La CDU-CSU de Angela Merkel ha ganado a lo grande las elecciones alemanas, como se esperaba. Los conservadores europeos lo celebran a lo largo y ancho del Continente. Representa la política de derechas que reducirá los gobiernos de la países miembros de la UE a dimensiones sostenibles. Cueste lo que cueste, desde luego. El único problema es que no sabe nada de Economía, pese a lo cual toma distancias de su correligionario Schaubel, que sabe algo del asunto.
Alemania disfruta de un superávit considerable en el comercio bilateral con otros países miembros de la UE. Por comercio, aquí entiendo un superávit tanto en los intercambios visibles como en los invisibles, como el turismo. En términos financieros, un superávit considerable en las cuentas alemanas da origen a un continuo flujo de dinero desde los países deficitarios al país con superávit. En Alemania, la afluencia de dinero crea tensiones inflacionistas. La inflación aterroriza a los alemanes desde 1922-23. Merkel es hábil en contener los precios, y eso explica en parte el apoyo que ha recibido. En tales condiciones, la única manera de ajustar el desequilibrio comercial es deflación en los países con déficit. En teoría, la deflación es un modo eficiente de ajuste. Los precios deben caer, precisamente para hacer la producción interior más competitiva frente a otros países. La herramienta para reducir precios es reducir antes los salarios; de otro modo, las empresas no pueden abaratar su producción sin sufrir pérdidas. La reducción de los salarios reduce al mismo tiempo la renta disponible. Consecuentemente, la recaudación tributaria y la demanda de consumo caen muy deprisa. El gasto público y los precios de muchos de los bienes que consumen los asalariados se reducen también. Los precios de los inputs intermedios y del equipo que usan las empresas siguen a continuación. Al final del proceso, el gobierno es más pequeño y la producción interior es más competitiva. Estupendo.
En realidad, la deflación es una manera grosera de ajustar los desequilibrios comerciales. Si las empresas que producen bienes de consumo adquieren inputs intermedios y equipo de fabricación nacional, todo puede ir bien. En una economía altamente internacionalizada, sin embargo, como es la mayoría de las economías nacionales de la UE, mucho de los inputs intermedios y del equipo viene del exterior. Los productores extranjeros no tienen motivo para reducir sus precios; generalmente, producen para mercados globales y pueden encontrar nuevos clientes si los antiguos no pueden pagarlos ya. En consecuencia, las empresas productoras de bienes de consumo deben recurrir a proveedores nacionales, lo que con frecuencia no resulta factible; por ejemplo, cuando los proveedores habituales eran de alta tecnología. En cualquier caso, los proveedores nacionales serán inexistentes o menos competitivos, lo que transformará a muchas de las empresas productoras de bienes de consumo en escasamente competitivas, a su vez. Gran número de empresas productoras de bienes de consumo cerrará, en vez de bajar precios. Y las empresas que sobrevivan tenderán a reducir el segmento de mercado para el que producen antes que reducir precios. Un efecto perverso pero muy probable es que los asalariados empobrecidos cambien su demanda de bienes de alta y mediana calidad de producción nacional por demanda de bienes de importación de baja calidad. Llamemos a este efecto 'sustitución de producción nacional por importaciones'.
El cuadro definitivo de una economía nacional sometida a deflación será el de una economía compuesta por tres sectores, a saber, 1) los 'exportadores', empresas que compran y venden en mercados exteriores, que no necesitan reducir sus precios y que están en cierta forma desvinculadas de la economía nacional y sus problemas, excepto por los salarios a la baja, que mejoran la competitividad de este sector; 2) un sector productor y distribuidor de bienes de consumo dirigidos a segmentos de demanda de renta alta, que tampoco necesita reducir sus precios (aunque quizá sí su escala de producción), y que está parcialmente desvinculado del resto de la economía nacional y sus problemas, excepto por los salarios a la baja, que incrementan los beneficios de sus propietarios; y 3) un mercado de bienes para asalariados (y parados), en el que una feroz competencia por reducir precios sin pérdidas conduce a una creciente cuota de mercado para las importaciones de baja calidad. La recuperación del equilibrio comercial, y consecuentemente el fin del ajuste, requiere que el creciente superávit comercial del sector 1), unido quizá al decreciente déficit comercial del sector 2), resultado del empobrecimiento de la población, superen al creciente déficit comercial del sector 3). Nada asegura que el equilibrio comercial sea restaurado de esa forma.
La mayoría de quienes apoyan el llamado modelo 'de promoción de exportaciones' ignora la sustitución de producción nacional por importaciones en el mercado de bienes de consumo, que sigue a la reducción de salarios. En el mejor de los casos, ese efecto sustitución hará que el ajuste se prolongue durante largo tiempo; en el peor, convertirá el ajuste en contraproducente. Esa ignorancia contribuye al sufrimiento inútil de millones de personas a todo lo largo y ancho de Europa.
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