Una de las cosas más importantes en política es no creerse
uno el relato que los actores hacen de sí mismos. Si lo creyéramos, la moción
de censura que hoy se debate en el Congreso se resumiría en que alguien tiene
que impedir la normalización de la corrupción destapada en los últimos meses.
Los que no la apoyen, es que miran para otro lado.
Para creer ese relato, uno tiene que olvidarse de que hace
un año la corrupción ya campaba por sus respetos en España. ¿O es que no se conocía
el famoso SMS: «Luis, sé fuerte»? Y hay que olvidarse, también, de que hace un
año hubo una oportunidad de desalojar al PP del Gobierno y Podemos no lo
permitió. No es que se abstuviera, como hará hoy el PSOE; en un alarde de
sinceridad bronca, voto en contra. El relato, en ese punto, merece atención.
Había un pacto PSOE-Ciudadanos, y Podemos dice que no se le ofreció entrar en
él. Con un poco de memoria, uno recuerda que la excusa entonces no fue ésa,
sino que «Naranjito es el partido del Ibex» y claro, con ellos no puede ir
nunca Podemos: ofreció un pacto «a la valenciana». Era el gobierno de Sánchez,
pero Podemos tenía que marcar las directrices.
Dejando las excusas de lado, la cuestión no era entrar en
ningún pacto o dirigir los pasos de Sánchez sino apoyar desde fuera la formación
de un gobierno que echaría al PP. ¿Es que los dirigentes de Podemos, tan
profesores de ciencia política, ignoran que la
política a veces exige decisiones como ésa? Claro que no lo ignoran. Aparentemente,
el acuerdo PSOE-Ciudadanos los había pillado con el pie cambiado: el mismo día
de ir Pedro Sánchez a hablar con el Rey, había salido Pablo Iglesias a los
medios exigiendo una vicepresidencia y el control del servicio secreto, entre muchas
otras cosas. La consulta a las bases sobre la posición del partido ante el
pacto PSOE-Ciudadanos fue, desde este punto de vista, un abuso de confianza:
«Si votamos que Sí, dejamos a nuestro líder con
el culo al aire», con los resultados esperados.
¿Fue un error aquella salida a los medios? Claro que no. Se
dice que los dirigentes de Podemos son buenos estrategas, y hay que concederles
el beneficio de la duda. Si no de un error, fue fruto de un cálculo. Estaba
claro que aquello tensionó internamente al PSOE, y probablemente es lo que se
buscaba. El ala más integrada en el sistema, con suficiente cobertura
mediática, presionó al ala más radical y la condicionó en todos sus actos;
Sánchez pudo hablar con Ciudadanos pero no con Podemos. Eso era lo que se buscaba,
porque dejaba a Podemos con las manos libres para votar que No, forzar nuevas
elecciones e intentar el sorpasso…
que no salió. Fue un primer contratiempo para los estrategas. Pero era un
riesgo calculado: la buena noticia fue que el PSOE en junio bajó de votos y
escaños comparativamente a diciembre. Después de haber estado a un paso de
formar gobierno, estaba claro que Sánchez se aferraría al «No es No» y que el
ala derecha del partido acabaría con él. Tras la formación de la gestora y la
abstención frente a Rajoy, todo marchaba con arreglo a la estrategia. El PSOE
quedaba de nuevo englobado en el sistema (antes «la casta», ahora «la trama») y
Podemos, como única alternativa y representante absoluto de la izquierda.
La conclusión es que la moción de censura no responde a esta
coyuntura. Con toda probabilidad se decidió a la vista de los resultados de las
elecciones de diciembre de 2015. Tan sólo había que desplazar al líder del
PSOE, un tipo aparentemente débil, y facilitar que los dirigentes históricos se
hicieran con el control directo del partido. Cuando esto fue un hecho, se
escenificó la asamblea de Vistalegre II,
donde se purgó a los errejonistas en
aplicación de la máxima «el partido se
fortalece depurándose». A partir de ahí, se trataba de esperar un momento
propicio. Éste vino de la confluencia entre la operación Lezo y las primarias
del PSOE, donde el triunfo de la candidata del aparato parecía cantado…
La vuelta de Pedro Sánchez era lo último que podían esperar
los estrategas. Ése ha sido su error: hay vida en la izquierda fuera de Podemos.
Hoy lo pagarán con la soledad más absoluta en el parlamento (la soledad de
verse apoyados sólo por los independentistas vascos y catalanes) y simpatías
más que tibias, cuando no verdadera indiferencia en la calle. Mal servicio para
la imagen de «izquierda patriótica» que han prodigado.
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