Si esta tarde el parlamento chipriota da su visto bueno, anoche se habrá llegado a un acuerdo entre el gobierno de ese país y la troika que permite cerrar la crisis abierta hace diez días. El acuerdo afecta a los dos mayores bancos del país, Banco de Chipre y Laiki. El segundo en tamaño, Laiki, será dividido en un banco «bueno» y un banco «malo». El «bueno» se quedará con los activos viables y todos los depósitos, hasta 100.000 euros. El «malo», con los activos tóxicos (fundamentalmente, deuda griega) y lo que exceda de 100.000 euros en cualesquiera depósitos. Por encima de 100.000 euros, los grandes depositantes quizá no recuperen nada, o muy poco. El Laiki «bueno» será absorbido por el Banco de Chipre, que a su vez saneará sus activos tóxicos (nuevamente, deuda griega) con cargo al exceso sobre 100.000 euros de los grandes depositantes. Aunque hay que hacer cálculos más precisos, a ojo de buen cubero se estima que los grandes depositantes del Banco de Chipre podrían perder, de media, el 35% de su dinero. Todavía no está claro cómo se alcanzará el 9% de capital principal requerido por la normativa de la UE.
Dejando a un lado las inevitables lagunas de un acuerdo cerrado al límite del tiempo concedido para la negociación (el BCE había amenazado con cerrar hoy el grifo de la liquidez a Chipre), lo pactado responde bastante bien a la correlación de fuerzas definida durante la crisis, y dejará satisfechos a los actores principales, con dos notables excepciones. En primer lugar, parece un acuerdo satisfactorio para los pequeños depositantes, que ven confirmada la garantía comunitaria sobre sus ahorros. Segundo, es un acuerdo satisfactorio a corto plazo para los mercados, que relajarán su presión sobre los países susceptibles de contagio; hoy, la Bolsa sube y la prima de riesgo baja en España, por ejemplo. Tercero, es un acuerdo que deja tranquila a Alemania, empeñada en una lucha sin cuartel contra los paraísos fiscales en el seno de la UE y, aún más, en la zona euro. Todos los demás se darán con un canto en los dientes.
Una excepción son los grandes depositantes, obligados a pagar los platos rotos. Se dice que una gran mayoría son rusos; en todo caso, son extranjeros. Además de rusos, debe de haber libaneses, sirios, egipcios e israelíes, por citar sólo lo que parecen las nacionalidades más relevantes. Chipre había aspirado, en efecto, a convertirse en un centro de referencia financiera en el Mediterráneo oriental. Le vino a las manos con las «primaveras árabes» y, sobre todo, con la guerra civil siria. Luego vinieron los oligarcas rusos, con su dinero de origen dudoso. Era únicamente la primera fase. Actualmente, en Chipre se desarrollaba un activo mercado de derivados financieros, y el bajo tipo del impuesto de sociedades empezaba a atraer a empresas europeas de toda índole. Esto es con lo que ha querido acabar a toda costa, y con éxito, Alemania.
La segunda excepción es la propia economía chipriota, y a la larga sus ciudadanos y posiblemente toda la UE. Arruinada su reputación como paraíso fiscal en ciernes, a Chipre le quedan pocas alternativas, si es que alguna; el turismo ruso se resentirá, inevitablemente. Contra ese pequeño país se ha movilizado el rodillo de una opinión pública europea contraria a los paraísos fiscales; pero, como se dice en estos casos, si no lo hace Chipre lo hará algún otro. Abu Dabi empieza a frotarse las manos. Ahora Chipre se unirá a Grecia en el grupo de países menesterosos de la zona euro. La moneda común se ha salvado, al precio de no dejar piedra sobre piedra de las economías que plantean problemas.
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ResponderEliminarNo hay que irse a Abu Dabi: la isla de Mann, las islas del canal, Gibraltar, Holanda y sus SBVs, Luxemburgo... y para que hablar de Suiza. En Europa lo que sobran, y nunca mejor dicho, son paraisos fiscales
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