Advierto de antemano que
no pretendo un análisis técnico de lo que puede significar, análisis inútil
antes de conocer los pormenores del plan. Tan solo intentaré dar respuesta a
algunos de los interrogantes que suscita la propuesta. También conviene
advertir que los nacionalistas catalanes rechazaron el cupo cuando se les
ofreció, como a los vascos, que sí lo aceptaron, en el momento de redactarse
los primeros Estatutos de Autonomía. Han cambiado de opinión, que sea para
bien. Rectificar es de sabios.
No hay que olvidar que la
propuesta del PP se hace en precampaña electoral.
Veamos los antecedentes.
En 2012, el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, ante el fracaso
de los recortes fiscales emprendidos por su gobierno, quiso negociar con Rajoy
la aplicación a Cataluña del sistema de cupo. La diferencia entre este y el
llamado sistema de ‘régimen común’ estriba en que en el cupo los impuestos los
recauda el gobierno autonómico y, tras entregar al gobierno central el cupo
acordado, conserva el resto de la recaudación para disponer de ella como le convenga,
con arreglo a las leyes; mientras que en el régimen común recauda el Estado y
redistribuye entre Comunidades. En 2012, el PP consideró oportuno ignorar la
petición del Govern, y la respuesta fue el procés.
Ahora el PP cree que conviene ceder, y la forma de hacerlo —en previsión de que
las demás Comunidades digan culo veo,
culo quiero— es extender el sistema de cupo a todas.
Una primera duda. ¿No se
está dando mucha prisa el PP? ¿Acaso no convendría examinar despacio las razones
del nacionalismo catalán para rechazar el sistema de cupo en la Transición?
Quizá algunas de esas razones continúan siendo válidas, si no para Cataluña,
quizá sí para otras Comunidades Autónomas. La propuesta parece precipitada y
con cierto tufillo electoralista.
Otra cuestión importante
es que la generalización del sistema de cupo liquida la corresponsabilidad
fiscal entre el Estado y las Comunidades Autónomas: aquí puede estar el motivo
de fondo para el rechazo catalán en un primer momento. Lo que ocurre es que
desde entonces gran parte de ellos se han convencido de su incuestionable
superioridad y capacidad de salir adelante sin ayuda del resto. Bueno, habría
que verlo. Lo que es indiscutible es que otras Comunidades no están en la misma
situación. La propuesta las dejaría, literalmente, con el culo al aire.
La tercera cuestión es si
la generalización del sistema de cupo haría lo bastante felices a los
independentistas para cejar en su repetido desafío al Estado. Sin duda, lo
habría sido en 2012, pero ¿en 2019? Artur Mas nos dice por activa y por pasiva
que sí. Yo lo dudo mucho. El Estado de las Autonomías ha sido descrito como federalismo asimétrico. Generalizar el
sistema de cupo lo transformaría en un confederalismo
neto. Fíjense en Suiza: el sistema de cupo funciona entre cantones, pero hay
algo más. Si un suizo francófono pretende en Zúrich que el empleado del banco
le hable en francés, se le dirá: «Oiga, está usted en la zona alemana. Hable
usted alemán». Y a la inversa en Ginebra.
Y quizá uno se pregunte:
si eso es así, ¿por qué no ha ocurrido lo mismo en el País Vasco, que está en
el lado confederal de la asimetría? Por una razón muy sencilla. El euskera es
una lengua tan endemoniadamente distinta a todas las conocidas, y tan inútil
para moverse por el mundo, que los gobernantes vascos, con buen criterio, han
decidido mantenerla de adorno. Pero con el catalán la cosa es distinta. Los
nacionalistas catalanes creen (y lo creen cada día más) que el catalán es una
lengua superior al castellano, y lo bastante próxima a esta como para que los
hablantes de aquella se plieguen a aprenderla si quieren hacer negocios en Cataluña.
Y por esa vía, sueñan con extender su uso por todo el mundo hispano. ¿Y por qué
no, si consiguen convencer al mundo de que Colón, Miguel Ángel y Cervantes eran
catalanes, y esas glorias, como muchas otras, les habrían sido arrebatadas en un
expolio de siglos que haría de Catalunya, con excepción de los judíos, la
nación peor tratada de la Historia?
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