sábado, 30 de mayo de 2015

Grecia, Europa y España

Desde que en enero la coalición de izquierdas Syriza se hiciera con el gobierno de Grecia, la situación de la eurozona ha emprendido un cambio de grandes vuelos, posiblemente sin retorno. Por una parte es evidente que el gobierno griego y las autoridades europeas no logran ponerse de acuerdo. Orillar al ministro Varoufakis no ha servido de nada, porque ahora el primer ministro Tipras habla igual que aquél hace un par de meses: el discurso era y es que el acuerdo está a la vuelta de la esquina, lo que la Unión Europea y el Eurogrupo desmienten, entonces rotundamente, ahora con mayor prudencia. ¿Dónde está, pues, el cambio? Sencillamente, en que entonces los europeos creían que los griegos iban de farol y ahora saben que no. La duda es si Europa pasa y deja que Grecia se lleve la mano, es decir, cierra el acuerdo en los términos fijados por Syriza; o los rehúsa y pone a Grecia ante la tesitura de cumplir su nada velada amenaza de default. La suspensión de pagos iría seguida de una quita de deuda más o menos voluminosa que Grecia no tendría que negociar, puesto que la UE, el Eurogrupo y el Fondo Monetario Internacional ya se han negado a hacerlo. La inmediata sería la adopción de represalias y todo el juego no podría terminar sino en la salida de Grecia del euro. Situación por demás peligrosa desde el punto de vista de EE.UU., que ve en ella una oportunidad para Rusia de especular con las disensiones dentro del bloque occidental cuando continúa abierta la crisis de Ucrania. Es por eso que a Europa no se la deja actuar con precipitación. Máxime cuando el propio EE.UU. cree desde hace tiempo que la política de austeridad practicada en Europa es un auténtico disparate.
 
Pero Europa tampoco quiere dar su brazo a torcer, y empieza a fortalecerse la opinión de que los problemas de América son americanos y los de Europa, europeos. Es verdad que la crisis de Ucrania se abrió por un error de la UE, ante el que EE.UU. se mostró débil o poco diligente; de ahí que Europa "deba una" en todo lo que tiene que ver con esa crisis. Pero Europa no va a ceder un triunfo a Syriza que sirva para envalentonar a la extrema izquierda de toda Europa. Las elecciones autonómicas y municipales celebradas recientemente en España han mostrado una progresión de esa extrema izquierda en uno de los mayores miembros de la UE, progresión que podría verse considerablemente reforzada por un éxito de Syriza. Además, está el problema intempestivamente planteado por el Reino Unido. En lo que parece una nueva fuga hacia adelante (como lo fue el acuerdo de cooperación con Ucrania por parte de la UE) el Reino Unido se prepara para salir de una UE donde ha llegado a ser irrelevante. Lo que no parece haber tenido en cuenta es que su salida dará alas a la opinión más radical dentro la izquierda, que querría destruir la UE o al menos que sus respectivos países salieran de ella. Aunque el líder de Podemos, Pablo Iglesias ha moderado sus manifestaciones sobre la permanencia de España en la eurozona, y realmente nunca ha dicho nada respecto de la UE, entre sus seguidores son mayoría los que querrían abandonar la moneda común y crece el número de los que también querrían salir de la UE, a la que se tacha, como poco, de insolidaria. Incluso si, hoy por hoy, resulta impensable que España en su conjunto abandone la UE, está claro que el principal (y prácticamente único) argumento para que Cataluña se mantenga en España, que en caso de salir del Estado firmante del Tratado de Adhesión de 1985 Cataluña quedaría igualmente fuera de la UE, tiene cada vez menos mordiente para una parte políticamente cada vez más significativa de la sociedad catalana. Para la CUP, en concreto, que desde el principio se ha mantenido firmemente en el bloque soberanista, la perspectiva es óptima, toda vez que la independencia supondría desligar a Cataluña de todos sus compromisos internacionales, paradigmáticamente considerados como otros tantos obstáculos al triunfo de la revolución. De ahí que se vea con mayor preocupación el triunfo de Ada Colau en Barcelona que el de Manuela Carmena en Madrid. Pues ésta podría incluso representar una corriente de aire fresco que ventilara el ambiente de la capital, demasiado viciado por tantos años de poder omnímodo detentado por la banda de gánsters que se aupó sobre Esperanza Aguirre. Pero la situación de Barcelona es otra. Independientemente del criterio personal de la alcaldesa in pectore, los necesarios apoyos de ERC y sobre todo la CUP podrían convertirla en el gozne sobre el que bascule la opinión podemita catalana, hasta ahora nada partidaria del soberanismo. Esa opinión podría girar hacia la independencia, y de una forma que ni siquiera Pablo Iglesias sería capaz de contrarrestar.

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