sábado, 29 de diciembre de 2012

El rescate de Guindos


Los observadores de la economía española no especularíamos tanto con su posible rescate si el propio gobierno no diera pábulo a ello con continuas vacilaciones. «Ahora no, pero si llega a ser necesario…», parece ser la frase que resume la política de Rajoy al respecto. La última perla es del ministro Guindos, quien acaba de aclarar que, en caso de producirse, el rescate de España «no sería un rescate a la portuguesa». Con todo esto, nuestros inefables mandatarios vienen a querer decir que nosotros no hemos caído tan bajo (ni vamos a caer), que España es un país con fuste y con empaque, «que hace sus deberes», no como Grecia, Irlanda y Portugal, que serían algo así como países de chichinabo.

La realidad es muy otra que la que se nos quiere transmitir. Europa misma ha descartado los «rescates a la portuguesa», por ineficientes; ninguno de los tres países que han sido objeto de ellos ha salido o parece capaz de salir de dificultades. También los ha descartado por excesivamente costosos: esos rescates los pagaba directamente el contribuyente europeo de su bolsillo, y no están las cosas como para seguir pidiéndole dinero. Entre una cosa y la otra, Europa (o mejor la eurozona, porque el Reino Unido nunca ha estado en eso) ha terminado por arrinconar la ortodoxia monetaria que sostuvo con empeño digno de mejor causa hasta agosto de 2012, para dejarse ahora tentar por las virtudes del QE anglosajón; el Quantitative Easing de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana (Fed, para los amigos), política desde muy pronto adoptada también por el Banco de Inglaterra. Muy resumidamente, de lo que se trata con el QE es de prestar dinero a los bancos; mucho dinero y a muy bajo tipo de interés. ¿Para conseguir qué? Los adalides de la política no se hacen ilusiones de que así se restablezca el crédito al sector real de la economía; saben perfectamente que eso depende de la actividad y la actividad necesita un cebo inicial que no puede venir del dinero por sí solo, sino también de unas ciertas perspectivas de recuperación. Y esas perspectivas, sencillamente, no existen. Pero mentes tan prodigiosas esperan que, si los bancos disponen de liquidez hasta salirles por las narices, la prestarán a su vez a quienes estén dispuestos a pagar un interés poco mayor para invertir en Bolsa. La Bolsa siempre es receptiva a la abundancia de dinero, cosa que la economía real no. Y quien dice la Bolsa, dice los mercados de opciones, los contratos de futuros sobre alimentos, de Goldman Sachs, etcétera. Vamos, todo lo que el vulgo identifica con la «especulación financiera». Para resumirlo muy brevemente, se trata de llenar de dinero el bolsillo de los especuladores. Un dinero - todo hay que decirlo - que a los bancos centrales no les cuesta nada crear, porque lo único que tienen que hacer es darle a la maquinita de imprimir billetes, como quien dice. Cuando los especuladores tengan los bolsillos llenos con sus buenas plusvalías bursátiles, consumirán más. Será un consumo de lujo, previsiblemente, pero por algo se empieza. Eso tirará de la economía real, que quizá así se recupere. He descrito el proceso en una entrada de hace meses (La crisis del capitalismo global).

Pero, mire usted por dónde, el Banco Central Europeo, que bajo la severa mirada del ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, se había negado desde el comienzo de la crisis a seguir a Bernanke, ahora, bajo la presidencia de Mario Draghi, ha dado un giro de 180 grados. Después de todo, Draghi trabajó para GS hace años, y proporcionar beneficios al viejo patrón es algo que siempre queda bien entre amigos. Pero más importante es que Alemania desarrolla sus propios esfuerzos por llegar al déficit cero, y no podría conseguirlo si tiene que poner dinero una vez tras otra para sufragar los dos rescates de Grecia, más el de Irlanda y el de Portugal, y ahora otro de España, muy superior a los anteriores. Era la canción de nunca acabar, y Alemania ha optado por cortar por lo sano. Si hay que rescatar a alguien más, será por un procedimiento barato – como darle a la maquinita del dinero – y no exprimiendo todavía más al contribuyente. Y, desde el punto de vista del BCE, que ahora coincide con el de la Fed, nada mejor que matar dos pájaros de un tiro y presentar una medida para llenar de dinero el bolsillo de los especuladores como si de una moderna forma de rescate-país se tratara. Así, la forma elegida para inyectar dinero barato en las finanzas consiste en comprar, en el mercado secundario, deuda del país a rescatar. A esto el BCE lo llama OMT (siglas de Outright Monetary Transactions, en español Transacciones Monetarias en Firme).

Y ahora viene Guindos a explicarnos en tono fatuo que «esto no es un rescate a la portuguesa», como si en cambio fuera resultado de algún mérito de su insustancial política. Lo que me preocupa no es que mienta como un bellaco. Lo que de verdad me aterroriza es que no sepa de qué está hablando.

Otro día explicaré por qué el QE, que ha demostrado de sobra su capacidad de generar beneficios financieros mientras la economía real está parada, es sin embargo una herramienta de utilidad muy limitada a la hora de afrontar los problemas de una economía nacional necesitada de rescate, salvo que ese país sea el emisor de su propia moneda (caso de EEUU y el Reino Unido, pero no de España). Y mi crítica no tiene que ver con el peligro de inflación, que crearían las políticas de QE/OMT, y que es la crítica fácil y sin mordiente de la derecha liberal. Pero, como digo, eso será otro día.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nacionalizar la banca y salir del euro


Una de las razones de la mala calidad de la política económica que se hace en Europa (del resto del mundo no hablo) es la cerrazón mental y estrechez de miras de los gobiernos y las oposiciones formales. Otra, la frivolidad de los planteamientos antisistema. Entiendo que la indignación lleva a priorizar la crítica sobre la propuesta de alternativas. Pero vale la pena ser conscientes de que la falta de alternativas favorece a los poderes fácticos.

En pocos asuntos se manifiesta la frivolidad antisistema como en el planteamiento de nacionalizar la banca y salir del euro. El argumento discurre más o menos así. Los poderes fácticos sacrifican a la gente para mantener los beneficios y privilegios de la banca. A pesar de todo, la banca no concede crédito para que las empresas creen nuevo empleo. La solución más sencilla es nacionalizar la banca, toda la banca. Con una banca nacionalizada, ¿qué problema hay en dejar en su vivienda a todo el que no pueda pagar su hipoteca y en conceder crédito a todo empresario dispuesto a crear empleo? Con este planteamiento, hasta el menos avisado puede darse cuenta de que la clave para que la cosa funcione un rato es darle a la maquinita de imprimir dinero todas las vueltas de manivela que haga falta. Y para hacer eso, habrá que salir del euro, porque las reglas del euro no son ésas. Bueno, ¿y qué? Pues se sale del euro y aquí paz y después gloria. ¿Es todo realmente tan sencillo?

Conste que no escribo con intención de desacreditar el nihilismo. El nihilismo lo entiendo. Consiste en decirse: «¿Y a mí qué me importa lo que haya que hacer cuando se presente el caos? ¡Lo que me interesa es que todo se vaya a tomar vientos!» No lo comparto, pero lo entiendo. Lo que me exaspera son las mentalidades simples, incapaces de ver más allá de sus narices en tiempos de gran complejidad, en los que hay que prepararse para gestionar la complejidad, precisamente, porque de lo contrario hoy viviremos peor que ayer y mejor que mañana. Para empezar, ya tenemos nacionalizada a la cuarta entidad bancaria del país y a unas cuantas más, a través del FROB, y de momento nos ha ayudado poco; más bien, lo contrario. Ya sé, ya sé; no es ésa la nacionalización que se quiere, una nacionalización condicionada por el rescate de Europa. Lo que se quiere es una nacionalización total y que nos libere de Europa. Ciertamente, si nacionalizamos todos los bancos, incluidos los que aparentemente van bien, y se da crédito a todo el que lo pida y no se desahucia a nadie, hará falta rescatar a toda la banca; eso es seguro. A Europa no le va a gustar poner tanto dinero, y desde luego que estamos fuera del euro (y puede que de la UE) pero no porque nos vayamos. Nos echan.

Bueno, pues ya estamos fuera del euro, con toda la banca nacionalizada y es nuestra la maquinita de hacer dinero. Ahora imprimimos todo el que haga falta. ¿Ya está, así de simple? La inflación sería de órdago a la grande. ¿Ah, que no nos importa la inflación, aunque sea desbocada? Es porque no se sabe qué es la inflación. La inflación es un mecanismo económico de generar ahorro forzoso y expropiárselo a las rentas que se actualizan por detrás del índice de precios (típicamente, salarios y renta fija de activos financieros) para regalárselo a las que se actualizan por delante (las rentas de monopolio: ¿alguien se pregunta cómo ha podido Metro de Madrid forzar una subida de tarifas brutal, con la que está cayendo?). Así es como empieza. Cuando se desboca, ya no se sabe quién expropia a quién. Los activos monetarios y financieros se destruyen a velocidad de vértigo. ¿Ah, que no nos importa la destrucción de activos monetarios y financieros, a cuya mera existencia atribuimos las tribulaciones que nos acosan? Pues qué bien, volvemos al trueque. Preguntemos a los cubanos cómo les fue el trueque durante el periodo económico especial que se inició en 1993, una vez dejaron de recibir ayuda de la URSS. ¿Ah, que a ellos todo lo malo que les pasa es por el bloqueo norteamericano? Vale, vale. Entonces podríamos tratar de seguir el modelo de Venezuela. Sólo que a los venezolanos el petróleo les sale por las narices y nosotros en vez de petróleo tenemos playas y sol y simpatía, y hacer que los extranjeros vengan a disfrutar de todo eso y se dejen aquí su dinerito no es como vender el oro negro que mueve el mundo, ¿verdad? O podríamos hacer lo de Argentina, llenar el campo de plantaciones de soja transgénica para vendérsela a China y conseguir así divisas.

Por más vueltas que le doy, no veo cómo la nacionalización de la banca y salir del euro, aparte de castigar a la banca y a Alemania, puede ayudarnos lo más mínimo a resolver nuestros problemas y mejorar un poco la condición de los atribulados españoles. Más bien, todo lo contrario. Y como el español medio se lo huele, sigue pensando, bien a su pesar, que lo único que se puede hacer es lo que hace Rajoy. Y así nos va.



martes, 4 de diciembre de 2012

Plan de choque para la economía española


La resistencia de Rajoy, contra todo pronóstico, a pedir el rescate europeo de la economía española plantea una posibilidad extrañamente favorable. ¿Y si España fuera capaz de pasarse sin firmar odiosos MoU (Memoranda of Understanding, o memorándums de entendimiento) con la Troika? Dentro de unos años, estos momentos de extrema dificultad se verían como un periodo en el que nuestro país habría mostrado capacidad de superar la crisis por sí sola, sin necesidad de ayuda. Sabemos que esto sería falso, en buena medida. Europa ya nos ha rescatado una vez formalmente, mediante el rescate bancario, y casi cuatro veces a través del sistema de pagos interbancario (Target2). Pero evitando el rescate llamado «integral» no se descendería al nivel de humillación a que hemos visto descender a Grecia, Irlanda y Portugal. Sin duda, vale la pena intentarlo.

Propondré mi plan. En primer lugar, no vale de nada hacer como Rajoy; es inútil negarse a ser rescatado por una cuestión de trasnochado orgullo español. Dentro de la política de austeridad, rehusar el rescate no tiene perspectivas. No es cuestión de si sí o sí no, sino de cuándo. Mientras, el país languidece en una depresión cada vez más evidente. Es necesario, por tanto, impulsar el crecimiento y eso no es posible más que aumentando el déficit. Hay, así pues, que repudiar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que nos obliga a continuar reduciendo el déficit hasta 2014 y posiblemente más allá. Tampoco sirve la propuesta de dilatar o modular el ajuste; eso no es más que prolongar la agonía. Si, de conformidad con la marea general que en EEUU presiona para levantar el techo de deuda, Europa acepta suspender la «consolidación fiscal», aunque sea temporalmente, nuestro mayor déficit será financiado con la compra de deuda española por el BCE, como por otra parte ya recomienda hasta Goldman Sachs. Si no se acepta este plan A, habrá que poner en marcha un plan B.

Con independencia de qué plan financiero se pone en marcha, si el A o el B, la clave del éxito en la reducción del déficit depende de qué es lo que lo genera. Si se genera para llenar los bolsillos de políticos corruptos, promotores sin escrúpulos y banqueros, entonces muy mal resultado tendrá la cosa. El mayor déficit tiene que servir para darle un verdadero empujón a la economía, de forma que el crecimiento y, con éste, una mayor recaudación tributaria tiendan a restablecer el equilibrio a largo plazo. Actuaría en dos planos distintos, tanto sobre la oferta como sobre la demanda. Políticas de oferta, por sí solas, no producen un aumento del output efectivo, por mucho que aumenten el output potencial. Políticas de demanda, por sí solas, si topan con un output potencial muy bajo, provocan inflación más que aumento de producción. Por tanto, el objetivo es utilizar el déficit para actuar simultáneamente sobre la oferta y demanda agregadas, en los siguientes ámbitos:

1) Transferencia a los Presupuestos Generales del Estado de los gastos de la Seguridad Social, tanto de pensiones como de los que financian la sanidad y los diferentes subsidios de desempleo. El resultado será la desaparición total o parcial de las cotizaciones de empleador y empleado a la Seguridad Social y la conversión del actual sistema de pseudo capitalización en un sistema de reparto. Puesto que no va a haber aumento alguno de impuestos – no puede haberlo en esta situación – la transferencia a los PGE tendrá por efecto el aumento del déficit.

2) Reducción del IVA.

3) Creación de un «banco malo2», para adquirir las primeras viviendas que vayan entrando en mora de sus pagos hipotecarios, a un precio que sea igual al principal no provisionado por el banco, con objeto de encontrar las soluciones que sean oportunas para que los ocupantes no sean desahuciados.

Esto es lo que hay que hacer. Se puede hacer en mayor o menor medida. El choque puede ser más fuerte o más débil. Se puede efectuar la conversión del sistema de capitalización en otro de reparto de una sola vez o en un proceso gradual; y, de igual modo, el IVA se puede reducir en más o menos puntos porcentuales. La medida en que las actuaciones puedan llevarse a cabo es asunto que depende de la prudencia y, probablemente también, del resultado de una negociación con la UE y el BCE, si éstos tienen que financiar en todo o en parte el déficit que se genere.

Lo que es irrenunciable es que la «austeridad», o sea, la política combinada de recortes en el gasto y aumentos de impuestos, se suspenda de inmediato y, en la medida de lo posible, se dé marcha atrás en ella. Un aumento del gasto no tendrá efectos tan beneficiosos sobre la actividad y el empleo como una reducción de impuestos (sobre todo, los que gravan el consumo) y las cotizaciones sociales (que gravan el empleo). La reducción de impuestos sobre el consumo facilitará, además, el desapalancamiento de las familias, al reducir el gasto para un nivel de consumo dado; el mismo efecto tendrá el rescate de familias hipotecadas. Y la reducción de cotizaciones sociales actuará como motor de devaluación interna, con los consiguientes efectos de fomento de exportaciones y sustitución de importaciones.

Probablemente, lo más adecuado sería intentar una reducción paulatina de la carga fiscal indirecta y sobre el trabajo. Unos cuantos puntos porcentuales en el IVA y en las cotizaciones sociales, de forma que la reducción en los tipos fuera pagándose a sí misma con la ampliación gradual de la base imponible gracias al aumento del consumo y del empleo. Y si la evolución fuera favorable, aumentar la intensidad sin prisa, pero sin pausa.