Verdaderamente, El País ha perdido contacto con la realidad
política. Sus valoraciones de última hora rezuman la paranoia de que viene
haciendo gala. El editorial «El nuevo PSOE y el abrazo de Podemos» es clara
expresión de sus temores. Concluye que entre un Rajoy y un Iglesias crecidos,
el socialismo está a punto de ser laminado. Mostraré que es plausible una
lectura bien diferente.
Aparentemente, buena parte del éxito que se atribuye a
Podemos depende de la actuación de su portavoz, Irene Montero. Es evidente que
ha causado impresión entre los periodistas (citemos a Iñaki Gabilondo, Enric
Juliana e Isaías Lafuente), como lo es que, si los medios se empeñan, estamos
ante una estrella fulgurante del arco parlamentario. Una consideración objetiva
de su actuación la valoraría en términos más modestos, sin embargo.
Fue valiente yendo a un choque con Rajoy que ni ella ni nadie esperaba. Por lo
demás, se ciñó estrictamente al guion y sobreactuó continuamente, aunque esto
parece marca de fábrica de su formación política.
Que Rajoy haya salido reforzado, al ofrecerse como la única
alternativa viable al populismo, es una apreciación muy generosa de su
resultado. El PP ha recibido críticas de la Cámara en pleno, excluidos UPN y
Foro. Todos los demás grupos parlamentarios han denunciado por activa y por
pasiva la corrupción y consiguiente degradación de las instituciones. Ha
quedado de manifiesto que el PP gobierna sólo por un motivo, y no es haber
ganado las elecciones sino el odio irreconciliable que Podemos profesa a
Ciudadanos.
No se puede augurar un gran futuro a un partido que adolece
de semejantes tics. Son apreciables también en el desprecio con que el
candidato trató a cuatro partidos de ámbito autonómico: Coalición Canaria, Nueva
Canarias, UPN y Foro de Asturias. Por cierto, que tan fiera como la de Montero
fue la reacción de Oramas, y mucho más justificada, a la vista del
paternalismo de Iglesias al recomendar a CC que se integrara en el PP. Los
partidos no sólo son diputados sino también sus electores, y no se debe negar a
éstos de esa forma la libertad de elegir. Podemos mostró un «complejo de gran
potencia» que también explica su deseo de llevar adelante la moción de censura
contra viento y marea.
Atención especial merece el juicio de los dos partidos
nacionalistas, PNV y PDdeCat, sospecho que inspirado en el trato dado a los
pequeños. Sin ambos, le resultará muy difícil a Podemos gobernar España en
algún futuro previsible. Bien distinta es la posición de ERC, y por motivos
comprensibles. Ayer lograron convertir la sesión de la tarde en un acto de
afirmación republicana, con los parabienes de Bildu y el propio Podemos. Esta
alianza, que cabría calificar de estratégica,
es lo sustancial que han sacado los promotores de la moción. Está por ver,
empero, que les sea de utilidad para forjar mayorías parlamentarias a partir de mañana.
Donde yerra de plano el editorialista de El País es en su
valoración de la participación del PSOE. Ha sido de perfil bajo, de acuerdo, porque lo exigía la situación. A buen
entendedor pocas palabras bastan. Sólo citaré un detalle, que es el crucial de
todo el debate, a despecho de los fuegos artificiales que han abundado en todo
su transcurso. Iglesias ha prometido solemnemente que respaldará todas las
iniciativas del PSOE mientras Ábalos no
sólo no se comprometía a nada parecido sino que incluso anunciaba la abstención
de su partido. Esta asimetría, a mi juicio, define el resultado del debate.
Porque éste era también un pulso para decidir quién dirigirá a la izquierda. Y
ha quedado perfectamente claro. Lo hará el PSOE, aunque lo haga sin aspavientos.
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