Hace pocos días, distintos portavoces alemanes daban a entender que la salida de Grecia del euro era una opción a considerar. Ayer fue día de desmentidos. Por mañana, la Comisión Europea dijo que la pertenencia al euro es irrevocable; por la tarde, varios analistas internacionales destacaban que Alemania no puede darse el lujo de perder a Grecia, puesto que si la deuda griega en manos de bancos alemanes ha caído a 23.000 millones de euros, la parte de Alemania en los préstamos de instituciones comunitarias a Grecia como consecuencia de sus repetidos rescates asciende a 77.000 millones: total, 100.000 millones redondos. Son cifras importantes, aunque quedarse en ellas es perder de vista lo crucial en esta situación.
Cuando se dice, como ahora, que la salida de Grecia del euro comportaría también su abandono de la Unión Europea, lo que no podría hacerse sino a petición de los propios griegos y con el voto unánime de los países miembros, se enuncia lo que quizá es una verdad jurídica. Pero ya estamos hartos de ver lo que se hace con el Derecho en situaciones de emergencia. Con Grecia se han cometido tropelías que hace una década habrían parecido impensables. A España se la obligó por el Banco Central Europeo a hacer una reforma constitucional exprés (la del art. 135, que bendice todos los recortes habidos y por haber) con acuerdo de los grandes partidos y sin contar para nada con el pueblo. De manera que no se nos venga ahora a decir lo que se puede y lo que no se puede legalmente hacer u obligar a hacer en horas 24 dentro de la Unión Europea.
Lo segundo es que cada toma de posición puede significar varias cosas, y ahora mismo la situación es tan fluida que aferrarse a cualquier dato es tanto como arriesgarse uno a cometer errores de bulto en el análisis. Es evidente, al punto a que han llegado las cosas, que Alemania estaría más tranquila con Grecia fuera del euro aunque dentro de la Unión Europea. El argumento de Syriza de que se le tiene que condonar a Grecia tanta deuda como se le condonó a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial empieza a ser algo más que molesto; Tsipras y los suyos parecen dispuestos a echar un verdadero pulso a la élite dirigente alemana sobre bases morales. Y faltaría más que en esta Europa que empieza a ser alemana las cuestiones de poder se dilucidaran con arreglo a criterios morales. Alemania dejaría de ser Alemania. Por tanto, si hace falta echar a Grecia se la echa. No serán las barreras legales las que lo impidan, sino en todo caso consideraciones de la Realpolitick germana.
El otro asunto es el pronunciamiento de la Comisión Europea. ¿A qué viene decir ahora que la pertenencia al euro es irrevocable? Todo el mundo sabe que eso depende del funcionamiento de la zona euro como una zona monetaria óptima, lo que hasta ahora no se ha dado demasiado bien que digamos. Harían falta reformas que a juicio de la propia Comisión Europea no se están acometiendo en Grecia, ni en Portugal, ni en España, ni en Italia. Mientras Grecia se resista, España e Italia se resistirán también. En 2012 este tira y afloja casi desencadenó la ruptura del euro. Si vuelve un pánico de esas características, la propia Comisión Europea dirá donde dije digo, digo Diego. ¿Y puede volver el pánico? Depende de cuánto estén dispuestos a tensar la cuerda los griegos. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola. O el nudo gordiano, como decían los antiguos; nudo gordiano que, dicho sea de paso, Alejandro Magno cortó - como se sabe - de un tajo de su espada. Y en eso estaban los alemanes la semana pasada: dispuestos a cortar el nudo gordiano de la situación. Que la Comisión Europea venga hoy con la simpleza de decir que aquí no va a pasar nada es como para que estén diciendo por lo bajini: "No pasará nada, suponiendo que los griegos den su brazo a torcer, que naturalmente lo darán porque son buenos chicos". Si se profundiza más en la cosa, caben diversas interpretaciones. Y la mejor no es, desde luego, decir que la Comisión Europea ha salido al quite de los griegos, como si dijéramos para protegerlos de los abusos germanos; Jean-Claude Juncker no ha llegado a presidente del Eurogrupo, primero, y de la Comisión Europea, ahora, defendiendo al más débil. No. La interpretación menos mala es que la Comisión Europea ha querido poner un contrapunto decoroso a la brutalidad alemana; vaya, hacer de poli bueno en contraste con el poli malo. Ahora falta que los griegos se traguen el anzuelo.
Pero esa interpretación, con ser ominosa, no es en modo alguno la peor. Pongamos que es verdad que Alemania ha recapitulado y admitido las conclusiones de un muy citado informe de la Bertelsmann Stichtung, de 2013, según el cual Alemania ganará 1,2 billones de euros por su pertenencia a la Unión Monetaria en los doce años hasta 2025 o un 0,5% de su PIB, a razón de 100.000 millones anuales. Frente a eso, los 100.000 millones en juego en Grecia son una bonita suma, pero insuficiente para echarlo todo a rodar. Y es que se si expulsa a Grecia, habrá que terminar echando a Portugal, España e Italia, pues todas entorpecen el funcionamiento de la zona monetaria óptima previsto por la teoría que fundamenta el euro. La Fundación Bertelsmann subraya que incluso aunque hubiera quitas del 60% de la deuda que tienen con Alemania los cuatro países, el impacto sobre el PIB alemán seguiría siendo insuficiente para justificar la rotura de la baraja. Los moderados, entre los que se cuenta el SPD, partido socialdemócrata miembro de la coalición en el gobierno alemán, aconsejan negociar.
Lo que la Fundación Bertelsmann no dice es lo que cuesta a Alemania el imperfecto acoplamiento de la periferia sur de Europa a la Unión Monetaria. Si, funcionando tan mal como funcionan esos países, incapaces de reducir sus tasas de paro y restablecer sus mercados para absorber muchos más productos alemanes, Alemania ganará 1,2 billones de euros en los próximos doce años, ¿cuánto no ganaría si los mismos países hicieran las reformas necesarias para funcionar correctamente? Ésta es la pregunta que se hacen muchos alemanes. El reciente establecimiento de la Unión Bancaria da nuevas armas a Alemania para reforzar su control económico del Continente con vistas a imponer tales reformas y esas armas, que permanecen inéditas, acaso se puedan utilizar mejor con un país de fuera que con uno dentro del euro. La razón estriba en que un país dentro del euro siempre recibirá cierto apoyo del Banco Central Europeo (y sabemos que este asunto ha creado tensiones entre Draghi y el Bundesbank), aparte que de la forma en que ven los alemanes las cosas el mero hecho de no contar con la política monetaria ayuda a los más torpes al quitarles de las manos herramientas con las que se harían daño. Si Grecia o, para el caso, España salen del euro no dejarán de hacer burradas con sus recuperadas monedas, o eso creen los alemanes, de manera que será inevitable tener que rescatar sus bancos mediante el Mecanismo de Estabilidad Europeo, fondo que podrá expropiarlos o liquidarlos con facilidad. Sin crédito o con el crédito racionado la situación empeorará de tal forma que la población se dividirá y la intervención europea, ahora vista como una injerencia en la soberanía por muchos, pasará a ser vista como salvadora por la mayoría. Los países de la periferia sur de Europa, por mucho que dispongan de su propia moneda, con la economía hundida en el marasmo, la sociedad dividida y sin banca solvente, tendrán que hacer la reformas que se les exige o hundirse en la anarquía. Ésta puede ser la opción que baraja la CDU-CSU, el partido de la canciller Merkel. Sería demasiado arriesgado descartarlo.
Y todavía cabe una tercera posibilidad, intermedia entre las dos señaladas y en torno a la que podría estar fraguándose un consenso entre Alemania y la Comisión Europea. Quizá se está sopesando la potencia de las armas que ofrece la Unión Bancaria. Tal vez son lo suficientemente potentes como para dejar la soberanía nacional en papel mojado sin necesidad de expulsar a nadie del euro. En Europa, la financiación del déficit público depende de los bancos; antes de la crisis, los bancos de todos compraban la deuda de todos; ahora sólo los bancos nacionales compran la deuda de cada país, pero la siguen comprando a cambio de la promesa de rescatarlos (o negociar su rescate en Europa) si las cosas se ponen feas. Así, bastaría con llevar las cosas a un paso antes del límite; sólo suspender la financiación de la troika durante el tiempo suficiente como para que la prima de riesgo se dispare. Los bancos griegos, que adquieren la mayor parte de la deuda de su país, verán gravemente afectados sus balances; el Mecanismo de Estabilidad Europeo tendrá que intervenir esos bancos. Con los bancos intervenidos, el gobierno de Atenas no podrá sacar deuda pública a subasta si no lo consienten Bruselas, Berlín y Fráncfort; sin recursos frescos el gobierno no podrá pagar a sus funcionarios y tendrá que claudicar. Quizá el gobierno griego opte antes por sacar a su país del euro, como quien dice a la desesperada. Ningún problema: eso revertirá la situación al segundo supuesto. Las reformas se harán sí o sí.
Es la facilidad que ofrece la Unión Bancaria de intervenir los bancos griegos, y con ello de cegar las fuentes de financiación del déficit público de ese país, lo que constituye la verdadera novedad de esta situación con respecto a todo lo anterior.
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