lunes, 23 de enero de 2012

Hay una reforma financiera más urgente

Casi tres años y medio después del comienzo oficial de la crisis, con la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, todavía no hemos visto en acción ni una sola reforma financiera seria de las que se prometió en la cumbre inaugural del G20, en Washington, apenas dos meses después. Entonces, se habló de que los líderes mundiales iban a hacer esto, lo otro y lo de más allá. Poco después, en la cumbre de Londres, en abril de 2009, ya se vio que colectivamente no iban a afrontar nada. Y el problema es que, mientras no se haga, el mundo no saldrá de esta situación.

Hay una propuesta importante sobre la mesa: la llamada «regla Volcker». Paul Volcker es quien precedió a Alan Greenspan en la presidencia de la Reserva Federal, el banco central de EE.UU. No podía haber habido dos dirigentes de la autoridad monetaria más opuestos. Pues bien, Volcker ha apadrinado – como antes lo hizo James Tobin con la famosa tasa, que lleva su nombre – una reforma muy moderada del sector financiero. La regla Volcker en muy sencilla, y consiste en no permitir que exista una sola entidad financiera que sea demasiado grande como para no poder dejarla quebrar. La existencia de esa clase de entidades – la propia Lehman Brothers es un ejemplo – es la causa de los mayores descalabros para el sistema, y para evitar su quiebra es por lo que los gobiernos llevan tres años endeudándose en costosas operaciones de rescate, que los llevan al sobreendeudamiento y a la necesidad, a su vez, de ser rescatados. La regla Volcker propugna dividir esas entidades, de manera que las sociedades resultantes de la escisión puedan ir a la bancarrota si los riesgos que asumen resultan ser excesivos. Ahora no; ahora no puede dejárseles ir a la quiebra porque arrastran al sistema. La consecuencia es que las entidades aquejadas de gigantismo pueden asumir riesgos impunemente, porque saben que papá estado vendrá a rescatarlas.

La regla Volcker se introdujo en una ley de reforma norteamericana, la llamada ley de reforma de Wall Street y de protección del consumidor, que fijó un plazo para su implantación que vence próximamente. Los lobbies financieros ya están haciendo toda la presión que pueden para impedir o al menos retrasar su aplicación. Lo que buscan es perpetuar la impunidad absoluta para sus negocios. No ya jurídica, que por supuesto; también financiera. Invertir lo que les dé la gana, ganar todo lo que puedan y, si vienen mal dadas, que se haga cargo el contribuyente. Ésta es la clase de capitalismo a que hemos llegado. Lo va a tener difícil Obama para superar este escollo. También en el Reino Unido hay una legislación pendiente en la Cámara de los Comunes, que buscaría separar la banca comercial de la de inversión, y prevenir así el gigantismo de los bancos. Pero tampoco parece que avance su tramitación.

Ahora, François Hollande, candidato socialista a las presidenciales francesas, ha prometido que fragmentará la banca, a la manera de la legislación que dormita en Inglaterra. Si gana, dentro de unos meses, veremos de lo que es capaz. Pero, en general, la dinámica europea es otra. Aquí se ha optado por recapitalizar a los bancos. Se lo hemos oído recientemente al gobierno español: hace falta que los bancos de nuestro país metan 50.000 millones de euros más en el negocio. ¿Qué se consigue con esto? Realmente, poco de bueno. La cifra señalada es insuficiente para cubrir los riesgos de morosidad que tiene la banca española – estimados, recientemente, en 176.000 millones de euros – y, por otra parte, los requisitos para dotar provisiones, mediante las que obtener el capital que se exige, no harán más que endurecer el mercado del crédito. Por ejemplo, la UE estudia reducir, con carácter general, el periodo de «tolerancia» en los retrasos de los créditos a 90 días; de manera que, superado ese plazo en impago, el crédito se declare «fallido». Eso adelantará los embargos, desahucios y ejecuciones, por ejemplo, en las hipotecas. Y, probablemente, inducirá a los bancos a ser más duros en las garantías de solvencia con sus clientes. Los esfuerzos por devolver la solvencia a entidades que hace tiempo la han perdido, pero a las que por su tamaño no se puede dejar caer, lo que ha llegado a poner en riesgo a los propios estados, se traducirán en menor fluidez todavía del crédito.



jueves, 19 de enero de 2012

La reforma laboral que toca

A España le tocó ser desgarrador símbolo en un momento dramático, pocos años antes de la tragedia más sangrienta de la historia universal. Que la Guerra de España sirviera de prólogo a la Mundial revistió a la primera de una aureola romántica, que no hizo sino acrecentarse con su triste final. Durante décadas, después, se pensaría que un esfuerzo un poco mayor de las democracias habría salvado a la República y acaso evitado la contienda generalizada que siguió. Todavía medio siglo más tarde, me encontré con ancianos estadounidenses, canadienses, húngaros o australianos, viejos brigadistas, que no podían saludar a un español sin que se les humedecieran los ojos. A todos, sin excepción, les costaba entender la transición española y que la izquierda hubiera apoyado el ingreso en la Comunidad Europea. (Por cierto, hoy podrían decirme que aquellos polvos trajeron estos lodos de 2012).

Me costaba explicar entonces que los republicanos se habían resistido a la derrota, que se habían echado al monte en Pirineos, Picos de Europa y los Montes de León, para acabar siendo cazados como conejos. Pero que, justo cuando Franco creía haber acabado con la izquierda, ésta había levantado cabeza tras sobrevivir a la más salvaje represión. De pronto, la izquierda (lo mismo la comunista del PCE que la católica de AST, HOAC y las JOCs) aparecía reunida en una organización clandestina, las Comisiones Obreras, que se infiltraba como una bacteria en la Organización Sindical franquista. Uno a uno, CC.OO. fue conquistando todos los puestos de representación obrera en el sindicato vertical. El día que uno de sus militantes fue elegido presidente de la Unión de Trabajadores y Técnicos del Metal de toda España, ese día el destino del Vertical (y del franquismo, en realidad) quedó sellado.

Resultó que, de una oposición frontal e intransigente a la dictadura, la izquierda había pasado hacia 1956 a infiltrarse en uno de sus pilares fundamentales hasta carcomerlo y hacer que el edificio se cayera por su propio peso. Veinte años después, la estrategia dio sus frutos. Pero había cierta inercia en la situación, de la que la izquierda no fue consciente. Al construir la nueva democracia, CC.OO. se inclinó – a lo que se ve ahora, en exceso – por aprovechar en todo lo que se pudiera el material de derribo de la Organización Sindical, lo que pareció conveniente a todos en el clima de consenso que presidió el inicio de la transición. Así, se continuó con las elecciones sindicales, sólo que cambiando «enlaces» y «jurados» por «delegados» y «comités». Y de conformidad con el afán universalista y conciliador del nacional-sindicalismo, se dio eficacia erga omnes a los convenios colectivos, es decir, se impuso su validez en todas las empresas y para todos los trabajadores. El franquismo había presumido de garantizar el pleno empleo; y para certificarlo, en sus últimos momentos, se estipuló costes de despido de 60 días por año de servicio en la empresa con tope de 42 mensualidades, lo que pareció tan desorbitado que ninguna empresa podría afrontarlo. También esto se trató de incorporar a la nueva legislación democrática, el Estatuto de los Trabajadores, y se logró con una módica rebaja hasta los 45 días por año. Y así con muchos elementos de la antigua regulación.

Es evidente que este sistema de relaciones laborales es insostenible; pero no ahora, hace mucho tiempo. Lo dije por primera vez hace trece años y lo he repetido en mi anterior blog, Purgatorio Económico. Es insostenible no sólo, y ni siquiera tanto, por los ataques a que la patronal y la derecha política y académica llevan sometiéndolo desde hace 40 años. Más aún, por la desafección generalizada de los trabajadores. Los sindicatos españoles presumen de tener una «representación democrática» de casi el 100%; pero su tasa de afiliación es de las más bajas de Europa, el 16 ó 17%. Una cosa trae la otra. Pero los sindicatos deberían haberse dado cuenta, hace tiempo, que el cambio es de dudoso valor. Gracias a su «representación democrática», y a su consideración de «pilar de la democracia», reciben financiación regular de los presupuestos del Estado pero apenas de los trabajadores. Ahora resulta que la financiación pública está en peligro; qué digo, está condenada. Peor aún, los funcionarios sindicales se han convertido en eso, funcionarios, burócratas que sólo rinden cuentas a la organización (no muy exigente, hay que decirlo) y no a los trabajadores. Quien paga manda era un lema muy querido de Marcelino Camacho. Parece que a todos se les ha olvidado que quienes mandan tendrían que ser los trabajadores.

Creyendo defender la negociación colectiva y proteger el empleo indefinido, todas las garantías a que se aferraron han terminado convertidas en su contrario. Es una ley de la dialéctica, y de la vida.



viernes, 13 de enero de 2012

La crisis del capitalismo global

El diario londinense de negocios Financial times inició hace algún tiempo una serie de artículos sobre la crisis del capitalismo, e invita a lo que ellos consideran expertos económicos y financieros a dar su opinión al respecto. Allí se ve de todo, pero predominan las visiones que encuentran el origen de las actuales tribulaciones en la creciente desigualdad en el reparto mundial de la renta o en el peso opresivo de los gobiernos sobre la libertad individual; son las clásicas visiones de izquierda y derecha, respectivamente. Simpatizo con la visión de izquierda, pero no me la termino de creer. O mejor, diría que se queda en la superficie del problema. Dicho con crudeza, el capitalismo nunca ha salido de sus crisis repartiendo más sino menos justamente. Y la razón no es la habitualmente esgrimida por los neoliberales (“hay que poner el dinero en manos de quienes pueden crear empleo”) sino una más sutil y menos edulcorada. Puesto que los asalariados apenas tienen capacidad de ahorro, el necesario tirón de la demanda vendrá del sector exterior (exportaciones), del déficit público o del consumo de los ricos. Las exportaciones de todos los países no pueden crecer al mismo tiempo, luego lo que unos países ganen otros lo perderán por este concepto. El déficit público termina siendo políticamente inviable, como ocurre ahora mismo; y lo es por la sencilla razón de que los ricos prefieren la última solución, naturalmente. El consumo de los ricos tira de la demanda, de la actividad y del empleo de algunas industrias; el mayor empleo en ellas empieza a recuperar el consumo de sus asalariados, con lo que también se tira de la demanda de las industrias que abastecen el consumo de los pobres. Y así, sucesivamente, en un «círculo virtuoso», que lleva a la disminución del paro y la recuperación de la normalidad. Que se opte por la salida a la crisis basada en el consumo de los ricos y no por la basada en el consumo público financiado con déficits es producto, enteramente, del resultado de una lucha de clases que, en palabras de Warren Buffet, va ganando la suya.

Por eso creo que no hay que escandalizarse demasiado por datos que nos han escandalizado recientemente, como que la compra total de automóviles en España cayó en 2011 el 18% mientras la de vehículos de alta cilindrada subió el 83%. Eso podría significar, precisamente, un comienzo de reactivación, en el sentido que estoy señalando. Y, ojo, no digo que no haya que escandalizarse en absoluto, sino que no hay que escandalizarse demasiado. Tampoco digo que haya que rendirse y renunciar a gravar esas compras con un IVA de lujo, por ejemplo, porque creo que nunca hay que renunciar a la lucha por imponer una salida basada en el gasto público y no en el consumo de los ricos. En realidad, la salida por la primera puerta es más a costa del déficit que del gasto público, pero está claro que, frente a la marea política por el déficit cero, e inclinándonos frente a esa marea para que no nos quiebre, una manera de conseguirlo más equitativa es el IVA de lujo que la subida del tipo general del mismo impuesto.

Pero hay, a mi juicio, una cuestión previa y más profunda en el sentido económico, ya que no en el social. Incluso una salida basada en el consumo de los ricos se frustrará si no se resuelve el problema fundamental de esta crisis, que no es otro que el financiero. Si no se aborda este problema, creo que todo lo demás es accidental, y que la lucha de clases, por muy respetable que sea, será por migajas. Vamos, que no se va a resolver nada importante frenando el consumo de coches de lujo, salvo que los pobres se queden un poco más satisfechos porque no se ofende su sentido de la ética social, pero con el mismo paro poco más o menos. O tenemos claras las prioridades, o incluso una salida basada en el déficit se frustrará si no somos capaces de abordar como es debido el problema financiero. Y lo que me hace ser pesimista es que no veo a la sociedad actual consciente del problema financiero, salvo – nuevamente – en aspectos superficiales y más morales que económicos, como la retribución de los directivos bancarios y similares. Me temo que, tome la lucha de clases el curso que tome, tenemos crisis para rato.



lunes, 9 de enero de 2012

Los bancos zombies no son la solución

Es problema se llama crisis de la deuda soberana. Un banco zombi es un banco insuficientemente capitalizado, debido a créditos morosos o incobrables y/u otros activos «tóxicos» de su balance; un banco que, además, pierde depósitos y no tiene acceso a los mercados de crédito y capitales. Semejante banco se mantiene operativo gracias a la inyección de dinero por parte del banco central en contrapartida de activos especulativos.

Actualmente, vemos a estos bancos operando a todo lo largo y ancho de Europa, aunque son más numerosos en la periferia. No es paradoja que jueguen un papel destacado en la política financiera de la eurozona. En tanto que los bancos saneados y fondos financieros se retraen de invertir en deuda soberana debido a la normal aversión al riesgo, los bancos zombies muestran un fuerte apetito por esa clase de deuda debido a su preferencia por las elevadas primas de riesgo: necesitan recapitalizarse aceleradamente. Así, un banco zombi compra deuda soberana, digamos, al 95% de su valor nominal; la vende con pacto de retrocesión a tres años por el 100% de su nominal pagando un 1% anual por la operación, y el proceso empieza de nuevo. Por descontado, el «sistema» – es decir, el BCE, la UE y el FMI – garantiza el pago de toda la deuda soberana, con la sola excepción de la de Grecia. El cielo y el infierno se conjuran para evitar el contagio. Supuestamente, todo el asunto es un simple arreglo para monetizar la deuda soberana, en fraude de ley del Tratado de la UE. En tres años, el BCE espera que los bancos zombies hayan ganado suficiente dinero (?) como para que se recapitalicen sin recurrir a los mercados, siendo el contribuyente quien pague por el nuevo capital a través de la prima de riesgo. Mientras tanto, se confía en que los déficits fiscales aflojen, de modo que se refuerce la confianza de los mercados y se reduzca la prima de riesgo de la deuda soberana.

El BCE también espera que los bancos zombies usen dinero fresco para prestar al sector privado, hogares y empresa. El BCE parece dispuesto a aceptar esos préstamos como garantía y se espera que los bancos zombies reinviertan en préstamos tan pronto como la prima de riesgo soberano se reduzca. Por el momento, sin embargo, primas de riesgo viables, pagaderas por parte de entidades privadas, no pueden ser, razonablemente, mucho mayores que las pagadas por los gobiernos, debido a la insuficiencia de la demanda agregada, mientras que los costes de transacción hacen de los préstamos un objeto menos adecuado (que la deuda soberana) para las operaciones de compraventa con pacto de retrocesión. Para empeorar las cosas, los bancos zombies son vulnerables a repetidas crisis por desconfianza de los depositantes, que obligarán a que los gobiernos rescaten bancos una y otra vez, con el consiguiente repunte en los déficits fiscales.

La financiación bancaria se filtrará al sector privado si la prima de riesgo de soberano se estrecha. La reducción de la prima de riesgo soberano depende de la confianza. Una mayor demanda agregada es condición necesaria, sin embargo, para aumentar la recaudación tributaria. En caso contrario, la reducción de los déficits fiscales forzará recortes en el gasto, que resultarán claramente contractivos en términos de PIB. La ofensiva de la UE, en 2010-2011, basada en la suposición de que una fuerte voluntad política de reducir los déficits fiscales a cualquier coste sería capaz por sí misma de restaurar la confianza y permitir a la economía recobrar el crecimiento, ha cosechado un estrepitoso fracaso desde el verano de 2011.

De momento, por tanto, el arreglo en su conjunto se asemeja a un gigantesco esquema piramidal. En consecuencia, los mercados permanecerán desconfiados e inquietos por bastante tiempo todavía.