domingo, 2 de julio de 2017
El Orgullo Gay y sus detractores
jueves, 6 de noviembre de 2014
La recuperación es un bluf
Sorprende el triunfalismo del gobierno ante datos tan pobres como los que últimamente se vienen registrando, y hasta se enfadan si no reconoces sus logros. Pero todavía es peor la entrega de la oposición, cuando admite que "los datos macroeconómicos son buenos, pero la creación de empleo va lenta y el ciudadano apenas nota la recuperación". Ninguno parece consciente de que la recuperación, más que lenta, es frágil y está a punto de irse a pique.
Se preguntarán ustedes el porqué. Muy sencillo. La recuperación depende de varias reformas estructurales y muy señaladamente de una: la reforma laboral. Las medidas adoptadas por el gobierno en este ámbito han debilitado a los sindicatos, desarticulado la negociación colectiva, facilitado y abaratado el despido, forzado incrementos de productividad sin retribución y, en resumidas cuentas, reducido considerablemente los costes laborales unitarios. Tenemos un empleo mucho más precario, que los asalariados aceptan porque hay un volumen impresionante de paro. Y la macroeconomía mejora porque menores costes facilitan la exportación, lo que permite que crezca (débilmente) el empleo. El mismo efecto de devaluación salarial ha favorecido la mayor llegada de turistas de la historia.
¿Dónde está el fallo del modelo? La devaluación salarial acaecida en España es una devaluación competitiva. Las devaluaciones competitivas son de tal naturaleza que cualquier país puede llevarlas a cabo. Todas las medidas de desorganización del mercado de trabajo emprendidas por el gobierno se quedarían en agua de borrajas si los demás gobiernos de Europa las imitaran; hasta ahora no han mostrado intención de hacerlo. En otras palabras, el gobierno ha tenido cierto éxito con el permiso de los demás gobiernos de la Unión Europea, que renuncian a hacer cosas parecidas para facilitar la solución de los problemas de la economía española; y contando con la pasividad de los sindicatos alemanes y franceses, entre otros. El gobierno español ha obtenido cierto éxito destrozando el mercado de trabajo porque los mercados laborales de otros países europeos están bien organizados. Pero eso podría empezar a cambiar. Por eso digo que la recuperación es frágil.
Y digo que está a punto de irse a pique porque hay signos de que podría estar cambiando ya. El crecimiento de las exportaciones españolas empieza a verse en Europa, al menos en medios sindicales, como una causa concomitante de la recesión que se cierne sobre la economía comunitaria. La marcha del sector del automóvil es ilustrativa de esa dinámica. El automóvil es la punta de lanza de las exportaciones españolas. Los fabricantes europeos con factorías en España están sustituyendo producción francesa, alemana y británica por española. Nosotros exportamos a Francia automóviles Renault y Citroën, a Alemania Wolkswagen y Opel, y al Reino Unido Ford, y la producción de esos fabricantes disminuye en esos países en la misma medida que aumenta en España. Las plantillas sufren despidos y regulaciones de empleo, porque los vehículos españoles son más baratos. Los sindicatos empiezan a decirse que algo hay que hacer.
Los franceses son quienes más avanzado tienen ese debate, también porque la situación de la economía gala no termina de enderezarse y de servir de motivo de preocupación a sus socios comunitarios. El gobierno francés dice a los sindicatos que no puede hacer nada, dada la libre circulación de mercancías en el entorno comunitario: los automóviles fabricados en España tienen exactamente el mismo derecho a ser vendidos en Francia que los producidos allí. También los fabricantes franceses juegan a hacer competir a los trabajadores españoles con los franceses. Uno puede imaginarse a los grandes patronos del Grupo PSA (Citroën, Peugeot) y de la Renault diciendo: "Claro que estamos por volver a traer el trabajo a Francia, pero los españoles se han apretado el cinturón y vosotros no". ¿Hay que ser adivino para imaginar lo que pasará si la economía francesa continúa dando problemas, o si un gobierno de derecha llega a cohabitar con el presidente Hollande? Toda Europa entraría en una carrera por ver quien paga salarios más bajos.
Y mientras los fatuos de aquí sacando pecho por una política de derechas cuyo éxito depende de que en Europa sea haga una política de centro o incluso de izquierdas. Observemos qué pasa si la Unión Europea entra en recesión. Ojalá me equivoque al predecir que lo ocurrido en España, tan celebrado hoy, será visto como el primer episodio de una gran y prolongada deflación.
martes, 24 de junio de 2014
Reforma fiscal contra Podemos
Se equivocan, nos equivocamos quienes hemos visto en la reforma fiscal anunciada estos días simplemente una operación para llenar (otra vez) el bolsillo de los ricos. Los "ricos" son tan pocos hoy en España que apretarles o favorecerles con impuestos tiene muy relativamente poca repercusión. Naturalmente, Rajoy y Montoro les favorecen, que para eso son de derechas. Pero la cosa tiene bastante más calado. Además de favorecer a los ricos, favorece a las rentas de menos de 30.000 euros anuales; las explicaciones en contrario no terminan de convencerme.
El gobierno está aterrorizado por el ascenso de Podemos, y tiene una teoría sobre el asunto. A Podemos tienen que haberle votado los zarrapastrosos y marginotas, los vagos que prefieren cobrar 400 euros al mes a dar un palo al agua, los pensionistas que sostienen a sus hijos y nietos, los desgraciados por los que el PP no ha hecho absolutamente nada, fuera de exprimirles hasta el tuétano.
O sea, quienes disponen de menos de 30.000 euros anuales.
jueves, 29 de mayo de 2014
El modelo español hace agua
Lo vengo prediciendo hace meses. Los saldos deudores de España en TARGET2 muestran que desde principios de año el dinero tiende a salir de España. Este dato, que a muchos puede parecer que no justifica una interpretación general de lo que puede estar pasando en la economía española, en realidad, lo dice todo. Porque otros indicadores pueden decir lo contrario; pero eso carece de importancia, porque el que señalo es el más adelantado de todos. Lo que no quiere decir otra cosa que, tarde o temprano, los demás terminarán ajustando su paso al del más adelantado. Vayamos a lo que puede significar el dato.
La salida de dinero tiene su origen en un déficit la balanza de pagos, crónico en la economía española desde el Plan de Estabilización de 1959 y que forzó repetidas devaluaciones hasta nuestra entrada en el euro, las últimas cuatro en 1992-95. Después de 1999, se perdió la devaluación como herramienta de política económica, pero la burbuja inmobiliaria vino a remediar temporalmente el problema. (Siempre digo que las burbujas no son incondicionalmente malas ni buenas, como nada en economía; son buenas mientras duran, malas cuando se acaban). Aunque el déficit latente de pagos seguía ahí, la llegada de dinero del exterior para invertir en el ladrillo vino a suplirlo. Y así se continuó hasta la crisis. Luego vino el pinchazo del ladrillo y la salida de dinero a chorros, sólo compensada gracias al propio mecanismo de TARGET2, que permite anotar el déficit de pagos interbancarios como "deuda" con el Sistema Europeo de Bancos Centrales en lugar de suponer la salida efectiva de dinero del país, evitándose con ello el consiguiente impacto deflacionista. La deuda en TARGET2 creció hasta máximos (434 mil millones de euros) en agosto de 2012; después, se redujo de forma prácticamente ininterrumpida hasta diciembre de 2013, hasta 213 mil millones. Y en los cuatro primeros meses del año ha vuelto a aumentar; poco, hasta 230 mil millones. Pero podría ser un punto de inflexión.
Varios gráficos que publica hoy Miguel Puente Ajovin (@CaoticaEconomia) ayudan a entender lo que puede estar pasando. En primer lugar, las importaciones vuelven a crecer más que las exportaciones; segundo, pese a todo la economía española sigue creciendo, lo que significa que la demanda interior está tomando el relevo de la demanda exterior; y tercero, crece intensamente la inversión en bienes de equipo mientras se mantiene deprimida la demanda inmobiliaria. O dicho de otra forma, las exportaciones hacen de "motor de arranque" de la demanda interior. Cuando ésta coge fuerza por sí misma, pega un tirón a las importaciones, que acaban por neutralizar o incluso superan al aumento de las exportaciones (sobre todo cuando, como ocurre ahora, la coyuntura internacional no ayuda). Finalmente, la "salida" de dinero, aunque sea de mentirijillas, como es el caso con TARGET2, termina por forzar una revisión a la baja de las expectativas de los mercados sobre la economía española. Antes del euro, la especulación contraria se traducía en necesaria devaluación; ahora, en ascenso de la prima de riesgo. Luego yo esperaría una subida de la prima de riesgo a pocos meses vista, si el aumento de la deuda en TARGET2 no se troca pronto en nuevas y firmes reducciones de la misma.
Lo que tenemos es la eterna restricción exterior al crecimiento de la economía española, detectada por muchos notables economistas desde hace décadas. Las duras reformas de este gobierno no han sido capaces de eliminarla, y ahora volvemos a estar al cabo de la calle. Mientras se pudo hinchar la burbuja inmobiliaria, todo fue bien, porque esa burbuja flexibilizaba la restricción, hasta anularla, gracias a la inducción de inversión extranjera. Después, nos cayeron encima todos los males. En agosto de 2012, Mario Draghi ofreció el Banco Central Europeo como solución de recambio a la burbuja, a fin de estabilizar la economía española. Pero ya voces se alzan en Alemania - incluido el propio ministro de Finanzas Schaubel, que hasta hace poco se contaba entre las "palomas" - para decir que, si nosotros debemos 230 mil millones de euros (los que más, por delante de los 171 mil millones que debe Italia), a ellos se les debe 477 mil millones (a los que más), y que verdes las ha segado Draghi prometiendo que el crédito alemán y nuestro débito puedan aumentar tanto como nos venga en gana a los españoles.
miércoles, 14 de mayo de 2014
El dinero no termina de confiar en España
Ahora que unos echan las campanas al vuelo celebrando la salida de la crisis y otros destacan que la presunta recuperación (que dan por sentada para los "ricos") no llega a los "pobres", de manera que la situación económica ha dejado de ser una preocupación según las encuestas aunque lo continua siendo el paro, precisamente ahora hay que decir, con toda claridad, que la recuperación no está ni mucho menos asegurada. Toda la discusión que se está dando acerca del paro es relevante en el plano social, pero hay otra mucho más urgente en el económico, toda vez que si la economía no termina de arrancar (y no arranca) mal podrá reducirse el desempleo.
Verán ustedes, me fijo en un único indicador: la entrada o salida de dinero del país. Me dirán: "¡Pero hombre, algo más tendrá usted que considerar...!" Pues la gravedad del caso es tal, que no. Como el médico en una neumonía doble (y créanme que la gravedad de España no es menor) desecha todo tipo de síntomas excepto la fiebre, y está pendiente de la fiebre hasta que ésta remite, de manera que sólo cuando remite puede tratar otros síntomas, así el economista, ante una crisis de solvencia como la española, que llevó la prima de riesgo por encima de 600 puntos hace menos de dos años, tiene que estar pendiente en este momento de un "termómetro" adecuado al caso, a saber, si el dinero entra en el país, lo que indicaría que la confianza en esa economía retorna a los mercados y la crisis de solvencia se va solucionando, o, si por el contrario, el dinero sale del país, lo que indicaría justo lo contrario.
Ya me referí a este problema en una de mis últimas entradas, donde examinaba la situación de ese indicador hasta marzo. La situación no ha mejorado en abril, mes en el que ha vuelto a salir dinero de España, por importe aproximado de 3.500 millones de euros. En el gráfico de abajo se observa la evolución del indicador, medido por nuestra deuda en el sistema de pagos Target-2, al que pertenecen los miembros del Eurosistema, es decir, el sistema bancario de la zona euro. Abril ha sido el tercer mes, en los últimos cuatro, en que sale dinero de España. Y ha sido un mes de un registro "fabuloso", en términos de turismo (por la Semana Santa), reducción del desempleo, aumento de cotizantes a la Seguridad Social, etcétera, etcétera. ¿Saben qué ocurre? Que esa nueva alegría de la sociedad (no de toda, desde luego, sólo de la parte que ha sufrido menos durante la crisis), ese incremento del consumo, siguen a la percepción de la entrada de dinero, de forma ininterrumpida, entre agosto de 2012 y diciembre de 2013. Pero en los cuatro primeros meses de 2014, el dinero ha dejado de entrar y, en términos netos, ha empezado salir. Concretamente, España ha perdido unos 17.000 millones de euros desde diciembre. Los mercados lo empezarán a percibir con cierto retraso (lo que podría traducirse en repuntes de la prima de riesgo), y la sociedad lo percibirá todavía más tarde.
Me dirán que el gráfico indica cierta vacilación, pero no una marcha definitivamente mala; de hecho, la deuda de España en Target-2 se mantiene aproximadamente estable en los últimos meses. Y algo de verdad hay en ello. Una marcha como la de los últimos meses sería incluso favorable, con tal de que se registrara a un nivel de deuda cero. Pero no se registra a ese nivel; se registra a un nivel de 230.000 millones de euros de deuda de España con los restantes miembros del Eurosistema, lo que equivale a un verdadero rescate de regulares dimensiones, sólo que no instrumentado a través de un préstamo formal sino de un descubierto en cuenta corriente. Es cierto que esa deuda llegó a estar mucho más arriba, en 434.000 millones de euros en agosto de 2012 (la sima que se aprecia en el gráfico), y que se ha reducido en 200.000 millones desde entonces. Esto ha generado el clima de optimismo sobre España, que el gobierno ha explotado y explota hasta la saciedad. Pero España no puede quedarse ahí. Cuando se mantiene una deuda de esas proporciones, o se continúa reduciéndola a paso firme, o lo más probable es que a no muy largo plazo vuelva a presentarse una nueva crisis de solvencia.
jueves, 24 de abril de 2014
El dinero no sabe si va o viene
lunes, 31 de marzo de 2014
La economía española da muestras de desfallecimiento
El Banco de España acaba de hacer público que la balanza de pagos de la economía española ha vuelto a deteriorarse en enero de 2014, por ampliación de la brecha entre importaciones y exportaciones. Es un dato particularmente desfavorable para el nuevo modelo económico español, eminentemente exportador. Junto a eso, el BdE ha dado a conocer que, en el mismo mes, salieron de España capitales por importe de 4.600 millones de euros, frente a los 28.000 millones que entraron en enero de 2013. Rigurosamente cierto. Lo que resulta más sorprendente es que no haya dado, al mismo tiempo, el dato de febrero en cuando a salida o entrada de capitales, dato que también tiene.
Desafortunadamente para todos, en febrero de 2014 ha vuelto a registrarse una nueva salida neta de capitales. Han salido por importe de 11.000 millones, frente a los 12.000 que entraron en febrero de 2013. Se encadenan así dos meses de salida de capitales, por un total acumulado superior a 15.000 millones de euros, que se comparan negativamente con los 40.000 ingresados en enero-febrero de 2013. Se rompe la serie de dieciséis meses, de agosto de 2012 a diciembre de 2013, en los que habían estado entrando capitales España de forma prácticamente ininterrumpida. Se prefigura un posible cambio de tendencia, de lo más preocupante.
Estos datos de salida de dinero, unidos a la posibilidad de que España pueda estar entrando en deflación y a otros indicadores, como la caída ininterrumpida de las ventas minoristas, anuncian un agotamiento ciertamente prematuro de los efectos de los recortes y reformas del gobierno Rajoy. Y es verdad que estos datos no han afectado, de momento, a la prima de riesgo y a los intereses pagados por la deuda. Pero estos últimos conciernen a la imagen que los mercados se forman de la coyuntura, imagen que siempre va por detrás de la realidad.
viernes, 11 de octubre de 2013
España coquetea de nuevo con el rescate
El mundo de la representación y el de la realidad se mueven con ritmos y a velocidades diferentes. Ahora que el gobierno saca pecho con sus logros económicos es cuando hay que echarse a temblar. Me explico.
Entre diciembre de 2011 y agosto de 2012, los primeros ocho meses de gobierno del PP, el Eurosistema, o sea, el conjunto de los bancos centrales de la zona euro, nos tuvo que prestar 260.000 millones de euros, para compensar la salida de dinero que se estaba produciendo de los bancos españoles en dirección a otros bancos de la eurozona, principalmente alemanes. Un rescate de tamaño regular, del que nadie ha hablado. La situación se tornó tan preocupante que Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo y principal responsable de la gestión del Eurosistema, salió a la palestra a garantizar la capacidad de pago de España. Gracias a la intervención de Draghi, los mercados concedieron un respiro España. Y España pudo mejorar algunos indicadores, de lo que ahora presume el gobierno. Entre septiembre de 2012 y mayo de 2013, devolvió 150.000 millones de los que había recibido previamente en préstamo. Seguramente, éste es uno de los logros más importantes.
Pero desde mayo hasta agosto de este año las cifras han mejorado poco. De hecho, en junio y julio permanecieron estancadas. En agosto, por primera vez desde hace un año, han vuelto a empeorar. No es buen síntoma. Ahora pueden pasar dos cosas. Puede que sea un momento de vacilación sin consecuencias a largo plazo y que en breve se reinicie la devolución de lo recibido en préstamo en los primeros meses de 2012. O puede ocurrir que estemos ante un cambio de tendencia. En este último caso, la garantía de Draghi ya no estaría siendo suficiente. Incluso es posible que los mercados ni siquiera reaccionen de forma adversa, por lo menos en un primer momento, toda vez que los préstamos monetarios intrasistema de la eurozona pasan desapercibidos excepto para los expertos. Pero los restantes bancos centrales, encabezados por el Bundesbank alemán, no se van a quedar quietos, fascinados por el "buen hacer" de Rajoy, si de nuevo ven crecer la deuda monetaria de España con ellos mismos. Máxime si se trata de una deuda, como en este caso, que no tiene plazos de devolución preestablecidos, como ocurre con los descubiertos en cuenta corriente; pero que, a diferencia de los descubiertos en cuenta corriente, por ella no estamos pagando intereses. Su devolución depende enteramente de la credibilidad que merezca la mejora del sector exterior de la economía española. Si esa credibilidad, que es realmente el único dato realmente positivo entre los indicadores de nuestra economía, llegara a ponerse en cuestión, la eurozona impondría el rescate formal, en lo fundamental para estipular compromisos concretos de devolución de la deuda monetaria, que supera los 250.000 millones de euros, y subordinar estrictamente nuestra política económica a los dictados de la troika como garantía de cumplimiento.
domingo, 22 de septiembre de 2013
Economía política de la Cataluña independiente
La escenografía separatista de Cataluña sigue adelante. Hace poco menos de un año traté el tema desde el punto de vista político, y realmente nada tengo que añadir a lo dicho entonces, que sigue siendo perfectamente válido. Lo que me interesa destacar ahora es que lo que empezó como una comedia amable ha adoptado recientemente tonos de novela picaresca. Es lo que llamo "economía política de la Cataluña independiente".
Lo que era de esperar ha ocurrido. La proverbial inacción de Rajoy ("hay asuntos resueltos por el paso del tiempo y asuntos que el paso del tiempo está por resolver") ha terminado por producir sus frutos; la Comisión Europea, ya de la nervios, se ha visto obligada a precisar que una Cataluña independiente estaría de facto fuera de la propia UE. Eso al Gobierno parece haberle dejado muy satisfecho, por aquello tan español de que mejor que otros resuelvan nuestros problemas, pero lo cierto es que no ha hecho más que complicar las cosas. Ahora nos vamos a dar cuenta de que, detrás de Mas y los soberanistas, ha habido la gran masa de los indignados catalanes, y que éstos no pueden por menos de haberse alegrado de la perspectiva de salir de la UE, a la que culpan de los recortes y reformas estructurales que han provocado el paro y el estado de malestar que vive no sólo Cataluña sino España entera. Es más, eso de que Cataluña saldrá de la UE no ha dejado tampoco indiferente a la indignados de toda España, que empiezan a ver con cierta envidia el proceso soberanista.
La reacción de Mas a las declaraciones de la Comisión Europea tampoco se han hecho esperar. Ni corto ni perezoso, ha prometido que, aunque Cataluña sea expulsada de la UE, se mantendrá en el euro. Hay que reconocer que el tal Mas, en enredar, es un verdadero experto. A sus indignados, la cosa no tendría que haberles hecho puñetera gracia, pero se da por descontado que lo ha dicho para tranquilizar al capital que, como los promotores de Barcelona World, también empezaba a ponerse nervioso. Pero el asunto tiene más enjundia de la que parece pues los capitalistas no son tontos, y se preguntarán cómo podría Cataluña estar fuera de la UE y dentro del euro; cabe esperar que el Govern tenga una respuesta. Y la respuesta es ésta: Cataluña podrá mantenerse en el euro incluso estando fuera de la UE si se convierte en un "paraíso fiscal". Y esta perspectiva es suficiente para que la Comisión Europea se repiense todo el asunto.
¿Y por qué no? Naturalmente, la UE prohíbe los paraísos fiscales, e incluso ha liquidado el de Chipre y estaba dando pasos para poner coto al de Luxemburgo. Pero una Cataluña independiente (y libre de cargas financieras, o casi, porque el pícaro Mas no piensa hacerse cargo de un solo euro de la deuda soberana de España: esto es crucial), y que hubiera sido expulsada de la UE, estaría fuera de su disciplina, y por tanto en plena libertad para convertirse en paraíso fiscal o lo que le diera la gana. Esto le abrirá la carnes a más de uno en Europa.
¿Y qué se tiene que hacer ahora? Para empezar, dar por terminado el "buen rollito" mantenido hasta ahora por Madrid (y cuando digo "Madrid" quiero decir todo el sistema político español). Estupideces extemporáneas, como lo de "catalanizar España", tan sólo responden a intereses mercenarios. Tampoco se puede continuar apelando a la "lealtad constitucional", como se empeña en hacer el PP, cuando el nivel de las apuestas convierte a la Constitución en papel mojado; algunos descerebrados sueñan todavía con meter los tanques en Barcelona, sin pensar que tendrían que sacarlos a los tres meses y con el rabo entre las piernas. ¡Qué más podría querer Mas que salir triunfante de la Cárcel Modelo! Y la España federal, tan cara al PSOE, no es más un ensueño de evasión en estos momentos. De manera que hay que prepararse para que el Govern declare unilateralmente la independencia de Cataluña sin que Madrid pueda hacer nada por evitarlo. Esto es lo que en otra parte he denominado "choque de trenes".
Lo primero será ajustar cuentas con Cataluña, a sabiendas de que que la falta de acuerdo llevará a que ambas partes pierdan. El pícaro Mas da por hecho que Madrid no querrá perder nada y que, no queriendo perder nada, acabará por perderlo todo. Es de una lógica implacable. Y sólo tiene una respuesta: estar dispuesto a perder, y a ver quién pierde más.
viernes, 24 de mayo de 2013
El problema de fondo de la economía española
Hay un análisis de la intensidad diferencial de la crisis en España, comparativamente a la del resto de Europa y el mundo desarrollado, que es profundamente erróneo. Viene a decir que nuestro problema radica en el estallido del llamado «modelo del ladrillo». Hasta 2007-2008, nos fue muy bien con el auge de los sectores inmobiliario y de la construcción, sólo que eso provocó un sobreendeudamiento de familias y empresas en un contexto de dinero barato propiciado por el Banco Central Europeo. Cuando vinieron mal dadas, sobre todo tras la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, todo ese montaje resultó insostenible y se vino abajo. Mala suerte; ahora habría que buscar un nuevo modelo de especialización. Hoy se puede afirmar claramente que ésa es una visión equivocada de la realidad. El ladrillo tan sólo sirvió para tapar el verdadero problema. Mientras no se entienda esto, España no saldrá definitivamente de la crisis.
Entre 1985 y 1995, se produjeron cambios cruciales tanto en la economía mundial como en la economía española. Los de andar por casa nos ocultaron los de mayor alcance, cuyas consecuencias para nosotros todavía pasan desapercibidas. En esos años, el mundo pasó de dividirse entre desarrollo y subdesarrollo a entrar en una era nueva que se llamó globalización. En el anterior orden económico internacional, el estatus de un país desarrollado estaba garantizado por su capacidad de producción industrial, a la que apenas podía acceder el mundo subdesarrollado. Éste existía sólo para proporcionar materias primas y mercados a la industria del mundo desarrollado. Todo funcionaba perfectamente, con alguna crisis que otra. Pero en esos diez años, todo cambió, aunque al principio la transformación únicamente resultó perceptible en algunos signos externos. Por una serie de circunstancias puestas en juego por el mundo desarrollado, pero que éste distaba de poder controlar, los países subdesarrollados comenzaron a adquirir industria. Su propia pobreza de partida se convirtió en una ventaja competitiva de primer orden, porque podían producir artículos industriales a un coste muy inferior. Al principio, los países antes subdesarrollados y ahora conocidos como «emergentes» accedían tan sólo a producciones industriales de tecnologías muy sencillas; pero en poco tiempo empezaron a progresar también en ese terreno. En lo fundamental, la división desarrollo/subdesarrollo empezó a desdibujarse. En adelante, ya únicamente habría competidores globales.
España debería haberse adaptado lo más rápidamente posible a esos cambios, pero no lo hizo. España era, desde hacía muy poco, un país desarrollado. Estábamos en el lado bueno de la antigua raya divisoria. En la década anterior, habíamos accedido a la democracia, el sistema político de los países desarrollados. Al comienzo mismo de la década de cambio, habíamos entrado en la Comunidad Europea, selecto club de un número sustancial de países desarrollados. Aceptar que había que olvidarse de los privilegios recientemente adquiridos era pedirnos demasiado, según parece. Gobernaba el PSOE, que al principio era consciente de las dos grandes transformaciones en que España estaba incursa. Pronto, sin embargo, se olvidó de la global y se concentró en la doméstica. Acuciado por tasas de desempleo que ya entonces eran superiores a la media europea, introdujo la precarización en el mercado de trabajo con la temporalidad de los contratos. Y ofreció educación para todos, en todos los niveles de enseñanza, como moneda de cambio (inevitablemente, barata) para sostener la democracia y lograr apoyos al proyecto europeo. Después vinieron la universalización de la sanidad pública y de las pensiones y el resto de elementos del Estado de bienestar. Cuando acabó la década de la gran transformación globalizadora, al partido que gobernó entre 1996 y 2004, el PP, le competía la responsabilidad de liderar al país en la dirección apropiada, corrigiendo el rumbo en cierto modo ensimismado de la economía. Pero ese partido optó por la línea de menor resistencia. En lugar de adaptar al país para la competencia global, prefirió un crecimiento intenso pero basado en producciones en las que no tenía competidor posible porque consistía en inflar una gigantesca burbuja inmobiliaria. La precarización del mercado laboral era funcional a ese proyecto. Y así nació el modelo del ladrillo como una estratagema para escapar a los cambios obligados por la globalización.
Durante dos lustros y medio, la cosa fue bastante bien. No sólo se pudo articular un crecimiento basado en la demanda interna y en producciones a salvo de la competencia exterior, sino que ese crecimiento atrajo capitales y mano de obra extranjera. ¡Qué guay, el milagro español! El problema es que, mientras llenábamos el país de edificios muy por encima de nuestras necesidades, y mientras nos endeudábamos hasta las cejas para poder hacerlo, nuestra industria y, lo que es peor, nuestra sociedad dejaba de lado la obligación de acometer cambios ineludibles. Nos ensimismamos más y más. En ese tiempo, las empresas españolas con capacidad de financiación exterior se volcaron en América Latina, porque allí se hablaba español. Aznar se inclinó hacia Estados Unidos y en detrimento de Europa, porque allí se valoraba más el español que en nuestro entorno. Los españoles teníamos probablemente el peor manejo del inglés de toda Europa. Todos reconocían las deficiencias del sistema educativo, pero nadie las abordaba porque ¿qué educación hacía falta, después de todo, para la construcción y el turismo?
Pero llegó 2008, y con la crisis de ese año el ajuste de cuentas de la economía española. En un contexto de financiación dura, opuesto al que lo había alimentado, el modelo del ladrillo se vino abajo como un castillo de naipes. Y con él, desapareció toda oportunidad de reiniciar un crecimiento sostenido sobre la base de actividades a salvo de la competencia exterior. Lo único bueno de la actual crisis se podría decir que es que, al arruinar el modelo del ladrillo, terminó esa diversión que nos hizo perder diez o doce años cruciales. Lo peor es que, cinco años después, parece que la sociedad española no ha aprendido aún la lección. Sigue ensimismada. Y el gobierno actual, del mismo partido que aquel otro gobierno que infló la burbuja inmobiliaria justo a tiempo para mantenernos al margen de la competencia exterior, solamente encuentra la salida de abaratar la mano de obra (por otro nombre, «devaluación interior»), lo que en definitiva viene a ser como decir: “Hemos disfrutado del desarrollo por encima de nuestras posibilidades; volvamos, pues, a la condición que nos corresponde, que es la de país emergente”.
sábado, 27 de abril de 2013
Rajoy, sin estrategia, sin ideas, sin nada
Mariano Rajoy llegó al gobierno convencido de que los mercados iban a reaccionar con optimismo a su éxito electoral. Le recibieron con frialdad y haciendo subir la prima de riesgo a su récord histórico. Peor aún, se empeñaron en no entender su tramposo retraso del presupuesto de 2012 para ganar las elecciones andaluzas, que terminó por perder. Bueno, un pequeño contratiempo. Decidido a echarle las culpas de todo a ZP, emprendió un salvaje ajuste del gasto público, que ha costado un millón de puestos de trabajo, entre efectos directos e inducidos. Pero, al fin, ha conseguido contentar a los mercados. A buen fin, no hay mal principio. El bueno de don Mariano ha podido darse cuenta de que no es el fin, sin embargo. Por más que él y sus corifeos repiten como un mantra que el año que viene se termina la crisis, cualquiera con un mínimo de conocimientos económicos se percata de que su profecía, más que nada, es una oración.
Aparte de rezar, a don Mariano ya no le queda nada. Ayer mismo, aprobaba un retraso de dos años en la terminación ajuste fiscal de la economía española. Parece que Europa le da su beneplácito. Tanto peor; es el abrazo del oso. Tras ese máster en macroeconomía que tan caro hemos pagado los españoles, ahora el bueno de don Mariano sabe a ciencia cierta que llegará a 2015 (sí, el año de las próximas elecciones) con la economía en caída libre, como ahora, o creciendo, pero con el freno de mano de sus recortes puesto. Vamos, una delicia para todos.
Lo que todavía no quiere ver el bueno de don Mariano es que el modelo económico que se ha propuesto implantar, y que se basa en deprimir el consumo interno (ya se sabe, la cosa ésa de la austeridad) para "liberar" recursos con que impulsar un sector exportador competitivo a tope, está dividiendo de forma irreconciliable a la sociedad española. Entre una mitad, eso sí, muy compacta, que no quiere saber nada de los más desafortunados mientras a ella se la mantenga relativamente a salvo de penurias, y otra que empieza a odiar a la primera por su egoísmo y falta de solidaridad.
miércoles, 20 de febrero de 2013
El fatalismo español y Rajoy
La ciudadanía no cree que España pueda salir de la crisis sin ayuda exterior. ¿Qué clase de ayuda exterior? Eso está por ver. Pero la idea básica es que ningún gobierno, sea del color que sea, tenga el programa que tenga, podrá sacarnos del atolladero. Crisis de fatalismo. En una tal crisis de fatalismo, lo único que cabe esperar es que algo, sea de la naturaleza que sea, venga de repente a sacarnos las castañas del fuego. Desde otro punto de vista, la situación también podría describirse como crisis de fe (ojo, no de confianza): los españoles hemos perdido la fe en nuestras capacidades, en nuestras competencias, en nosotros mismos. Conclusión: la misma. Dependemos de otros para salir adelante. El peligro implícito en la situación es, por tanto, que España se deslice de la posición de «país desarrollado», anterior a la crisis, a la de «país dependiente», posición esta última que se reforzaría tras una salida de la crisis que fuera atribuible a la actuación de «poderes exteriores». Semejante condición aparece ya indicada por la terminología de «periferia europea», en la que se nos incluye sistemáticamente, y que podría llegar a convertirse en «periferia del capitalismo», si el marasmo actual se prolongara en exceso. Una situación, vaya, comparable a la actual de Grecia.
Si el diferencial de la crisis española es el fatalismo numerosos hechos, a primera vista sorprendentes, quedan explicados. A esta situación no se ha llegado de la noche a la mañana. Entre 2008 y 2011 se confió en las «soluciones blandas» del gobierno Zapatero; no porque parecieran más razonables, sino porque eran más cómodas. El fatalista siempre elige lo más cómodo. Si vale, mejor. Si no, ya se encargará el destino de desmentirlo. El destino lo desmintió. Consecuentemente, el fatalismo español llevó a Rajoy al gobierno en 2011; no porque la ciudadanía hubiera entrado en razón, sino por esperar que las «soluciones duras» funcionaran donde habían fracasado las «blandas». Las «soluciones duras» de Rajoy tampoco han funcionado. ¿Qué nos queda? Nada, absolutamente nada. O mejor dicho, una sola cosa: la ayuda exterior. Es así que Rajoy lo tiene todo a punto para pedir el rescate cuando le convenga, si llega a convenirle, porque la ciudadanía lo aceptará como lo único realista a estas alturas de la crisis. Pero lo evitará cuanto pueda, por lo que vamos a ver.
Lo que la hipótesis de crisis de fatalismo explica con facilidad es que Rajoy se sostenga pese a sus dificultades aparentes. Parece que, pese a su probada ineptitud técnica, tiene bien cogido el punto al electorado español. Su estrategia es una de fe. Puede que la solución no provenga estrictamente del exterior, sino de cosas que estamos haciendo y que ejercen efectos beneficiosos aunque no los notemos. Nuestra suerte puede cambiar en algún momento indeterminado del futuro. Apenas sin darnos cuenta, estaremos fuera de la crisis. Ésa es la fe que Rajoy querría inculcar. Es la fe que comparte el núcleo duro de votantes del PP, que se defienden con uñas y dientes contra las críticas, del tipo que sea. Ha perdido apoyo electoral, sin duda; pero esos votantes no han ido al PSOE (¿para qué?: éste ya demostró su incapacidad) sino directamente a la desesperación. Rajoy confía en mostrarles que es mejor la fe que la desesperación, y recuperar esos votos para su causa. A estas alturas, creo que tiene más posibilidades de lograrlo que Rubalcaba.
Tampoco la corrupción en su propio partido (quizá incluso la suya personal) le hace un daño irremediable a Rajoy. El debate de la corrupción le ayuda a ganar tiempo en la economía, a conseguir quizá que los indicadores mejoren un poco más. Lo importante es que no aparecen alternativas claras, y que él sin embargo sigue ofreciendo la fe como un antídoto válido para el fatalismo. Éste es un país formalmente católico, donde el descreimiento ha sido generalizado en los últimos lustros. Los estrategas de la derecha han dado en pensar que el descreimiento religioso y el fatalismo económico tienen estrecha relación en la esfera psíquica. De ahí la ofensiva para restaurar la influencia de la Iglesia en numerosos ámbitos, incluido el educativo. Combinado con el «culto a la excelencia», que buena parte del centro-izquierda comparte (lo que ayuda a establecer una hegemonía social), el PP aspira a sustituir la lógica de la ayuda pública, de algún modo «externa» al sujeto, por la racionalidad de la fe en uno mismo. El fatalismo económico o la esperanza generalizada en la ayuda de otros (por otro nombre, «solidaridad»), visto desde este ángulo, sería el producto de tres décadas de hegemonía socialista (con el paréntesis de las dos legislaturas de Aznar) actuando sobre un sustrato de descreimiento del catolicismo puro y duro. Si Rajoy tiene éxito, se instauraría una fe voluntarista, con ribetes de la doctrina de la predestinación, que consolidaría la hegemonía de la derecha por un periodo similar. No es, por tanto, un simple retroceso al pasado. Es una conservación formal de los valores católicos, pero actualizados con valores del protestantismo, al que se atribuiría el éxito económico de los países «centrales» de la Unión Europea. Esto explicaría el apoyo cerrado de la derecha europea al proyecto de Rajoy.
Así las cosas, los problemas de Rajoy con la corrupción son de índole menor; tan menor, que por ahora no siente la necesidad de hacer concesión alguna. Si tuviera algo más de arrojo (y si no llega a tenerlo, ahí está Gallardón, echándole el aliento en el cogote) la amenaza que la corrupción representa para su partido y el gobierno podría transformarse en una oportunidad de «limpiar» España de «mediocres» necesitados de violar las reglas del juego. Claro que tiene que encontrar la forma de hacerlo, causando más daño a la oposición que a sí mismo. Y todavía no la ha encontrado. Tampoco es fácil porque la «mediocridad» en España está generalizada, con arreglo a los estándares que se quiere implantar. Es en esa carencia donde radica el dinamismo de la situación.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Corrupción
El problema de la corrupción en España tiene su origen en el régimen legal de financiación de los partidos políticos. Por las razones que se verá enseguida, aquí no nos ha gustado nunca el sistema norteamericano por el cual la financiación de partidos procede de fuentes privadas. No termina de convencernos que sean las donaciones lo que sostenga a nuestros partidos. Y ello seguramente porque la izquierda teme que el gran capital se incline decididamente por uno de los partidos y lo anegue literalmente en dinero. Eso, en el criterio de nuestros intelectuales orgánicos, daría una ventaja decisiva a ese partido, que podría denominarse con toda justicia «partido del gran capital». Y así, los intelectuales orgánicos demuestran tener al dinero por mucho más de lo que en realidad es.
Hay razones para pensar que tal resultado no sería inevitable. Primero, porque el gran capital podría dividirse. Lo hace habitualmente en Estados Unidos. No hay unidad acción al respecto. Quienes piensan que el resultado es necesario vuelven a mostrar sus prejuicios, en este caso creer que la lucha de clases domina la actuación de los capitalistas. Más de siglo y medio de dejarse llevar por esa creencia ha conducido a la clase trabajadora a la situación en que se encuentra. Parecería que va siendo hora de revisar algunas ideas preconcebidas. Pero es que incluso para un marxista, que no sea un completo mecanicista, la lucha interna entre capitalistas, suscitada por las tendencias al monopolio y a resistir esas mismas tendencias, puede en muchos momentos tener tanta importancia como, o incluso más que el conflicto entre capital y trabajo. Repito que no hay más que mirar a Estados Unidos.
La segunda objeción al dogma de que la financiación privada de los partidos es mala es que, incluso si hubiera un partido del gran capital frente a otro de los trabajadores, el hecho de que el primero dispusiera de mucho más dinero que el segundo no supondría una ventaja decisiva, a condición de que la procedencia del dinero fuera absolutamente transparente. ¿Que el partido de los ricos podría ganar elecciones por la facilidad para desplegar campañas más espectaculares y costosas? Eso sólo da ventaja en sociedades atrasadas y dominadas por la incultura. En países con mejor nivel de formación, el dato inclinaría a la ciudadanía opuesta al gobierno descarnado del dinero precisamente del lado contrario. Para muchos, la abundancia de recursos de fuente privada sería justamente el indicio de que no deberían votar a ese partido. Incluso cabe la posibilidad, si la sociedad es muy culta, de que todos los partidos limiten el tamaño de las donaciones que reciben, para no perder demasiados votos. En eso se basa el equilibrio que Aristóteles encontró, entre el poder del dinero (oligarquía) y el poder de los votos (democracia), en la fórmula híbrida que él llamó república. ¿De qué le sirve al gran capital tener un partido muy rico, que pague elevados sobresueldos a sus cuadros, si apenas recoge votos? El gran capital dejaría de financiar a ese partido, como es lógico. Sería deseable dejar que estas cosas se regularan de una manera natural, a la vista de todos. Pero no; aquí preferimos reglamentar y prohibir. Así, la corrupción se hace invisible, y mucho más atractiva porque sus beneficios se convierten en astronómicos. He mencionado a la república. Lo que ocurre es que aquí algunos quieren una república que sea el calco exacto de la monarquía constitucional, sólo que cambiando al rey por un presidente al que elijamos cada cuatro años. Y eso no funcionará. Sólo tendremos más de lo mismo.
Podría ocurrir que el partido capitalista chiquito, con pocos votos, pudiera sin embargo comprar a los diputados de otros partidos con todo el dinero que tiene. Eso ocurre en Estados Unidos; lo llaman lobbies. Entonces lo que habría no es partidos pequeños pero ricos, sino lobbies. Bien, aceptemos los lobbies. ¿Qué problema hay? Desde luego, mucho si los lobbies dan lugar al «transfuguismo», que es un efecto de las listas cerradas y bloqueadas. Pero si los votantes eligen a la persona y no sólo al partido, cuando vean a su representante votar en sentido contrario al esperado y supongan que se debe a que lo han comprado, sencillamente, dejarán de votarle.
Hay lobbies siempre, nos gusten o no. Si no queremos verlos, serán invisibles; pero seguirán ahí. En Estados Unidos, y ése es el acierto de su sistema, aceptan los lobbies como una realidad natural de la política, y los mantienen estrictamente separados de los partidos. En España, donde no podemos ni ver a los lobbies, ni siquiera soportamos hablar de ellos, los hemos quitado de nuestra vista y se han incrustado en la estructura de los partidos. Lo que es infinitamente peor, como muestra el caso Bárcenas.
miércoles, 30 de enero de 2013
La coyuntura económica empeora rápidamente
No había terminado el gobierno de saborear las mieles de un puñado de datos que parecían moverse a su favor, cuando al final de la semana pasada recibió el mazazo de los seis millones de parados. Ayer, el INE rectificó, a peor, el avance de la contabilidad nacional publicado por el Banco de España hace pocas semanas; la caída del PIB en 2012 se aproxima más a 1,4% que al 1,3% que se había cantado. El euro ha iniciado una rápida apreciación. Si anduvo cerca de 1,25 dólares a principios de agosto, ayer estaba en 1,35 y hoy ha escalado a 1,36. Esto es un augurio de la peor especie. Puesto que nuestro modelo de salida de la crisis se basa en la promoción de exportaciones a costa de la demanda interna y las industrias que la abastecen, todo lo que estorbe nuestras exportaciones supondrá un contratiempo y un euro apreciado es el más serio de los imaginables en este momento.
Todo eso habría tenido una importancia relativa, de no ser por la noticia llegada hoy, verdaderamente pésima. La economía estadounidense ha retrocedido un 0,1%. Lo grave es que se esperaba que creciera por encima del 1%. Esta bofetada a las expectativas revela que las autoridades norteamericanas y los organismos internacionales han estado incomprensiblemente errados. Llevan meses ocultando al público y ocultándose a sí mismos la realidad. La recesión estadounidense, de confirmarse, se unirá a la europea. La recesión global está aquí. Lo más preocupante es que en esta reedición de las tribulaciones de 2008-2009 el mundo, comprometido desde hace años con la consolidación fiscal, carece de recursos para los estímulos ensayados entonces. Todo indica que esta nueva recesión va a ser más profunda y prolongada que la de hace un lustro.
Y la economía española, cuya incipiente recuperación se asienta sobre bases sobremanera precarias, va a verse expuesta a la mayor zozobra que concebirse pueda.
miércoles, 23 de enero de 2013
Perspectivas de la economía española a un año vista
Cualquiera hubiera dicho que, con los antecedentes de meses atrás, enero de 2013 iba a ser un «mes negro» para la economía española. Sorprendentemente, está resultando, en cuanto a expectativas a muy corto plazo, el mes más dulce desde hace años. Sin duda alguna, hay una operación mediática detrás. El gobierno Rajoy, que tomó posesión en diciembre de 2011 pavoneándose de que iba a devolver la confianza a los mercados ipso facto, se encontró en pleno verano con un aumento brutal simultáneamente del paro y de la prima de riesgo. Ahora, aprovecha con desesperación cualquier dato favorable para dibujar un cuadro «esperanzador», que permita al presidente repetir su manoseado mantra: «2013 será un año duro, pero a fines del mismo y con toda claridad en 2014 se reiniciará el crecimiento». Y lo cierto es que datos favorables no han faltado. La balanza comercial, sobre todo, ha mejorado notablemente; gracias a la reforma laboral, que ha facilitado la necesaria devaluación interna, lo que a su vez ha mejorado la competitividad, según se nos dice. También contribuye la reforma bancaria, con el rescate pactado en junio y efectivo desde diciembre, que está devolviendo cierta confianza a los mercados en nuestro sistema financiero, considerado hace un año el más problemático del mundo. En conjunto, esos factores (no hay mucho más) han ayudado a mejorar el clima de las subastas de deuda pública, y consiguientemente a reducir la prima de riesgo, con lo que la Unión Europea y el Banco Central Europeo, deseosos de quitarse el peso muerto de la crisis española de encima, han echado las campanas al vuelo. Merkel insiste en que la crisis de deuda soberana no está resuelta, pero su voz como que se oye menos en estas fechas. El Wall Street Journal alaba la diligencia del gobierno español y dirige los tiros de los mercados contra Francia. Bien, ésta sí que está siendo una cuesta de enero dulce para el gobierno, que no para los ciudadanos.
Pero detrás de los buenos indicadores, parciales pero buenos en su parcialidad, las perspectivas siguen siendo sombrías. Lo son más cada día que pasa. Un signo de ello es el fracaso que acaba de cosechar el inefable ministro Guindos. Cree estar haciendo las cosas tan bien que se merecía el nombramiento de presidente del Eurogrupo, vacante tras el término del mandato de Jean-Claude Juncker. Resulta que se ha elegido al holandés Jeroen Dijsselbloem. El pobre Guindos creía poder hacer valer el peso de España y su orgullo herido hace meses cuando el cese de José Manuel González Páramo como vocal de la comisión ejecutiva del BCE no fue seguido de su sustitución por otro español. Un hombre de su posición tenía que haber sido más perspicaz. Juncker es ministro de Finanzas de Luxemburgo, el país más pequeño de la UE y del Eurogrupo. Luego la presidencia del Eurogrupo no depende de factores como el tamaño de los países. Es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de un país que demuestra vender bien la piel del oso, pero mucho antes de cazarlo.
El economista no tiene más remedio que desconfiar de tanta fanfarronada. Las previsiones son lúgubres. El PIB español ha decrecido el 1,3% en 2012 y la previsión es que decrezca al menos eso en 2013. Es decir, de «año de transición», nada. España está atascada en el agujero. Es verdad que los ingresos por exportación han mejorado pero los pagos por importación no han cedido, lo permite suponer que en cuanto empecemos a crecer se dispararán estos últimos, y la restricción exterior volverá a actuar como desde hace décadas. Si se quiere que la mejora del saldo comercial sea duradera, no hay más remedio que deprimir la demanda interna, como se está haciendo. Lo cual nos lleva a las negativas previsiones de crecimiento. Esto, como planteamiento general; «estructural», si se quiere.
La coyuntura no ayuda a ser más optimista. Paso a paso, la economía global y la europea en particular se van deslizando hacia la segunda recesión en cinco años. Aquélla fue abrupta, tras la quiebra de Lehman Brothers; ésta viene siendo anunciada desde la primavera/verano de 2011, por lo menos, sin que las medidas ensayadas, notablemente, más consolidación fiscal y facilidades monetarias (QE, quantitative easing), hayan sido suficientes para revertir la situación. Desde luego, empieza a haber un consenso internacional cada vez más fuerte en que la consolidación fiscal en época de atonía de la demanda ha sido y es un disparate mayúsculo. Hasta el propio Rajoy, que creyó, como el ignorante en economía que es, que eso nos traería prosperidad por arte de birlibirloque, pide ahora árnica, en sus palabras, «políticas de crecimiento». Un desastre menos grande para nuestro país habría resultado de haber asumido el gobierno con esa filosofía desde el principio. Pero no; él tenía que ser el alumno más aventajado de la clase, lo único que parece haber hecho bien toda su vida. Echando implícitamente las culpas a la profesora, ahora sólo intenta encubrir su fracaso, exactamente igual que Mas trata de encubrir el suyo clamando por la independencia.
La poca suerte de esta situación es que, con toda probabilidad, las exportaciones españolas están arrebatando a otros socios europeos (digamos, Italia y Francia) cuota de ventas en el mercado alemán, que se mantiene fuerte, a su vez, por las exportaciones a países emergentes y sobre todo a China. Recientemente ha trascendido que Volkswagen vende más vehículos en China que en toda la UE. Si esto continúa así, nuestras exportaciones podrán mantener un buen tono, aunque incapaz de sacarnos de la recesión, como se nos promete. Ahora bien, como China se vea envuelta en esta recesión (se libró de la anterior), algo de lo que viene hablándose desde principios de 2011 sin que la lenta evolución de sus macromagnitudes lo desmienta, entonces sí que los amigos Rajoy y Guindos, por no hablar ya de la ciudadanía española, van a verse en problemas.
viernes, 18 de enero de 2013
Lo que teme el Fondo Monetario Internacional
En las últimas semanas se ha asistido a una bochornosa ceremonia de la confusión, oficiada por distintas instancias del establishment. Quizá el pronunciamiento más importante, por su insistencia, es el del FMI, primero reconociendo que se ha ido demasiado lejos con las políticas de consolidación fiscal (= recortes de gasto público) y pidiendo, por boca de su directora-gerente, Christine Lagarde, que empiece a promoverse el crecimiento económico. A este gimoteo se ha apuntado enseguida Mariano Rajoy, quizá por aquello de la morriña gallega. Pero ya ha dicho Alemania que con su dinero no se cuente.
La preocupación del Fondo estriba en la conciencia cada vez más clara, en su seno, de que lleva tres años haciendo el canelo. A fines de 2009 advirtió contra el celo «consolidador» de las finanzas públicas, que ya se observaba en las autoridades alemanas y el Banco Central Europeo, entonces dominado por Alemania todavía más que ahora. Aunque el FMI admitía que había que impedir que se inflara la burbuja de la deuda pública, estimaba que había que lograrlo sin perjuicio de mantener un mínimo de estímulos fiscales para evitar que las economías nacionales se quedaran paradas. Pero Alemania no estaba para concesiones, y los estímulos fiscales se cortaron en seco; más aún, fue como si se metiera la marcha atrás en la maquinaria económica. El FMI cedió, pero además su cesión, que podía haber sido puramente pragmática, incorporó ciertos aspectos de renuncia fundamental. Encargó a su teórico más brillante, Olivier Blachard, elaborar una justificación intelectual de la renuncia. Y lo que se le ocurrió a Blanchard fue decir que la crisis iniciada en 2007-2008, y cuyos efectos más profundos todavía padecemos, es sobre todo un problema de confianza. En otras palabras, los estímulos fiscales no son decisivos para la recuperación, o por lo menos no son el único medio de recuperar la confianza. Un medio incluso mejor, y ésta es la morrocotuda aportación de Blanchard, consiste en restaurar la confianza disminuyendo la incertidumbre en vez de incrementando la actividad a tontas y a locas, que es lo que vendrían a hacer los estímulos fiscales. Para reducir la incertidumbre, nada mejor que hacer más previsible la actuación de los gobiernos. Y para hacer más previsibles a los gobiernos, lo óptimo sería empezar por prohibirles gastar más de lo que ingresan. Ahí lo tienen ustedes; el FMI, con la doctrina Blanchard, venía a coincidir al 100 por 100 con la política alemana. Mejor imposible. El resultado lo tenemos a la vista.
Ahora el FMI empieza a sospechar que toda la charla ésa de restaurar la confianza reduciendo la incertidumbre por medio de hacer más previsibles a los gobiernos, es un camelo. Entiéndase bien; como dice Lagarde, todo eso habría estado bien para evitar que la economía mundial se hundiera más, pero no sirve para sacarla del agujero en que ya ha caído. Pero lo que Lagarde se calla es que eso de que con la doctrina Blanchard se ha evitado males mayores es muy relativo, porque a partir de este momento podría conducirnos a una situación mucho peor en unos años.
El peligro global ha sido enunciado entre líneas por la propia Lagarde. Veamos. Para que los países de la eurozona más endeudados o que se endeudaban más rápidamente (caso de España) detuvieran su «loca» carrera hacia el endeudamiento, la receta era simple: recortar gasto público, como fuera; flexibilizar el mercado de trabajo y, por el efecto combinado de ambas políticas, proceder a una devaluación interna. El gobierno Rajoy ha sido un alumno aventajado. Todos lo han reconocido en estas últimas semanas. ¡Qué bien! Ahora se puede volver a invertir en nuestro país; las reducciones salariales han devuelto competitividad a la producción española. Las exportaciones se están relanzando. ¿Dónde está el fallo? En términos macroeconómicos, sólo en el altísimo volumen de paro. Si no fuera por ese «pequeño» detalle, España en este momento sería perfecta. Desde luego, mucho mejor que Francia, que todavía no ha entendido de qué va la cosa, según juzgan los tecnócratas y algunos analistas financieros; los mercados parecen tenerlo menos claro, ya que la prima de riesgo de la deuda soberana de Francia se mantiene casi plana en torno a 62-64 puntos básicos, bien lejos de los 350 de la española. Pero la cuestión clave, según juzgan analistas y tecnócratas, es que España, con su mejorada competitividad, va a arrebatar cuota de mercado a sus competidores en los mercados comunitarios, por ejemplo, a Francia. En la actual recesión, el reparto del mercado comunitario es un juego de suma cero: lo que gana un país es lo que otro pierde. Cuando los mercados financieros, todavía no apercibidos, se den cuenta, la valoración de Francia empeorará, y lo hará rápidamente. Entonces las autoridades francesas caerán en la cuenta de que tienen que imitar las «buenas prácticas» de España. En otras palabras, procederán a su propia devaluación interna, para recuperar competitividad. Eso, a su vez, nos hará perder cuota de mercado a nosotros, que tendremos que volver a devaluar internamente. Y así, hasta que las devaluaciones internas de los países europeos empiecen a minar la competitividad de los países emergentes, que tendrán que devaluar a su vez, aunque no internamente sino manipulando el tipo de cambio, lo que es mucho más fácil. Una carrera así se llama de devaluaciones competitivas. La última conocida, en la década de los treinta, condujo directamente al hundimiento del comercio internacional, a la formación de bloques económicos antagónicos y a la segunda guerra mundial. O eso dictaminó la conferencia de Bretton Woods, en julio de 1944. Claro que lo hizo bajo la hipnótica influencia de John Maynard Keynes, que en esto como en todo lo demás podía estar diciendo tonterías.
No creo que los tecnócratas del FMI lleguen tan lejos. Lo que ahora parece preocuparles es que las devaluaciones competitivas van unidas a aumentos del desempleo. En su estrecha visión del mundo, un encadenamiento competitivo de devaluaciones internas en la eurozona sería adecuada si las economías estuvieran próximas al pleno empleo. Pero cuando el desempleo es tan elevado como aquí y ahora, si a Francia se le ocurre proceder a su propia devaluación interna, está claro que España no podrá afrontar una segunda. Y entonces, ¿qué? Lo que pasó en los años treinta en situaciones semejantes es un hecho no sujeto a interpretación. Los países que, por su adhesión al patrón-oro tenían que devaluar internamente, hartos de hacerlo, abandonaron dicho patrón para poder devaluar su moneda sin necesidad de mayor ajuste interno. Traducido al momento actual, eso significa salir del euro.
Así pues, lo que Lagarde viene a decir entre líneas es: ojo, que España ha hecho un gran sacrificio, y lo ha hecho muy bien; pero ese sacrificio no puede dilapidarse ahora. La forma de no dilapidarlo es impulsar el crecimiento. España tiene que tener la oportunidad de crecer porque crecen todos, sin entrar en una pelea a muerte por la competitividad con sus socios comunitarios. Como las cosas se planteen de otra manera, España a medio plazo está fuera del euro.
sábado, 12 de enero de 2013
El nuevo modelo económico español
Todavía se oye el ya viejo comentario de que España, que basó su crecimiento hasta 2007 en el modelo «del ladrillo», al desaparecer éste por efecto del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, sigue sin modelo de recambio y de ahí la persistencia del paro. Craso error. Durante el año de presidencia que lleva Rajoy, nuestra economía se ha lanzado a tumba abierta a «construir» un nuevo modelo, y lo está haciendo con eficacia. En realidad, no era difícil; tan sólo se necesitaba resolución, si la sociedad no era capaz por sí misma de afrontar la destrucción creativa que predicara Schumpeter, del gobierno para hacerlo en su lugar. El objetivo y los medios eran de manual: el manual del modelo de promoción de exportaciones, redactado por el Banco Mundial hacia 1985 e impuesto por el Fondo Monetario Internacional a lo que entonces se llamaba «países en vías de desarrollo». No es extraño, por tanto, que la sociedad española esté padeciendo muchos de los efectos de ese modelo, en aquella década sufridos por los países que habían tenido la desgraciada de verse afectados por la crisis de la deuda externa, de 1982. Similares causas, mismos remedios.
Vamos al modelo. La idea básica es que una economía que se enfrenta severamente a la restricción exterior, por ejemplo, por causa de sobreendeudamiento, debe 1) reducir drásticamente las necesidades financieras de su sector público, 2) flexibilizar al máximo la asignación de recursos interna, y 3) transferir recursos lo más rápidamente posible del sector que produce para la demanda interna al sector que produce para demanda externa y por tanto es capaz de generar ingresos en divisas. Los dos primeros requisitos configuran la política del gobierno Rajoy durante 2012. El tercer punto es el premio que se recibe si todo se ha hecho correctamente. Como todo se ha hecho correctamente, los indicadores más recientes registran dos cambios, aparentemente contradictorios, pero que el modelo revela son íntimamente dependientes el uno del otro. Por una parte, ha aparecido un superávit comercial, cosa insólita ya que ese capítulo de la balanza de pagos de la economía española con el exterior siempre había sido deficitario, desde los tiempos de Franco, durante la transición y en los últimos lustros. Ese rasgo es el que saludan con entusiasmo los mercados, con caídas verticales de la prima de riesgo, subastas del Tesoro relativamente exitosas y múltiples parabienes, recibidos de todos los rincones del patio. ¡El modelo funciona, y de qué forma! ¡España está haciendo sus deberes! Y junto a eso, el segundo dato, que termina de configurar el punto 3) enunciado antes: la producción industrial de España retrocede a niveles de 1993. Toda actividad industrial que no sea tan competitiva como para sumar a las exportaciones, está condenada a perecer. Y lo está por la sencilla razón de que el modelo comporta la depresión de la demanda interna, que es sobre la que subsistía la industria que ahora se desmantela para transferir «recursos», léase capital, al sector exportador. Todo cuadra. La gestión de Rajoy se puede calificar de perfecta.
¿Problemas del nuevo modelo? Todos. Para empezar, tendríamos que ser una economía como Corea para llegar a disponer de un sector exportador que absorba seis millones de parados. Y, a diferencia de Corea, hacerlo sin investigar, sin innovar y sin disponer de tecnologías de punta, puesto que nosotros no investigamos (salvo honrosas excepciones), mucho menos innovamos (ídem de ídem) y apenas generamos patentes que interesen a efectos prácticos. O sea, que nuestro modelo es más el de Costa Rica o Malasia que el de Corea. Mantendremos el paro muy elevado durante mucho, mucho tiempo. Probablemente, hasta que lo absorban flujos suficientemente intensos de emigración, sobre todo entre los jóvenes.
Pero no todos los problemas son «sociales». También se vislumbra problemas económicos a corto plazo, si el gobierno quiere más acuciantes. La promoción de exportaciones exige ahorro para financiarla. Se trata de vender al exterior para no comprar nada, sino retener las divisas; eso es una forma de inversión. Pero resulta que el ahorro de las familias cae a velocidad de vértigo, con su renta disponible; el gobierno se enfrenta a crecientes problemas, sobre todo con las autonomías, para ulteriores reducciones de su déficit, o sea, mejoras de su ahorro (todavía negativo) y aunque la renta de las empresas aumenta, tal aumento sólo se traducirá en inversión productiva conforme haya oportunidades de invertir en el sector exportador, que por su propia naturaleza y en medio de la actual recesión no puede más que crecer moderadamente. No voy a entrar ahora en lo que presumiblemente hacen las empresas con su mayor excedente, a falta de invertir en el sector exportador. Lo que quiero resaltar es que el efecto combinado de todos esos factores se traduce en una necesidad de financiación externa de la economía española que sigue estando, según el INE, en el 1,7% del PIB español. Y eso, sólo para mantener las exportaciones en su nivel actual. Si se quiere aumentar el flujo de exportaciones, que es crucial para que el modelo se asiente, hay que reducir el déficit público más, o aumentar el ahorro de las familias (contradictorio con lo anterior) o acudir a mayor financiación exterior. Por eso, el modelo se combinaba en las décadas de los ochenta y noventa con abundante financiación del FMI a los alumnos aventajados de la clase.
Desde el punto de vista intelectual (y sólo desde ese punto de vista) va a ser divertido ver los apuros del tándem Rajoy-Guindos tratando de evitar el rescate de la economía española; diciendo un día que de ninguna manera habrá rescate, y al siguiente que nuestro rescate no será un verdadero rescate, sólo uno de mentirijillas. Lo van a tener crudo para sacar su incipiente modelo adelante.