El pasado 21 de diciembre, el Banco Central Europeo lanzó la mayor subasta de liquidez de su historia, poniendo a disposición de los bancos de la zona euro un total de 489.000 millones de euros de liquidez a tres años. En muchos aspectos, la operación ha funcionado. En algunos, de importancia crucial para la solución de la actual crisis, no. Por una parte, es cierto que las primas de riesgo se han reducido para casi todos los emisores soberanos; la del bono español a diez años, por ejemplo, ha conseguido bajar por debajo de los 300 puntos básicos, lo que sólo ha conseguido de forma esporádica desde el pasado verano. También, muchos bancos han dejado de sentir el rigor extremo de la paralización del mercado interbancario, que amenazaba con asfixiarlos. Entiéndaseme, no es que el interbancario se haya reanimado de forma perceptible; es que se suministra a los bancos un sucedáneo que, por el momento, va bien.
Pero, por otra parte, las cosas van de mal en peor en Portugal. Eso no debería estar pasando. Precisamente, la gran LTRO a tres años (nombre oficial de la operación mencionada al comienzo) se diseñó con el propósito de evitar que la situación de desamparo de Grecia se «contagiara» a ningún otro miembro de la zona euro. Puede estar ocurriendo por varias causas. La primera es que la crisis griega ni está en vías de solución ni lo contrario. Hoy se habla de que el acuerdo es inminente, mañana de que Grecia tendrá que quebrar y salir del euro. Esta clase de incertidumbre es lo que más zozobra transmite a los mercados. Que se solucione de una vez o que salga del euro, pero que se defina sin mayor dilación: eso sería la más conveniente para los demás. La perspectiva, sin embargo, es que la UE, el BCE y Grecia van a seguir mareando la perdiz un tanto más, para mayor nerviosismo de todos. En fin, es el tributo que todos debemos pagar al menos por compadecernos un rato viendo por televisión cómo las autoridades reparten mantas entre los ya miles de sin techo de las ciudades griegas.
La segunda posible causa del agravamiento de la situación portuguesa es, si cabe, más preocupante. Quizá la solución del BCE no funcionará en el largo plazo, y los mercados lo intuyen. Para sortear la objeción, el BCE prepara otra microinyección de liquidez ahora en febrero. Pero todos sabemos que eso no hace más que empujar el problema hacia delante. ¿Qué pasará dentro de tres años, si la economía europea y sobre todo las economías periféricas no llegan a crecer lo suficiente? Ésa es la gran interrogación. El largo plazo, por definición, está lejos, pero siempre termina por llegar. Los mercados aprenden, y en épocas de crisis aprenden mucho y muy deprisa. Diría que ya saben casi tanto como yo. Dentro de poco, sabrán más, y tanto como otros tipos más listos que yo, que dominan casi a la perfección el tema. Cuando sepan más que ellos, ése día llegará el Gran Susto que muchos empezamos a barruntar ya.
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