Ayer, en una mini-cumbre comunitaria Alemania-Francia-Italia, Angela Merkel rechazó tajantemente dos soluciones que venían siendo propuestas de forma insistente en las últimas semanas ó meses, a saber, la emisión de eurobonos y un préstamo del BCE al FMI para que éste adquiera deuda soberana de los países en situación más crítica. (Lo del préstamo al FMI es un truco para sortear la prohibición del Tratado UE de que el BCE compre deuda soberana de los países de la zona euro). Era previsible que Alemania las rechazara. El hecho de que no haya alternativa (y está claro que no la hay, como lo demuestra la entrada de Portugal en recesión pese a, o quizá por aplicar disciplinadamente la consolidación fiscal) no convierte a ambas propuestas en las estrategias ganadoras que sus partidarios ven en ellas.
Empiezo por la intervención del BCE. Yo la defendí hace dos años en un medio tan marginal – en términos de la opinión pública europea – como el diario Público. Eso fue antes del estallido de la crisis de deuda soberana. Cuando ésta saltó al primer plano, afirmé que era consecuencia de la decisión previa de no monetizar entonces el déficit. Todavía lo creo. Siguiendo las prescripciones del FMI, en el otoño de 2008, muchos gobiernos habían aumentado su gasto para sostener la actividad y el empleo. La monetización del déficit habría evitado tener que recurrir a los mercados. Una vez que se recurrió a ellos, impusieron su ley. Ahora ya es tarde: los mercados llevan casi dos años dictando las condiciones para financiar a los estados. No será fácil dejarlos a un lado, aparte de que los mercados son los principales aliados de Alemania para imponer la «vía prusiana a la unidad europea». ¿Cuál sería la finalidad de monetizar los déficits ahora? Sólo se me ocurre una: acelerar la tasa de inflación, con lo que erosionar el valor real de la deuda. Pero los mercados lo percibirían rápidamente, y el pánico volvería a apoderarse de ellos. O el BCE – directamente o por intermedio del FMI – se hace sin dilación con una gran parte de la deuda y adquiere ésta masivamente en el mercado primario, o el remedio será peor que la enfermedad. Esto conducirá a desatar procesos de inflación galopantes. Era evidente que Alemania no entraría de buen grado por ese camino. Antes, dejará que se desintegre el euro.
Los eurobonos responden a otra lógica. Hacer un pool con todas las deudas soberanas europeas reduciría, sin duda, la prima de riesgo con que italianos y españoles, por ejemplo, emitimos nuestra deuda, pero indudablemente aumentaría el coste financiero de alemanes, holandeses y finlandeses. Esto puede parecer «solidario». Supongamos que lo es. Sin embargo, el problema no es ése. El problema es que así no se devolverá la confianza a los mercados, más que si acaso temporalmente. Tarde o temprano, los mercados caerán en la cuenta de que el ritmo de las reformas se ralentiza. Ya no habrá línea de retirada. Será toda la zona euro la que se encuentre comprometida, y seguramente no habrá solución para la moneda común. ¿Y por qué son tan necesarias las reformas? Porque en los mercados se ha instalado el convencimiento de que las administraciones públicas europeas incurren en grandes despilfarros, que tras la fachada del «estado de bienestar» se esconden ineficientes arreglos de privilegio e intercambio de favores. Los eurobonos suprimirían el síntoma sin tratar la enfermedad. Sin una profunda reforma que elimine esos despilfarros y haga desaparecer tales privilegios y uso de dinero público para intercambio de favores, no habrá modo de restaurar la confianza en el crédito de buen número de estados europeos. Dicho de otra forma, los mercados opinan que es preciso reformar la «democracia clientelar» que se ha instalado en Europa. ¿Que esto es ideología neoliberal? Déjenme que me encoja de hombros.
La parte interesante es que Alemania quiere también una profunda reforma de las administraciones públicas en toda la zona euro. Pero no es una reforma neoliberal lo que pretende, sino una reforma prusiana. Si Alemania tiene que cargar con la financiación de los gastos de las burocracias de toda Europa, éstas tendrán que adaptarse a los criterios y exigencias de la burocracia alemana. Por eso resulta tan importante para Merkel la reforma del Tratado.