jueves, 6 de julio de 2017
Un tuit de Eduardo Garzón sobre el BCE provoca debate en las redes sociales
viernes, 16 de diciembre de 2016
China asume la regulación global
lunes, 8 de diciembre de 2014
Qué futuro espera a Cataluña
Que el proceso soberanista en Cataluña está muerto no debería ser un secreto para nadie: lo único que falta es que sus protagonistas den testimonio de ello, lo que puede hacerse esperar todavía un tiempo. Lo principal, sin embargo, es que el procés está herido de muerte, y nada puede ya remediarlo. Veamos.
El 9N Artur Mas le ha asestado, a su vez, un golpe casi mortal al régimen de 1978. Por un momento, pudo vanagloriarse de ello; pero una reflexión un poco detenida le ha debido de convencer de que continuar por ese camino, más que un suicidio político, significaría su condena ante la Historia. Él contaba con tres cosas, de las cuales la consulta no le ha proporcionado sino sólo una de ellas y tampoco el todo. Las tres eran: primero, la salida de España del euro, prometida por Andreu Mas-Colell en el verano de 2012; les parecía a ambos que, expulsada España del euro por no pagar sus deudas, Cataluña sería recibida con los brazos abiertos en la eurozona, como la parte más "seria" de la economía española y la única digna de pertenecer a la élite monetaria. Hasta tal punto llega la fatuidad catalanista. (Incidentalmente, se puede añadir que esa misma fatuidad es la que les ha hecho pensar que, independizada Cataluña de España, es impensable que a aquélla la expulsen, bajo ningún concepto, del euro). En segundo lugar, los dos paladines de CDC contaban con un apoyo creciente de la sociedad catalana; lo han recibido, sin duda, pero en menor medida de la esperada tanto en las autonómicas de 2012 como en la consulta del 9N. No pretendo minimizar los efectos de esta última. He empezado por decir que supone un golpe casi mortal al régimen de 1978 el que casi dos millones de personas, probablemente la parte más dinámica de la sociedad catalana, se hayan movilizado contra el Tribunal Constitucional y, por unas horas, hayan convertido a la propia Constitución en papel mojado ante la impotencia del Gobierno. Pero en 2014 no hay muchos más soberanistas que dos años antes, aunque su posición estratégica parezca ahora más fuerte. Únicamente lo parece, ya que les falta también la tercera pata de su proceso, una pata sin la cual todo el edificio "estatal" que tan diligentemente han construido se sostiene sobre el entusiasmo de las masas, permanece en equilibrio inestable y se vendrá inevitablemente a abajo cuando el entusiasmo se enfríe. Esa tercera pata era el reconocimiento internacional, cuya consecución en su fatuidad característica daban por hecha pero en la que han fracasado estrepitosamente.
Para Artur Mas, que es un estadista considerablemente superior a Rajoy aunque éste triunfe y aquél fracase, era crucial ir logrando parabienes de la comunidad internacional mientras avanzaba el proceso. Lo único que ha conseguido es un silencio glacial, cuando no lacónicos comentarios de que se trata de un asunto interno del Estado español o explícitas advertencias que la secesión sacaría a Cataluña del euro e incluso de la Unión Europea. Mas ha tenido tiempo de pedir aclaraciones y de que se le ponga en claro, como vengo sosteniendo desde hace un par de años, que, sin llevarse un mínimo de 200.000 millones de euros de la deuda soberana de España, Cataluña sería declarada en default ipso facto por las agencias de calificación de riesgos crediticios. Pero ya ni siquiera eso es lo más importante. Los soberanistas catalanes han conseguido demostrar que el Gobierno de Madrid, en estos momentos en manos de la derecha española, es incapaz de hacerse con el control del Estado; por la brecha abierta, se está haciendo fuerte una oposición antisistema que puede convertir ese Estado en ingobernable. España está en riesgo de convertirse en un Estado fallido, y la aparición de un Estado fallido en la eurozona y en la Unión Europea podría ser la chispa que encienda un fogonazo que haga arder la burbuja de unos mercados financieros sobrevendidos cuando la economía global está a las puertas de una nueva recesión; esto, en el momento en que el liderazgo europeo es más débil que nunca. La perspectiva de pegar fuego a la estabilidad tan trabajosamente lograda tras cinco años de austeridad puede hacer las delicias de Oriol Junqueras, pero no las de Artur Mas. Ésa es la diferencia entre CDC y ERC, sencillamente.
Creo que ésta es la clave en que hay que leer la disputa sobre lista única o listas separadas en unas elecciones plebiscitarias. Como han intuido Junqueras y tantos otros, Mas quiere perder las elecciones plebiscitarias aunque conservando un número de votos suficiente como para poder negociar. Sabe, por otra parte, que así destruiría a ERC como fuerza política independiente, lo que le permitiría hacerle una OPA hostil que le compensara, en número de votos, los que perdiera de Unió; pues Durán ya ha advertido que su coalición durará mientras quiera Mas, es decir, mientras Mas no se alíe con los republicanos. ¿Y si no hay lista única porque ERC y la CUP se resisten a entrar en ella? Si no hay lista única, entonces no habrá elecciones plebiscitarias. En su lugar habrá un acercamiento de Mas a Rajoy o al sucesor de Rajoy en el PP (y quizá a Pedro Sánchez), con el Gobierno ya obligado a negociar por el descrédito a causa de la corrupción, al efecto de recomponer el régimen del 78 y cerrar el paso a Podemos y a un nuevo proceso constituyente.
domingo, 9 de febrero de 2014
El constitucional alemán, contra el euro
¿Qué es lo que hace ver la botella medio llena o medio vacía? Más aún, ¿qué hace que una botella que está casi llena la veamos medio vacía? Durante el pasado viernes, 7 de febrero, las instituciones comunitarias, los medios de comunicación y gran parte de los observadores estuvieron en un sí es no es por dejarse arrastrar del pánico. La causa la había proporcionado a primera hora el tribunal constitucional alemán, al pronunciarse sobre las operaciones llamadas OMT de compra de bonos por el Banco Central Europeo, cuyo solo anuncio había traído paz a los mercados en el atribulado verano de 2012, cuando incluso se vislumbraba el colapso del euro. El viernes, los mercados reaccionaron inicialmente a la baja para luego invertir el movimiento y acabar ganando, concretamente el Ibex-35, algo más del 1%. Pero las instituciones y los medios estuvieron agitados todo el día, y hasta el propio BCE se pronunció defendiendo la legalidad de sus políticas, y el ministro español de Economía se apresuró a apoyarlo.
En la entrada anterior a ésta reproduje la parte crucial de la sentencia, donde el constitucional germano desgrana sus dudas. Al parecer, éstas sentaron mal. Vivimos una época en que el Poder (así, con mayúscula, como si fuera de naturaleza divina) no soporta no ya la menor crítica, sino la menor duda; es, en palabras de una política española, "esto o la nada". El constitucional alemán se declara incompetente para decidir acerca de la demanda de inconstitucionalidad en Alemania de la política del BCE. Esto tampoco gustó, al parecer; ese alto tribunal tendría que haberse pronunciado por la plena constitucionalidad de la cosa. En España, es lo que nuestro constitucional habría hecho, a plena satisfacción del Poder. ¿Pero saben a mí lo que me parece que ha hecho el tribunal alemán? Ha dado una prueba de su independencia. El efecto jurídico es idéntico, pero se abstiene de lamer las botas del Poder. Y remite la causa al tribunal europeo de Luxemburgo: ¡Oh, qué peligro!, cuando todo el mundo conoce que la sentencia del tribunal europeo está cantada. ¿Pero saben lo que mí me parece esto, con independencia de que el fallo del europeo esté cantado o no? Una prueba de europeismo. El tribunal alemán constata, de una forma práctica y enormemente efectiva, que el sistema judicial europeo ha quedado profundamente transformado, de forma que ya no puede considerarse a sí mismo como última instancia. Algo que somos incapaces de entender en España, cuando se crítica a los jueces por ejecutar de inmediato, por ejemplo, el reciente fallo europeo sobre la doctrina Parot.
Hasta aquí, la botella está llena al 75%. Veamos ese pequeño espacio que el tribunal constitucional alemán ha dejado medio vacío. La remisión del caso al tribunal europeo el alemán la razona con diversos argumentos hipotéticos, haciendo, como quien dice, de "abogado del diablo" pero también lo contrario; avanza en la deliberación del caso. Entiende que hay una interpretación amplia de las medidas OMT y otra restringida, y se pronuncia claramente por la restringida. Incluso reconoce que las declaraciones de los responsables del BCE en el proceso y previamente ante el Senado alemán apuntan hacia la interpretación restringida: la compra de bonos es admisible siempre que no se realice a su cargo quitas de deuda (es decir, que el BCE no "perdone" la deuda después de haberla comprado), que se haga con condiciones y no en cantidades ilimitadas, y que se lleve a cabo sin distorsionar los precios "hasta donde sea posible". Todo esto suena muy razonable. ¿Dónde está, pues, el problema? Muy sencillo, en que excluye la interpretación amplia; en que no dice claramente que hay que dejar al BCE hacer lo que le dé la gana.
¿Y saben lo que me parece a mí esta parte del fallo, sin duda la más importante? Que el tribunal alemán está defendiendo la democracia, está defendiéndonos a todos los ciudadanos europeos de las posibles arbitrariedades de un organismo inmensamente poderoso, al que nadie ha elegido democráticamente, y que no tiene que rendir cuentas más que ante sus iguales. Y eso, que el tribunal alemán prevenga implícitamente contra la dictadura del BCE, a la que considera injustificada incluso en situaciones de pánico financiero, es lo que ha puesto nervioso al Poder.
miércoles, 29 de enero de 2014
Entramos en zona de turbulencias, abróchense los cinturones
La semana pasada se encendieron luces ámbar de peligro a la vista en los mercados financieros de todo el mundo. Países tan distantes entre sí como Tailandia, Argentina, India, Turquía y Sudáfrica, en cascada, iban viendo sus monedas entrar en caída libre. Hoy, todos ellos han subido sus tipos de interés, la medida clásica para el caso. Pero no está claro que así se resuelva el problema. ¿Qué está pasando, en realidad?
Llevamos meses esperando que la Reserva Federal de Estados Unidos, su banco central, ponga fin a las medidas no convencionales llamadas QE, de apoyo monetario a la economía. Esas medidas pueden haber supuesto cerca de 2,5 billones (millones de millones) de dólares extra. Si se les pone fin, el dólar va a apreciarse. Los ahorradores de todo el mundo, y sobre todo los de los países emergentes, con moneda más vulnerable, toman posiciones frente a esa eventualidad. Cambian su divisa por dólar, y lo hacen deprisa, no sea que la nueva presidenta de la Reserva Federal les coja sin haber hecho el cambio. Eso es todo. Nada más.
Pero las consecuencias pueden ser importantes. La "caja de herramientas", por otro nombre, conjunto de políticas económicas disponibles, obliga a esos países a penalizar la economía real para tratar una enfermedad puramente financiera, de la que no son en absoluto responsables. Al elevar sus tipos de interés, suben los costes de producción de sus empresas, de consumo de su población y de inversión de los agentes económicos, en general. Eso no dejará de ejercer efectos desfavorables sobre el empleo y el gasto agregado de tales países, lo cual afectará a las exportaciones de los países desarrollados, como el nuestro. Es verdad que a lo mejor no exportamos mucho a ninguno de esos países, pero no importa. Exportamos a otros países, cuya demanda sí puede depender de lo que vendan a los primeros. En este mundo globalizado e interdependiente no cabe hacerse ilusiones al respecto.
Vengo señalando que la economía española ha entrado en una recuperación, basada en un modelo exportador, que está más amenazada por problemas externos que por desequilibrios internos. En otras palabras, somos muy vulnerables a lo que está pasando. Habrá que estar atentos a cómo se desenvuelve la cosa. Que no nos pase nada.
viernes, 17 de enero de 2014
Cómo restaurar el crédito de Cataluña
Me han convencido el señor Mas y sus socios soberanistas. Me han convencido por completo. A ver, Artur Mas dice que habrá consulta el 9 de noviembre, sí o sí (es su frase). Y luego las preguntas no dejan lugar a dudas. Supongamos que vota el 80% del censo (una estimación generosa) y que de los ochenta de cada cien que votan, 41 quieren un estado catalán y 40, no. Éstos últimos, ya lo han dicho los organizadores bien claro, es cómo si se abstuvieran en la segunda pregunta; vaya, como si les diera lo mismo que el estado que rechazan sea independiente o no. De los 41 que quieren un estado catalán, supongamos que 21 quieren la independencia y 20, no. O sea, con un 21% del censo, que supondría poco más de la cuarta parte de los votantes efectivos, Cataluña es independiente. Con menos del 80% de afluencia a las urnas y contando con votos nulos y en blanco, el porcentaje necesario para la independencia será todavía menor. No se lo han montado nada mal éstos, que no paran de dar lecciones de democracia. Yo lo doy por hecho.
Me preocupa la viabilidad financiera del nuevo estado independiente. Moody's acaba de ser la primera de las agencias de calificación de riesgos crediticios en tocar el asunto que me parece crucial, y sobre el que he escrito repetidamente en este blog, sin encontrar el mejor eco (lo cual dice mucho, y poco bueno, de la cultura financiera tanto de españoles como de catalanes). Lo único que me ha llegado sobre el particular son las ocurrencias de Xavier Sala-i-Martì (peregrinas, aunque vengan de Harvard), para quien no hay necesidad de que Cataluña se haga cargo de nada de la deuda española, puesto que la totalidad de ésta se ha contraído sin el permiso de aquélla; vamos, retroactividad en el ejercicio de la soberanía. Moody's ha aclarado que eso equivaldría, para los mercados, a la inmediata declaración de Cataluña en bancarrota. Me imagino la respuesta de Sala-i-Martì. ¿Y qué más da? Haciendo las cosas bien, el crédito de Cataluña se restaurará con menos dificultad que pagando una parte, cualquiera, de la odiosa deuda de España.
Para los que se tomen la realidad en serio, el problema no es baladí. Tan serio que un servidor, de suyo poco inclinado a apoyar las tesis independentistas, ha resuelto poner toda su ciencia al servicio de la noble causa de restaurar el crédito de Cataluña tras la independencia. ¿Y España!? A España que la zurzan, pues en eso estamos, ¿no? A tal fin, he perjeñado un astuto plan, que pueden ustedes llamar "Plan Viaña para restaurar el crédito de Cataluña? Lo tengo acogido a una licencia de los Commons, lo que significa que puede citarse libremente, con la condición de mencionar a su autor; y miren, incluso si no quieren citarme, pues no me citen. Hago esto no por afán de dinero, ni por deseo de notoriedad; únicamente, porque me place
Vayamos al Plan. Hay dos variantes, según que el Estado español colabore o que se ponga borde y no colabore. Supongamos que colabora. España acepta la independencia de Cataluña y facilita su ingreso, como nuevo Estado, tanto en la Unión Europea como en la Zona Euro. En tal caso, Cataluña y España, de la mano como buenas hermanas, se dirigen al Fondo Monetario Internacional, a la UE y al Banco Central Europeo, con un plan para que Cataluña se haga cargo de, digamos, un 20% de la deuda española; 200.000 millones de euros, en números redondos. A continuación, y contando con la acquiescencia de la troika, calculan el 20% de todas y cada una de la emisiones vivas y, por sorteo, asignan esa cuota a Cataluña, liberando de ella a España. Qué bien, ¿no? A partir de ese momento, la evolución del mercado secundario permitirá comparar la marcha de ambas economías, en una sana y fraternal competencia.
¡Ah! Pero ¿qué hacer si la pérfida Madrid se niega? Aquí entra la astucia de mi Plan. Cataluña no tiene más que adquirir en el mercado secundario un 20% de la deuda española circulando, presentarla ante las agencias de calificación, renunciar oficialmente a su cobro, y es seguro que le otorgarán la triple A. ¿Qué menos se merece Cataluña? Pero pongámonos en lo peor. Cataluña, probablemente, no tiene suficientes euros para comprar el 20% de la deuda española vida. Bueno, no importa. Mi Plan también lo tiene previsto. Entonces la Generalitat no tendrá más que dirigirse a los acreedores de España y ofrecerles un interés superior al que cobran de España. ¿Cuánto superior? Tanto como haga falta para que los acreedores canjeen 200.000 millones de deuda española por deuda catalana. En realidad, se trata de una subasta. Incluso puede ocurrir que, si los acreedores confían en Cataluña más que en España, Cataluña tenga que pagar un interés menor que el que está pagando España.
Claro que, fuera de la UE y de la Zona Euro, les aconsejo a los catalanes que se preparen a pagar un interés un poco más alto.
martes, 8 de octubre de 2013
Cataluña independiente: el problema financiero
Resuelta la cuestión constitucional sobre el derecho a decidir, a favor del mismo, por el brillante artículo de Javier Pérez Royo aparecido esta semana en El País, queda por dilucidar cuáles serían los efectos económico-financieros de una consulta que resultara en apoyo mayoritario a la independencia. En ese orden de reflexiones hay que distinguir entre los efectos en Cataluña y los efectos en España.
En cuanto a lo que ocurra en Cataluña, una vez proclamada la independencia, no debemos preocuparnos demasiado. Será su problema, no el nuestro. No están de más, sin embargo, unas palabras. Los independentistas se las prometen muy felices porque podrán ahorrarse unos 16.000 millones de euros al año que, según ellos, pierden sin contrapartida en concepto de "déficit fiscal" impuesto por España. Parece que llaman así al hecho de que Cataluña en su conjunto paga más en concepto de impuestos de los que recibe en inversiones y otros gastos realizados por el gobierno central. No discutiré el concepto, porque me parece evidente que una de las funciones del Estado es redistribuir; incluso la futura Hacienda catalana distribuirá, y así no podrá evitar un "déficit fiscal" de Barcelona, favorable, digo yo, a las comarcas del sur de Lérida, por ejemplo. El problema no es que haya déficit fiscal; el problema es que no se quiere que beneficie a Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha. Más claro, agua. Pero, con todo, Cataluña tendrá un ahorro. ¿Qué harán el eminente Andreu Mas-Collell y el no tan eminente pero más influyente Xavier Sala-i-Marti con ese dinero? Seguramente, lo que pide ortodoxia económica, a saber, reducir impuestos, amortizar deuda y, si queda algo, invertir para reanimar la economía que tan maltrecha han dejado los austeros manejos del primero de esos personajes. Un momento; buena parte de su deuda la tienen con España, que en los últimos años se ha hecho cargo del déficit financiero de Cataluña, incapaz de acudir por sí sola a los mercados. ¿Devolverá la Cataluña independiente la deuda que tiene contraída con España? No, desde luego, si los españoles nos ponemos tontos; sí, a lo mejor, en un rasgo de magnanimidad, si accedemos a cuestiones que a los catalanes les parecen obvias, como que el Barça continúe jugando en la Liga española, a pesar de todo. Con razón deben de pensar estos tipos que nos tienen cogidos por los mismísimos.
El previsible resultado de la secesión no podría, por tanto, presentarse mejor para los independentistas, toda vez que la separación de bienes, como quien dice, estará para Cataluña limpia de polvo y paja. Concretamente, no esperan tener que cargar con un euro de la deuda contraída por España en los mercados. ¿Por qué habrían de hacerse cargo de nada de eso? Ellos a lo sumo reconocerán la deuda que tienen con España; pero de la deuda de España con otros, nada. Si habido mala gestión financiera en el gobierno central, y de resultas de esa gestión España se ha endeudado, es problema de España, no de Cataluña. Además, no podrían hacerse cargo de un solo euro de esa deuda aunque quisieran. Veamos. España está a punto de deber algo así como un billón de euros; Cataluña representa algo así como el 20% del PIB español; supongamos, por tanto, que 200.000 millones de euros de deuda soberana de España se convierten en deuda soberana de Cataluña. Uno de cada cinco euros, en números redondos. ¿Qué euros, es decir, que acreedores de España pasarán a ser acreedores de Cataluña? Es un problema sin precedentes, y para el que los mercados no tienen solución. Para los independentistas seria estupendo soñar con que los acreedores se rifarían el pasar a acreedores de Cataluña, y es muy probable que sucediera así, toda vez que España entraría en default ("bancarrota", para los legos) de forma inmediata. De casi un 100% de deuda sobre el PIB, España pasaría a un 125%, lo que, dadas las brillantes perspectivas de crecimiento del gobierno Rajoy, supondría el default inmediato. La bancarrota de 800.000 millones de euros supondría, en 2013, un cataclismo global dedimensiones al menos equivalentes a la bancarrota, por una cifra considerablemente menor, de Lehman Brothers en 2008. No sé si el Banco Central Europeo, si la Unión Europea, si el Fondo Monetario Internacional, si la troika en pleno, si... No quiero hablar de más, pero alguien impedirá la secesión de Cataluña.
Por eso digo que, aunque mis simpatías están con Cataluña, la independencia no toca. Ahora bien, hágase la consulta y salga el sol por Antequera.
martes, 3 de septiembre de 2013
La prima de riesgo española y las elecciones alemanas
Ayer propuse leer la reducción de la prima de riesgo en el último año a través del prisma de la "ley de Goodhart", según la cual, tras el compromiso de Draghi de hacer "lo que haga falta" para evitar el rescate formal de España, la prima de riesgo ha dejado de ser un indicador válido del riesgo de default soberano para serlo de la credibilidad de la política del Banco Central Europeo. Un artículo firmado el pasado 11 de agosto por Pierre Paris y Charles Wyplosz (AQUÍ) proponía, a partir de la ley de Goodhart, un interpretación un tanto distinta del mismo hecho. Los autores venían a decir a que la prima de riesgo había pasado a reflejar una combinación de las expectativas del mercado acerca de la probabilidad de default soberano y de la credibilidad del BCE.
Creo que ambas interpretaciones pueden reconciliarse. Si se admite que las expectativas del mercado sobre la probabilidad de default soberano en tiempo de relativa normalidad varían lentamente, y sólo cuando media acontecimiento más o menos catastrófico me mueven a saltos, entonces en tiempo de relativa normalidad los movimientos más o menos espasmódicos de la prima de riesgo reflejarán los cambios en la credibilidad del BCE más que la modificación de expectativas sobre la probabilidad de default soberano; que es lo que yo venia a decir. Podemos esperar que esto sea así por la diferente "velocidad" de los cambios en la economía y en la política.
Tenemos un "experimento" muy fácil ahora. Dentro de pocas fechas, habrá elecciones en Alemania. Sabemos que Merkel es opuesta a la política formulada por Draghi el año pasado. Si no ha podido enfrentarse a ella con más fuerza es debido al apoyo que dicha política ha recibido del ministro alemán de Finanzas, Schäuble. Las encuestas dan cantada la victoria de la CDU-CSU, la coalición democristiana. Ahora bien, si las elecciones dan un resultado ajustado, la posición de Schäuble se fortalecería e incluso podría poner en peligro el liderazgo de la canciller. En tal caso, y con arreglo a lo que representa la prima de riesgo, ésta no sufriría cambios importantes. Por el contrario, si la democracia cristiana gana holgadamente, fortaleciendo claramente la posición de Merkel, me atrevo a predecir que la prima de riesgo española se irá para arriba. Y no porque la probabilidad de default sea percibida como mayor por los mercados sobre la base de datos económicos, sino sencillamente porque la credibilidad de Draghi y con él del BCE empezarán a estar en entredicho.
lunes, 2 de septiembre de 2013
La mejora de la prima de riesgo es una tomadura de pelo
sábado, 6 de julio de 2013
Por qué suben las Bolsas con las palabras de Draghi... y quién lo paga
El pasado jueves se asistió a un espectáculo un tanto insólito, aunque no inédito. Lo habíamos visto ya en agosto del año pasado. En una situación económica cuyo horizonte está poblado de nubarrones, en este caso por el temor de los mercados a que la Reserva Federal retire sus estímulos monetarios (la llamada QE, siglas de Quantitative Easing o inyección de liquidez mediante compras directas de activos de renta fija en el mercado secundario), Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, se descolgaba con una no tan velada promesa de que el BCE podría pasar a sustituir a la Fed. En otras palabras, vino a decir que si la Fed suspende su política, el BCE la pondrá en práctica; es decir, la política continuará ahí. La reacción de los mercados fue de verdadera euforia. El Ibex-35, índice del mercado continuo de la Bolsa española, subió nada menos que un 3%, la segunda subida más fuerte del año.
Con la QE pasa algo curioso. En la reunión semestral del Banco Internacional de Pagos (BIS, en las siglas inglesas), de Basilea, de diciembre del año pasado, es decir, hace poco más de seis meses, los banqueros centrales de todo el mundo estuvieron de acuerdo en que la QE no supone un estímulo suficiente para relanzar la actividad económica «real». Lo que hace es inflar una espectacular burbuja bursátil; de ahí la diferencia entre la evolución de la Bolsa norteamericana y las europeas. Pero, poco después, se ha empezado a constatar que la economía estadounidense va apreciablemente bien; se cree que EEUU está saliendo de la crisis. Nadie echa las campanas al vuelo, porque una cosa así ya se creyó en el verano de 2009, y luego nada. Pero, como hay cierta probabilidad de que EEUU se ponga a «tirar» de las demás economías, Bernanke, presidente de la Fed, ha dicho que si la cosa continúa, él retirará los estímulos. De ahí la incertidumbre actual. Hasta ahora, la Bolsa norteamericana ha dado mucho dinero a ganar. Ahora empieza a crearse empleo y, si continúa, la retirada de los estímulos hará que ganen los agentes que operan en la economía real y no tanto los que operan en la economía financiera. Y los mercados financieros se resienten de la perspectiva. Pero ahí está el bueno de Draghi para tranquilizarlos.
¿Por qué dicen Bernanke y Draghi lo que cada uno de ellos dice? Bernanke sabe que lo único que la QE hace es llenar los bolsillos de los operadores con mayor apetito por el riesgo, o sea, los especuladores. Al hacerlo, ellos gastan; no en proyectos de inversión, que carecen de viabilidad cuando la economía real está parada, sino en compras de consumo. Lo cual hace subir el IPC. La inflación estadounidense en mayo de 2013 está en el 1,36%. Lo cual no es una gran cifra, pero Bernanke sospecha que, de no haber QE, sería negativa, es decir, deflación, que es lo peor en su concepto (y también en el mío: en esto estamos de acuerdo); el dato de que la remuneración por hora trabajada haya caído un 3,4% en el primer trimestre del año, lo que supone una pérdida real de poder adquisitivo de los salarios del 5,2%, refuerza la idea de deflación. Por eso, Bernanke dice que va a retirar los estímulos si la reactivación se confirma, no que los retira inmediatamente. Y la lógica está clara: si continúa una política que llena los bolsillos de los especuladores a costa de hacer perder poder adquisitivo a los agentes que operan en la economía real, esa redistribución de la renta actúa como un estímulo negativo a la creación de riqueza y puede frustrar la propia reactivación.
¿Y por qué dice Draghi lo que dice? Esto ya es menos claro. Aparentemente, la zona euro se está quedando sin opciones. La austeridad queda bonita sobre el papel de los libros de cuentas, pero ha conseguido parar la economía europea casi por completo. Incluso Alemania empieza a verse afectada. Sin embargo, los políticos europeos se resisten a dejar la austeridad. No porque les parece buena; tontos no son. A ellos el desempleo les hace daño electoral, o eso creen. No, no cambian la austeridad por otra política porque no tienen otra política. Otra política, quiero decir, que resulte creíble después de años de machacar a los europeos con las bondades de la austeridad. El about face, que dirían los ingleses, es bastante, bastante complicado.
Entonces, ¿qué? Draghi supone no hay nada que hacer hasta las elecciones alemanas de septiembre. Y supone bien, según todos los indicios. Pero si los políticos siguen mareando la perdiz, como acostumbran, él opina que tiene una responsabilidad y trata de ejercerla como mejor puede. Sabe que lo que dijo en agosto de 2012 sobre una oscura política llamada OMT, que nunca ha tenido que utilizar, salvó a España del rescate, y con ella a toda la zona euro. Ahora vuelve a probar suerte. Vaya, que ha aprendido a gestionar hábilmente las «serpientes de verano». Si las Bolsas continúan subiendo y las primas de riesgo bajando, puede que con las palabras baste y no necesite hacer nada más. Además, sólo si Bernanke retira los estímulos él tendrá que activarlos. A menos que los mercados se pongan exigentes, lo cual dependerá de las expectativas generales de la economía global.
Pero, en todo caso, parece claro que Draghi está reconociendo que Europa va dos o tres años por detrás de EEUU. En el mejor de los casos, la «locomotora» norteamericana tirará de los «vagones» europeos y las medidas excepcionales del BCE podrían suspenderse a poco de activarse. En el peor, todo seguirá igual y lo mismo la Fed que el BCE tendrán que, respectivamente, continuar con y enfangarse en las susodichas medidas de estímulo monetario, llenando los bolsillos de los especuladores a costa del poder adquisitivo de trabajadores, empresarios y pequeños ahorradores.
jueves, 20 de junio de 2013
Qué está pasando en las Bolsas
Esta semana, las Bolsas de todo el mundo están pasando un mal rato. El Ibex35, por ejemplo, ha vuelto a caer por debajo de los 8.000 puntos. Ayer, el Dow Jones se dejó 200 puntos y el S&P cayó 1,39%. El oro ha perdido nada menos que el 2,88% en 24 horas, lo que es, sin embargo, un indicador de que, a despecho de los vaivenes coyunturales, los mercados consideran la evolución profunda como positiva. Veamos.
El origen de todo este pequeño descalabro es la sospecha de que la Reserva Federal de EEUU podría retirar antes de fin de año los estímulos monetarios que se conoce como QE, o Quantitative Easing. Ben Bernanke, presidente de la Fed, anunció hace tiempo que esos estímulos se retirarían en cuanto la tasa de paro de la economía norteamericana regresara al 6,5%. Los datos de mayo parecen indicar que 2013 podría terminar, en efecto, con un registro de entre el 6,5% y el 6,8%. Por tanto, si las cosas continúan así, la QE podría retirarse a fines de este año o en los primeros meses del próximo. Y, como hay consenso general en que la QE le ha sentado bien a las Bolsas, es por lo que los inversores están liquidando posiciones largas antes de que los pille el toro (o, en este caso, habría que decir el «oso»). Sin embargo, la caída del oro podría significar que los operadores están convencidos en su fuero interno de que la retirada de los estímulos es necesaria, para no seguir inflando lo que realmente es una burbuja, y que si no desinfla suavemente ahora, terminará por estallar de forma traumática más adelante. Por tanto, el oro parece apostar por una rectificación «técnica» lo antes posible.
Con todo, las anteriores reflexiones no agotan el análisis de la situación, que ofrece unas cuantas vueltas más. Por una parte, los mercados van a permanecer expectantes ante lo que puedan ofrecer ulteriores datos del desempleo en EEUU, de modo que la situación puede degenerar en una auténtica «montaña rusa», con altos índices de volatilidad y subidas cuando el paro aumente y bajadas cuando continúe la tendencia que ahora parece imponerse. Por otra están los comentarios de Bernanke esta misma semana, indicando que ve problemas de posible deflación en la marcha de los precios en EEUU. Y si Bernanke ve problemas de deflación, ésa será sin duda la principal guía de su actuación. ¿En qué sentido podría influir? Indudablemente, en mantener los estímulos aunque la tasa de paro caiga por debajo del 6,5%.
Después de todo, en los últimos seis meses parecía haberse afianzado el consenso de que los estímulos monetarios no influyen perceptiblemente en la actividad real de la economía, y sí solo en la financiera. Por tanto, empezaba a parecer que el tope fijado con anterioridad estaba, por así decirlo, desfasado, toda vez que parece incongruente hacer depender una variable macroeconómica de otra que no interactúa de forma clara con la primera.
jueves, 2 de mayo de 2013
La economía española, a punto de desfallecer
La publicación del nuevo cuadro macroeconómico del gobierno arroja sombras de incertidumbre adicional sobre el horizonte de la economía española. Y es para no avisados la observación, hecha por Rajoy, de que han optado por el escenario más adverso para que sus previsiones resulten fáciles de superar y con ello el futuro ya no pueda traernos sino buenas noticias. Falso de toda falsedad. Sus obras, aquello por lo que sabemos que se conoce a las gentes, les desmienten. Si algo ha dejado claro el gobierno en los últimos meses, hasta la saciedad, es que a ellos no les interesaba hacer más recortes, porque ahora saben (hemos pagado 1 millón de parados por ese máster) que cada euro recortado del gasto público cuesta puestos de trabajo. Pero, para adaptarse a esas nuevas previsiones, según ellos «de mentirijillas», han tenido que recortar más de 4.000 millones adicionales; 3.134 en sanidad y 958 en dependencia, para ser exactos. Si hubieran podido recortar menos, lo habrían hecho. Si han recortado hasta ahí, es porque no les ha quedado otro remedio.
La preocupación surge de constatar que el gobierno ha tirado la toalla, como quien dice. Se ve forzado a aplicar una política en la que ha dejado de creer, como lo proclama a todas horas mendigando estímulos a escala europea, y al mismo tiempo sus previsiones son, no ya pobres, paupérrimas. A continuación trascribo el cuadro macroeconómico. Lo hago en la composición gráfica que presenta Miguel Puente Ajovin en su blog Caótica Economía (AQUÍ).

El cuadro está en porcentajes de incremento, lo que lo convierte en un tanto críptico para el profano. Lo traduzco a valores absolutos, y resumo. Según las previsiones del gobierno, el PIB de 2015 seguirá estando ligeramente por debajo del de 2011; en otras palabras, el gobierno acepta implícitamente, desde ya, que la historia considere su mandato una «legislatura perdida». En cuanto al empleo, será en 2015 un 7,5 por ciento inferior al de cuatro años antes. El desempleo seguirá afectando a 5.700.000 personas. El presidente del gobierno no sólo nos pide paciencia ahora; tendrá que seguir pidiéndonosla dentro de tres años. Pero ¿qué se ha creído?
Es difícil ser más insensato. Rajoy parece pensar que los mercados aceptarán su palabra sólo porque es un señor de derechas muy formal; en realidad, ésta ha sido siempre su manera de pensar y un año y pico de gobierno parece no haberle enseñado nada al respecto. Vamos, se cree que a los mercados los encandila con la facilidad con que encandila al núcleo duro de sus propios votantes. Pero en los mercados hay gente inteligente, que echa cuentas como las que he echado, y que sacará conclusiones parecidas a las que he sacado. Pronto empezarán a pensar que Rajoy es un estadista amortizado, como empezaron a pensarlo de ZP a finales de 2010. Y entonces la prima de riesgo, la niña de los ojos de Rajoy (y no aquella ridícula ficción que sólo le sirvió para perder unas elecciones), su oscuro objeto de deseo, por el que ha sacrificado a la economía española para llegar hasta aquí, volverá a subir. Y, cuando lo haga, nuestro presidente de gobierno, que encuentra su refugio de paz y sosiego contemplando los 286 puntos básicos a que acaba de llegar la susodicha prima, perderá los nervios definitivamente. Y habrá que rescatar, esta vez en serio y con todas sus connotaciones negativas, a este país.
Nadie crea que éste es un pronóstico arriesgado. En realidad, lo es muy poco. Con estos mimbres y el panorama que se presenta a escala global, la situación no puede sino empeorar, y dispongo de tres años para demostrar que estoy en lo cierto. Mucho me temo, sin embargo, que hará falta bastante menos tiempo.
miércoles, 23 de enero de 2013
Perspectivas de la economía española a un año vista
Cualquiera hubiera dicho que, con los antecedentes de meses atrás, enero de 2013 iba a ser un «mes negro» para la economía española. Sorprendentemente, está resultando, en cuanto a expectativas a muy corto plazo, el mes más dulce desde hace años. Sin duda alguna, hay una operación mediática detrás. El gobierno Rajoy, que tomó posesión en diciembre de 2011 pavoneándose de que iba a devolver la confianza a los mercados ipso facto, se encontró en pleno verano con un aumento brutal simultáneamente del paro y de la prima de riesgo. Ahora, aprovecha con desesperación cualquier dato favorable para dibujar un cuadro «esperanzador», que permita al presidente repetir su manoseado mantra: «2013 será un año duro, pero a fines del mismo y con toda claridad en 2014 se reiniciará el crecimiento». Y lo cierto es que datos favorables no han faltado. La balanza comercial, sobre todo, ha mejorado notablemente; gracias a la reforma laboral, que ha facilitado la necesaria devaluación interna, lo que a su vez ha mejorado la competitividad, según se nos dice. También contribuye la reforma bancaria, con el rescate pactado en junio y efectivo desde diciembre, que está devolviendo cierta confianza a los mercados en nuestro sistema financiero, considerado hace un año el más problemático del mundo. En conjunto, esos factores (no hay mucho más) han ayudado a mejorar el clima de las subastas de deuda pública, y consiguientemente a reducir la prima de riesgo, con lo que la Unión Europea y el Banco Central Europeo, deseosos de quitarse el peso muerto de la crisis española de encima, han echado las campanas al vuelo. Merkel insiste en que la crisis de deuda soberana no está resuelta, pero su voz como que se oye menos en estas fechas. El Wall Street Journal alaba la diligencia del gobierno español y dirige los tiros de los mercados contra Francia. Bien, ésta sí que está siendo una cuesta de enero dulce para el gobierno, que no para los ciudadanos.
Pero detrás de los buenos indicadores, parciales pero buenos en su parcialidad, las perspectivas siguen siendo sombrías. Lo son más cada día que pasa. Un signo de ello es el fracaso que acaba de cosechar el inefable ministro Guindos. Cree estar haciendo las cosas tan bien que se merecía el nombramiento de presidente del Eurogrupo, vacante tras el término del mandato de Jean-Claude Juncker. Resulta que se ha elegido al holandés Jeroen Dijsselbloem. El pobre Guindos creía poder hacer valer el peso de España y su orgullo herido hace meses cuando el cese de José Manuel González Páramo como vocal de la comisión ejecutiva del BCE no fue seguido de su sustitución por otro español. Un hombre de su posición tenía que haber sido más perspicaz. Juncker es ministro de Finanzas de Luxemburgo, el país más pequeño de la UE y del Eurogrupo. Luego la presidencia del Eurogrupo no depende de factores como el tamaño de los países. Es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de un país que demuestra vender bien la piel del oso, pero mucho antes de cazarlo.
El economista no tiene más remedio que desconfiar de tanta fanfarronada. Las previsiones son lúgubres. El PIB español ha decrecido el 1,3% en 2012 y la previsión es que decrezca al menos eso en 2013. Es decir, de «año de transición», nada. España está atascada en el agujero. Es verdad que los ingresos por exportación han mejorado pero los pagos por importación no han cedido, lo permite suponer que en cuanto empecemos a crecer se dispararán estos últimos, y la restricción exterior volverá a actuar como desde hace décadas. Si se quiere que la mejora del saldo comercial sea duradera, no hay más remedio que deprimir la demanda interna, como se está haciendo. Lo cual nos lleva a las negativas previsiones de crecimiento. Esto, como planteamiento general; «estructural», si se quiere.
La coyuntura no ayuda a ser más optimista. Paso a paso, la economía global y la europea en particular se van deslizando hacia la segunda recesión en cinco años. Aquélla fue abrupta, tras la quiebra de Lehman Brothers; ésta viene siendo anunciada desde la primavera/verano de 2011, por lo menos, sin que las medidas ensayadas, notablemente, más consolidación fiscal y facilidades monetarias (QE, quantitative easing), hayan sido suficientes para revertir la situación. Desde luego, empieza a haber un consenso internacional cada vez más fuerte en que la consolidación fiscal en época de atonía de la demanda ha sido y es un disparate mayúsculo. Hasta el propio Rajoy, que creyó, como el ignorante en economía que es, que eso nos traería prosperidad por arte de birlibirloque, pide ahora árnica, en sus palabras, «políticas de crecimiento». Un desastre menos grande para nuestro país habría resultado de haber asumido el gobierno con esa filosofía desde el principio. Pero no; él tenía que ser el alumno más aventajado de la clase, lo único que parece haber hecho bien toda su vida. Echando implícitamente las culpas a la profesora, ahora sólo intenta encubrir su fracaso, exactamente igual que Mas trata de encubrir el suyo clamando por la independencia.
La poca suerte de esta situación es que, con toda probabilidad, las exportaciones españolas están arrebatando a otros socios europeos (digamos, Italia y Francia) cuota de ventas en el mercado alemán, que se mantiene fuerte, a su vez, por las exportaciones a países emergentes y sobre todo a China. Recientemente ha trascendido que Volkswagen vende más vehículos en China que en toda la UE. Si esto continúa así, nuestras exportaciones podrán mantener un buen tono, aunque incapaz de sacarnos de la recesión, como se nos promete. Ahora bien, como China se vea envuelta en esta recesión (se libró de la anterior), algo de lo que viene hablándose desde principios de 2011 sin que la lenta evolución de sus macromagnitudes lo desmienta, entonces sí que los amigos Rajoy y Guindos, por no hablar ya de la ciudadanía española, van a verse en problemas.
sábado, 29 de diciembre de 2012
El rescate de Guindos
Los observadores de la economía española no especularíamos tanto con su posible rescate si el propio gobierno no diera pábulo a ello con continuas vacilaciones. «Ahora no, pero si llega a ser necesario…», parece ser la frase que resume la política de Rajoy al respecto. La última perla es del ministro Guindos, quien acaba de aclarar que, en caso de producirse, el rescate de España «no sería un rescate a la portuguesa». Con todo esto, nuestros inefables mandatarios vienen a querer decir que nosotros no hemos caído tan bajo (ni vamos a caer), que España es un país con fuste y con empaque, «que hace sus deberes», no como Grecia, Irlanda y Portugal, que serían algo así como países de chichinabo.
La realidad es muy otra que la que se nos quiere transmitir. Europa misma ha descartado los «rescates a la portuguesa», por ineficientes; ninguno de los tres países que han sido objeto de ellos ha salido o parece capaz de salir de dificultades. También los ha descartado por excesivamente costosos: esos rescates los pagaba directamente el contribuyente europeo de su bolsillo, y no están las cosas como para seguir pidiéndole dinero. Entre una cosa y la otra, Europa (o mejor la eurozona, porque el Reino Unido nunca ha estado en eso) ha terminado por arrinconar la ortodoxia monetaria que sostuvo con empeño digno de mejor causa hasta agosto de 2012, para dejarse ahora tentar por las virtudes del QE anglosajón; el Quantitative Easing de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana (Fed, para los amigos), política desde muy pronto adoptada también por el Banco de Inglaterra. Muy resumidamente, de lo que se trata con el QE es de prestar dinero a los bancos; mucho dinero y a muy bajo tipo de interés. ¿Para conseguir qué? Los adalides de la política no se hacen ilusiones de que así se restablezca el crédito al sector real de la economía; saben perfectamente que eso depende de la actividad y la actividad necesita un cebo inicial que no puede venir del dinero por sí solo, sino también de unas ciertas perspectivas de recuperación. Y esas perspectivas, sencillamente, no existen. Pero mentes tan prodigiosas esperan que, si los bancos disponen de liquidez hasta salirles por las narices, la prestarán a su vez a quienes estén dispuestos a pagar un interés poco mayor para invertir en Bolsa. La Bolsa siempre es receptiva a la abundancia de dinero, cosa que la economía real no. Y quien dice la Bolsa, dice los mercados de opciones, los contratos de futuros sobre alimentos, de Goldman Sachs, etcétera. Vamos, todo lo que el vulgo identifica con la «especulación financiera». Para resumirlo muy brevemente, se trata de llenar de dinero el bolsillo de los especuladores. Un dinero - todo hay que decirlo - que a los bancos centrales no les cuesta nada crear, porque lo único que tienen que hacer es darle a la maquinita de imprimir billetes, como quien dice. Cuando los especuladores tengan los bolsillos llenos con sus buenas plusvalías bursátiles, consumirán más. Será un consumo de lujo, previsiblemente, pero por algo se empieza. Eso tirará de la economía real, que quizá así se recupere. He descrito el proceso en una entrada de hace meses (La crisis del capitalismo global).
Pero, mire usted por dónde, el Banco Central Europeo, que bajo la severa mirada del ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, se había negado desde el comienzo de la crisis a seguir a Bernanke, ahora, bajo la presidencia de Mario Draghi, ha dado un giro de 180 grados. Después de todo, Draghi trabajó para GS hace años, y proporcionar beneficios al viejo patrón es algo que siempre queda bien entre amigos. Pero más importante es que Alemania desarrolla sus propios esfuerzos por llegar al déficit cero, y no podría conseguirlo si tiene que poner dinero una vez tras otra para sufragar los dos rescates de Grecia, más el de Irlanda y el de Portugal, y ahora otro de España, muy superior a los anteriores. Era la canción de nunca acabar, y Alemania ha optado por cortar por lo sano. Si hay que rescatar a alguien más, será por un procedimiento barato – como darle a la maquinita del dinero – y no exprimiendo todavía más al contribuyente. Y, desde el punto de vista del BCE, que ahora coincide con el de la Fed, nada mejor que matar dos pájaros de un tiro y presentar una medida para llenar de dinero el bolsillo de los especuladores como si de una moderna forma de rescate-país se tratara. Así, la forma elegida para inyectar dinero barato en las finanzas consiste en comprar, en el mercado secundario, deuda del país a rescatar. A esto el BCE lo llama OMT (siglas de Outright Monetary Transactions, en español Transacciones Monetarias en Firme).
Y ahora viene Guindos a explicarnos en tono fatuo que «esto no es un rescate a la portuguesa», como si en cambio fuera resultado de algún mérito de su insustancial política. Lo que me preocupa no es que mienta como un bellaco. Lo que de verdad me aterroriza es que no sepa de qué está hablando.
Otro día explicaré por qué el QE, que ha demostrado de sobra su capacidad de generar beneficios financieros mientras la economía real está parada, es sin embargo una herramienta de utilidad muy limitada a la hora de afrontar los problemas de una economía nacional necesitada de rescate, salvo que ese país sea el emisor de su propia moneda (caso de EEUU y el Reino Unido, pero no de España). Y mi crítica no tiene que ver con el peligro de inflación, que crearían las políticas de QE/OMT, y que es la crítica fácil y sin mordiente de la derecha liberal. Pero, como digo, eso será otro día.
jueves, 22 de noviembre de 2012
El caso de Argentina contra los llamados fondos-buitre
El tribunal de apelaciones del segundo circuito (Nueva York) de los trece que hay en EEUU, acaba de condenar a Argentina a pagar 1.300 millones de dólares a fondos de inversión, acreedores de ese país, que se negaron a entrar en el acuerdo de reestructuración de deuda forzado en 2001. Argentina entonces siguió la doctrina internacional que ha estado vigente durante un siglo, y según la cual el estado soberano que se declara en quiebra trata de llegar a un acuerdo, paga en las condiciones convenidas a quienes lo aceptan, repudia por «odiosa» la deuda de quienes no lo aceptan, y por supuesto deja de pagarles; y aquí paz y después gloria. No es que no haya una sanción de los mercados internacionales. Naturalmente, durante algún tiempo al menos una fracción de los potenciales inversores pensará que prestar a ese país es arriesgado, y posiblemente pasarán años antes de que la situación se normalice; de hecho, once años después de su quiebra, Argentina sigue teniendo serios problemas de acceso al crédito. Pero ya nadie se acordaba de los acreedores «recalcitrantes», como se los llama, igual que ha ocurrido en docenas de quiebras a lo largo de estos cien años. Con frecuencia, los acreedores recurrían a los tribunales, pero incluso los de EEUU aplicaban la doctrina de que forma parte de la soberanía el privilegio de dejar de pagar. Los «recalcitrantes» de Argentina lo hicieron también. Esta vez, sin embargo, un tribunal de distrito les dio la razón este año, Argentina recurrió ante el tribunal de apelaciones (que a muchos efectos, dicta sentencias que ya no tienen recurso) y este tribunal confirmó la sentencia del primero, el 26 de octubre. Argentina ha declarado que no piensa pagar la cantidad determinada judicialmente porque esos acreedores son «fondos buitre» y porque ya repudió esa «odiosa» deuda en 2001. En respuesta, el tribunal de apelaciones acaba de dictar un auto ordenando a Argentina y a sus agentes en EEUU a depositar una fianza por la suma antes del 15 de diciembre. El principal agente de Argentina en EEUU es el Bank of New York Mellon (BNYM), que se encarga de realizar puntualmente, por cuenta del país austral, los pagos debidos a los acreedores que firmaron el acuerdo en 2001. A fin de año hay pendiente un pago de los de la reestructuración de la deuda, por importe de 3.400 millones de dólares. Lo que el tribunal de apelaciones quiere es que no se haga ese pago sin que Argentina haya hecho la fianza, para garantizar el pago a los «recalcitrantes» al final del proceso (que podría llegar a la Corte Suprema de EEUU). De manera que si la fianza no se deposita, y se piensa que Argentina no dispone del dinero para ella aunque sí para el pago acordado, tendría que declararse en quiebra por segunda vez, porque BNMY no podría ya hacer el pago a fin de año, previsto, sin desafiar al tribunal.
Una de dos, o Argentina acata el auto judicial (y se traga todas las declaraciones sobre «fondos buitre» y «odiosidad» de la deuda repudiada) o declara por segunda vez la quiebra. Sin posibilidad alguna, por descontado, de llegar esta vez a un acuerdo, al menos por dos razones. Primero, porque este tema se planteará de forma recurrente, con lo que cualquier acuerdo a largo plazo se tornará inviable; y segundo, porque ¿por qué habría alguien de aceptar una quita si los tribunales de EEUU garantizan el cobro de la totalidad de la deuda?
En otras palabras, Argentina está al borde de convertirse en un verdadero paria financiero. Y con ella cualquier país que dé en repudiar sus deudas, como los pronunciamientos judiciales en EEUU se conviertan en precedente internacional.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Consecuencias económicas de la reelección de Barack Obama
Mirada a través del prisma de su reelección ahora, la elección de Obama en 2008 aparece hoy con aspectos inapreciables hace tan sólo dos días. Y es que lo de anoche fue el segundo acto de un drama que se empezó a escribir hace cuatro años. Hay, por supuesto, muchos otros aspectos, relacionados con la evolución interna de la sociedad norteamericana, pero en lo tocante a la economía el significado de este nuevo triunfo del presidente afroamericano parece incuestionable.
La quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, planteó a Estados Unidos y al mundo un dilema todavía no resuelto, y de ahí las dificultades para dejar definitivamente atrás la crisis. De 1991 a 2007, la economía mundial registró tasas de crecimiento sostenido sin precedentes; eran los años, relativamente felices, de la Nueva Economía y la globalización. Hoy existe consenso en que tal crecimiento lo propiciaron: 1) la generalización del comercio internacional con la incorporación masiva de países emergentes, encabezados por China, lo que desembocó en la inauguración de la Organización Mundial del Comercio en 1999; 2) la liberalización de los mercados en sentido amplio, con particular énfasis en la desregulación de los financieros, que permitió movilizar el ahorro a escala planetaria; 3) el desarrollo de un cúmulo de tecnologías de uso civil procedentes del campo militar, progresivamente «desclasificadas» tras el fin de la Guerra Fría, con la eclosión de Internet; y 4) un largo periodo de poder omnímodo ostentado por Estados Unidos, que impuso cierta estabilidad política en el ámbito global. El resultado fue una rara combinación de fuerte crecimiento y baja inflación (pese a la política de dinero barato), en un cuadro de prosperidad sostenida. Algunos de esos factores se debilitaron gradualmente, como ocurrió con el impacto de las nuevas tecnologías a partir del pinchazo de la llamada «burbuja de las punto com», en 2000, y con el poderío estadounidense, desafiado por China en el «incidente de la Isla de Hainan», en abril de 2001, y el atentado terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono, en septiembre del mismo año. Por el contrario, el comercio internacional y la desregulación de los mercados avanzaron a paso firme, hasta alcanzarse una liberalización casi completa de numerosos productos, mercados y países. La quiebra de Lehman Brothers (precedida de los rescates de Bear Stearns y Freddie Mac y Fannie Mae, en los meses previos) cayó como un jarro de agua fría y planteó problemas cuya falta de solución ha redundado en intensa incertidumbre.
Una parte de la opinión, minoritaria pero muy influyente (permítaseme llamarla «Wall Street») entendió que la clave para salir de la trampa financiera estribaba en continuar con la desregulación, sin vacilaciones, y en poner fin a la política monetaria expansiva, vista como causante de la crisis al haber inducido a los actores económicos a endeudarse por encima de sus posibilidades de devolver la deuda. Otra parte de la opinión («Main Street»: Calle Mayor, o la opinión dominante entre los ciudadanos de a pie) entendía que se trataba de poner fin a la capacidad de los mercados financieros de alterar la vida de la gente corriente. En un primer momento, la balanza se inclinó del lado de Main Street, con cuyo apoyo los políticos esperaban atemperar la preponderancia de la economía, más que evidente en los lustros anteriores. Fue este movimiento inicial, proclive a devolver la primacía a la política, lo que llevó a Obama a la presidencia en aquellos primeros meses de la crisis. El propio Fondo Monetario Internacional recomendó no regatear en estímulos fiscales para sostener la producción y el empleo. Pero la crisis reveló una debilidad inesperada del sector bancario, a escala global, como consecuencia del sobreendeudamiento previo, y la percepción de este problema devolvió credibilidad a Wall Street, que había insistido en él desde el primer momento. Se llegó a un punto de equilibrio hacia el otoño de 2009, cuando la fuerza de Wall Street volvió a sobrepasar a la de Main Street y los gobiernos, tanto en Europa como en EEUU, optaron por poner freno a los estímulos, tanto fiscales como monetarios, y retornaron a los mercados para financiar déficits agrandados por los estímulos anteriores y la caída de la recaudación tributaria. Ahí empezó a enfriarse el entusiasmo por Obama.
Tres años de lenta recuperación de su antigua influencia, por Wall Street, habían llegado a hacer concebir a ese sector de la opinión la esperanza de un cambio radical de las tornas en estas elecciones de 2012. Tal era el papel asignado a Mitt Romney. Pero Romney no sólo era el campeón de Wall Street; también lo era del movimiento antiabortista, de la enseñanza del creacionismo en las escuelas, del freno de hierro a la inmigración y del unilateralismo en relaciones internacionales. En el plano de los principios, no hay ninguna razón por la que los liberales globales (lo que he llamado Wall Street) deban aliarse con los neocon y reaccionarios de todo pelaje; es más, creo que podrían encontrarse numerosas razones para lo contrario. Quiero pensar que es la inclinación de los liberales americanos a mantener posiciones económicas afines a la socialdemocracia europea lo que empuja a Wall Street a buscar amigos en el bando contrario. Pero lo que resulta evidente es que el triunfo de Obama supone una derrota en toda regla del frente formado por Wall Street y sus compañeros de viaje. Una derrota, por lo demás, en la que quien más tiene que perder es Wall Street, toda vez que los compañeros de viaje tendrán ocasión de buscar compensación en el ámbito de la política de los estados de la Unión, cosa que los liberales globales no.
Ahora Obama dispone de cuatro años más para gobernar, sin necesidad de hacerlo para ser reelegido. No se le escapará, a un hombre inteligente como él, que el apoyo de ayer no puede leerse sólo en clave económica pero tendrá que leerse también en clave económica. Han ganado quienes quieren otorgar mayor protección a los débiles para sobrellevar la crisis, y no imponerles mayores sacrificios para generar volúmenes superiores de ahorro. Un difícil problema para Obama, sin duda. Pero mucho mayor para Wall Street, que, dejándose llevar por fundamentalismos doctrinarios, no ha querido buscar arreglos en mitad del camino. Una moral basada exclusivamente en la codicia se demuestra autodestructiva y, con toda probabilidad, tiene los días contados.
domingo, 2 de septiembre de 2012
Por qué el rescate no se hará esperar
A perro flaco, todo se le vuelven pulgas. El empeño de Rajoy en no pedir el rescate, que aquí ahora se llama «integral» (en inglés bail-out), de España se topa cada vez con mayores dificultades. Ahora son sus aliados fundamentales en esta peripecia, aquéllos por los que lo ha dado todo sacrificando lo que sea y a quien sea, los bancos, quienes parecen abandonarlo. Pero los bancos no tienen opción. Pese al rescate bancario pactado semanas atrás y – hay que decirlo – que el gobierno está instrumentando a paso de tortuga acorde con la velocidad de la sangre en las venas del presidente, los bancos españoles pierden depósitos a velocidad de vértigo. Sólo en julio pasado, la banca española perdió 74.000 millones de euros, o un 4,7% del total de sus depósitos, con lo que lo perdido desde junio de 2011 asciende a 233.000 millones, o el 13,4% de lo que entonces había. Son datos del Banco Central Europeo (y alguna elaboración mía). Si yo fuera un pelín monetarista, aunque sólo fuera un pelín, pensaría que esta contracción monetaria se une a la consolidación fiscal a la hora de agudizar la recesión que tenemos encima. El problema es que en el gobierno no parece haber quien tenga la menor idea de qué es una contracción monetaria y cuáles son sus efectos.
Vamos a la reacción de la banca ante la pérdida de depósitos. Los bancos de la eurozona están obligados a mantener el 2% de sus depósitos en forma líquida, esto es, en forma de dinero emitido, de una forma u otra, por el Banco Central Europeo. Cada vez que un depositante retira 1 euro, el banco tira bien de su exceso de reservas (si está por encima del 2%), bien de sus reservas obligatorias, lo que significa que tiene que reponerlas de inmediato. La forma de reponer reservas líquidas es vender otros activos, menos líquidos que el dinero. Los bancos españoles no pueden obtener liquidez de los préstamos hipotecarios y otras inversiones, que son invendibles y cuya realización es muy lenta. La vía rápida es vender deuda pública, para la que hay un mercado muy líquido. Parece que la banca española, ante la retirada de depósitos, y una vez agotado su exceso de reservas, ha tenido que reponer reservas obligatorias vendiendo deuda soberana de España.
Es difícil exagerar el contratiempo que este cambio de orientación supone para la situación financiera del gobierno. Desde noviembre de 2011, no hay inversores extranjeros que pujen en las subastas de deuda española. Sólo la banca española lo hace, dados los condicionantes políticos y el pacto de Estado que existe entre el gobierno y la banca; de ahí el especial interés del gobierno en apoyarla, caiga quien caiga. Pues bien, entre diciembre de 2011 y abril de 2012, la banca española ha adquirido 87.000 millones de deuda soberana de España; en buena medida, gracias a las grandes subastas de dinero llamadas «3-yr LTRO», en la jerga del BCE. Pero, tras dos de esas subastas, el BCE no ha vuelto a anunciar ni siquiera planes de una tercera. Para reponer reservas líquidas, por tanto, la banca española no ha tenido más remedio que vender deuda soberana de España, por primera vez en nuestra historia reciente. Unos 17.000 millones desde mayo, y 9.300 millones sólo en julio, siempre según datos del BCE. O sea, que el proceso, tanto en pérdida de depósitos como en venta de deuda, se acelera.
Así se explica, con datos estrictamente financieros, el «pico» en la prima de riesgo de España, al superar los 500 puntos básicos y en algunos momentos los 600; zona de peligro de la que no hemos salido todavía ni, previsiblemente, vamos a salir. Lo que ha ocurrido es que, hasta abril, la banca española compraba deuda en el mercado secundario, lo que mantenía la prima en niveles altos pero aún no alarmantes. Ahora la banca española vende en vez de comprar. ¿Y quiénes compran ahora la deuda? Especuladores. Son especuladores los que compran, con una prima muy alta, esperando que la situación mejore: compran deuda barata para venderla cara. Son quienes especulan, digamos, a favor de España. ¿Les daremos las gracias, después de habernos metido con ellos cuando ocurría al revés? Claro que no. Lo hacen para ganar dinero, como antes. Sólo que unas veces nos perjudica y otras nos favorece, como ahora.
El verdadero problema, en este momento, no está en los que compran, sino en los que venden, los bancos españoles. Y no lo hacen para ganar dinero, sino porque están con el agua al cuello. De hecho, podrían estar registrando importantes pérdidas, si compraron la deuda a un precio y la tienen que vender ahora a otro que les perjudica. Pero no tienen más remedio porque se trata de cumplir con una regulación europea. Los obliga a ello la retirada de depósitos. Y lo que es peor, el reloj avanza. Y lo hace para todos. El gobierno puede esperar una subida considerable de los intereses en la subasta prevista para el próximo jueves. Puede que hasta se invierta la relación subastas/mercado secundario. Hasta ahora las subastas eran más favorables que el mercado secundario. Ahora puede ocurrir lo contrario. De otra forma, los bancos españoles podrían entrar en pérdidas milmillonarias, y lo que se los recapitalice con el gran rescate bancario de 100.000 millones, se acabará yendo por el desagüe con la pérdida de depósitos vía reventa con pérdidas de deuda pública. Precisamente para evitar que el rescate bancario sea una filfa, puede llegar a ser inevitable el rescate «integral».
¿Y qué hace mientras tanto Rajoy, aparte de jurar y perjurar que lo que ha hecho lo hizo porque era necesario? Nada, sencillamente, esperar. Espera que los socialistas franceses le saquen las castañas del fuego. Que el BCE nos rescate sin necesidad de pedírselo. Que nos haga un bail-in, como siempre, por nuestra bella cara. Porque hay que premiar al que hace los deberes. Porque España es muy importante para Europa. Porque si caemos nosotros, caerá el euro. Y todas esas zarandajas propias de políticos que no están a la altura de la emergencia que atravesamos.
martes, 12 de junio de 2012
Lo que nos dice la prima de riesgo
Ayer fue un mal día en los mercados, peor de lo que pueda parecer a simple vista. El fin de semana pasado, la eurozona (y de rechazo el conjunto de la Unión Europea, sin haber sido consultada) se había embarcado en un esfuerzo sin precedentes por dar una solución definitiva a la crisis financiera antes de las elecciones griegas, con el compromiso de prestar hasta 100.000 millones de euros para la reforma estructural del sistema bancario en España. El experimento era crucial; se trataba de un «rescate» no convencional, si por convencional entendemos los que han tenido por objeto Grecia, Irlanda y Portugal. Tan es así, que la troika (el trío de técnicos de la UE, el BCE y el FMI encargados de vigilar el cumplimiento de las condiciones pactadas, Memorandum of Understanding o MoU) no quería ser llamada troika en esta ocasión. Realmente, no hace falta: Montoro ya los ha rebautizado castizamente como los «hombres de negro». Ayer, los mercados tenían que reaccionar a esta aparatosa escenificación, y la reacción fue pobre. La prima de riesgo volvió a situarse por encima de los 500 puntos básicos. Hoy, todo son explicaciones del hecho. Que si las condiciones no están claras, lo que es cierto; que si la política europea pierde credibilidad a velocidad de vértigo, lo que también. Pero nadie da, a mi juicio, en el clavo. Nos hemos autoconvencido de una manera tan firme de que hablar del «contagio» es una forma de echar balones fuera, que somos incapaces de reconocer el verdadero contagio cuando lo tenemos delante de las narices. En Twitter pronostiqué el resultado de la prima de riesgo el domingo. Dije que ni bajaría como esperaba el establishment ni se iría a la estratosfera como en los rescates convencionales; que se quedaría sobre 500, y sobre 500 está. Sospecho que se mantendrá, con cierto crecimiento, no demasiado intenso (no a 1200 y cosas así, como los rescatados antes), hasta las elecciones griegas. Estamos en un compás de espera. El riesgo ahora es, justamente, el contagio de Grecia.
Christine Lagarde, directora-gerente del FMI, ha dicho que se dispone de tres meses para salvar el euro. Vuelve a equivocar el tiro. El euro, como proyecto monetario transnacional, no corre verdadero peligro. El peligro es que el euro escupa a una serie de países que no cumplen los requisitos para estar en esa clase de moneda común. Lo señalé hace unas semanas, en una entrada de este mismo blog, sólo que escrita en inglés. Ahora lo repito en castellano. El euro se basa en una teoría económica, formulada hace décadas por Robert Mundell, premio Nobel de Economía en 1999. Lo que Mundell dijo es que una moneda común tan sólo se puede sostener en lo que llamó una «zona monetaria óptima». Con esto, quería significar un territorio donde sea posible realizar determinados ajustes de productividad. Cuando una parte de la zona pierde competitividad frente al resto, hay que ajustar salarios (lo que ahora se llama «devaluación interna») o tiene que producirse emigración. Una tercera posibilidad es que una política fiscal común retrase el ajuste, pero al precio de elevadas tasas de desempleo en la parte menos competitiva. Resulta que España es el ejemplo claro de pérdida de competitividad en una zona monetaria (es claro frente a Alemania), pero los mecanismos de ajuste no funcionan o funcionan lentamente. Determinada fiscalidad (sanidad y educación públicas) sostiene a la sociedad a pesar del desempleo. Entonces, se entra en la «consolidación fiscal», o sea, la reducción drástica del déficit vía gasto público, para forzar el ajuste. Pero la cosa sigue sin funcionar. Lo único que ocurre es que aumenta el desempleo. Es más, el desempleo aumenta aunque las cotas de devaluación interna son apreciables. Conclusión: la zona monetaria es subóptima, y la moneda común difícilmente se podrá mantener sobre ella.
España no es Grecia, por descontado. Pero ocurre que, por una confluencia planetaria, por otro nombre destino, han venido a coincidir un test crucial para la eurozona, en la solución de los problemas de España, y un problema político de otro orden, que podría terminar en la expulsión de Grecia de la eurozona. La salida de Grecia está cantada, prácticamente, pero ahora la cuestión es cómo digieren los mercados este trauma. Y mi tesis es que, si los mercados han asimilado y comparten la teoría de las zonas monetarias óptimas, como creo que la comparten, habrán llegado a la conclusión de que la reforma bancaria en España, por importante que sea y por mucho dinero que Europa invierta en ella, no es suficiente para transformar la zona monetaria, de subóptima, en óptima.
A partir de aquí, todo lo demás es sencillo. Si el euro debe sobrevivir, y por supuesto que Alemania y Francia, por encima de diferencias ideológicas y personales, se encargarán de que sobreviva; si la eurozona debe sobrevivir, repito, tendrá que ser a costa de expulsar de su seno a los países que impiden que sea una zona monetaria óptima. Y si Grecia sale ahora, o en unas semanas, los mercados entenderán que el proceso de expulsión ha empezado y que no parará hasta que la eurozona puede considerarse «óptima». En otras palabras, la salida de Grecia será tomada por los mercados como señal de la inmediata salida de Portugal, quizá Irlanda, bien seguro que España, y habrá que ver si también Italia. Y, en reacción lógica a esa expectativa, empezarán procesos «especulativos» (pero enteramente naturales) contra la deuda soberana de esos países. El mantenimiento de la prima de riesgo española en niveles de «prevengan» anticipa estos movimientos. Si gana la izquierda en Grecia, la prima de riesgo española subirá sensiblemente de nivel. Y si Grecia sale finalmente del euro, la prima de riesgo española se disparará a niveles de rescate convencional.
lunes, 11 de junio de 2012
Pasta gansa para España
Estas cosas siempre son un disparate. Europa pone 100.000 millones de euros para arreglarle el cuerpo a la banca española, y el asunto no puede salir bien. Y no puede salir bien por un error (o quizá no tan error) de concepción. Estamos en el capitalismo. Aquí cada cual se tiene que buscar la vida, y el que no la encuentre, al hoyo. Eso vale para los bancos tanto como para todo lo demás. (Bueno, quizá no tanto para los bancos, porque son tan importantes, ¿verdad?).
Supongamos que sale bien. Supongamos que los miles de millones se reparten «equitativamente» entre los bancos, y que éstos ponen su parte (¿de dónde, dejando de pagar dividendos una temporada a los accionistas?) hasta reunir los 170.000 millones en que se estima el agujero del ladrillo español. Estupendo, ya tenemos unos bancos reflotados a tope… y listos para competir y quedarse con todo lo que puedan del pastel del mercado único de servicios bancarios de la Unión Europea. ¿Qué pasará, previsiblemente? Que los bancos de otros países levantarán el dedito para decir: «Yo también quiero». De algún modo, la eurozona se ha juramentado, con este rescate, a poner en marcha la famosa unión bancaria, cualquiera que sea la naturaleza de ésta, cosa que nadie conoce más allá de alguna obviedad, como que tiene que haber un supervisor único, un fondo de garantía de depósitos único y detalles así, que conoce cualquiera de mis alumnos de 5º de Administración y Dirección de Empresas. Luego la eurozona se ha metido en un callejón sin salidas laterales, que no sabemos a dónde la va a llevar.
A continuación, está la postura que pueda adoptar el Reino Unido, que no es miembro de la eurozona, que pagó en su momento de su bolsillo el rescate de sus bancos, y que se puede ver (se verá) perjudicado por ayudas públicas a un competidor de la Unión Europea. Ahí, la UE está abocada a una negociación que puede ser tan larga como la de principios de los años ochenta del siglo pasado, y que concluyó con la aprobación del «cheque británico». Sólo que ahora el Reino Unido va a contar con aliados como Polonia, Austria, Holanda y Finlandia. Y aunque no somos más pobres que hace treinta años, tenemos mucha menos riqueza en forma líquida, lo que dificulta el pago de cualquier cheque.
Y está la cuestión de España. España, ese país de baja productividad que, sin embargo, siempre se las arregla para recibir un trato de favor excepcional. Para que nos hagamos una idea, entre 1989 y 2006, España recibió unos 200.000 millones de euros en dinero de fondos europeos, mientras que el segundo país más beneficiado fue Italia, con unos 70.000 millones recibidos desde 1957. O sea, primeros, con el triple de beneficios que el segundo. Gracias a eso tenemos más autovías que nadie (excepto Alemania) y más tren de alta velocidad que nadie (incluida Alemania). Resulta que nos metemos en el fiasco del ladrillo ¿y tiene que venir Europa también a sacarnos del atolladero? No sorprende que algunos países afilen sus cuchillos, para cortarnos el cuello si pueden. Puñetera envidia, claro está. Y, para colmo, el pánfilo de Rajoy viene a presumir de que poco menos que nos van a regalar los 100.000 millones del rescate bancario. Holanda y Finlandia, sobre todo, estaban que echaban las muelas en la reunión del Eurogrupo del sábado 9 de junio.
Y luego está Grecia. Parece evidente que uno de los efectos inmediatos de toda la operación será inclinar el voto de los griegos hacia los partidos que quieren menos austeridad aun manteniéndose en el euro. Los españoles hicieron sus deberes: es lo que se les dirá, y vosotros no. Pero la sospecha de favoritismo planeará y se aliará con las recomendaciones, muchas veces técnico-profesionales, de economistas de prestigio, que sostienen que tanta austeridad no es buena. Pero aquí Merkel, o sea, Alemania, no puede aflojar ni un milímetro, porque si afloja el patio se le desmanda. Alemania, como todo buen organizador, sabe que la clave radica en un sistema eficiente de premios y castigos. A España se la premia, ostensiblemente; a Grecia se la castiga, no menos ostensiblemente. Pero una vez resuelto el problema de Grecia con su salida del euro, las cosas cambiarán. Empezará una complicada negociación con Irlanda, a la que también hay que favorecer porque ha sido «buena» aunque las cosas no están saliendo como se esperaba. Todo el mundo siente pena por Irlanda, verde país de gentes tan melancólicas. Habrá que aflojar la austeridad con ella. Pero al mismo tiempo, y una vez que el «delincuente» griego (en inglés delinquent es el que no paga lo que debe) no pueda beneficiarse indebidamente porque ya no estará en el euro, Alemania mostrará con claridad que España también está intervenida, para que Irlanda no se pase en sus expectativas.
Así pues, Rajoy puede esperar de tres a seis meses «dulces», en los que el paro bajará, sobre todo por el turismo, y la Bolsa subirá y todo parecerá enrumbarse del mejor modo. Pero al término de ese plazo, la troika empezará a meter las narices para garantizar que ni un solo euro de los 100.000 millones se desvía de los bancos para ir a financiar, por ejemplo, a las ineficientes Comunidades Autónomas, o las dispendiosas sanidad y educación públicas. Todo, todo tiene que ir a los bancos. Y a ver en qué condiciones prestan los bancos a toda esa panda de morosos que han vivido de la deuda pública. Es decir, los ajustes de Rajoy continuarán. Porque el plan es que los bancos suban sus cotizaciones a la estratosfera, porque España se vea inundada de capitales extranjeros, de modo que el FROB pueda ir vendiendo sus acciones y recuperando el capital invertido, para devolver el préstamo. Y, con un poco de suerte y la debida supervisión de la troika, las cosas saldrán como es debido. Y los españoles ni nos enteraremos. ¡Malditos enchufados!
Pero como el mundo entre en la recesión que muchos esperan, como gane Romney en Estados Unidos (quien apretará el presupuesto más que Obama, lo que no dejará de sentirse en Europa), como la Bolsa española no recupere niveles de bonanza como los necesitados para que el FROB recupere el dinero que España debe a Europa, entonces nos vamos a enterar de verdad de lo que es un rescate.
domingo, 3 de junio de 2012
Errores que han conducido a la crisis de Bankia
Cuando la crisis financiera se desencadenó en el verano de 2007, los economistas atribuyeron sus causas a la emisión de derivados «tóxicos» con hipotecas subprime como subyacente. Tomaban el detonante por la causa profunda. El caso es que, como los bancos y cajas españoles no tenían esa clase de activos en sus balances, se pensó que España estaba fuera del alcance de la crisis. Y se continuó creyendo tal cosa incluso tras el 15 de septiembre de 2008, cuando quebró Lehman Brothers.
La cosa se atribuyó a la excelente supervisión del sector crediticio por el Banco de España (BdE). «El BdE no habría permitido esa clase de inversiones», se decía. Supongamos que era cierto. Había otra razón, sin embargo, para que la banca española no invirtiera en derivados de hipotecas-basura de EE.UU., y es que estaba bien cargadita de hipotecas de nacionales. Sea de ello lo que fuere, proliferaron los elogios al BdE. Conjuntamente con su papel supervisor, se alabó también su papel como regulador. El sistema de provisiones, que obliga a las entidades a dotarlas por encima de lo que es estrictamente necesario en cada momento, también se valoraba muy positivamente. A diferencia del resto de entidades del mundo, obligadas a dotar provisiones específicas contra la morosidad, las españolas han estado obligadas a dotar también provisiones genéricas, con cargo a beneficios. España acudió a la cumbre del G-20 en Washington, en noviembre de 2008, dispuesta a «vender» este modelo y el rol del BdE. Todavía en julio de 2009, una reunión del Ecofin (consejo comunitario de ministros de economía y finanzas) estudió la generalización del modelo español de provisiones a toda la Unión Europea. Pese a todo, España no ha conseguido que, bien en la UE, bien en el ámbito global de los acuerdos de Basilea III, se reconozca que las provisiones genéricas computan a efectos de «capital principal».
Mientras estas consideraciones eran las que dominaban el debate público, la actuación concreta del BdE como supervisor bancario arrojaba luces y sombras. Por una parte, desde el verano de 2007 presionó a las entidades a desprenderse de las filiales inmobiliarias que algunos habían constituido. Por otra, permaneció pasivo frente a inversiones especulativas de alto riesgo. Por ejemplo, a principios de 2007 Caja Castilla-La Mancha invirtió casi 100 millones de euros en adquirir acciones de una inmobiliaria cuya cotización cayó a la décima parte de su valor anterior pocas semanas de después. CCM perdió no menos de 80 millones de euros en aquella operación. El BdE no reaccionó. A lo largo de 2008, hubo episodios de alarma social sobre la capacidad de la Caja de hacer frente a sus depósitos, pero el BdE siguió sin reaccionar. Por fin, en febrero de 2009 fue el Banco Central Europeo el que detectó que CCM se debía de estar quedando sin activos de garantía que descontar, y por tanto sin liquidez, y encendió las luces de alerta. Entonces procedió el BdE a intervenir la Caja.
A lo largo de 2010, con la crisis de la deuda soberana, el foco se desplazó hacia la banca, obligada a absorber cantidades ingentes de deuda pública. Entonces se apuntaron las primeras dudas de los mercados acerca de su solvencia, dado el peso, creciente, de los activos inmobiliarios y sus derivados en sus balances. El BdE cometió su siguiente error. Convencido del poder de su reputación, enaltecida en los dos años anteriores, creyó poder intermediar entre las entidades y el mercado, oficiando de portavoz de las mismas. Prevalecía aquí un concepto trasnochado del secreto bancario, cuando lo que querían los mercados era información detallada de las inversiones y sus riesgos. La farsa de los tests de stress, repetida dos veces, no hizo nada por mejorar la confianza de los mercados.
Pero el mayor error fue el cometido por el gobierno anterior de creer que bastaría con atacar la situación de las cajas de ahorros dejando tranquilos a los bancos. Hubo en esto cierto dogmatismo liberal, que vio en la conversión de las cajas en bancos la oportunidad histórica para una última desamortización. También se pensó que sacrificando a las cajas, sin dueño conocido, se podía evitar ajustes a los bancos, con millones de accionistas. A todas luces, la operación fue producto de una alianza de ensueños doctrinarios e intereses electorales. Y completamente inútil. En ella se han perdido unos meses preciosos y se ha destruido importantes sumas de capital.
Se empezó por fomentar las «fusiones frías» entre cajas. De una de ellas, surgió Bankia. Una soberana estupidez, nacida de la manía española por los «campeones nacionales», que promueve el gigantismo. Un concepto de recién llegados a la competencia global. Lo único que se ha conseguido es crear entidades demasiado grandes para dejarlas caer y también demasiado grandes para poder rescatarlas con los recursos que el país puede reunir. La antesala inmediata de la tribulación actual.
El problema de fondo que se quería resolver con la privatización era la incapacidad de las cajas de acudir al mercado de capitales, al no ser sociedades por acciones. Una vez transformadas en bancos, este problema parecía solventado. Se obligó a todas las entidades a recapitalizarse. Así salieron a Bolsa Bankia y otras entidades, hace menos de un año. Lo que se logró es comprometer los ahorros de pequeños inversores, ya esterilizados para financiar inversión real. Y una medida nuevamente inútil para contener la desconfianza de los mercados. El problema no era ése. En EE.UU. hay muchos bancos pequeños, que tampoco tienen ocasión de acudir a la Bolsa y que, no obstante, funcionan razonablemente bien.
El gobierno actual ha continuado con la política de fomentar el gigantismo y recapitalizar para tranquilizar al mercado, iniciada por el anterior. Así, ha forzado mayores provisiones y, al mismo tiempo, concede plazos más largos para dotarlas a las entidades que se fusionen. Pero tampoco así ha conseguido tranquilizar a los mercados. Todavía no han entendido la naturaleza del problema. Es el desconocimiento de los balances de los bancos lo que provoca la desconfianza. Durante el tiempo en que el BdE pretendía actuar como portavoz y garante de la información de las entidades, los mercados no pudieron por menos de pensar que cuentas tan bien protegidas tenían «gato encerrado». El problema era y sigue siendo la falta de transparencia de las entidades. La retirada del BdE a un segundo plano y la entrada en escena de auditores independientes, por sospechosa que sea su reputación, dará mayor credibilidad a los balances bancarios a los ojos del mercado. Pero incluso eso será insuficiente a estas alturas de la crisis.
La sobrecapitalización propuesta en el plan Goirigolzarri retrasará la aparición de una nueva fase aguda de la crisis bancaria. Para resolver ésta, no hay otra fórmula que una reforma estructural, ésta de la clase que no cabe esperar de gobiernos como el actual o el anterior. La raíz de la opacidad del sector bancario se encuentra en la existencia misma de la banca universal, banca que presupone una amalgama de riesgos casi imposible de desentrañar incluso para las propias entidades. Habría que disponer de información en el ámbito de la sucursal bancaria, y procedente de todas las oficinas de cada entidad, para valorar adecuadamente los riesgos. Una reforma que ponga fin a este estado de cosas es exactamente lo que el país necesita.