Las maniobras que militares que Rusia está realizando en la
parte europea de su territorio han vuelto a poner de actualidad la eventualidad
de que su ejército se prepare para la guerra. Desde la ocupación rusa de
Crimea, el fantasma de un conflicto de grandes dimensiones ha planeado sobre los
confines de Europa. Entonces, ya va para tres años, comenzó un proceso de acumulación
de fuerzas de la OTAN desde el Báltico hasta el Mar Negro, y esa movilización,
replicada por otra rusa de comparable magnitud, no puede sino desembocar en la
retirada rusa de Crimea o en el comienzo de una guerra por recuperarla. Los
occidentales esperaban que las sanciones terminarían obligando a Vladimir Putin
a claudicar, pero está claro que no es así. Rusia ha buscado una salida económica
por la parte asiática de su territorio, con acuerdos como el milmillonario
sobre el gas con China. Rusia, necesitada de ingresos, ofrece buenas
condiciones de suministro y precio, y los países de Asia no dejan escapar
oportunidades por Ucrania, que sólo importa a Estados Unidos y Europa.
Siendo la guerra entre la OTAN y Rusia una perspectiva
dotada de un alto grado de certeza, cabe preguntarse por su carácter, total o
limitado. No hay muchas dudas de que, una vez rotas las hostilidades, la
contienda no escalará hasta el uso de armamento nuclear. En primer lugar,
porque será (según lo señalado antes) una guerra europea con presencia
norteamericana. Y segundo, porque ambos bandos saben que el otro puede
infringirles pérdidas muy superiores a las hipotéticas ganancias del conflicto.
La guerra será, por tanto, en pos de objetivos limitados y terminará en
negociaciones.
Previsiblemente, se desarrollará en dos teatros; uno, en las
costas del Báltico; otro, en las del Mar Negro. Puesto que cabe esperar, al
menos en principio, una estricta neutralidad por parte de Bielorrusia (país que
lleva tiempo tratando de guardar un equilibrio imposible entre ambos bandos),
habrá dos frentes en el Báltico; en ellos llevará a cabo la OTAN sus
operaciones ofensivas. El objetivo principal será la conquista del exclave de
Kaliningrado, una base naval rusa y el territorio circundante, de un millón de
habitantes, que sólo tiene frontera con países de la OTAN y sin contacto con el
territorio ruso metropolitano. Los occidentales pueden conquistarlo con una
pinza, entrando por el noreste desde Lituania y por el suroeste desde Polonia,
dos países en los que la acumulación de fuerzas de la OTAN ha sido
particularmente notable. El segundo frente se abriría en Estonia y Letonia, que
mantienen frontera con Rusia, la primera a menos de 200 km de San Petersburgo.
En este frente, a mi juicio, la OTAN amenazará la segunda ciudad rusa más que
intentar conquistarla, puesto que apoderarse de una metrópolis de cinco
millones de habitantes puede crear problemas de aprovisionamiento a la
población civil casi insolubles. Si el resultado de la guerra se limitara a la
conquista de Kaliningrado, el éxito de la OTAN sería completo. Después de todo,
Crimea es sobre todo la base naval de Sebastopol, y se trataría de cambiar una
base naval por otra.
Pero es dudoso que Rusia se deje arrinconar en la guerra
defensiva a que querría reducirla la OTAN. Lo mismo que los occidentales en el
Báltico, Rusia ha acumulado fuerzas en el Mar Negro, que es el teatro en que,
por razones logísticas, puede tomar la iniciativa. Aparte de Crimea, Rusia
tiene un número creciente de efectivos militares en los distritos secesionistas
del este de Ucrania; también en Transnistria, la provincia moldava de mayoría
rusófona. También, ha estado desplazando su escuadra del Báltico al Mar Negro,
sobre todo para que no se la hundan los occidentales. Mi opinión es que el oso
ruso no intentará destruir Ucrania de un zarpazo y se limitará a hacerse con
Odesa, el puerto comercial más importante del Mar Negro, de un millón de
habitantes. Es previsible que mientras la OTAN se apodera de Kaliningrado, de
muy difícil defensa por Rusia, ésta trate de apoderarse de Odesa por medio de
un tridente. Por el este recorriendo la costa desde Mariupol, en el mar de
Azov, a cuyas puertas se encuentran actualmente los separatistas pro rusos; por
el oeste, desde Transnistria; y por mar, en el centro, desde Sebastopol. Por
tanto, el objetivo ruso en esta guerra será cambiar Kaliningrado por toda la
costa ucraniana del Mar Negro, desde la actual frontera rusa hasta la moldava.
Los occidentales no deben de tener muy claro cómo impedir
que Rusia alcance sus objetivos en caso de guerra declarada. De ahí su
vacilación en romper hostilidades. Para reducir ese riesgo, la OTAN necesitaría
acumular en Ucrania tantas fuerzas como ha acumulado en el Báltico. Pero eso es
mucho más difícil que lo hecho hasta ahora. Una cosa es movilizar a las
repúblicas bálticas y a Polonia, siempre recelosas de las intenciones del gran
vecino del este. Otra muy distinta, lograrlo con Rumanía y el resto de países
europeos de la OTAN (algunos con gobiernos decididamente pro rusos, como
Hungría y Grecia), para quienes la amenaza rusa es más una retórica en el juego
de las grandes potencias que un temor dueño de la calle.
Ahora bien, el problema de los occidentales es que si ellos no atacan primero en el Báltico, la acumulación de fuerzas rusas en el Mar Negro buscará una salida en la ruptura de hostilidades. Las armas son herramientas de mal agüero, dejó escrito Sun Tzu precisamente por eso. Y si Rusia vuelve a tomar la iniciativa, no se conformará con Odesa.
Ahora bien, el problema de los occidentales es que si ellos no atacan primero en el Báltico, la acumulación de fuerzas rusas en el Mar Negro buscará una salida en la ruptura de hostilidades. Las armas son herramientas de mal agüero, dejó escrito Sun Tzu precisamente por eso. Y si Rusia vuelve a tomar la iniciativa, no se conformará con Odesa.
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