La declaración del director del FBI ante un comité del
Congreso de Estados Unidos, revelando que entre los 600.000 correos
electrónicos recientemente publicados por Wikileaks hay algunos remitidos por una asistente de Hillary Clinton que podrían
comprometer la integridad de la candidata a la presidencia, ha dado un vuelco
inesperado a las encuestas y a las expectativas de triunfo en estas elecciones.
El todavía presidente Obama ha censurado al director del FBI por interferir en
la campaña electoral; los partidarios de Clinton lo acusan de hacer el juego a
Putin, ya que dan por hecho que Wikileaks es una herramienta del servicio
secreto ruso. Lo cierto es que el director del FBI no se habría atrevido a dar
el paso sin el respaldo de la CIA y de los otros catorce (quince, si incluimos
a la Oficina de Evaluación Neta, que depende directamente del secretario de
Defensa) servicios de inteligencia de Estados Unidos. La ambigüedad de las
revelaciones es tal (no se sabe cuántos correos, ninguno es de Hillary Clinton)
que éstas sólo pueden entenderse como una apuesta de la llamada «comunidad de
la inteligencia» por la victoria de Donald Trump. De ser un candidato contestado
incluso en su propio partido, ha pasado a ser el favorito en estas elecciones.
¿Cómo ha ocurrido y por qué?
La clave está en una percepción distinta de la posición de
Estados Unidos en el mundo. Quiérase o no, Bill Clinton y Barack Obama, no
menos que George W. Bush, han sido tributarios de la noción de un «nuevo orden
mundial», preconizada por George Bush padre. En esa visión, Estados Unidos ha sido el guardián de la legalidad internacional y el garante de la democracia en todo
el orbe. Como tal, se ve obligado a intervenir en todas partes, apoyando igual las
primaveras árabes que el fallo del tribunal de La Haya sobre el Mar de la China
meridional y la soberanía de Ucrania sobre Crimea. Hillary Clinton representa la continuidad de esta dinámica. Trump, al que se acusa de aislacionista, representa
la tendencia opuesta. Según él, Putin no es el enemigo (de ahí que muchos vean
en el candidato a una marioneta del ruso); una eventual guerra con Rusia en
Ucrania o por Ucrania, Estados Unidos no puede ganarla por razones logísticas
evidentes. ¿A qué mantener entonces la tensión? Buscar un acomodo sería lo más
razonable según Trump. En Oriente Medio sus ideas no son tan claras, pero
entrañan una crítica profunda de las inconsistencias de la política de Obama,
quien fue advertido por la CIA en 2012 de que algo como el Estado Islámico
podía surgir en la frontera entre Siria e Irak como consecuencia de la política
de apoyar a todo rebelde al régimen
de Damasco. Y en Extremo Oriente, ¿de qué vale defender el fallo de La Haya a
favor de Filipinas, si el propio presidente filipino se aleja de
Estados Unidos para aproximarse a China?
El espaldarazo de la comunidad de la inteligencia a Trump no
asegura el triunfo de éste, pero le da una enorme ventaja, incluso psicológica,
sobre su contrincante. El pueblo norteamericano puede opinar diferente. Pero
incluso si Clinton gana, tiene motivos para reflexionar sobre una política
exterior de la que ella, como secretaria de Estado, ha sido protagonista activa en los pasados años.
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