Ayer fue un mal día en los mercados, peor de lo que pueda parecer a simple vista. El fin de semana pasado, la eurozona (y de rechazo el conjunto de la Unión Europea, sin haber sido consultada) se había embarcado en un esfuerzo sin precedentes por dar una solución definitiva a la crisis financiera antes de las elecciones griegas, con el compromiso de prestar hasta 100.000 millones de euros para la reforma estructural del sistema bancario en España. El experimento era crucial; se trataba de un «rescate» no convencional, si por convencional entendemos los que han tenido por objeto Grecia, Irlanda y Portugal. Tan es así, que la troika (el trío de técnicos de la UE, el BCE y el FMI encargados de vigilar el cumplimiento de las condiciones pactadas, Memorandum of Understanding o MoU) no quería ser llamada troika en esta ocasión. Realmente, no hace falta: Montoro ya los ha rebautizado castizamente como los «hombres de negro». Ayer, los mercados tenían que reaccionar a esta aparatosa escenificación, y la reacción fue pobre. La prima de riesgo volvió a situarse por encima de los 500 puntos básicos. Hoy, todo son explicaciones del hecho. Que si las condiciones no están claras, lo que es cierto; que si la política europea pierde credibilidad a velocidad de vértigo, lo que también. Pero nadie da, a mi juicio, en el clavo. Nos hemos autoconvencido de una manera tan firme de que hablar del «contagio» es una forma de echar balones fuera, que somos incapaces de reconocer el verdadero contagio cuando lo tenemos delante de las narices. En Twitter pronostiqué el resultado de la prima de riesgo el domingo. Dije que ni bajaría como esperaba el establishment ni se iría a la estratosfera como en los rescates convencionales; que se quedaría sobre 500, y sobre 500 está. Sospecho que se mantendrá, con cierto crecimiento, no demasiado intenso (no a 1200 y cosas así, como los rescatados antes), hasta las elecciones griegas. Estamos en un compás de espera. El riesgo ahora es, justamente, el contagio de Grecia.
Christine Lagarde, directora-gerente del FMI, ha dicho que se dispone de tres meses para salvar el euro. Vuelve a equivocar el tiro. El euro, como proyecto monetario transnacional, no corre verdadero peligro. El peligro es que el euro escupa a una serie de países que no cumplen los requisitos para estar en esa clase de moneda común. Lo señalé hace unas semanas, en una entrada de este mismo blog, sólo que escrita en inglés. Ahora lo repito en castellano. El euro se basa en una teoría económica, formulada hace décadas por Robert Mundell, premio Nobel de Economía en 1999. Lo que Mundell dijo es que una moneda común tan sólo se puede sostener en lo que llamó una «zona monetaria óptima». Con esto, quería significar un territorio donde sea posible realizar determinados ajustes de productividad. Cuando una parte de la zona pierde competitividad frente al resto, hay que ajustar salarios (lo que ahora se llama «devaluación interna») o tiene que producirse emigración. Una tercera posibilidad es que una política fiscal común retrase el ajuste, pero al precio de elevadas tasas de desempleo en la parte menos competitiva. Resulta que España es el ejemplo claro de pérdida de competitividad en una zona monetaria (es claro frente a Alemania), pero los mecanismos de ajuste no funcionan o funcionan lentamente. Determinada fiscalidad (sanidad y educación públicas) sostiene a la sociedad a pesar del desempleo. Entonces, se entra en la «consolidación fiscal», o sea, la reducción drástica del déficit vía gasto público, para forzar el ajuste. Pero la cosa sigue sin funcionar. Lo único que ocurre es que aumenta el desempleo. Es más, el desempleo aumenta aunque las cotas de devaluación interna son apreciables. Conclusión: la zona monetaria es subóptima, y la moneda común difícilmente se podrá mantener sobre ella.
España no es Grecia, por descontado. Pero ocurre que, por una confluencia planetaria, por otro nombre destino, han venido a coincidir un test crucial para la eurozona, en la solución de los problemas de España, y un problema político de otro orden, que podría terminar en la expulsión de Grecia de la eurozona. La salida de Grecia está cantada, prácticamente, pero ahora la cuestión es cómo digieren los mercados este trauma. Y mi tesis es que, si los mercados han asimilado y comparten la teoría de las zonas monetarias óptimas, como creo que la comparten, habrán llegado a la conclusión de que la reforma bancaria en España, por importante que sea y por mucho dinero que Europa invierta en ella, no es suficiente para transformar la zona monetaria, de subóptima, en óptima.
A partir de aquí, todo lo demás es sencillo. Si el euro debe sobrevivir, y por supuesto que Alemania y Francia, por encima de diferencias ideológicas y personales, se encargarán de que sobreviva; si la eurozona debe sobrevivir, repito, tendrá que ser a costa de expulsar de su seno a los países que impiden que sea una zona monetaria óptima. Y si Grecia sale ahora, o en unas semanas, los mercados entenderán que el proceso de expulsión ha empezado y que no parará hasta que la eurozona puede considerarse «óptima». En otras palabras, la salida de Grecia será tomada por los mercados como señal de la inmediata salida de Portugal, quizá Irlanda, bien seguro que España, y habrá que ver si también Italia. Y, en reacción lógica a esa expectativa, empezarán procesos «especulativos» (pero enteramente naturales) contra la deuda soberana de esos países. El mantenimiento de la prima de riesgo española en niveles de «prevengan» anticipa estos movimientos. Si gana la izquierda en Grecia, la prima de riesgo española subirá sensiblemente de nivel. Y si Grecia sale finalmente del euro, la prima de riesgo española se disparará a niveles de rescate convencional.