Mariano Rajoy y su gobierno están en estado de gracia, no cabe la menor duda. Tras sobrepasar la cota de 600 hace menos de un año, la prima de riesgo del bono español a 10 años se encuentra en alrededor de 300, menos de la mitad. Ciertos indicadores de la economía española han empezado a mejorar, particularmente los relativos al sector exterior. Tras meses de aumento vertiginoso del desempleo, el dato de paro registrado de mayo, casi 100.000 parados menos, con un incremento en valor absoluto incluso superior de la afiliación a la Seguridad Social, han convertido el moderado optimismo de semanas atrás en verdadera euforia. Hace un par de días se oyó a un miembro del gobierno alardear de que la inflación interanual se sitúe en el 1% del IPC, lo que – se nos dice – es un mínimo histórico. Lo único que dice el dato, en realidad, es que estamos al borde de la deflación. Otra miembro del gobierno, que el año pasado rogaba a la Virgen del Rocío que hiciera el milagro, ahora viene a decir que la Virgen se le ha aparecido, efectivamente, y le ha dicho que 2013 será el año del fin de la crisis.
Pero es cierto que algo ha pasado, y continúa pasando. Rajoy ha demostrado ser el alumno más aplicado de la clase. Ha aplicado con esmero las recetas que dictaba la troika, y gracias a ello se ha ganado el favor de los mercados. De hecho, los mercados han empezado a entusiasmarse con Rajoy. Este tipo gris, de torpe oratoria y carente de gracia, está resultando ser el ejecutor perfecto de las políticas antisociales que han dado en considerarse como las más adecuadas para salir de la crisis. ¿Para qué se quiere un tipo más brillante? Lo único que haría es creérselo y terminar por fastidiarlo todo. Pero un Rajoy nunca olvidará sus propias limitaciones y su necesidad de ganarse día a día la estima de los poderosos limitándose a ser un gestor eficiente de sus intereses. Después de todo, lo único que hace falta es alguien consciente de que cualquiera puede llegar a presidente del gobierno (él es buena prueba) pero que mantenerse en el cargo depende sólo y exclusivamente de comprender sin atisbo de dudas quién manda.
Pero – seamos justos – no basta con la actitud, con ser ésta importante; también se necesita resultados. Por descontado, los resultados que se esperan de él. Y para producir esos resultados hace falta un don, el don de saber captar qué resultados se espera en cada momento. Porque los resultados esperados cambian con la percepción de la situación por quienes tienen que juzgarla, llamémosles «troika» y «mercados». Hace un año, se quería a todo trance la reducción del déficit mediante políticas de austeridad. Y Rajoy, obedeciendo como un valiente, se lanzó a la tarea de desmontar el estado de bienestar como estrategia para reducir el déficit. Lo consiguió apenas en un punto y medio (sin contar las ayudas a la banca) y con un aumento brutal del paro. Pero eso hoy no importa, porque se empieza a pensar (y a decir: el FMI lo ha dicho) que la austeridad es un error manifiesto. Lo que importa es que fue obediente. Hace lo que se le dice. Ahora se resiste a continuar con recortes adicionales, que le pondrían a los pies de los caballos ante las próximas elecciones; pero lo hace únicamente porque ha surgido una grieta en el seno de la troika, que le permite hacerlo. Es astuto, no cabe negarlo; cazurro, pero astuto. No llega al punto de darse verdadera cuenta de que, si el sector exterior ha mejorado, es sólo porque la coyuntura internacional ha sido favorable. Si se diera cuenta de eso, sería más prudente en sus afirmaciones, que últimamente rayan en el triunfalismo.
Pero tiene ese don, el don de saber, no cómo se sale de la crisis sino qué hacer para que los demás piensen que está haciendo todo lo humanamente posible para salir de ella. Y aquí está su ventaja sobre los Papandreu y Samaras, los Sócrates y Passos Coelho, los Monti y Letta, los Sarkozi y Hollande. Se da cuenta de que no puede quedarse quieto, no puede sentarse a descansar y decirse que todo lo posible y necesario está hecho. Como el perezoso de movimientos lentos pero interminables, Rajoy tiene que seguir actuando, empujando hacia delante su propia dramatización de las «reformas estructurales». ¿No les ha metido un buen palo a la sanidad y la educación, a la dependencia y la igualdad? ¿Pues qué otra cosa puede quedar que las pensiones? Agárrense, que va curva.
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