Ayer se encendieron las alarmas por un artículo de Ángel Laborda en El País (AQUÍ), que venía a constatar que el sector exterior en el segundo semestre de 2013 ha ido bastante peor que en el primero, debido sobre todo a una peor marcha de las exportaciones. El origen de este empeoramiento estaría en la caída de la demanda en algunos países emergentes; probablemente, el problema tardará meses en resolverse. Esto entraba dentro de lo previsible y forma parte de los riesgos del modelo de promoción de exportaciones, impulsado por este gobierno. No voy a abundar en el tema. Tan sólo constato el discreto encanto de la London School of Economics sobre la profesión. Ha bastado que Luis Garicano diera la voz de alarma difundiendo el artículo de Labora en Twitter para que unos afilen sus garras y otros se echen a temblar. Lamento desilusionarlos a todos, pues no hay verdadero motivo.
Para empezar, el sector exterior no se limita a las exportaciones comerciales, que es de lo que se habla. También está el turismo, como bien saben todos los economistas; y el turismo tuvo el año pasado unos resultados bastante buenos, que este año podrían ser incluso mejores. Y hay algo tan importante como el turismo o incluso más, a saber, la inversión extranjera. La inversión financiera en deuda pública ha mejorado notablemente, como se desprende de la evolución reciente de la prima de riesgo. Y hay un factor al que doy todavía más importancia que a todo lo anterior: la inversión en el sector inmobiliario. De resultas de todos estos factores, el dinero no ha dejado de entrar en España. A 31 de diciembre, la deuda española en Target2 se redujo en 28.000 millones de euros comparativamente al mes anterior, y a menos de la mitad de la cifra récord, alcanzada en el verano de 2012. Como resultado, hay una base monetaria superior en 200.000 millones de euros a la de hace año y medio. A este paso, en un par de meses el registro podría mejorar la herencia del gobierno anterior en este capítulo. Aunque la banca parece estar esterilizando gran parte de esa base monetaria, razón por la cual el crédito al sector privado no aumenta proporcionalmente, el incremento de la capacidad de gasto es notable, y se aprecia en la expansión de la demanda.
¿Qué está pasando? En mi opinión, que el nuevo modelo español es "exportador", sí, pero más de exportaciones invisibles que de exportaciones visibles, que son en las que se fija todo el mundo. Exportación invisible de servicios es el turismo. La adquisición de activos financieros por no residentes es una importación de capital. Pero la adquisición de activos inmobiliarios por no residentes, aunque también es, técnicamente hablando, una importación de capital, comparte sin embargo muchos rasgos de las exportaciones invisibles; en este caso, de bienes y no de servicios. Que la adquisición de activos inmobiliarios pueda verse a la vez como una importación de capital y como una exportación invisible de bienes significa que es una operación de ida y vuelta: mientras que el turista no puede recuperar lo gastado, el comprador de un activo inmobiliario al menos puede intentarlo, revendiéndolo, y volver a llevarse el dinero del país. La buena noticia es que el mercado inmobiliario es poco líquido (ahora), mucho menos que el de deuda pública, con lo que el inversor extranjero no podrá recuperar su dinero cuando quiera, si las cosas vuelven a ir mal. Y creo que eso es exactamente lo que está ocurriendo: los inversores extranjeros han vuelto sus ojos hacia el mercado inmobiliario español, tomando posiciones a largo plazo. Eso supone, prácticamente, una exportación invisible de bienes. Con lo que las exportaciones comerciales pierden importancia relativa de cara a la recuperación frente a la inversión inmobiliaria del exterior, y el "nuevo" modelo español resulta que no es tan nuevo.
Una última observación es pertinente. Si el mercado inmobiliario ha vuelto a ser atractivo, es por un efecto "clásico", el llamado efecto Pigou, que se basa en la caída del precio de los activos. Eso ha ocurrido en nuestro mercado inmobiliario, hasta extremos que alcanzan el 50% o más de rebaja en el precio medio de la vivienda residencial en muchas localidades. Arthur Pigou lo formuló a principios de la década de 1940, como respuesta a la teoría de Keynes. Y un corolario importante: el efecto no tiene nada que ver con la evolución del mercado laboral, ni en realidad con ninguna de las reformas estructurales o recortes presupuestarios de este gobierno, sino con sendas revisiones de las expectativas del mercado inmobiliario a consecuencia de la crisis "del ladrillo": primero, una brusca revisión a la baja de los precios; segundo, la percepción de que la bajada ya ha sido suficiente, se ha tocado fondo y a partir de ahora cabe esperar una recuperación de dichos precios.
Así pues, no concedo ningún mérito al gobierno por la actual situación. Se trata de un efecto automático, del que he venido hablando en este blog, incluso cuando aún nadie pensaba en la recuperación. 'Automático' quiere decir que se habría terminado produciendo como consecuencia de la crisis, en cualquier caso y con esta política o con otra cualquiera o con ninguna en absoluto. De hecho, Pigou era un "clásico" descreído de toda política económica. Ya sé que algunos dirán que habría que reconocer que los recortes y reformas del gobierno por lo menos han creado en la mercados un clima favorable a que los inversores vuelvan sus ojos hacia España. Me encanta cuando los partidarios del libre mercado se empeñan en presentar el capitalismo como un moderno Moloch, dios que sólo concede sus favores cuando se le sacrifica la felicidad, la educación, la salud y hasta la vida de la gente. Pero ni por ésas. 'Automático' quiere decir que no se puede acelerar, se haga lo que se hiciere. Si acaso, este gobierno lo que ha hecho es retrasarlo, y con él la recuperación. En efecto, medidas como la constitución del "banco malo" no han hecho sino frenar la caída del precio de la propiedad inmobiliaria, naturalmente para salvar el patrimonio de los bancos. En lugar de bajar los salarios y deprimir el consumo, se tendría que haber dejado caer el precio de la propiedad inmobiliaria libremente. Pero se prefirió sacrificar a quienes el gobierno no consideraba sus votantes naturales para proteger, una vez más, a los bancos, de los que el gobierno se ha revelado como un servidor no menos natural. Y cuando, pese a sus esfuerzos para que el precio de los activos inmobiliarios no cayera, al final no ha podido evitarlo, y con esa caída se activa - si bien que con dos años de retraso - el efecto automático, ahora viene el gobierno a ponerse las medallas. ¡Y un cuerno!
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