Vivimos tiempos extraños, como diría David Lynch. Uno que vio la
transición con ojos de manifestante ilegal en el tardofranquismo, siempre
esperando que le tocara una bala (de goma en el mejor de los casos, de verdad
salida de aquellos juguetes que a la luz del sol brillaban como la plata cuando
las enarbolaban los de la Social), leyó hace tres meses este tuit
El artículo en cuestión, «La importancia narrativa de ETA», comentaba la sentencia
de la Audiencia Nacional que condenaba como delito un chiste sobre el que fuera
presidente del Gobierno de España en el momento de su muerte, almirante Carrero
Blanco. De paso, el artículo llevaba agua al molino de aquéllos a quienes el franquismo se
está haciendo demasiado largo (muy pocos de los cuales vivieron el verdadero
franquismo, dicho sea de paso).
La tesis del artículo era de una simplicidad pasmosa: la
Transición la inició ETA al atentar contra Carrero Blanco; éste podría no sólo haberla retrasado sino incluso impedido por completo. El
artículo no hace apología de ETA; más bien pone la circunstancia en relación
con que la democracia, que en Grecia y Portugal vino de la mano de la
movilización popular, en España en cambio la trajeron las élites: la élite
terrorista, iniciando la transición, y la élite del poder, culminándola.
Lo nefasto del artículo no es lo que dice, sino lo que calla. Pues
lo que calla hace que su juicio sobre ETA, aunque lejos de la apología, termine por ser ambiguo. Quienes estábamos allí sabemos qué es lo que calla. El mismo
día que ETA eligió para su atentado se iniciaba el «proceso 1001», el juicio
ante el Tribunal de Orden Público, por asociación ilegal, de los máximos
dirigentes de Comisiones Obreras. ¿Casualidad? Las casualidades no existen: el
juicio era público y ETA lo conocía. Eligió ese día para cometer su acto
terrorista. Los que estuvimos en Las Salesas ese día, miles de personas
formando cola para entrar, o mejor dicho: para quedarse uno fuera y hacer
presión, sabemos lo que la noticia significó. El proceso duraría varios días, y
el plan de las organizaciones democráticas en la clandestinidad era conseguir
que cada día fuese más gente que el anterior, con el propósito de convertir el
juicio a los dirigentes sindicales en un juicio a la Dictadura y quizá en el
inicio de una dinámica comparable a las de Grecia y Portugal. No hubo ocasión.
Con la noticia de la muerte de Carrero (nada menos que el presidente del Gobierno), la Brigada Político-Social hizo correr
entre quienes formaban cola el rumor de que se preparaba un Estado de
excepción, quizá para ser declarado ese mismo día. Se iba a allí dispuestos a recibir palos y a ser detenidos, incluso a correr el riesgo de un
balazo; no a afrontar los cargos extra y las torturas en comisaría por tiempo
indefinido que comportaba desafiar un Estado de excepción. La cola aguantó
varias horas, y pudo considerarse un éxito de movilización. Al día siguiente,
no se repitió.
Por eso cada vez que leo que ETA, en esa acción concreta, estuvo
manipulada por servicios de inteligencia no puedo dejar de pensar que es muy
verosímil. Desde luego, el atentado lo cometieron ciertas élites, cierta
«vanguardia del proletariado» que ni Grecia ni Portugal tuvieron nuestra mala
suerte de sufrir. Lo que el artículo calla, y en eso da una visión miserable de
la realidad, es que en España también había movilizaciones populares; mucho más
fuertes que las de Portugal, por cierto, donde la dictadura fue derrocada por
el ejército mientras que aquí tendría que serlo contra él. Esas movilizaciones,
en la fase más reciente, habían desembocado en acciones tan importantes como la
huelga de la construcción de Madrid en 1971, y las huelgas generales de El
Ferrol y Vigo, en 1972, y de Pamplona en 1973; todas con muertos, porque
entonces las movilizaciones costaban vidas. Lo que se juzgaba en el «proceso
1001» era precisamente a quienes habían dirigido aquellas huelgas y la
solidaridad que recibieron de toda España. Se trataba, por tanto, de un
verdadero pulso entre la Dictadura y las fuerzas democráticas, más
concretamente el movimiento obrero. ETA puso la goma-2 del lado de la
Dictadura, forzó la desmovilización y el proceso terminó en un juicio de tantos
del TOP, con los acusados yendo a dar con sus huesos en prisión hasta la
amnistía de 1977.
Sé que hay gente que piensa ahora que habría sido mejor dejarnos llevar por ETA a donde quisiera llevarnos, si con eso se extirpaba de raíz el franquismo. Nada más lejos de la realidad: ETA fue el mejor aliado que podrían haber encontrado los franquistas, porque cada atentado reforzaba la impresión general de que no se podía luchar contra el terrorismo más que con los métodos del franquismo: pena de muerte, estados de excepción, torturas policiales, etc. Hubo que sufrir semejante presión un año tras otro, durante los veinte que van de las primeras elecciones al asesinato de Miguel Ángel Blanco, pasando por atentados tan crueles como los de la plaza de la República Dominicana en Madrid o de Hipercor en Barcelona, por citar los más sangrientos. Pero el secuestro de un edil democrático (cuyo pecado mortal, a juicio de sus verdugos, era sentirse español), y con él de toda España, que lo siguió como quien dice en directo, seguido de su tortura y asesinato superaron todo lo entonces imaginable. Ese día España entera dijo «¡No!», y fue el principio del fin de ETA.
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