El fin de semana que viene, 19-21 de abril, se celebrará la reunión de primavera del Fondo Monetario Internacional, en Washington. Lo hace en un ambiente plagado de signos contradictorios. Por una parte, la recesión está lejos de estar dejándose atrás. Para empezar, buenos indicadores en Estados Unidos y el Reino Unido chocaban con economías en retroceso en la zona euro y persistente estancamiento en Japón; China permanece en el fiel de la balanza. Pero, en las dos últimas semanas, la actualización de una serie de indicadores ha arrojado un jarro de agua fría sobre las expectativas de crecimiento de la mayor economía del mundo. Los datos de empleo, índices de actividad industrial y de servicios, así como ventas al por menor y confianza de los consumidores de marzo son apreciablemente peores que los de febrero. Lo cual ha llevado a los expertos a preguntarse si se trata de un ajuste temporal a los recortes en gasto público y aumento de impuestos llevados a cabo semanas atrás ante la falta de acuerdo entre demócratas y republicanos (el llamado «secuestro del presupuesto»), como han sostenido entre otros los analistas de Morgan Stanley y JP Morgan Chase esta misma semana, o por el contrario estamos ante un frenazo más serio al crecimiento, como suponen la Oficina del Congreso para el Presupuesto, Krugman y, en tono más moderado, las estimaciones del Bloomberg. Los optimistas, empujados por récords diarios en el Dow Jones de Wall Street, creen que EEUU todavía puede acabar el año creciendo al 3%, frente a al 0,9% de 2012. Los pesimistas, que como mucho lo hará al 2,4%, después de un bajón importante en el segundo trimestre. Como mucho.
El debate permanece indeciso. Así, mientras Krugman, DeLong y otros neokenesianos reclaman más gasto público (lo que no parece fácil de lograr, dada la correlación de fuerzas en el Congreso), los grandes bancos de inversión insisten en que recortar el gasto público fortalecerá el crecimiento del futuro. Y todo esto se entrecruza con el debate europeo sobre las políticas de austeridad. Los estadounidenses creen que el estancamiento de la demanda europea de importaciones, de cuyo relanzamiento se beneficiarían también ellos, es un freno adicional al crecimiento. Pero, lo que es muy interesante, el énfasis norteamericano en que la zona euro se sumara a las políticas monetarias llamadas de QE (quantitative easing, brevemente, lo que está pidiendo Rajoy en Europa) ha cedido paso al convencimiento de que Europa está haciendo sus deberes y que el problema está en otra parte.
En esto, el FMI – por ahí empezaba yo – prepara la reunión semestral de la semana que viene descolgándose con una advertencia sobre los riesgos financieros de mantener los tipos de interés demasiado bajos durante demasiado tiempo. Todavía está por ver qué quiere decir exactamente. Pero en EEUU la advertencia ya se ha interpretado como significando que hay una guerra de divisas en ciernes. Ya se había hablado de guerra de divisas meses atrás, aunque entonces pareció que denotaba un alarmismo fácil. Hoy la cosa es más seria. Muchos observadores desempolvan los análisis que publicó a lo largo del pasado año el Instituto de Economía Internacional de Washington, y que apuntaban en la dirección de que la existencia de un puñado de países que manipulan sus tipos de cambio estaba perjudicando gravemente no sólo a EEUU sino también a la zona euro, India, Brasil, Canadá, Australia… Vaya, Norteamérica y sus aliados estratégicos. En un informe de diciembre de 2012, el Instituto llegó a identificar claramente a los perturbadores: China y Hong Kong, Corea del Sur, Malasia, Singapur, Taiwan, Suiza y Dinamarca. Japón podía incluirse o no, dependiendo de si llevaba o no adelante sus planes para depreciar el yen. Cuatro meses después, se puede certificar que está entre los perturbadores. La presencia de Dinamarca, un tanto sorprendente, la entiendo como un aviso a los pequeños países de la Unión Europea que todavía no se han integrado en la zona euro. Como respuesta, el Instituto proponía una batería de medidas que distinguía entre países con moneda convertible y sin ella.
Esta misma semana, el departamento del Tesoro de EEUU ha dado un toque al Banco Nacional de Suiza: que cese de inmediato de jugar con el franco suizo para mantener fuertes sus exportaciones. Suiza es el prototipo de país con moneda convertible («superconvertible», diría yo). La advertencia del Tesoro puede indicar que, en caso del BNS no modifique su política, podría aplicársele las represalias previstas, lo que no dejaría de afectar a la condición, verdaderamente privilegiada, del franco suizo como moneda de reserva a escala global. Sospecho que la advertencia del Tesoro anuncia que Suiza va a ser puesta en la picota la semana que viene, también un poco al hilo de los repetidos escándalos financieros y de corrupción política que han sacado a los bancos suizos en titulares de prensa del todo el mundo. El BNS lo va a tener difícil en Washington. Y también sospecho que la anécdota no es más que el principio.
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