A mí me ocurre lo contrario que al
ministro Méndez de Vigo, que hoy lo veo peor que ayer y mejor que mañana. Y es
que creo que el enfoque es radicalmente erróneo. Durante treinta y seis horas
me he puesto en modo 155 (yo, que siempre he sostenido que no hacía falta
aplicar ese artículo de la Constitución), pero no lo veo, mírelo como lo mire.
¿Qué sentido tiene sugerir al President Puigdemont que niegue lo que todos
pudimos ver, que 72 «legítimos representantes» del pueblo catalán (la mayoría
del Parlament) emulaban a los delegados de las Trece Colonias americanas que
firmaron la Declaración de Independencia en Filadelfia el 4 de julio de 1776?
¿Volver, como dicen los periodistas, a la
casilla de salida? ¿Hacer como que las autoridades catalanas nunca
incurrieron en la profunda deslealtad de que los acusó ante doce millones de
espectadores S.M. el Rey? Eso sería convertir todo en un estúpido malentendido,
volvernos locos a todos. Puede que el Honorable lo haga, después de todo, y
¿para qué? Además, que rollo más malo, como decían los modernos. Negociar no se
sabe qué en la comisión esa de reforma constitucional. Meses, acaso años de
agravios y humillaciones para ambas partes. Si entramos por ahí, es que este
país es masoquista.
Por otra parte, algunas de las más
engorrosas dificultades para la independencia se van despejando. Una de las más
importantes, si no la principal, era el destino del Barça. Ya la Premier League
británica ha dicho que lo acoge. ¿Se dan cuenta de las ventajas que eso supone?
Domingo sí, domingo no, Barcelona se llenará de hooligans, esos encantadores personajes que han dejado un reguero
de sangre en sus viajes al Continente en competiciones europeas. Muchos de
ellos son turistas que adoran ponerse ciegos de alcohol barato y dormir la mona
en la playa, para estar frescos, armar bronca y jugar al balconing por las noches. Y a su regreso tienen estupendos bufetes
en la City que demandan a los hoteles por carecer de piscinas con la suficiente
profundidad para saltar a ellas desde las habitaciones, o por lo que sea. Sería
fabuloso: toda la morralla que amarga la existencia a los mallorquines en la Punta
Ballena de Magalluf, trasladada a Las Ramblas, donde los recibirán con los
brazos abiertos, sembla.
El otro escollo era la salida de la
república catalana de la Unión Europea y la zona euro. Parece que la EFTA
(siglas de la European Free Trade
Association, Asociación Europea de Libre Comercio) también estaría
dispuesta a acogerla. Si es que Cataluña es un bombón... Son los cuatro países
que restan de un proyecto del Reino Unido en los cincuenta, que fracasó: Suiza,
Noruega, Islandia y Liechtenstein; trece millones de habitantes en total. Menos
da una piedra. Además, tras el Brexit es previsible que el Reino Unido se
reincorpore, lo que desequilibrará totalmente la cosa. Pero es lo que hay. Ya
puestos, lo único que falta es que el Banco de Inglaterra ofrezca a Cataluña
incorporarse al área monetaria de la libra esterlina. Oigan, esto puede ser
incluso mejor que el euro: los ejecutivos catalanes viajarán a Londres en vez
de a Madrid y los hooligans lo
tendrán más fácil para hacer su turismo en Cataluña. Oportunidades, a esa
democracia ejemplo para el mundo, no le van a faltar.
Cataluña tiene una larguísima
tradición de ofrecerse al mejor
postor. En el siglo XV – ojo a la fecha: anterior a la formación de España – la
república catalana ofreció la corona del Principado a Enrique IV de Castilla, a
un pretendiente de la casa de Anjou, al condestable Pedro de Portugal y a un
tal Reiner de Provenza. Por haches o por bes, salió mal; pero ellos lo
intentaron. Y en 1640 se ofreció a
Francia, que la devolvió poco después a España en la Paz de los Pirineos, harta
la primera no sabemos de qué.
En el presente, ya se ha ofrecido a Estados Unidos como
«estado libre asociado». Vamos, que si no pueden ser la Dinamarca del Sur del
Europa porque Alemania y Francia se ponen burras, bien está ser el Puerto Rico
del Mediterráneo.
Veo tremendas ventajas en negociar la
independencia de Cataluña. A primera vista, no con los catalanes, que parecería
que no tienen nada que ofrecer salvo desgracias sin cuento para todos si no se
hace lo que ellos quieren. España tiene donde elegir y con quién negociar. Con
Estados Unidos, podemos cambiar a Cataluña por Puerto Rico. Esta excolonia
nuestra, que ahora pasaría a ser comunidad autónoma, está muy descontenta por
la escasa atención recibida del gobierno federal tras el paso devastador de un
reciente huracán, mientras la Casa Blanca dice que lo que ha hecho por Puerto
Rico, mucho o poco, ha desequilibrado su presupuesto para el ejercicio
corriente. La transacción está hecha.
Pero también podemos cambiar con el
Reino Unido a Cataluña por Gibraltar, eterna reivindicación insatisfecha de España.
Añado: dada la special friendship entre USA y UK, que
desembocará inevitablemente en una creciente infeudación del segundo al primero
tras el Brexit, ¿no podría un astuto negociador catalán conseguirnos Puerto
Rico y Gibraltar, juntos, a cambio de su libertad?
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