domingo, 11 de febrero de 2018

Tiempo de Guerra

El káiser Guillermo y el zar Nicolás eran primos hermanos por parte de madres; consobrini denominaban los latinos a esa relación tan especial. La correspondencia entre ellos revela que se llamaban recíprocamente Willy y Nicky. También revela que se animaban mutuamente a luchar por la paz en los días que antecedieron a la Primera Guerra Mundial. Sin duda eran sinceros, pero fue el conflicto entre Alemania y Rusia, más que ningún otro, el que desencadenó el conflicto europeo y, a la postre, el planetario. Tampoco 1914, hasta julio, anticipaba la catástrofe que seguiría. Como años «de riesgo» 1898, 1909 y 1912 lo habían parecido mucho más. Y ni siquiera el asesinato del heredero de la corona austro-húngara, el archiduque Francisco Fernando, y su esposa en Sarajevo hacían presagiar lo que siguió. Después de todo, no era el primer magnicidio que se conocía, y desde luego no el más importante: otro zar, Alejandro II había muerto en similares circunstancias unos lustros antes. El atentado de Sarajevo pareció a muchos otro acto terrorista, entre los muchos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX. Pero la policía austriaca descubrió oscuras conexiones entre Gabrilo Princip, el asesino, y el ministerio del Interior de Serbia. Ahí saltaron las alarmas por primera vez.


Así, menos de un mes antes de declararse la Gran Guerra, aunque muchos la temían pocos podrían haberla previsto en ese preciso momento. Europa vivía un período de relativa distensión, pero bastó una provocación (mayúscula, es cierto, pero simple provocación) para dar con todo al traste. ¿Y por qué, se preguntará el lector? Porque los Estados llevaban década y media o dos décadas armándose a toda velocidad y diseñando planes contra el previsible enemigo en la próxima contienda; y esperaban tener que utilizar las armas en cuanto la ocasión se presentara. Es cierto que los políticos deberían haber controlado la situación y sujetado las riendas de los estados mayores. Pero aquéllos no sabían en realidad qué estaba pasando, malgastaron un tiempo precioso en averiguarlo y aun así, cuando se enfrentaron a la realidad, trataron de huir de ella. El Reino Unido, por ejemplo, no tomó claramente partido hasta el día mismo de ruptura de hostilidades; en su lugar, pudo haber señalado desde el primer momento su determinación de hacer honor a la Triple Entente, y acaso Alemania se lo habría pensado dos veces antes de invadir Bélgica. Y no que, mientras Gran Bretaña deshojaba la margarita, el ejército alemán ya se había movilizado y luego ya era peligroso desmovilizarlo mientras el ruso, más lento, había empezado su propia movilización. Y Rusia pudo haber previsto que Serbia era capaz de medirse sola con Austria-Hungría, que necesitó del apoyo alemán, ya en 1915, para ocupar definitivamente Belgrado; de no haber mediado la garantía rusa, ese apoyo no se habría producido y la guerra de Serbia habría terminado en armisticio. Pero todo esto no son más que cábalas. En el momento crucial, mucha información que ahora tenemos era imposible de conocer, había que tomar decisiones con la disponible y el resultado fue el que conocemos.


Ahora vivimos también una distensión inquietante. El Estado Islámico ha dejado de existir y la guerra de Siria está en sus compases finales. No se escucha el fragor de la guerra de Ucrania como hace unos años. Washington y Pekín parecen haber llegado a un equilibrio, en todo caso inestable, en los mares de China. Incluso la guerra del Yemen, con su tremendo coste humano parece en vías de solución. Las guerrillas han desaparecido de América Latina; es verdad que las han reemplazado mafias y cárteles de la droga, pero no es lo mismo. Nunca las mafias han doblegado a una gran potencia, mientras que las guerrillas sí: recuérdese Vietnam y Afganistán. Para colmo, está esa parodia de los juegos olímpicos de invierno y la ridícula detente entre las dos Coreas, presentación en sociedad de la hermana del líder norcoreano incluida.


Sin embargo, los focos de tensión siguen latentes. En Siria se ha visto envuelto Israel, Rusia no suelta el bocado de Crimea y mantiene la tensión en Ucrania, la OTAN responde en la región del Báltico, China no ha cejado en el control de las islas que reclama, Arabia Saudí e Irán velan sus armas para un combate definitivo por la hegemonía de la región, en Estados Unidos y Europa asoman síntomas de una crisis institucional y política de largo alcance, y paz, verdadera paz social, no parece haberla en parte alguna.


Y no es que haya bandos claramente enfrentados. Ojo, que tampoco los había en 1914. Había tres focos de conflicto de larga duración: entre Francia y Alemania por Alsacia-Lorena, entre Austria y Serbia por Bosnia-Herzegovina, y entre Alemania y Rusia por Polonia y la región báltica (vieja área de influencia de los Caballeros Teutones). Pero Gran Bretaña no lo tenía en absoluto claro; no quería el programa naval alemán, que buscaba equiparar a ambas naciones en el mar, pero dudaba si frenarlo militarmente o por la diplomacia. Italia, en principio, era aliada de Alemania y Austria-Hungría en la Triple Alianza, pero acertó a mantenerse neutral en los primeros meses y luego se pasó a la Entente. Turquía también dudaba: Francia era su aliado tradicional (desde Francisco I) pero ésta la abandonó para unirse a Rusia, enemigo ancestral de Turquía, para hacer frente a lo que se percibía como la amenaza alemana; al final, los Jóvenes Turcos se inclinaron por Alemania y la derrota fue el fin del Imperio Otomano. En Estados Unidos, partidarios de uno y otro bando mantuvieron un precario equilibrio hasta 1917.


También hoy hay conflictos profundos, aunque no revistan tanta visibilidad como los de entonces. El más profundo a la par que menos visible para la opinión es el que existe entre Rusia y China por Siberia Oriental. Dos cosas ambiciona ahí Pekín: yacimientos inmensos de gas y tierra desértica para su población, ésta incontrolable en el largo plazo; lo cual ya dio lugar a conflictos en la época de Mao. La política impuesta por Deng Xiao Ping de sólo un hijo por pareja introdujo elementos de control a medio plazo, aunque tiende a envejecer la población y es insostenible a la larga. En todo caso, China ha firmado con Rusia un acuerdo para el gas y pospuesto todo conflicto en Siberia hasta 2070. (Esto lo argumento con suficiente detalle en mi novela Las guerras de China).


Rusia sabe que sólo ha ganado tiempo, unas décadas en las que tiene que prepararse a conciencia, y su respuesta es Eurasia, geoestrategia del Kremlin: la unión de Rusia y Europa occidental, la Europa cristiana, católica, protestante u ortodoxa, contra el Oriente confuciano-budista. Ése si sería un adversario a la altura de China, al menos para el próximo siglo o siglo y medio. Y ahí es donde encaja el conflicto de Ucrania. A otro nivel, está el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, conflicto potencialmente nuclear, en el que lleva ventaja la segunda, que cuenta con armamento más moderno y sofisticado. (Esto lo relato en El fin de la Historia, novela en la que, no obstante, el balance que se hace de las fuerzas estratégicas de ambas potencias es rigurosamente exacto). De ahí que Washington recele de toda posible entente entre la Unión Europea y Rusia, de la que podría seguirse una superioridad estratégica sobre Estados Unidos. Y que su reacción, personificada en Trump, sea retirarse de todo posible conflicto directo con Rusia, mientras mantiene los lazos con Europa y emprende un rearme que se completará hacia 2030. Ése es, así pues, el plazo de que dispone Putin para llevar a cabo sus planes para Eurasia. La respuesta europea viene de Andreas Umland, investigador del instituto de Cooperación Euro-Atlántica de Lvov, ciudad del noroeste de Ucrania. Según él, la perspectiva para 2030 es una Rusia democratizada e integrada en la NATO, que no tenga nada que temer de un aliado como Estados Unidos y que se vea respaldada por todo Occidente frente a un eventual conflicto con China.


El periodo crítico, por tanto, son los próximos doce años. Si se declara una guerra general porque los esfuerzos de paz fracasan, ¿cuáles serán los bandos? ¿Estados Unidos y Europa contra Rusia y China? Eso parecería con arreglo a la actual correlación de fuerzas, pero ésta puede haber cambiado para 2030; también Gran Bretaña y Francia parecieron al borde de la guerra en el Alto Nilo, en 1898, y no obstante fueron aliados década y media después. ¿Todos contra China, como sugiere Umland? ¿O sólo Rusia y su satélite Europa contra China, si la OTAN se descompone antes, con Estados Unidos al margen hasta el momento de asestar un golpe que desarticule las fuerzas estratégicas de Rusia por segunda vez y emerger así de nuevo como superpotencia hegemónica? ¿O sólo Estados Unidos contra China por mantener abierto a la navegación el Canal de Formosa, mientras los demás toman posiciones para apostar a caballo ganador? ¿Qué papel se reserva para las potencias menores, como el Reino Unido, Arabia Saudí, Irán, Pakistán, la India e Indonesia? ¿Y cuál será el de América Latina y África?


Todo esto, nuevamente, son sólo cábalas. Mientras tanto, ya se ha acuñado un término nuevo: guerra híbrida, aunque con mayor razón podría haberse denominado «ciberguerra». Las agencias de inteligencia estadounidenses están convencidas de que Rusia intervino en el Brexit y en las elecciones de su país, con éxito; en las holandesas y francesas sin él, y en las alemanas y en Cataluña con resultado todavía incierto. Y, realmente, se conoce de dos grandes agrupaciones de expertos informáticos, Cozy Bear y Fancy Bear, que totalizan más de un millar de informáticos y generan intensa actividad en las redes sociales, aparte de hackear los emails de quien quieran en el mundo. Pero puede que sea verdad lo que dice Putin, que sólo son jóvenes alocados y movidos por el patriotismo, no la agencia estatal que suponen el FBI y Scotland Yard. Pero esto ocurrió igualmente en 1914: todos pensaban que los británicos querían atacar a los alemanes antes de que éstos completaran su programa de paridad con la Royal Navy, cuando parece que únicamente coqueteaban con la idea de hacerlo. Con toda probabilidad, los proyectos geoestratégicos son menos firmes de lo que se desprende de los análisis, pero razones de seguridad empujan a gobiernos y estados mayores a prepararse adecuadamente para la eventualidad de que se hagan realidad. Todas las contiendas generales empiezan como guerras preventivas.


¿Por qué, si no, España ha aumentado un 60 por ciento su presupuesto militar en una época en que lo prioritario era la reducción del déficit? ¿Por qué Francia y Suecia ensayan medidas para reinstaurar el servicio militar obligatorio? Y sólo es el principio.


Hay una nota extremadamente preocupante, por comparación con 1914. Desde la aprobación del programa naval de Von Tirpitz en 1900 hasta Sarajevo pasaron catorce años. La Guerra pudo haber estallado mucho antes. Si no lo hizo fue por un potente movimiento por la paz encabezado por las socialdemocracias francesa y alemana (verdadero embrión del eje franco-alemán), que detuvieron en varias ocasiones la inercia que llevaba al conflicto. Hoy no se ve nada parecido en el horizonte.



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