Tiempo de Guerra
El káiser Guillermo y el
zar Nicolás eran primos hermanos por parte de madres; consobrini denominaban los latinos a esa relación tan especial. La
correspondencia entre ellos revela que se llamaban recíprocamente Willy y
Nicky. También revela que se animaban mutuamente a luchar por la paz en los
días que antecedieron a la Primera Guerra Mundial. Sin duda eran sinceros, pero
fue el conflicto entre Alemania y Rusia, más que ningún otro, el que
desencadenó el conflicto europeo y, a la postre, el planetario. Tampoco 1914,
hasta julio, anticipaba la catástrofe que seguiría. Como años «de riesgo» 1898,
1909 y 1912 lo habían parecido mucho más. Y ni siquiera el asesinato del
heredero de la corona austro-húngara, el archiduque Francisco Fernando, y su esposa
en Sarajevo hacían presagiar lo que siguió. Después de todo, no era el primer
magnicidio que se conocía, y desde luego no el más importante: otro zar,
Alejandro II había muerto en similares circunstancias unos lustros antes. El
atentado de Sarajevo pareció a muchos otro acto terrorista, entre los muchos
acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX. Pero la policía
austriaca descubrió oscuras conexiones entre Gabrilo Princip, el asesino, y el
ministerio del Interior de Serbia. Ahí saltaron las alarmas por primera vez.
Así, menos de un mes
antes de declararse la Gran Guerra, aunque muchos la temían pocos podrían
haberla previsto en ese preciso momento. Europa vivía un período de relativa
distensión, pero bastó una provocación (mayúscula, es cierto, pero simple
provocación) para dar con todo al traste. ¿Y por qué, se preguntará el lector?
Porque los Estados llevaban década y media o dos décadas armándose a toda
velocidad y diseñando planes contra el previsible enemigo en la próxima
contienda; y esperaban tener que utilizar las armas en cuanto la ocasión se
presentara. Es cierto que los políticos deberían haber controlado la situación
y sujetado las riendas de los estados mayores. Pero aquéllos no sabían en
realidad qué estaba pasando, malgastaron un tiempo precioso en averiguarlo y
aun así, cuando se enfrentaron a la realidad, trataron de huir de ella. El
Reino Unido, por ejemplo, no tomó claramente partido hasta el día mismo de
ruptura de hostilidades; en su lugar, pudo haber señalado desde el primer
momento su determinación de hacer honor a la Triple Entente, y acaso Alemania
se lo habría pensado dos veces antes de invadir Bélgica. Y no que, mientras
Gran Bretaña deshojaba la margarita, el ejército alemán ya se había movilizado
y luego ya era peligroso desmovilizarlo mientras el ruso, más lento, había
empezado su propia movilización. Y Rusia pudo haber previsto que Serbia era
capaz de medirse sola con Austria-Hungría, que necesitó del apoyo alemán, ya en
1915, para ocupar definitivamente Belgrado; de no haber mediado la garantía
rusa, ese apoyo no se habría producido y la guerra de Serbia habría terminado
en armisticio. Pero todo esto no son más que cábalas. En el momento crucial,
mucha información que ahora tenemos era imposible de conocer, había que tomar
decisiones con la disponible y el resultado fue el que conocemos.
Ahora vivimos también una
distensión inquietante. El Estado Islámico ha dejado de existir y la guerra de
Siria está en sus compases finales. No se escucha el fragor de la guerra de
Ucrania como hace unos años. Washington y Pekín parecen haber llegado a un
equilibrio, en todo caso inestable, en los mares de China. Incluso la guerra
del Yemen, con su tremendo coste humano parece en vías de solución. Las
guerrillas han desaparecido de América Latina; es verdad que las han
reemplazado mafias y cárteles de la droga, pero no es lo mismo. Nunca las
mafias han doblegado a una gran potencia, mientras que las guerrillas sí:
recuérdese Vietnam y Afganistán. Para colmo, está esa parodia de los juegos olímpicos
de invierno y la ridícula detente entre las dos Coreas, presentación en
sociedad de la hermana del líder norcoreano incluida.
Sin embargo, los focos de
tensión siguen latentes. En Siria se ha visto envuelto Israel, Rusia no suelta
el bocado de Crimea y mantiene la tensión en Ucrania, la OTAN responde en la
región del Báltico, China no ha cejado en el control de las islas que reclama,
Arabia Saudí e Irán velan sus armas para un combate definitivo por la hegemonía
de la región, en Estados Unidos y Europa asoman síntomas de una crisis
institucional y política de largo alcance, y paz, verdadera paz social, no
parece haberla en parte alguna.
Y no es que haya bandos
claramente enfrentados. Ojo, que tampoco los había en 1914. Había tres focos de
conflicto de larga duración: entre Francia y Alemania por Alsacia-Lorena, entre
Austria y Serbia por Bosnia-Herzegovina, y entre Alemania y Rusia por Polonia y
la región báltica (vieja área de influencia de los Caballeros Teutones). Pero
Gran Bretaña no lo tenía en absoluto claro; no quería el programa naval alemán,
que buscaba equiparar a ambas naciones en el mar, pero dudaba si frenarlo
militarmente o por la diplomacia. Italia, en principio, era aliada de Alemania
y Austria-Hungría en la Triple Alianza, pero acertó a mantenerse neutral en los
primeros meses y luego se pasó a la Entente. Turquía también dudaba: Francia
era su aliado tradicional (desde Francisco I) pero ésta la abandonó para unirse
a Rusia, enemigo ancestral de Turquía, para hacer frente a lo que se percibía
como la amenaza alemana; al final, los Jóvenes Turcos se inclinaron por
Alemania y la derrota fue el fin del Imperio Otomano. En Estados Unidos,
partidarios de uno y otro bando mantuvieron un precario equilibrio hasta 1917.
También hoy hay
conflictos profundos, aunque no revistan tanta visibilidad como los de
entonces. El más profundo a la par que menos visible para la opinión es el que
existe entre Rusia y China por Siberia Oriental. Dos cosas ambiciona ahí Pekín:
yacimientos inmensos de gas y tierra desértica para su población, ésta incontrolable
en el largo plazo; lo cual ya dio lugar a conflictos en la época de Mao. La
política impuesta por Deng Xiao Ping de sólo un hijo por pareja introdujo
elementos de control a medio plazo, aunque tiende a envejecer la población y es
insostenible a la larga. En todo caso, China ha firmado con Rusia un acuerdo
para el gas y pospuesto todo conflicto en Siberia hasta 2070. (Esto lo
argumento con suficiente detalle en mi novela Las guerras de China).
Rusia sabe que sólo ha
ganado tiempo, unas décadas en las que tiene que prepararse a conciencia, y su
respuesta es Eurasia, geoestrategia del Kremlin: la unión de Rusia y Europa
occidental, la Europa cristiana, católica, protestante u ortodoxa, contra el
Oriente confuciano-budista. Ése si sería un adversario a la altura de China, al
menos para el próximo siglo o siglo y medio. Y ahí es donde encaja el conflicto
de Ucrania. A otro nivel, está el conflicto entre Estados Unidos y Rusia,
conflicto potencialmente nuclear, en el que lleva ventaja la segunda, que
cuenta con armamento más moderno y sofisticado. (Esto lo relato en El fin de la Historia, novela en la que,
no obstante, el balance que se hace de las fuerzas estratégicas de ambas
potencias es rigurosamente exacto). De ahí que Washington recele de toda
posible entente entre la Unión Europea y Rusia, de la que podría seguirse una superioridad
estratégica sobre Estados Unidos. Y que su reacción, personificada en Trump,
sea retirarse de todo posible conflicto directo con Rusia, mientras mantiene
los lazos con Europa y emprende un rearme que se completará hacia 2030. Ése es,
así pues, el plazo de que dispone Putin para llevar a cabo sus planes para
Eurasia. La respuesta europea viene de Andreas Umland, investigador del
instituto de Cooperación Euro-Atlántica de Lvov, ciudad del noroeste de
Ucrania. Según él, la perspectiva para 2030 es una Rusia democratizada e
integrada en la NATO, que no tenga nada que temer de un aliado como Estados
Unidos y que se vea respaldada por todo Occidente frente a un eventual
conflicto con China.
El periodo crítico, por
tanto, son los próximos doce años. Si se declara una guerra general porque los esfuerzos
de paz fracasan, ¿cuáles serán los bandos? ¿Estados Unidos y Europa contra
Rusia y China? Eso parecería con arreglo a la actual correlación de fuerzas,
pero ésta puede haber cambiado para 2030; también Gran Bretaña y Francia
parecieron al borde de la guerra en el Alto Nilo, en 1898, y no obstante fueron
aliados década y media después. ¿Todos contra China, como sugiere Umland? ¿O
sólo Rusia y su satélite Europa contra China, si la OTAN se descompone antes, con
Estados Unidos al margen hasta el momento de asestar un golpe que desarticule
las fuerzas estratégicas de Rusia por segunda vez y emerger así de nuevo como
superpotencia hegemónica? ¿O sólo Estados Unidos contra China por mantener
abierto a la navegación el Canal de Formosa, mientras los demás toman posiciones
para apostar a caballo ganador? ¿Qué papel se reserva para las potencias
menores, como el Reino Unido, Arabia Saudí, Irán, Pakistán, la India e
Indonesia? ¿Y cuál será el de América Latina y África?
Todo esto, nuevamente,
son sólo cábalas. Mientras tanto, ya se ha acuñado un término nuevo: guerra híbrida, aunque con mayor razón
podría haberse denominado «ciberguerra». Las agencias de inteligencia
estadounidenses están convencidas de que Rusia intervino en el Brexit y en las
elecciones de su país, con éxito; en las holandesas y francesas sin él, y en
las alemanas y en Cataluña con resultado todavía incierto. Y, realmente, se
conoce de dos grandes agrupaciones de expertos informáticos, Cozy Bear y Fancy
Bear, que totalizan más de un millar de informáticos y generan intensa
actividad en las redes sociales, aparte de hackear
los emails de quien quieran en el mundo. Pero puede que sea verdad lo que dice
Putin, que sólo son jóvenes alocados y movidos por el patriotismo, no la
agencia estatal que suponen el FBI y Scotland Yard. Pero esto ocurrió
igualmente en 1914: todos pensaban que los británicos querían atacar a los
alemanes antes de que éstos completaran su programa de paridad con la Royal
Navy, cuando parece que únicamente coqueteaban con la idea de hacerlo. Con toda
probabilidad, los proyectos geoestratégicos son menos firmes de lo que se
desprende de los análisis, pero razones de seguridad empujan a gobiernos y
estados mayores a prepararse adecuadamente para la eventualidad de que se hagan
realidad. Todas las contiendas generales
empiezan como guerras preventivas.
¿Por qué, si no, España
ha aumentado un 60 por ciento su presupuesto militar en una época en que lo
prioritario era la reducción del déficit? ¿Por qué Francia y Suecia ensayan
medidas para reinstaurar el servicio militar obligatorio? Y sólo es el
principio.
Hay una nota
extremadamente preocupante, por comparación con 1914. Desde la aprobación del
programa naval de Von Tirpitz en 1900 hasta Sarajevo pasaron catorce años. La
Guerra pudo haber estallado mucho antes. Si no lo hizo fue por un potente
movimiento por la paz encabezado por las socialdemocracias francesa y alemana (verdadero
embrión del eje franco-alemán), que
detuvieron en varias ocasiones la inercia que llevaba al conflicto. Hoy no se
ve nada parecido en el horizonte.
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