No había terminado el gobierno de saborear las mieles de un puñado de datos que parecían moverse a su favor, cuando al final de la semana pasada recibió el mazazo de los seis millones de parados. Ayer, el INE rectificó, a peor, el avance de la contabilidad nacional publicado por el Banco de España hace pocas semanas; la caída del PIB en 2012 se aproxima más a 1,4% que al 1,3% que se había cantado. El euro ha iniciado una rápida apreciación. Si anduvo cerca de 1,25 dólares a principios de agosto, ayer estaba en 1,35 y hoy ha escalado a 1,36. Esto es un augurio de la peor especie. Puesto que nuestro modelo de salida de la crisis se basa en la promoción de exportaciones a costa de la demanda interna y las industrias que la abastecen, todo lo que estorbe nuestras exportaciones supondrá un contratiempo y un euro apreciado es el más serio de los imaginables en este momento.
Todo eso habría tenido una importancia relativa, de no ser por la noticia llegada hoy, verdaderamente pésima. La economía estadounidense ha retrocedido un 0,1%. Lo grave es que se esperaba que creciera por encima del 1%. Esta bofetada a las expectativas revela que las autoridades norteamericanas y los organismos internacionales han estado incomprensiblemente errados. Llevan meses ocultando al público y ocultándose a sí mismos la realidad. La recesión estadounidense, de confirmarse, se unirá a la europea. La recesión global está aquí. Lo más preocupante es que en esta reedición de las tribulaciones de 2008-2009 el mundo, comprometido desde hace años con la consolidación fiscal, carece de recursos para los estímulos ensayados entonces. Todo indica que esta nueva recesión va a ser más profunda y prolongada que la de hace un lustro.
Y la economía española, cuya incipiente recuperación se asienta sobre bases sobremanera precarias, va a verse expuesta a la mayor zozobra que concebirse pueda.
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