pero sus carreras se vieron ensombrecidas al final. Mao, al llevar la revolución demasiado lejos, con la Revolución Cultural; Deng, con la matanza de Tien An Men para frustración de las esperanzas democráticas. Si ellos, cuyos animales emblemáticos prometen aciertos y prosperidad, tuvieron amargo final, ¿qué esperar del liderazgo perpetuo de Xi, cuyo animal emblemático anuncia la tragedia? Por suerte, Xi nació en 1954; de haberlo hecho en el siguiente año del caballo, 1966, llamado del «caballo de fuego», la cosa habría sido mucho más dudosa.

Hay, para que los chinos se arriesguen, razones de índole coyuntural, estratégica y hasta filosófica. Una razón coyuntural bien notoria es el empeoramiento del clima de seguridad mundial, con Trump y Putin. Éste último amenaza con perpetuarse en el poder, y está por ver que Trump no lo intente. China necesita en todo caso un líder que conozca a esos otros dirigentes mundiales, y que ellos lo conozcan a él. ¿Para qué esperar, si Xi es un candidato lo bastante bueno? Falta por explicar por qué. Xi es un sólido ideólogo y estratega. No es fácil combinar en un solo hombre ambas cualidades. Casi siempre predomina una o la otra. Por ejemplo, Mao fue un gran ideólogo pero pésimo estratega, sobre todo después de 1949; Deng, un gran estratega pero absolutamente pragmático toda su vida. Xi es ambas cosas a la vez, y por eso los chinos confían en que su presidencia vitalicia pueda representar el gran avance de China que él está prometiendo. Otro día hablaré de ambas cuestiones.

Hoy quiero centrarme en que no se puede ser ideólogo y estratega sin ser un filósofo notable; al menos eso creen los chinos. La filosofía oficial de China es la del Partido, el marxismo-leninismo pensamiento Mao Zedong teoría Deng Xiaopin, pero es una filosofía de la que sólo se habla en las grandes celebraciones. La filosofía cotidiana de China es el confucianismo. Durante los últimos lustros, el crecimiento económico de China y el aumento de la riqueza, por cierto no de forma igualitaria (Deng rompió en su día la «olla común»), han propiciado el surgimiento de una clase capitalista que ha denostado el marxismo-leninismo etc. La clase capitalista china volvió los ojos al confucianismo, la filosofía ancestral de China desde hace veinticinco siglos, como base sobre la que sostener la ética de los negocios. A Deng no le preocupó el asunto, pero las luchas recientes por el poder en el Partido revelan un intento de oponer frontalmente el marxismo-leninismo al confucianismo; Bo Xilai fracasó en el intento hace cinco años. Xi ha tratado preservar el marxismo-leninismo descendiendo al terreno del confucianismo. Él también es confuciano, como los grandes empresarios, pero acaso de otra escuela.

La lucha de las escuelas confucianas es algo que ya se vio en el Japón del periodo Edo. Entonces los samurái eran confucianos de la escuela Sung y los comerciantes lo eran de la escuela Ming. Aunque los hombres de negocios chinos no expresan preferencias colectivas por una o la otra (lo más probable es que cada individuo tenga la suya), Xi ya ha manifestado predilección por la primera, más antigua y más aristocrática. Era hasta cierto punto inevitable ya que la escuela Ming, promovida por la dinastía manchú para obtener el apoyo del pueblo frente a la nobleza de origen mongol, denuesta las pretensiones aristocráticas y serviría de apoyo a la democracia: Sun Yat Sen, líder de la revolución nacionalista, era tan seguidor de la escuela Ming como el último emperador.

Así pues, la maniobra de Xi ha sido clara: propone a los grandes empresarios una alianza para constituir una aristocracia confuciana que dirija conjuntamente el país sobre el acuerdo de impulsar una economía moderna y capaz de ser líder mundial. Para ello es absolutamente preciso que la superioridad moral de esa aristocracia integrada por el Partido y los grandes empresarios, se plasme en un compromiso irrenunciable de lucha contra la corrupción, que sea ejemplo para la sociedad china con vistas a consolidar una clase media hegemónica a lo largo de la primera mitad del siglo XXI. Logro que posibilitará plantearse nuevos objetivos y, eventualmente, la instauración de una democracia representativa.


domingo, 11 de febrero de 2018

Tiempo de Guerra

El káiser Guillermo y el zar Nicolás eran primos hermanos por parte de madres; consobrini denominaban los latinos a esa relación tan especial. La correspondencia entre ellos revela que se llamaban recíprocamente Willy y Nicky. También revela que se animaban mutuamente a luchar por la paz en los días que antecedieron a la Primera Guerra Mundial. Sin duda eran sinceros, pero fue el conflicto entre Alemania y Rusia, más que ningún otro, el que desencadenó el conflicto europeo y, a la postre, el planetario. Tampoco 1914, hasta julio, anticipaba la catástrofe que seguiría. Como años «de riesgo» 1898, 1909 y 1912 lo habían parecido mucho más. Y ni siquiera el asesinato del heredero de la corona austro-húngara, el archiduque Francisco Fernando, y su esposa en Sarajevo hacían presagiar lo que siguió. Después de todo, no era el primer magnicidio que se conocía, y desde luego no el más importante: otro zar, Alejandro II había muerto en similares circunstancias unos lustros antes. El atentado de Sarajevo pareció a muchos otro acto terrorista, entre los muchos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX. Pero la policía austriaca descubrió oscuras conexiones entre Gabrilo Princip, el asesino, y el ministerio del Interior de Serbia. Ahí saltaron las alarmas por primera vez.


Así, menos de un mes antes de declararse la Gran Guerra, aunque muchos la temían pocos podrían haberla previsto en ese preciso momento. Europa vivía un período de relativa distensión, pero bastó una provocación (mayúscula, es cierto, pero simple provocación) para dar con todo al traste. ¿Y por qué, se preguntará el lector? Porque los Estados llevaban década y media o dos décadas armándose a toda velocidad y diseñando planes contra el previsible enemigo en la próxima contienda; y esperaban tener que utilizar las armas en cuanto la ocasión se presentara. Es cierto que los políticos deberían haber controlado la situación y sujetado las riendas de los estados mayores. Pero aquéllos no sabían en realidad qué estaba pasando, malgastaron un tiempo precioso en averiguarlo y aun así, cuando se enfrentaron a la realidad, trataron de huir de ella. El Reino Unido, por ejemplo, no tomó claramente partido hasta el día mismo de ruptura de hostilidades; en su lugar, pudo haber señalado desde el primer momento su determinación de hacer honor a la Triple Entente, y acaso Alemania se lo habría pensado dos veces antes de invadir Bélgica. Y no que, mientras Gran Bretaña deshojaba la margarita, el ejército alemán ya se había movilizado y luego ya era peligroso desmovilizarlo mientras el ruso, más lento, había empezado su propia movilización. Y Rusia pudo haber previsto que Serbia era capaz de medirse sola con Austria-Hungría, que necesitó del apoyo alemán, ya en 1915, para ocupar definitivamente Belgrado; de no haber mediado la garantía rusa, ese apoyo no se habría producido y la guerra de Serbia habría terminado en armisticio. Pero todo esto no son más que cábalas. En el momento crucial, mucha información que ahora tenemos era imposible de conocer, había que tomar decisiones con la disponible y el resultado fue el que conocemos.


Ahora vivimos también una distensión inquietante. El Estado Islámico ha dejado de existir y la guerra de Siria está en sus compases finales. No se escucha el fragor de la guerra de Ucrania como hace unos años. Washington y Pekín parecen haber llegado a un equilibrio, en todo caso inestable, en los mares de China. Incluso la guerra del Yemen, con su tremendo coste humano parece en vías de solución. Las guerrillas han desaparecido de América Latina; es verdad que las han reemplazado mafias y cárteles de la droga, pero no es lo mismo. Nunca las mafias han doblegado a una gran potencia, mientras que las guerrillas sí: recuérdese Vietnam y Afganistán. Para colmo, está esa parodia de los juegos olímpicos de invierno y la ridícula detente entre las dos Coreas, presentación en sociedad de la hermana del líder norcoreano incluida.


Sin embargo, los focos de tensión siguen latentes. En Siria se ha visto envuelto Israel, Rusia no suelta el bocado de Crimea y mantiene la tensión en Ucrania, la OTAN responde en la región del Báltico, China no ha cejado en el control de las islas que reclama, Arabia Saudí e Irán velan sus armas para un combate definitivo por la hegemonía de la región, en Estados Unidos y Europa asoman síntomas de una crisis institucional y política de largo alcance, y paz, verdadera paz social, no parece haberla en parte alguna.


Y no es que haya bandos claramente enfrentados. Ojo, que tampoco los había en 1914. Había tres focos de conflicto de larga duración: entre Francia y Alemania por Alsacia-Lorena, entre Austria y Serbia por Bosnia-Herzegovina, y entre Alemania y Rusia por Polonia y la región báltica (vieja área de influencia de los Caballeros Teutones). Pero Gran Bretaña no lo tenía en absoluto claro; no quería el programa naval alemán, que buscaba equiparar a ambas naciones en el mar, pero dudaba si frenarlo militarmente o por la diplomacia. Italia, en principio, era aliada de Alemania y Austria-Hungría en la Triple Alianza, pero acertó a mantenerse neutral en los primeros meses y luego se pasó a la Entente. Turquía también dudaba: Francia era su aliado tradicional (desde Francisco I) pero ésta la abandonó para unirse a Rusia, enemigo ancestral de Turquía, para hacer frente a lo que se percibía como la amenaza alemana; al final, los Jóvenes Turcos se inclinaron por Alemania y la derrota fue el fin del Imperio Otomano. En Estados Unidos, partidarios de uno y otro bando mantuvieron un precario equilibrio hasta 1917.


También hoy hay conflictos profundos, aunque no revistan tanta visibilidad como los de entonces. El más profundo a la par que menos visible para la opinión es el que existe entre Rusia y China por Siberia Oriental. Dos cosas ambiciona ahí Pekín: yacimientos inmensos de gas y tierra desértica para su población, ésta incontrolable en el largo plazo; lo cual ya dio lugar a conflictos en la época de Mao. La política impuesta por Deng Xiao Ping de sólo un hijo por pareja introdujo elementos de control a medio plazo, aunque tiende a envejecer la población y es insostenible a la larga. En todo caso, China ha firmado con Rusia un acuerdo para el gas y pospuesto todo conflicto en Siberia hasta 2070. (Esto lo argumento con suficiente detalle en mi novela Las guerras de China).


Rusia sabe que sólo ha ganado tiempo, unas décadas en las que tiene que prepararse a conciencia, y su respuesta es Eurasia, geoestrategia del Kremlin: la unión de Rusia y Europa occidental, la Europa cristiana, católica, protestante u ortodoxa, contra el Oriente confuciano-budista. Ése si sería un adversario a la altura de China, al menos para el próximo siglo o siglo y medio. Y ahí es donde encaja el conflicto de Ucrania. A otro nivel, está el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, conflicto potencialmente nuclear, en el que lleva ventaja la segunda, que cuenta con armamento más moderno y sofisticado. (Esto lo relato en El fin de la Historia, novela en la que, no obstante, el balance que se hace de las fuerzas estratégicas de ambas potencias es rigurosamente exacto). De ahí que Washington recele de toda posible entente entre la Unión Europea y Rusia, de la que podría seguirse una superioridad estratégica sobre Estados Unidos. Y que su reacción, personificada en Trump, sea retirarse de todo posible conflicto directo con Rusia, mientras mantiene los lazos con Europa y emprende un rearme que se completará hacia 2030. Ése es, así pues, el plazo de que dispone Putin para llevar a cabo sus planes para Eurasia. La respuesta europea viene de Andreas Umland, investigador del instituto de Cooperación Euro-Atlántica de Lvov, ciudad del noroeste de Ucrania. Según él, la perspectiva para 2030 es una Rusia democratizada e integrada en la NATO, que no tenga nada que temer de un aliado como Estados Unidos y que se vea respaldada por todo Occidente frente a un eventual conflicto con China.


El periodo crítico, por tanto, son los próximos doce años. Si se declara una guerra general porque los esfuerzos de paz fracasan, ¿cuáles serán los bandos? ¿Estados Unidos y Europa contra Rusia y China? Eso parecería con arreglo a la actual correlación de fuerzas, pero ésta puede haber cambiado para 2030; también Gran Bretaña y Francia parecieron al borde de la guerra en el Alto Nilo, en 1898, y no obstante fueron aliados década y media después. ¿Todos contra China, como sugiere Umland? ¿O sólo Rusia y su satélite Europa contra China, si la OTAN se descompone antes, con Estados Unidos al margen hasta el momento de asestar un golpe que desarticule las fuerzas estratégicas de Rusia por segunda vez y emerger así de nuevo como superpotencia hegemónica? ¿O sólo Estados Unidos contra China por mantener abierto a la navegación el Canal de Formosa, mientras los demás toman posiciones para apostar a caballo ganador? ¿Qué papel se reserva para las potencias menores, como el Reino Unido, Arabia Saudí, Irán, Pakistán, la India e Indonesia? ¿Y cuál será el de América Latina y África?


Todo esto, nuevamente, son sólo cábalas. Mientras tanto, ya se ha acuñado un término nuevo: guerra híbrida, aunque con mayor razón podría haberse denominado «ciberguerra». Las agencias de inteligencia estadounidenses están convencidas de que Rusia intervino en el Brexit y en las elecciones de su país, con éxito; en las holandesas y francesas sin él, y en las alemanas y en Cataluña con resultado todavía incierto. Y, realmente, se conoce de dos grandes agrupaciones de expertos informáticos, Cozy Bear y Fancy Bear, que totalizan más de un millar de informáticos y generan intensa actividad en las redes sociales, aparte de hackear los emails de quien quieran en el mundo. Pero puede que sea verdad lo que dice Putin, que sólo son jóvenes alocados y movidos por el patriotismo, no la agencia estatal que suponen el FBI y Scotland Yard. Pero esto ocurrió igualmente en 1914: todos pensaban que los británicos querían atacar a los alemanes antes de que éstos completaran su programa de paridad con la Royal Navy, cuando parece que únicamente coqueteaban con la idea de hacerlo. Con toda probabilidad, los proyectos geoestratégicos son menos firmes de lo que se desprende de los análisis, pero razones de seguridad empujan a gobiernos y estados mayores a prepararse adecuadamente para la eventualidad de que se hagan realidad. Todas las contiendas generales empiezan como guerras preventivas.


¿Por qué, si no, España ha aumentado un 60 por ciento su presupuesto militar en una época en que lo prioritario era la reducción del déficit? ¿Por qué Francia y Suecia ensayan medidas para reinstaurar el servicio militar obligatorio? Y sólo es el principio.


Hay una nota extremadamente preocupante, por comparación con 1914. Desde la aprobación del programa naval de Von Tirpitz en 1900 hasta Sarajevo pasaron catorce años. La Guerra pudo haber estallado mucho antes. Si no lo hizo fue por un potente movimiento por la paz encabezado por las socialdemocracias francesa y alemana (verdadero embrión del eje franco-alemán), que detuvieron en varias ocasiones la inercia que llevaba al conflicto. Hoy no se ve nada parecido en el horizonte.