jueves, 6 de octubre de 2016

Consecuencias de la abstención del PSOE

El significado del paso dado por el PSOE debería ser evidente. No se trata sólo de que los socialistas hayan reconocido que con 85 diputados no se puede gobernar; es ésta una cuestión formal que no oculta el problema de fondo. Que no es otro que el reconocimiento de que el PSOE no tiene programa de gobierno. Que cualquier programa económico con que se hubiera presentado Pedro Sánchez a la investidura habría sido un trasunto de los planteamientos de Podemos, que además habría dejado abiertas grandes interrogantes, como las consecuencias económicas y financieras de una eventual secesión de Cataluña puesto que no se habría podido gobernar sin los independentistas. ¿Hay más?

Por supuesto que hay más. Hay en la operación de acoso y derribo a que hemos asistido un intento de normalización de la vida política del país. De que se devuelva la palabra al parlamento, con sus reglas explícitas e implícitas (dejar gobernar al partido más votado sería una de ellas) y que se termine esto de que dicte la calle. Hay, también, un amago de vuelta al bipartidismo, con su legitimidad del turno en el poder. Y esto va mucho más allá que la cuestión de los votos. Hay el reconocimiento tácito de que Zapatero lo hizo fatal en 2009 y que la rectificación de mayo de 2010, a instancias de la Unión Europea, con ir en la dirección correcta, no fue suficiente. Hay la aceptación sumisa (esto ya lo tiene Rajoy, de modo que no necesita ensañarse) de que el PP lo hizo y lo hace actualmente bastante mejor de como podría haberlo hecho durante estos cinco años y hacerlo ahora mismo el propio PSOE. La crisis la habrían creado algunos dirigentes díscolos que se negaban a aceptar la realidad.

El 19 de noviembre de 2011 escribí en Twitter que se cerraban tres décadas de hegemonía socialista, plasmada en veintiún años de gobiernos en solitario interrumpidos por el interrenegno de ocho años de gobierno de Aznar. Tras el tsunami de aquellas elecciones, se abría previsiblemente un nuevo ciclo político, hipotéticamente de otras tres décadas de hegemonía de la derecha conservadora. La crisis del PSOE vendría a confirmar esta temprana intuición. Y hoy se puede perfilar mejor. El paisaje político desde la Transición serían catorce años de gobierno prácticamente omnímodo del PSOE, seguidos por otros quince de alternancia PP/PSOE; a todo eso seguirían otros catorce o quince años de gobierno omnímodo del PP. Habrían transcurrido cinco años de esto último; quedarían nueve o diez de gobierno conservador. Al PSOE habría correspondido, históricamente hablando, consolidar la democracia modernizando el país y construyendo el estado de bienestar en medio de una época de prosperidad global. Al PP, corregir los excesos cometidos para ajustar la economía a la actual coyuntura de crecimiento lento en medio de una fuerte competencia internacional con elevados volúmenes de desempleo.

Al cabo de la década que ahora comienza, la izquierda volverá a gobernar. Mientras tanto, será imposible que lo haga, enzarzada como estará en una lucha por la supervivencia entre dos formas opuestas de entenderla. Durante ese tiempo, se multiplicarán los llamamientos a formar gobiernos «de izquierdas», desde fuera y dentro del PSOE. Pero que nadie se engañe: lo que cuenta es la hegemonía dentro de la izquierda. Al término de esa lucha fratricida, Podemos emergerá como la nueva alternativa de izquierda en el bipartidismo; o bien lo hará un PSOE dolorosamente refundado y que habrá ido absorbiendo los girones que se desprendan del movimiento populista. Que no piensen los dirigentes de Podemos que el PSOE se descompondrá ahora, porque este centenario partido es experto en disputar el centro-izquierda, que Podemos ni huele por más que coqueteara con ello al autotitularse socialdemocráta. También Podemos deberá sufrir grandes transformaciones para prevalecer; no puede descartarse, lo mismo que Syriza terminó con la influencia del Pasok entre el electorado griego. Y lo mismo que Syriza, deberá estar dispuesto a aceptar los principios que hoy gobiernan Europa, o se disolverá como un azucarillo en aguardiente conforme envejezca la generación que salió a la calle el 15-M.

domingo, 2 de octubre de 2016

Por un plato de lentejas

Las consecuencias de la derrota de Pedro Sánchez en el comité federal de este fin de semana van mucho más allá de la (previsible) investidura de Mariano Rajoy con la abstención de buena parte de los socialistas. Hay asuntos de mucho más calado que tardarán años, puede que incluso décadas en dirimirse.

La primera consecuencia, y la más profunda, es en el nivel discursivo. El análisis de Sánchez y sus fieles es que ellos no son singularmente responsables de las derrotas en los últimos comicios generales, sino que, puesto que los principales beneficiarios de las mismas son partidos de algún modo surgidos de la indignación, las raíces de la derrota hay que buscarlas en las políticas que llevaron al 15-M; es decir, en el giro en la política económica tomado en mayo de 2010 y prolongado por Rajoy. Dado que tanto PSOE como PP han perdido apoyo ciudadano en beneficio de Podemos y Ciudadanos, la situación de multipartidismo habría que verla como resultado de una reacción social a la vez contra Zapatero y contra Rajoy. La recuperación de los votos perdidos vendría de un giro a la izquierda que corrigiera aquel giro inicial a la derecha.

Los críticos han impuesto un discurso distinto, que básicamente es el del pensamiento único. No hay alternativa a las políticas económicas del último ZP y de Rajoy; otra cosa nos enfrentaría a Europa. El problema está en el primer ZP, al cual Sánchez pretendería emular. No hay más.

Las consecuencias de este secuestro del discurso por la derecha lleva incluso más lejos. La causa del independentismo catalán no fue la intolerancia del PP (por ejemplo, con el recurso del Estatut ante el TC) sino la permisividad del PSOE-PSC. El PSOE es responsable no sólo de arruinar las finanzas públicas sino de casi haber hundido el régimen constitucional en España. Un partido surgido de la indiferencia hacia a la Constitución de 1978 (recordemos que el PP viene de AP, que dio a sus diputados libertad de voto sobre el texto constitucional), aparece como salvador de la misma, y uno de los partidos que más hizo por traerla y el que más por consolidarla, ahora puede ser presentado por los que se han hecho con el poder como responsable de llamar a la anarquía. Una inversión completa de valores y perspectivas históricas.

En otras palabras, el PSOE ha renunciado a su derecho de primogenitura constitucional. Y todo, ¿por qué? Por lo que para algunos en su seno no son más que lentejas: que el PSOE no estorbe la investidura de Rajoy si no tiene diputados para formar gobierno.