Se nos había prometido que la reforma constitucional devolvería la tranquilidad a los mercados respecto de la condición de buen pagador de España. El mismo día de la aprobación en el Congreso de la susodicha reforma, caían las Bolsas y la prima de riesgo del bono español a diez años superada la fatídica barrera de los 300 puntos. ¡Santo cielo! ¿Qué ha pasado? No se preocupen ustedes, ya tenemos explicación oficiosa de lo que está pasando. Es Grecia la causa de todo. Y Angela Merkel, que ha estado apostando a la quiebra selectiva para que los bancos paguen su parte y no todo recaiga sobre los contribuyentes, la gran culpable. Pero no se angustien más de la cuenta: tras la quiebra griega, las aguas volverán a su cauce. Todo lo demás está como debe estar, siempre que Grecia no salga del euro. Estos sempiternos optimistas son los que predijeron que el acuerdo del 21 de julio lo resolvía todo, quienes sacaron pecho con los resultados de banca española en los stress tests. Y, en definitiva, quienes pronostican un día luminoso tras cada recodo de este tormentoso camino, significando que la economía española, y la europea y la mundial llevan escrito en su frontispicio «hoy no se crece, mañana sí».
Y si echamos la vista un poco más atrás, fueron ellos mismos, o los que entonces ocupaban su lugar, quienes dijeron en agosto de 2007 que un swap de divisas entre la Fed y el BCE bastaba para frenar los efectos de la quiebra de dos fondos de inversión radicados en las Islas Cayman, quienes en la primavera de 2008 juraron y perjuraron que no había crisis o que se resolvería enseguida, quienes en el otoño del mismo año desempolvaron viejos charts bursátiles para convencernos de que las cotizaciones rebotarían a principios de 2009, quienes – ya en el plano macroeconómico – apoyaron la política de estímulos fiscales del FMI y a renglón seguido la consolidación fiscal de la UE como soluciones (contradictorias) a la crisis, quienes aplaudieron a Merkel a principios de 2010 y quienes la critican a mediados de 2011. Ahora se les ve escribir un día que el déficit cero da confianza a los inversores y al siguiente pedir políticas expansivas para evitar una nueva recesión. Desconocen la ley de Murphy y se empeñan en pensar que, cuando las cosas parecen ir peor, es cuando deben mejorar. Tan sólo saben que la cosa va mal y quieren creer que, fácilmente, podría ir o haber ido mejor. Lo único que les preocupa es buscar al culpable de que el tiempo no les dé la razón. ¡Malos tiempos para el sentimiento Toro!
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