viernes, 16 de agosto de 2013

Europa sale de la recesión


Diversos signos parecen apuntar que las economías europeas, o al menos las consideradas "centrales", estarían saliendo de la recesión antes de lo previsto. El aumento del turismo este verano, comparativamente al de años anteriores, estaría entre esos signos. Los organismos internacionales y principales medios de comunicación ya han empezado a echar las campanas al vuelo. Se dice que, aunque Europa no puede tirar del tren de la economía mundial, sí puede ser un "motor" de cierta importancia, por lo menos como para sustituir el tirón de la economía china, que, en cambio, está creciendo menos de lo previsto. Lo que tiene preocupados a los expertos es que ese mayor crecimiento de Europa se traduzca en impulso (indudablemente con la ayuda de otros) para la recuperación simultánea de la economía mundial, para lo cual sería necesario que Europa pasara a importar más. Pero, y aquí viene mi comentario, esto es difícil que ocurra, toda vez que Europa ejecuta políticas ("de austeridad") tendentes a mantener deprimido su consumo interno, tanto público como privado, con objeto de ahorrar más de lo acostumbrado y poder "desapalancarse", o sea, devolver la deuda que, según los de por aquí, aplasta a nuestras economías. Con lo cual, no; es probable que este inesperado crecimiento, que la economía global espera como maná, no sirva de estímulo al resto del mundo, por cuya razón terminará agotándose en sí mismo. Y vuelta a empezar.


sábado, 6 de julio de 2013

Por qué suben las Bolsas con las palabras de Draghi... y quién lo paga


El pasado jueves se asistió a un espectáculo un tanto insólito, aunque no inédito. Lo habíamos visto ya en agosto del año pasado. En una situación económica cuyo horizonte está poblado de nubarrones, en este caso por el temor de los mercados a que la Reserva Federal retire sus estímulos monetarios (la llamada QE, siglas de Quantitative Easing o inyección de liquidez mediante compras directas de activos de renta fija en el mercado secundario), Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, se descolgaba con una no tan velada promesa de que el BCE podría pasar a sustituir a la Fed. En otras palabras, vino a decir que si la Fed suspende su política, el BCE la pondrá en práctica; es decir, la política continuará ahí. La reacción de los mercados fue de verdadera euforia. El Ibex-35, índice del mercado continuo de la Bolsa española, subió nada menos que un 3%, la segunda subida más fuerte del año.

Con la QE pasa algo curioso. En la reunión semestral del Banco Internacional de Pagos (BIS, en las siglas inglesas), de Basilea, de diciembre del año pasado, es decir, hace poco más de seis meses, los banqueros centrales de todo el mundo estuvieron de acuerdo en que la QE no supone un estímulo suficiente para relanzar la actividad económica «real». Lo que hace es inflar una espectacular burbuja bursátil; de ahí la diferencia entre la evolución de la Bolsa norteamericana y las europeas. Pero, poco después, se ha empezado a constatar que la economía estadounidense va apreciablemente bien; se cree que EEUU está saliendo de la crisis. Nadie echa las campanas al vuelo, porque una cosa así ya se creyó en el verano de 2009, y luego nada. Pero, como hay cierta probabilidad de que EEUU se ponga a «tirar» de las demás economías, Bernanke, presidente de la Fed, ha dicho que si la cosa continúa, él retirará los estímulos. De ahí la incertidumbre actual. Hasta ahora, la Bolsa norteamericana ha dado mucho dinero a ganar. Ahora empieza a crearse empleo y, si continúa, la retirada de los estímulos hará que ganen los agentes que operan en la economía real y no tanto los que operan en la economía financiera. Y los mercados financieros se resienten de la perspectiva. Pero ahí está el bueno de Draghi para tranquilizarlos.

¿Por qué dicen Bernanke y Draghi lo que cada uno de ellos dice? Bernanke sabe que lo único que la QE hace es llenar los bolsillos de los operadores con mayor apetito por el riesgo, o sea, los especuladores. Al hacerlo, ellos gastan; no en proyectos de inversión, que carecen de viabilidad cuando la economía real está parada, sino en compras de consumo. Lo cual hace subir el IPC. La inflación estadounidense en mayo de 2013 está en el 1,36%. Lo cual no es una gran cifra, pero Bernanke sospecha que, de no haber QE, sería negativa, es decir, deflación, que es lo peor en su concepto (y también en el mío: en esto estamos de acuerdo); el dato de que la remuneración por hora trabajada haya caído un 3,4% en el primer trimestre del año, lo que supone una pérdida real de poder adquisitivo de los salarios del 5,2%, refuerza la idea de deflación. Por eso, Bernanke dice que va a retirar los estímulos si la reactivación se confirma, no que los retira inmediatamente. Y la lógica está clara: si continúa una política que llena los bolsillos de los especuladores a costa de hacer perder poder adquisitivo a los agentes que operan en la economía real, esa redistribución de la renta actúa como un estímulo negativo a la creación de riqueza y puede frustrar la propia reactivación.

¿Y por qué dice Draghi lo que dice? Esto ya es menos claro. Aparentemente, la zona euro se está quedando sin opciones. La austeridad queda bonita sobre el papel de los libros de cuentas, pero ha conseguido parar la economía europea casi por completo. Incluso Alemania empieza a verse afectada. Sin embargo, los políticos europeos se resisten a dejar la austeridad. No porque les parece buena; tontos no son. A ellos el desempleo les hace daño electoral, o eso creen. No, no cambian la austeridad por otra política porque no tienen otra política. Otra política, quiero decir, que resulte creíble después de años de machacar a los europeos con las bondades de la austeridad. El about face, que dirían los ingleses, es bastante, bastante complicado.

Entonces, ¿qué? Draghi supone no hay nada que hacer hasta las elecciones alemanas de septiembre. Y supone bien, según todos los indicios. Pero si los políticos siguen mareando la perdiz, como acostumbran, él opina que tiene una responsabilidad y trata de ejercerla como mejor puede. Sabe que lo que dijo en agosto de 2012 sobre una oscura política llamada OMT, que nunca ha tenido que utilizar, salvó a España del rescate, y con ella a toda la zona euro. Ahora vuelve a probar suerte. Vaya, que ha aprendido a gestionar hábilmente las «serpientes de verano». Si las Bolsas continúan subiendo y las primas de riesgo bajando, puede que con las palabras baste y no necesite hacer nada más. Además, sólo si Bernanke retira los estímulos él tendrá que activarlos. A menos que los mercados se pongan exigentes, lo cual dependerá de las expectativas generales de la economía global.

Pero, en todo caso, parece claro que Draghi está reconociendo que Europa va dos o tres años por detrás de EEUU. En el mejor de los casos, la «locomotora» norteamericana tirará de los «vagones» europeos y las medidas excepcionales del BCE podrían suspenderse a poco de activarse. En el peor, todo seguirá igual y lo mismo la Fed que el BCE tendrán que, respectivamente, continuar con y enfangarse en las susodichas medidas de estímulo monetario, llenando los bolsillos de los especuladores a costa del poder adquisitivo de trabajadores, empresarios y pequeños ahorradores.



jueves, 20 de junio de 2013

Qué está pasando en las Bolsas


Esta semana, las Bolsas de todo el mundo están pasando un mal rato. El Ibex35, por ejemplo, ha vuelto a caer por debajo de los 8.000 puntos. Ayer, el Dow Jones se dejó 200 puntos y el S&P cayó 1,39%. El oro ha perdido nada menos que el 2,88% en 24 horas, lo que es, sin embargo, un indicador de que, a despecho de los vaivenes coyunturales, los mercados consideran la evolución profunda como positiva. Veamos.

El origen de todo este pequeño descalabro es la sospecha de que la Reserva Federal de EEUU podría retirar antes de fin de año los estímulos monetarios que se conoce como QE, o Quantitative Easing. Ben Bernanke, presidente de la Fed, anunció hace tiempo que esos estímulos se retirarían en cuanto la tasa de paro de la economía norteamericana regresara al 6,5%. Los datos de mayo parecen indicar que 2013 podría terminar, en efecto, con un registro de entre el 6,5% y el 6,8%. Por tanto, si las cosas continúan así, la QE podría retirarse a fines de este año o en los primeros meses del próximo. Y, como hay consenso general en que la QE le ha sentado bien a las Bolsas, es por lo que los inversores están liquidando posiciones largas antes de que los pille el toro (o, en este caso, habría que decir el «oso»). Sin embargo, la caída del oro podría significar que los operadores están convencidos en su fuero interno de que la retirada de los estímulos es necesaria, para no seguir inflando lo que realmente es una burbuja, y que si no desinfla suavemente ahora, terminará por estallar de forma traumática más adelante. Por tanto, el oro parece apostar por una rectificación «técnica» lo antes posible.

Con todo, las anteriores reflexiones no agotan el análisis de la situación, que ofrece unas cuantas vueltas más. Por una parte, los mercados van a permanecer expectantes ante lo que puedan ofrecer ulteriores datos del desempleo en EEUU, de modo que la situación puede degenerar en una auténtica «montaña rusa», con altos índices de volatilidad y subidas cuando el paro aumente y bajadas cuando continúe la tendencia que ahora parece imponerse. Por otra están los comentarios de Bernanke esta misma semana, indicando que ve problemas de posible deflación en la marcha de los precios en EEUU. Y si Bernanke ve problemas de deflación, ésa será sin duda la principal guía de su actuación. ¿En qué sentido podría influir? Indudablemente, en mantener los estímulos aunque la tasa de paro caiga por debajo del 6,5%.

Después de todo, en los últimos seis meses parecía haberse afianzado el consenso de que los estímulos monetarios no influyen perceptiblemente en la actividad real de la economía, y sí solo en la financiera. Por tanto, empezaba a parecer que el tope fijado con anterioridad estaba, por así decirlo, desfasado, toda vez que parece incongruente hacer depender una variable macroeconómica de otra que no interactúa de forma clara con la primera.



viernes, 14 de junio de 2013

El pacto Rajoy-Rubalcaba


Es sorprendente lo poco que ha llamado la atención que el pacto al que finalmente se ha llegado entre el gobierno y el principal partido de la oposición se haya negociado por teléfono. Y, sin embargo, parece un detalle crucial. Diríase que ambos líderes, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, alcanzaron el acuerdo de forma tan vergonzante que no se atrevieron a ponerse ante los periodistas en rueda de prensa posterior, algo que habría sido obligado de haberse reunido al efecto, con mayor o menor pompa y boato, en La Moncloa o donde fuere.

¿Cuál es, por tanto, el contenido del pacto más allá de la proposición no de ley que van a tramitar en el Congreso, y que cabe concebir como simple carnaza para el consumo de los medios? Aquí sólo se puede formular hipótesis, conjeturas más o menos fundamentadas. Yo avanzo la mía. He apuntado en otro lugar que Rajoy va a este Consejo Europeo a recibir un tirón de orejas de Merkel, y no quiere recibirlo solo; quiere compartirlo con Rubalcaba. ¿Por qué el tirón de orejas? Muy sencillo. Rajoy lleva unos meses hablando más de la cuenta en la escena europea. Se ha «aliado» con todo quisque (sobre todo con Hollande, pero incluso con Cameron y más recientemente con Letta) para decirle a Merkel que hace falta menos austeridad y más crecimiento; que se necesita «más Europa» (y, lógicamente, menos Alemania), lo que traducido en términos prácticos quiere decir Unión Bancaria; y que, en definitiva, España quiere pesar más de lo que pesa. Todo esto, que ha parecido muy razonable, «de sentido común», como al bueno de don Mariano le gusta decir, de repente se ha convertido en charla de lo más inconveniente desde el momento en que ha saltado a los medios que el tribunal constitucional alemán podría invalidar la política del BCE de compra de deuda soberana, técnicamente llamada OMT. Puede que lo haga, aunque lo previsible es que no; pero podría, y esa simple posibilidad revela que la famosa recuperación de la economía española, tan cacareada en los últimos tiempos, tiene los pies de barro, pues se asienta en las declaraciones de Draghi de agosto de 2012, donde enunciaba esa política, y podría venirse abajo con sólo que el tribunal constitucional declarara dicha política incompatible con la Ley Fundamental alemana. Véase, a modo de botón de muestra, la evolución de la prima de riesgo esta misma semana.

Desde que trascendió que el tribunal alemán se ponía a la tarea de estudiar el caso, este mismo lunes, Rajoy se dio cuenta de que su suerte se encuentra por entero en manos de Merkel y la influencia que la canciller pueda ejercer sobre aquél, en un sentido u otro. Y eso, en un complicado año de elecciones en Alemania. Ahora, la cuestión es que Rajoy tiene que ir al Consejo a mendigar después de haber despotricado, y eso se le hacía muy cuesta arriba a nuestro buen presidente. Ha querido hacer un gesto de decir: «Yo, en realidad, soy ese alumno aplicado que todos admiran; lo que pasa es que me pierden las malas compañías». Y ahora se presenta con esa mala compañía, sólo para que Merkel le diga: «Rompe con ella». De modo que se trata de un pacto destinado a romperse… si Merkel vuelve a ganar las elecciones. Si no las gana, el pacto servirá a Rajoy de aval ante los correligionarios de Rubalcaba en Alemania, la socialdemocracia, que sería la ganadora en ese caso.

Pero ¿cuál es el contenido del pacto, qué se han prometido mutuamente Rajoy y Rubalcaba, aparte de presentar una voz común en Europa? A mi modo de ver, sólo una cosa: Rubalcaba ha prometido no continuar haciendo sangre con el tema del desempleo y Rajoy ha prometido aparcar el tema de las pensiones, que de continuar adelante demostraría la inoperancia del PSOE. Puede que haya algún fleco también sobre la corrupción. Pero, y esto explica que el pacto sea telefónico, aparte de ser secreto, únicamente obliga a los protagonistas. O sea, Báñez seguirá entonando loas a la calidad técnica del informe de los expertos sobre las pensiones y SorayaPSOE seguirá atizando en las sesiones de control al gobierno, por más que SorayaPP no alcance a entenderlo. Todo parecerá seguir igual, pero habrá pasado a depender de forma explícita del resultado de las elecciones alemanas de septiembre.



miércoles, 12 de junio de 2013

Pensiones


Ya tenemos otra vuelta de tuerca en torno al sistema público de pensiones. La reforma de 2011, del gobierno socialista, que endureció los requisitos de percepción y alargó la edad de jubilación, hoy no parece suficiente. La propia Comisión Europea ha reclamado más actuaciones en ese campo. Y cabe preguntarse, ¿por qué? ¿Es que esto no va a terminar nunca? La respuesta es: No, no va a terminar; al menos por ahora.

Cuando se entra al fondo de la cuestión, se aprecia lo indeleble de los argumentos «técnicos». Se nos dice que hoy se vive más tiempo; si se trabaja lo mismo, parece evidente que lo que se cotiza no puede dar para lo que luego se percibe. Parece, pero no es así. Un sistema público de pensiones no puede ser juzgado con los criterios de un fondo privado, aunque aparentemente sirvan para lo mismo. El fondo privado de pensiones se va nutriendo de contribuciones voluntarias, que se invierte en activos financieros que producen una rentabilidad, y con arreglo a esa rentabilidad se va pagando las pensiones de los que se retiran. Si los beneficiarios se retiran antes, o viven más, está claro que hará falta mayor rentabilidad, o una pensión menor, para compensar la diferencia. O retirarse más tarde. Éstas son las soluciones que se ofrecen, igualmente, para el sistema público. Pero, ya digo, no hay término de comparación.

Un sistema público y un fondo privado sólo tienen en común una cosa: que existen para pagar pensiones a los jubilados. Todo lo demás, la lógica con la que obtienen recursos y los emplean, así como las soluciones a los problemas que presentan, son enteramente distintos. Para empezar un fondo privado se basa en la capitalización de las aportaciones, mientras que un sistema público se basa en la lógica de redistribuir renta de los activos a los jubilados. En el sistema público español, no hay capitalización que valga; lo que hay es que los empleados pagan con parte de su salario las pensiones de los jubilados. Parece que la contribución la hacen al alimón empleador y empleado, pero no. Al empresario, que suele hacer bien sus cálculos, le da lo mismo pagar el salario que paga a los empleados y la pensión a los jubilados; para él lo que va en nómina y lo que se queda la seguridad social es un todo indiferenciado: coste laboral. Si contrata al trabajador es porque le compensa, comparativamente a lo que el trabajador produce. Y si exige rebajar la contribución social y no tanto el salario, es (aparte de su propia obnubilación sobre el supuesto carácter de «capitalización» del sistema) porque los jubilados son un oponente más débil que los sindicatos. Ahora bien, una parte de eso la ingresa a la seguridad social y todavía otra parte de lo que va en nómina se detrae de los ingresos del empleado y se ingresa, igualmente, en la caja de la seguridad social. Conjuntamente ambas cotizaciones, llamadas del empleador y del empleado, pero que son una sola: salario indirecto del trabajador, sirven para pagar las pensiones de los jubilados.

Está claro que cuando los cotizantes son muchos y los perceptores pocos, hay dinero para pagar pensiones de banquero o, si eso se estima inconveniente, para financiar otras cosas. Eso ocurrió en España desde 1947, fecha en que se reorganizó el Instituto Nacional de Previsión. Entonces, la gran mayoría de los cotizantes eran jóvenes; había, comparativamente a las incorporaciones, pocos retiros. El sistema nadaba en liquidez, y con esa liquidez se financió la creación del sector público empresarial español (el INI). Cuando el INI empezó a financiarse solo, en todo caso suplementado por subvenciones a fondo perdido del Estado, el superávit financiero del sistema público de pensiones, integrado en la caja única de la seguridad social, sirvió para financiar la sanidad pública de este país. Eso ocurría a comienzos de la democracia. Luego, la expansión de los beneficios sanitarios y el progresivo envejecimiento de la población determinaron que el sistema no pudiera financiar ambas cosas, pensiones y sanidad, con lo que ésta última empezó a depender de los presupuestos generales del Estado, como antes le había pasado al INI. El traspaso de competencias sanitarias, del Estado a las comunidades autónomas, marca el fin de esa época. Entonces, hacia mediados de la década de los noventa del siglo pasado, empezó a cundir la preocupación de que el sistema llegara a ser incapaz, incluso, de pagar las pensiones. Pero el gran crecimiento de la burbuja inmobiliaria, con el efecto llamada ejercido sobre cinco millones de inmigrantes, volvió a «rejuvenecer» el sistema, por así decirlo, y a fortalecer nuevamente las bases del sistema de reparto. Hasta el punto de que se generó un nuevo superávit, que se materializó en la creación del Fondo de Reserva.

Ahora estamos en una crisis en la que se ha perdido más de tres millones de puestos de trabajo mientras el número de jubilados, por efecto de la mayor esperanza de vida, no ha dejado de crecer. Es natural que vuelvan a surgir dudas sobre la sostenibilidad del sistema. Pero la solución está en volver a crecer, no en degradar el sistema. Los gobiernos que meten mano al sistema, para degradarlo, escurren el bulto de sus propias responsabilidades en cuanto al crecimiento de la economía española. Incurrió en esa dejación de responsabilidades el gobierno de ZP, y parece a punto de incurrir en ella el de Rajoy. Este tema, quizá más que ningún otro, habla de la escasa calidad técnica y política de los gobiernos que nos han tocado en esta crisis.

Pero ¿y la Comisión Europea, y de rechazo, la troika entera? ¿Por qué piden la reforma del sistema público de pensiones español? La respuesta es: por razones que tienen poco que ver con los problemas de fondo de ese sistema. En parte, hay un problema ideológico. Se ha instalado en Europa la idea de que el Estado de bienestar es inviable, y las pensiones públicas son una parte fundamental de ese sistema; con ello, hay mucho negocio potencial para las aseguradoras, promotores privilegiados de los fondos privados. En parte, también, hay una preocupación a corto plazo por la fragilidad de la situación financiera de España. Abundando en lo que señalaba en la entrada anterior de este blog (“Economía política de Rajoy”), la troika está convencida de que hay que mantener una continua dramatización de las reformas estructurales para mantener entretenido al público del gran teatro de los mercados globales. Ahora toca pensiones sencillamente porque el año pasado se metió mano al mercado laboral, la sanidad y la educación (todos ellos, pilares fundamentales del Estado de bienestar). Cuando la nueva reforma de las pensiones esté completada, si Rajoy no nos ha sacado de esta precariedad financiera en que nos metieron ZP y él, se tratará de darle nuevas vueltas de tuerca a lo que ahora parece resuelto. Y, así, sin final a la vista.



lunes, 10 de junio de 2013

Economía Política de Rajoy


Mariano Rajoy y su gobierno están en estado de gracia, no cabe la menor duda. Tras sobrepasar la cota de 600 hace menos de un año, la prima de riesgo del bono español a 10 años se encuentra en alrededor de 300, menos de la mitad. Ciertos indicadores de la economía española han empezado a mejorar, particularmente los relativos al sector exterior. Tras meses de aumento vertiginoso del desempleo, el dato de paro registrado de mayo, casi 100.000 parados menos, con un incremento en valor absoluto incluso superior de la afiliación a la Seguridad Social, han convertido el moderado optimismo de semanas atrás en verdadera euforia. Hace un par de días se oyó a un miembro del gobierno alardear de que la inflación interanual se sitúe en el 1% del IPC, lo que – se nos dice – es un mínimo histórico. Lo único que dice el dato, en realidad, es que estamos al borde de la deflación. Otra miembro del gobierno, que el año pasado rogaba a la Virgen del Rocío que hiciera el milagro, ahora viene a decir que la Virgen se le ha aparecido, efectivamente, y le ha dicho que 2013 será el año del fin de la crisis.

Pero es cierto que algo ha pasado, y continúa pasando. Rajoy ha demostrado ser el alumno más aplicado de la clase. Ha aplicado con esmero las recetas que dictaba la troika, y gracias a ello se ha ganado el favor de los mercados. De hecho, los mercados han empezado a entusiasmarse con Rajoy. Este tipo gris, de torpe oratoria y carente de gracia, está resultando ser el ejecutor perfecto de las políticas antisociales que han dado en considerarse como las más adecuadas para salir de la crisis. ¿Para qué se quiere un tipo más brillante? Lo único que haría es creérselo y terminar por fastidiarlo todo. Pero un Rajoy nunca olvidará sus propias limitaciones y su necesidad de ganarse día a día la estima de los poderosos limitándose a ser un gestor eficiente de sus intereses. Después de todo, lo único que hace falta es alguien consciente de que cualquiera puede llegar a presidente del gobierno (él es buena prueba) pero que mantenerse en el cargo depende sólo y exclusivamente de comprender sin atisbo de dudas quién manda.

Pero – seamos justos – no basta con la actitud, con ser ésta importante; también se necesita resultados. Por descontado, los resultados que se esperan de él. Y para producir esos resultados hace falta un don, el don de saber captar qué resultados se espera en cada momento. Porque los resultados esperados cambian con la percepción de la situación por quienes tienen que juzgarla, llamémosles «troika» y «mercados». Hace un año, se quería a todo trance la reducción del déficit mediante políticas de austeridad. Y Rajoy, obedeciendo como un valiente, se lanzó a la tarea de desmontar el estado de bienestar como estrategia para reducir el déficit. Lo consiguió apenas en un punto y medio (sin contar las ayudas a la banca) y con un aumento brutal del paro. Pero eso hoy no importa, porque se empieza a pensar (y a decir: el FMI lo ha dicho) que la austeridad es un error manifiesto. Lo que importa es que fue obediente. Hace lo que se le dice. Ahora se resiste a continuar con recortes adicionales, que le pondrían a los pies de los caballos ante las próximas elecciones; pero lo hace únicamente porque ha surgido una grieta en el seno de la troika, que le permite hacerlo. Es astuto, no cabe negarlo; cazurro, pero astuto. No llega al punto de darse verdadera cuenta de que, si el sector exterior ha mejorado, es sólo porque la coyuntura internacional ha sido favorable. Si se diera cuenta de eso, sería más prudente en sus afirmaciones, que últimamente rayan en el triunfalismo.

Pero tiene ese don, el don de saber, no cómo se sale de la crisis sino qué hacer para que los demás piensen que está haciendo todo lo humanamente posible para salir de ella. Y aquí está su ventaja sobre los Papandreu y Samaras, los Sócrates y Passos Coelho, los Monti y Letta, los Sarkozi y Hollande. Se da cuenta de que no puede quedarse quieto, no puede sentarse a descansar y decirse que todo lo posible y necesario está hecho. Como el perezoso de movimientos lentos pero interminables, Rajoy tiene que seguir actuando, empujando hacia delante su propia dramatización de las «reformas estructurales». ¿No les ha metido un buen palo a la sanidad y la educación, a la dependencia y la igualdad? ¿Pues qué otra cosa puede quedar que las pensiones? Agárrense, que va curva.



viernes, 24 de mayo de 2013

El problema de fondo de la economía española


Hay un análisis de la intensidad diferencial de la crisis en España, comparativamente a la del resto de Europa y el mundo desarrollado, que es profundamente erróneo. Viene a decir que nuestro problema radica en el estallido del llamado «modelo del ladrillo». Hasta 2007-2008, nos fue muy bien con el auge de los sectores inmobiliario y de la construcción, sólo que eso provocó un sobreendeudamiento de familias y empresas en un contexto de dinero barato propiciado por el Banco Central Europeo. Cuando vinieron mal dadas, sobre todo tras la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, todo ese montaje resultó insostenible y se vino abajo. Mala suerte; ahora habría que buscar un nuevo modelo de especialización. Hoy se puede afirmar claramente que ésa es una visión equivocada de la realidad. El ladrillo tan sólo sirvió para tapar el verdadero problema. Mientras no se entienda esto, España no saldrá definitivamente de la crisis.

Entre 1985 y 1995, se produjeron cambios cruciales tanto en la economía mundial como en la economía española. Los de andar por casa nos ocultaron los de mayor alcance, cuyas consecuencias para nosotros todavía pasan desapercibidas. En esos años, el mundo pasó de dividirse entre desarrollo y subdesarrollo a entrar en una era nueva que se llamó globalización. En el anterior orden económico internacional, el estatus de un país desarrollado estaba garantizado por su capacidad de producción industrial, a la que apenas podía acceder el mundo subdesarrollado. Éste existía sólo para proporcionar materias primas y mercados a la industria del mundo desarrollado. Todo funcionaba perfectamente, con alguna crisis que otra. Pero en esos diez años, todo cambió, aunque al principio la transformación únicamente resultó perceptible en algunos signos externos. Por una serie de circunstancias puestas en juego por el mundo desarrollado, pero que éste distaba de poder controlar, los países subdesarrollados comenzaron a adquirir industria. Su propia pobreza de partida se convirtió en una ventaja competitiva de primer orden, porque podían producir artículos industriales a un coste muy inferior. Al principio, los países antes subdesarrollados y ahora conocidos como «emergentes» accedían tan sólo a producciones industriales de tecnologías muy sencillas; pero en poco tiempo empezaron a progresar también en ese terreno. En lo fundamental, la división desarrollo/subdesarrollo empezó a desdibujarse. En adelante, ya únicamente habría competidores globales.

España debería haberse adaptado lo más rápidamente posible a esos cambios, pero no lo hizo. España era, desde hacía muy poco, un país desarrollado. Estábamos en el lado bueno de la antigua raya divisoria. En la década anterior, habíamos accedido a la democracia, el sistema político de los países desarrollados. Al comienzo mismo de la década de cambio, habíamos entrado en la Comunidad Europea, selecto club de un número sustancial de países desarrollados. Aceptar que había que olvidarse de los privilegios recientemente adquiridos era pedirnos demasiado, según parece. Gobernaba el PSOE, que al principio era consciente de las dos grandes transformaciones en que España estaba incursa. Pronto, sin embargo, se olvidó de la global y se concentró en la doméstica. Acuciado por tasas de desempleo que ya entonces eran superiores a la media europea, introdujo la precarización en el mercado de trabajo con la temporalidad de los contratos. Y ofreció educación para todos, en todos los niveles de enseñanza, como moneda de cambio (inevitablemente, barata) para sostener la democracia y lograr apoyos al proyecto europeo. Después vinieron la universalización de la sanidad pública y de las pensiones y el resto de elementos del Estado de bienestar. Cuando acabó la década de la gran transformación globalizadora, al partido que gobernó entre 1996 y 2004, el PP, le competía la responsabilidad de liderar al país en la dirección apropiada, corrigiendo el rumbo en cierto modo ensimismado de la economía. Pero ese partido optó por la línea de menor resistencia. En lugar de adaptar al país para la competencia global, prefirió un crecimiento intenso pero basado en producciones en las que no tenía competidor posible porque consistía en inflar una gigantesca burbuja inmobiliaria. La precarización del mercado laboral era funcional a ese proyecto. Y así nació el modelo del ladrillo como una estratagema para escapar a los cambios obligados por la globalización.

Durante dos lustros y medio, la cosa fue bastante bien. No sólo se pudo articular un crecimiento basado en la demanda interna y en producciones a salvo de la competencia exterior, sino que ese crecimiento atrajo capitales y mano de obra extranjera. ¡Qué guay, el milagro español! El problema es que, mientras llenábamos el país de edificios muy por encima de nuestras necesidades, y mientras nos endeudábamos hasta las cejas para poder hacerlo, nuestra industria y, lo que es peor, nuestra sociedad dejaba de lado la obligación de acometer cambios ineludibles. Nos ensimismamos más y más. En ese tiempo, las empresas españolas con capacidad de financiación exterior se volcaron en América Latina, porque allí se hablaba español. Aznar se inclinó hacia Estados Unidos y en detrimento de Europa, porque allí se valoraba más el español que en nuestro entorno. Los españoles teníamos probablemente el peor manejo del inglés de toda Europa. Todos reconocían las deficiencias del sistema educativo, pero nadie las abordaba porque ¿qué educación hacía falta, después de todo, para la construcción y el turismo?

Pero llegó 2008, y con la crisis de ese año el ajuste de cuentas de la economía española. En un contexto de financiación dura, opuesto al que lo había alimentado, el modelo del ladrillo se vino abajo como un castillo de naipes. Y con él, desapareció toda oportunidad de reiniciar un crecimiento sostenido sobre la base de actividades a salvo de la competencia exterior. Lo único bueno de la actual crisis se podría decir que es que, al arruinar el modelo del ladrillo, terminó esa diversión que nos hizo perder diez o doce años cruciales. Lo peor es que, cinco años después, parece que la sociedad española no ha aprendido aún la lección. Sigue ensimismada. Y el gobierno actual, del mismo partido que aquel otro gobierno que infló la burbuja inmobiliaria justo a tiempo para mantenernos al margen de la competencia exterior, solamente encuentra la salida de abaratar la mano de obra (por otro nombre, «devaluación interior»), lo que en definitiva viene a ser como decir: “Hemos disfrutado del desarrollo por encima de nuestras posibilidades; volvamos, pues, a la condición que nos corresponde, que es la de país emergente”.