sábado, 7 de enero de 2017

Qué pasa con el euro

Esta semana, la cotización del euro frente al dólar ha caído a mínimos históricos. En estos momentos se encuentra a un paso de equipararse al dólar, y seguramente la caída no se detendría ahí. La circunstancia resulta tanto más inquietante cuanto que proliferan las voces de expertos y no expertos (como el presidente electo de EEUU, Donald Trump) que vaticinan que el euro está condenado a desaparecer. Los argumentos los conocemos de sobra, y no aburriré al lector repitiéndolos.

Un examen detenido del asunto muestra, sin embargo, aspectos interesantes. Es verdad que el euro alcanzó la cota de 1,035 dólares, su mínimo, en menos de un mes de haberla tocado por primera vez; Ahora ha caído un poco más, pero muy poco más. Por diversas razones, ese soporte empieza a parecer bastante sólido. Me atrevería a vaticinar que aguantará incluso meses, quizá dos o tres. Esto tiene que ver con varias cosas, y la más importante es que la situación del propio dólar, tras años de compra de bonos QE por la Reserva Federal, tampoco es demasiado boyante. La zona euro se encuentra en una situación parecida, pero con todo y eso las relaciones entre ambas divisas y su tipo de cambio pasan por un momento de incertidumbre. Con lo que es probable que las opiniones alcista y bajista del mercado tiendan a empatar.

El segundo aspecto es el Brexit. A saber en lo que puede terminar eso. La falta de definición jurídica del asunto (el famoso artículo 50) ha perjudicado tanto al euro como a la libra. Luego está la actitud de Trump: el primer mandatario extranjero con quien se comunicó tras ganar las elecciones fue Theresa May, la premier británica. Para colmo, la invitó a visitar EEUU esta primavera. Los mercados lo interpretaron como un apoyo a la salida británica. Por diversos indicios, sin embargo, sospecho que Trump está en la presidencia para manipular los mercados y ganar una fortuna con ello. En varias ocasiones, ha dicho o hecho una cosa, que afectó severamente a los mercados, para luego hacer declaraciones conciliadoras que restablecen la confianza y permitirían ganar una fortuna a quien supiera qué está haciendo. Con independencia de todo, cuanto más tiempo pase más difícil será para el Reino Unido salir efectivamente de la UE; esas cosas, de un coste inmenso para nosotros pero sobre todo para ellos, o se hacen en caliente o no se hacen. Por si fuera poco, el Reino Unido contaba con el Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) para pensar que, en el fondo, con un acuerdo así tenían prácticamente todas las ventajas aseguradas, sin ninguno de los inconvenientes. Pero la firma del TTIP se dilata; tras el rechazo por Trump de su homólogo del Pacífico, el futuro de aquél es incierto, y cabe la posibilidad de que la UE rechace incluir al Reino Unido si éste ya ha solicitado la salida, en caso de que finalmente se firmara. Barrunto que al final la recomendación de norteamericana, por unas cosas y por otras, será que el Reino Unido se mantenga en la Unión. Más aún; para no violentar la voluntad popular expresada en el referéndum de junio del año pasado, habría que celebrar otro; y para que no parezca una tomadura de pelo habría que incluir preguntas nuevas. La más plausible, porque además se corresponde con los intereses de la City, es si el pueblo británico acepta mantenerse en la UE y entrar en el euro.

Todo esto podrá parecer economía y/o política ficción. Pero son los elementos que cabe manejar en una situación como ésta. EEUU, con Obama o con Trump, necesita una Europa unida, no desunida y en situación de derribo. Porque una cosa es que al presidente electo le caiga bien Putin, y otra que le deje merendarse uno por uno los países de la Europa del Este; de momento, Moldavia y Bulgaria están al caer, y un poco después vendría Hungría. La única forma de poner freno a eso pasa por fortalecer la UE. Y a tal fin, la clave es el euro.



viernes, 16 de diciembre de 2016

China asume la regulación global

La economía, en palabras de Thomas Carlyle, ensayista escocés del siglo XIX, es una «ciencia lúgubre». Pero tiene sus momentos, y esta semana ha sido uno de ellos. Por primera vez, hemos visto a China en el papel de regulador global de los mercados, y el espectáculo ha merecido la pena.

No lo ha hecho por gusto, sino forzada por las circunstancias. La historia, en resumen, es la siguiente. En febrero de 2014, el yuan offshore se cambiaba a razón de 6 por el dólar. Empezó entonces una devaluación interrumpida sólo por pequeños repuntes, que lo llevaron a la cota de 6,9500 en noviembre de 2016. Se produjo el triunfo de Trump. Los chinos, aparentemente sorprendidos, tardaron un par de semanas en reaccionar. El 24 de ese mes, el yuan empezó a recuperarse. El 4 de diciembre, estaba en las proximidades de 6,8500. Entonces se desencadenó una tormenta monetaria, de la que nos hemos sentido lejanos por el hecho de que tiene lugar, todavía, sobre el Pacífico. Tres días antes, Trump había hablado con la presidenta de Taiwán. Esto enfureció a los chinos; la razón es que, desde 1972, en que Estados Unidos reemplazó a Taiwán por China en el consejo de seguridad de la ONU, ninguna administración había puesto en cuestión la doctrina One-China, hasta el punto de que Washington ni siquiera tiene representación diplomática en Taipeh. El departamento de Estado dijo que era un error; hasta Henry Kissinger dijo que era un error. Los chinos llamaron a Trump «inepto» a la cara. Enfurecido, Trump escribió en Twitter: «¿Nos preguntó China a nosotros si era correcto devaluar su moneda (endureciendo la competencia para nuestras empresas) y gravar pesadamente nuestros productos que van a su país (Estados Unidos no grava los suyos) o construir un masivo complejo militar en el mar de la China meridional? ¡No me lo parece!». Los mercados tomaron estas declaraciones como una promesa de que los días de un dólar fuerte habían retornado, y el yuan reinició una vertiginosa caída frente a la moneda norteamericana.

Fíjense bien cómo es la cosa: Trump acusa a China de devaluar el yuan, pero sus declaraciones lo deprecian a ojos vista. Le recuerda a uno aquello de construir un muro contra la inmigración, y de que México lo pague. Método Trump.

Tras unos días de desconcierto, China volvió a sujetar al yuan y éste apuntó cierta revaluación. China ya tiene claro que le interesa, porque un yuan demasiado débil fomenta la exportación de capitales, capitales que el país necesita en su nueva política de fortalecimiento de la demanda interior. Todo parecía retornar a la normalidad, cuando anteayer la Fed sube los tipos de interés. Nueva arremetida de los mercados para revalorizar el dólar. El mismo miércoles 14 de diciembre, los esfuerzos del Banco Nacional de China habían llevado el tipo de cambio a 6,9000; en el curso de horas, había saltado a 6,9500. Entonces se vio China obligada a intervenir en fuerza. Durante todo el jueves se desarrolló un pulso entre las autoridades chinas y los mercados; aquélla por contener la revaluación del dólar, éstos por llevarla hasta donde llegue. En el momento de escribir estas líneas, la cotización está en 6,9350.

Diríase que China se ha estrenado sin demasiada mala fortuna.


domingo, 27 de noviembre de 2016

El propósito de Trump y la economía mundial

Ahora que han transcurrido casi tres semanas de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es quizá momento de mirar con frialdad los acontecimientos. Que ganó aupado en una coalición de fuerzas populares que, por sí solas, no llevarían al país a ningún lado, excepto a dejar de ser un socio confiable para quienes comparten valores e intereses, es indiscutible; que recibió ayuda de los servicios de inteligencia, también. Pero es precisamente esta inusual confluencia la que nos debe dar una pista de lo que realmente está en juego.

Trump es, ante todo, un hombre de negocios. Ha habido otros siete presidentes así desde 1900, pero sólo uno, Herbert Hoover (1929-1933), saltó directamente de los negocios a la Casa Blanca; los demás fueron antes senadores o gobernadores, y dos (Truman y George Bush padre) vicepresidentes. Es decir, seis hombres de negocios que dirigieron la política estadounidense en este siglo y el anterior pasaron por un estadio intermedio que los obligó a conciliar el enfoque empresarial con el que llamaríamos burocrático. La burocracia de Washington ha sido precisamente uno de los blancos de las diatribas de Trump.

¿Por qué los servicios de inteligencia, que son parte de la burocracia, apoyan al candidato que ataca a la misma? Esto apuntaría en la dirección de una fisura, o incluso una fractura entre los servicios de inteligencia y el resto de la burocracia federal. ¿Y por qué un hombre de negocios sería el candidato idóneo para resolver el problema, cualquiera que éste fuese? Porque la burocracia federal ha adoptado una visión sobre todo política de problemas que, en lo esencial son económicos. Aquí sólo puedo tratar de conjeturar cuál es la visión de los servicios de inteligencia, pero no hay otra forma de entender lo que está pasando.

Desde Bush padre y hasta Obama, EE.UU. ha estado enfrascado en organizar un nuevo orden mundial, una especie de reino global de la democracia, los derechos humanos y la economía de mercado. Hillary Clinton estaba comprometida con esa visión. Pero el problema, un cuarto de siglo después, ya no es ése. Bush hijo ya metió la pata en Irak por aferrarse a esa visión; la tensión entre la OTAN y Rusia en Ucrania es de la misma naturaleza. EE.UU. se ha enfrentado a la invasión de Crimea por Putin como se enfrentó a la de Kuwait por Saddan Hussein. Y no son la misma cosa. En esa dinámica EE.UU. sólo puede perder.

El gran problema es otro. China es una amenaza, no por su política, que puede ser tan pacífica como los dirigentes de Pekín quieran, sino por su tamaño. Su desarrollo económico absorbe tantos recursos que pone en riesgo el normal crecimiento de los demás. Por ejemplo, con el automóvil eléctrico. Cada día está más claro que es una de las tecnologías que habrán de sacar al mundo del estancamiento actual, y el litio es insustituible en sus baterías. Las reservas mundiales de litio son escasas, y el automóvil eléctrico competirá con los teléfonos móviles por ellas. En previsión de sus ingentes necesidades, las empresas chinas están tomando posiciones de control sobre las principales minas de litio del mundo.

Y éste es un problema al que Obama no se ha enfrentado, y que Clinton no tenía pensado cómo tratar. Ellos, la burocracia de Washington, estaban más por una labor diplomática que persuada a China de plegarse a la sentencia del Tribunal de La Haya sobre el Mar de la China Meridional, o que frene la expansión del gigante asiático en el Mar de la China Oriental, donde amenaza a Japón y Corea del Sur. Pero los verdaderos problemas no son éstos, porque nadie quiere una guerra. El verdadero problema es el otro, y Trump ha empezado a enfrentarse a él declarando muerto al TPP porque si este tratado no sirve para frenar el expansionismo económico de China, entonces no sirve para gran cosa.

Y el colofón son malas noticias para el mundo. Durante la primera fase de la globalización, hemos disfrutado de un consumo, barato por cuanto lo era la mano de obra china, y por el que los propios chinos no competían. Ahora empiezan a competir, y lo hacen en gran escala. El resultado no podrá ser más que un coste mucho más elevado de productos que hasta ahora eran accesibles para todos; la prosperidad china nos hace más pobres a todos. Ése es el sentido de esta economía post-crisis que no termina de arrancar, y que puede que no lo haga en décadas.



miércoles, 16 de noviembre de 2016

Trump y sus planes en la presidencia

Sorprende ver el número de personas, algunas de ellas de relevancia como el premier griego Alexis Tsipras, que al ser preguntadas ante las cámaras sobre el presidente electo de EE.UU. responden algo así: «Al principio me asusté bastante, pero ahora pienso que a lo mejor tiene un plan; veremos». Es una reacción típica ante la incertidumbre que sabemos que no remitirá.

Más sensato sería atender a los claros signos de que Trump no sabe qué hacer más que en un corto número de asuntos que sólo le importan a él. Por ejemplo, entre los nombres que suenan para puestos clave en la nueva administración, pocos hay con experiencia de gestión pública; Trump parece preferir a sus familiares (su yerno Jared) y amigos (como Bannon) que lo ayudaron en la campaña, ninguno de los cuales tiene experiencia y candidatos por tanto a dejarse seducir por el reverso tenebroso del poder ignorando el componente de responsabilidad, que generalmente requiere años de experiencia para ser apreciado. Muchos tomarán esta clase de opciones como muestra de beligerancia antisistema, cuando en realidad es simple inmadurez en la gestión pública.

Que Trump no tenga un plan no quiere decir que se verá bloqueado a la hora de hacer cosas. Hizo promesas muy escandalosas durante la campaña, y querrá cumplirlas. Por ejemplo, el famoso muro que quiere construir en la frontera de México, o la renegociación (con amenaza de romperlo) del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. Pero todas estas cosas no configuran un plan, en el sentido que querrían los buenos deseos de los entrevistados. Si acaso, integran lo que en castellano se llama un desiderátum.

El más listo ha sido Putin, que se ha dado perfecta cuenta de lo que supondrá la nueva administración: la liquidación del «nuevo orden mundial» soñado por George Bush, padre. Trump tiene la vaga noción de que ese orden ha dejado de ser bueno para EE.UU., pero el nuevo presidente carece de pericia para defenderlo, si quisiera. Tras su presidencia, Estados Unidos dejará de ser para sus amigos el socio confiable que ha sido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.



lunes, 14 de noviembre de 2016

Bulgaria mira a Rusia

Las elecciones presidenciales en Bulgaria han dado el triunfo a un excomunista y partidario de acercarse a Rusia; el gobierno ha caído, como consecuencia de ello. Bulgaria se une así a Hungría y a Grecia, simpatizantes de Putin en la Unión Europea. El partido euroasiático se fortalece en el Este de Europa y en los Balcanes.

Era fácil de prever que algo así ocurriría. Mencionaré los signos evidentes, no por orden cronológico ni de importancia, sino sólo para mostrar lo evidente. El Brexit ha debilitado la conexión euroatlántica de la UE; Trump ríe las gracias de Farage y apuesta por la desaparición del euro; la guerra de Ucrania continúa sin solución, ni política ni militar. Bulgaria es uno de los países más directamente amenazados por ésta.

Añadiré el triste destino del gaseoducto submarino, a través del Mar Negro, que Rusia quería construir en sustitución de los numerosos que cruzan de este a oeste Ucrania. El Este y el Centro de Europa se aprovisionan de gas natural ruso que pasa por Bielorrusia o por Ucrania. Desde hace una década, Putin ha acusado a Ucrania de robar gas a su paso por el territorio, aunque puede que esto no fuera más que una excusa para tensar las relaciones con el vecino. Cuando hace ya casi tres años Rusia invadió Crimea, la coyuntura sirvió de excusa para cortar definitivamente el tránsito del gas siberiano a través del territorio controlado por Kiev; eso dejaba sin suministro energético a los Balcanes, a Austria y al Norte de Italia. Putin propuso construir un nuevo gaseoducto que iría por aguas internacionales (y turcas) del Mar Negro a salir a la superficie en las costas de Bulgaria, y de ahí se redistribuiría a todos los Balcanes y más al norte. Pero la OTAN no lo consintió. ¿Un gaseoducto para dejar aislada económicamente a nuestra amiga Ucrania? Ni hablar. Se ordenó a Bulgaria rechazar el proyecto.

Por el resultado de las elecciones, ahora está claro que a los búlgaros no les gustó ser utilizados como un peón en la partida de ajedrez que juegan Washington y Moscú.






domingo, 6 de noviembre de 2016

La comunidad de la inteligencia apuesta por Trump

La declaración del director del FBI ante un comité del Congreso de Estados Unidos, revelando que entre los 600.000 correos electrónicos recientemente publicados por Wikileaks hay algunos remitidos por una asistente de Hillary Clinton que podrían comprometer la integridad de la candidata a la presidencia, ha dado un vuelco inesperado a las encuestas y a las expectativas de triunfo en estas elecciones. El todavía presidente Obama ha censurado al director del FBI por interferir en la campaña electoral; los partidarios de Clinton lo acusan de hacer el juego a Putin, ya que dan por hecho que Wikileaks es una herramienta del servicio secreto ruso. Lo cierto es que el director del FBI no se habría atrevido a dar el paso sin el respaldo de la CIA y de los otros catorce (quince, si incluimos a la Oficina de Evaluación Neta, que depende directamente del secretario de Defensa) servicios de inteligencia de Estados Unidos. La ambigüedad de las revelaciones es tal (no se sabe cuántos correos, ninguno es de Hillary Clinton) que éstas sólo pueden entenderse como una apuesta de la llamada «comunidad de la inteligencia» por la victoria de Donald Trump. De ser un candidato contestado incluso en su propio partido, ha pasado a ser el favorito en estas elecciones. ¿Cómo ha ocurrido y por qué?

La clave está en una percepción distinta de la posición de Estados Unidos en el mundo. Quiérase o no, Bill Clinton y Barack Obama, no menos que George W. Bush, han sido tributarios de la noción de un «nuevo orden mundial», preconizada por George Bush padre. En esa visión, Estados Unidos ha sido el guardián de la legalidad internacional y el garante de la democracia en todo el orbe. Como tal, se ve obligado a intervenir en todas partes, apoyando igual las primaveras árabes que el fallo del tribunal de La Haya sobre el Mar de la China meridional y la soberanía de Ucrania sobre Crimea. Hillary Clinton representa la continuidad de esta dinámica. Trump, al que se acusa de aislacionista, representa la tendencia opuesta. Según él, Putin no es el enemigo (de ahí que muchos vean en el candidato a una marioneta del ruso); una eventual guerra con Rusia en Ucrania o por Ucrania, Estados Unidos no puede ganarla por razones logísticas evidentes. ¿A qué mantener entonces la tensión? Buscar un acomodo sería lo más razonable según Trump. En Oriente Medio sus ideas no son tan claras, pero entrañan una crítica profunda de las inconsistencias de la política de Obama, quien fue advertido por la CIA en 2012 de que algo como el Estado Islámico podía surgir en la frontera entre Siria e Irak como consecuencia de la política de apoyar a todo rebelde al régimen de Damasco. Y en Extremo Oriente, ¿de qué vale defender el fallo de La Haya a favor de Filipinas, si el propio presidente filipino se aleja de Estados Unidos para aproximarse a China?

El espaldarazo de la comunidad de la inteligencia a Trump no asegura el triunfo de éste, pero le da una enorme ventaja, incluso psicológica, sobre su contrincante. El pueblo norteamericano puede opinar diferente. Pero incluso si Clinton gana, tiene motivos para reflexionar sobre una política exterior de la que ella, como secretaria de Estado, ha sido protagonista activa en los pasados años.



jueves, 6 de octubre de 2016

Consecuencias de la abstención del PSOE

El significado del paso dado por el PSOE debería ser evidente. No se trata sólo de que los socialistas hayan reconocido que con 85 diputados no se puede gobernar; es ésta una cuestión formal que no oculta el problema de fondo. Que no es otro que el reconocimiento de que el PSOE no tiene programa de gobierno. Que cualquier programa económico con que se hubiera presentado Pedro Sánchez a la investidura habría sido un trasunto de los planteamientos de Podemos, que además habría dejado abiertas grandes interrogantes, como las consecuencias económicas y financieras de una eventual secesión de Cataluña puesto que no se habría podido gobernar sin los independentistas. ¿Hay más?

Por supuesto que hay más. Hay en la operación de acoso y derribo a que hemos asistido un intento de normalización de la vida política del país. De que se devuelva la palabra al parlamento, con sus reglas explícitas e implícitas (dejar gobernar al partido más votado sería una de ellas) y que se termine esto de que dicte la calle. Hay, también, un amago de vuelta al bipartidismo, con su legitimidad del turno en el poder. Y esto va mucho más allá que la cuestión de los votos. Hay el reconocimiento tácito de que Zapatero lo hizo fatal en 2009 y que la rectificación de mayo de 2010, a instancias de la Unión Europea, con ir en la dirección correcta, no fue suficiente. Hay la aceptación sumisa (esto ya lo tiene Rajoy, de modo que no necesita ensañarse) de que el PP lo hizo y lo hace actualmente bastante mejor de como podría haberlo hecho durante estos cinco años y hacerlo ahora mismo el propio PSOE. La crisis la habrían creado algunos dirigentes díscolos que se negaban a aceptar la realidad.

El 19 de noviembre de 2011 escribí en Twitter que se cerraban tres décadas de hegemonía socialista, plasmada en veintiún años de gobiernos en solitario interrumpidos por el interrenegno de ocho años de gobierno de Aznar. Tras el tsunami de aquellas elecciones, se abría previsiblemente un nuevo ciclo político, hipotéticamente de otras tres décadas de hegemonía de la derecha conservadora. La crisis del PSOE vendría a confirmar esta temprana intuición. Y hoy se puede perfilar mejor. El paisaje político desde la Transición serían catorce años de gobierno prácticamente omnímodo del PSOE, seguidos por otros quince de alternancia PP/PSOE; a todo eso seguirían otros catorce o quince años de gobierno omnímodo del PP. Habrían transcurrido cinco años de esto último; quedarían nueve o diez de gobierno conservador. Al PSOE habría correspondido, históricamente hablando, consolidar la democracia modernizando el país y construyendo el estado de bienestar en medio de una época de prosperidad global. Al PP, corregir los excesos cometidos para ajustar la economía a la actual coyuntura de crecimiento lento en medio de una fuerte competencia internacional con elevados volúmenes de desempleo.

Al cabo de la década que ahora comienza, la izquierda volverá a gobernar. Mientras tanto, será imposible que lo haga, enzarzada como estará en una lucha por la supervivencia entre dos formas opuestas de entenderla. Durante ese tiempo, se multiplicarán los llamamientos a formar gobiernos «de izquierdas», desde fuera y dentro del PSOE. Pero que nadie se engañe: lo que cuenta es la hegemonía dentro de la izquierda. Al término de esa lucha fratricida, Podemos emergerá como la nueva alternativa de izquierda en el bipartidismo; o bien lo hará un PSOE dolorosamente refundado y que habrá ido absorbiendo los girones que se desprendan del movimiento populista. Que no piensen los dirigentes de Podemos que el PSOE se descompondrá ahora, porque este centenario partido es experto en disputar el centro-izquierda, que Podemos ni huele por más que coqueteara con ello al autotitularse socialdemocráta. También Podemos deberá sufrir grandes transformaciones para prevalecer; no puede descartarse, lo mismo que Syriza terminó con la influencia del Pasok entre el electorado griego. Y lo mismo que Syriza, deberá estar dispuesto a aceptar los principios que hoy gobiernan Europa, o se disolverá como un azucarillo en aguardiente conforme envejezca la generación que salió a la calle el 15-M.