He podido contemplar el video de una conferencia dada recientemente por Juan Carlos Monedero con ocasión del lanzamiento, conjuntamente con Pablo Iglesias, de la plataforma política PODEMOS. A Pablo no tengo el gusto de conocerlo pero a Juan Carlos sí, desde que él era estudiante y yo un joven PNN, y a partir de entonces he seguido su carrera con mayor interés, sin duda, que él la mía. Le tengo simpatía y admiro el coraje con que ha defendido, por ejemplo, el chavismo en los medios de comunicación españoles. En la conferencia que menciono dijo cosas en las que coincido con él y otras en las que disiento radicalmente. Entre las primeras, y es algo crucial, que hay que reivindicar la política a pesar de los políticos al uso. Es, sin embargo, a las segundas a las que dirigiré mi atención en este momento.
Dice Juan Carlos que estamos en una crisis "de civilización" y la importancia de las connotaciones de esta frase parece justificar el paso que han dado con su plataforma. Podría estar yo de acuerdo en eso, y en seguida aclararé este extremo; pero donde no puedo seguirle de ninguna manera es en la inferencia de que dicha crisis además, o en la estructura profunda, es la crisis final del capitalismo. Por suerte o por desgracia, no. Entiendo que su posición parece más fácil de argumentar que la mía, toda vez que cualquiera puede ver que estamos en una crisis económica de dimensiones planetarias (¿y qué otra cosa es el capitalismo que el modo de producción dominante a escala planetaria?) y que acabo de aceptar que la crisis es de civilización. Sumas dos y dos y resulta cuatro.
Me temo, sin embargo, que Juan Carlos y quienes como él razonan, bastantes en esta crisis, incurren en un error producto de confundir sus deseos con la realidad. Comprendo que son muchos los que denostan el capitalismo, y no seré yo quien pretenda hacerles cambiar de opinión. Realmente, el capitalismo en esta hora deja mucho que desear; en nuestro país, sin ir más lejos, no puede dar empleo a casi seis millones de parados, ni puede dar empleo a la mayoría restante más que con salarios insuficientes, ni garantiza las pensiones, la educación de calidad para todos, ni la sanidad gratuita. Está en su lógica que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres (Marx llamó a eso "ley de la miseria creciente del proletariado"), y, para colmo, la democracia política construida sobre su base económica parece consustancial a la corrupción. Entonces, ¿por qué digo que la crisis económica no es, ni puede ser la crisis final del capitalismo? Para explicarlo, diré en qué sentido entiendo la crisis de civilización.
La crisis de civilización es, en realidad, un conflicto de civilizaciones. Diversas civilizaciones (la budista-confuciana, la hinduista, la islámica, las indígenas americanas de origen precolombino, las animistas africanas) habían coexistido durante siglos, en un plano subordinado, con la principal, la cristiano-occidental. Pero ésta perdió su protagonismo con el fin de la Guerra Fría (en sí misma, un conflicto inherente a la civilización occidental). Pero, con la llamada globalización, las restantes civilizaciones han pasado a reclamar un papel protagonista acorde con sus dimensiones demográficas y su pujanza económica; el recurso al capitalismo más salvaje por un régimen comunista, como el chino, por ejemplo, no puede entenderse más que en el marco de una civilización no occidental. Pese a lo supuesto por Huntington, el choque de civilizaciones no ha pasado, ni previsiblemente pasará, de la fase dialéctica porque ésta no es más que la primera fase de lo que, más que una crisis de civilización, es una verdadera crisis de civilizaciones, pues todas pugnan por hacerse un lugar en el espacio dejado por el retroceso, ya irreversible, de la civilización occidental. La excepción en este proceso es el integrismo islámico, precisamente porque busca en una vuelta al pasado la salida a esa crisis, que las restantes civilizaciones buscan en una fusión tendente al surgimiento de una verdadera civilización universal, la primera en la historia de la humanidad que no busque imponer a las demás elementos particulares, y que por fuerza tendrá que empezar siendo eminentemente ecléctica y respetuosa con todos los particularismos. En ese proceso de fusión, por ahí llamarlo, que puede prolongarse durante décadas y alargarse más allá del siglo XXI, el único elemento verdaderamente universal, el lenguaje común de la humanidad, es el capitalismo. El capitalismo es el único lenguaje que entienden igual los chinos que los norteamericanos, los rusos que los europeos occidentales, los latinoamericanos que los japoneses y surcoreanos. ¿Que es un lenguaje imperfecto? Sin duda. ¿Que llegará el día en que haya que reemplazarlo por otro capaz de expresar todas las realidades humanas y no sólo las de la necesidad y la ambición? Es muy probable. Pero, en tanto llega ese día, pretender ver el fin del capitalismo a la vuelta de la esquina es condenarse uno mismo a razonar dentro de los parámetros de la civilización occidental, como si ésta pudiera continuar dictando sus términos al resto de las civilizaciones.
Entonces, ¿la actual crisis económica qué alcance histórico tiene? En mi opinión, la actual crisis económica, en su origen y falta de solución hasta la fecha, tiene el alcance de una crisis de reajuste de los centros de decisión a escala mundial. El occidentalizado bloque Estados Unidos-Europa-Japón definió las estructuras de poder internacional a su entera conveniencia tras la crisis del petróleo, en los años 80 del siglo pasado; es decir, a la conveniencia de una de cada siete personas que habitan el planeta. Desde entonces, esas estructuras de poder, radicadas en Frankfurt, Londres, Nueva York y Tokio, han permitido utilizar el ahorro de las seis restantes para financiar no sólo la inversión, sino también el consumo de ese séptimo de privilegiados. La crisis de 2007-2008 vino a decir con claridad que semejante arreglo era insostenible, pero todavía nadie ha venido a proponer ningún otro. Sea lo que sea que venga después, tendrá que situarse dentro del capitalismo, pues de otra forma sólo se construirá una Babel que haría inviable la coexistencia pacífica entre las naciones.
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