viernes, 26 de diciembre de 2014

Las diferencias culturales importan: IU y Podemos

Uno de los temas recurrentes de este 2014 que termina ha sido la cuestión de si Podemos intentaba una OPA hostil sobre IU, es decir, atraerse a los cuadros políticos de esta formación, para lo cual tenía a la vez que halagarlos individualmente y resistirse a cualquier proyecto de unidad orgánica. Alberto Garzón y Tania Sánchez Melero serían ejemplos de lo primero; la calculada ambigüedad respecto de las candidaturas de Ganemos/Guanyem lo es de lo segundo. La OPA de Podemos, en caso de que realmente la haya habido, ha fracasado de momento. Salvo en Madrid, feudo pepero de estratégica importancia para los líderes de Podemos y donde han llegado a un acuerdo con IU para el reparto de la presidencia de la Comunidad y la alcaldía, el resultado de la presión es que IU ha cerrado filas y contraatacado con lo que le queda. Muchos se preguntan: ¿Qué defienden los de IU y qué defienden los de Podemos, que enfrenta a ambos? Voy a tratar de dar respuesta a esta pregunta obviando los puntos de acercamiento, que doy por conocidos.

Las diferencias culturales en política importan. Cuando Antonio Gramsci habló del intelectual orgánico y su función legitimadora, no se refería tanto al desiderátum de un "pensamiento colectivo" como al partido político como catalizador de síntesis entre culturas diferenciadas y a veces contrapuestas. Esto se lograría con discusiones rigurosas, generación de un lenguaje propio y una cosmovisión de partido; lograrlo sería un requisito previo a la toma del poder. Tales rasgos caracterizan a lo que en las décadas finales del siglo XX se denominó "cultura tradicional del movimiento obrero". A pesar de la "sopa de letras", a pesar de las escisiones, a pesar de los pesares, esto es algo que ha trabajado a fondo IU. Y ahora vienen los de Podemos con un discurso que niega ese trabajo previo (y las casi tres décadas de antigüedad de IU), un discurso que afirma que el poder se puede tomar por asalto sin más requisito que un adecuado uso de los medios de comunicación que establezca una nueva noción de sentido común capaz de romper el discurso legitimador de los opresores (aquí llamados "la casta"). Y que, con menos de dos años de preparación, un grupo cohesionado y decidido puede hacerse con el gobierno en unas elecciones. Los de IU, aparte de escépticos, están más cabreados que una mona. Todo se les vuelve decir que Podemos es una "moda" y que, cuando la moda haya pasado, lo que quede serán los restos del naufragio de treinta años de esfuerzos del movimiento obrero por reorganizarse tras la debacle del Partido Comunista en 1982.

¿Es posible una síntesis entre ambas culturas políticas? Parece realmente difícil. Podemos representa la cultura política de los perjudicados por la crisis. Clases medias endeudadas, empobrecidas y desposeídas; también asalariados marginales jamás sindicalizados que no salieron de la precariedad ni en lo mejor de la burbuja, y ahora condenados al paro de larga duración o a no llegar a fin de mes pese a trabajar más que nunca por casi nada. Ninguna política económica devolverá al primer grupo el estatus perdido; únicamente la subordinación de la economía a las personas mejorará la condición de ambos. Los dos coinciden en la búsqueda de culpables. Hace quince o veinte años se preciaban de "pasar" de política; ahora son vagamente conscientes de que aquel pasotismo ha traído esta corrupción, como lo son de que su empobrecimiento corre paralelo de una acumulación primitiva - es decir, "por las bravas" - de capital que favorece a los más ricos. También son conscientes de la fuerza que la democracia da al mayor número, y ellos son millones. Su cultura política está dominada por claves simbólicas de la pequeña burguesía: el fin del gobierno es la felicidad del mayor número; si no lo consigue, el gobierno ha fracasado. Derecha e izquierda son términos antiguos: "el pueblo unido jamás será vencido". Rechazan la dirección de los partidos sobre la sociedad y, por tanto, la hegemonía del movimiento obrero; aborrecen a los sindicatos. Si los partidos no dan al electorado lo que éste desea, no lo representan, se han corrompido y hacen falta otros nuevos. Idealizan a las clases medias pretendiendo organizar a toda la sociedad de conformidad con sus valores (honestidad, mérito, dignidad). Lo más importante es moralizar la política.

En el fondo, no es tan difícil de entender lo que están tratando de hacer los líderes de Podemos: un partido dirigido por exmarxistas que organice rápidamente a la pequeña burguesía proletarizada y al proletariado más pobre mientras las heridas de la crisis aún sangran. Esta política tiene sentido siempre y cuando la dirección del movimiento obrero sobre el partido no sea evidente; de ahí que el marcar distancias con IU sea algo más que una táctica para arrebatarle cuadros políticos. Esto es incluso más importante que no incurrir en pequeñas desviaciones del ideal moralizador (con tal de que sean efectivamente pequeñas). Si el influjo del obrerismo se hiciera presente, todo el proyecto se vendría abajo; por eso se enfatiza los efectos no clasistas del capitalismo: pobreza en general, desahucios, estafas financieras, deterioro del Estado de bienestar, corrupción... El mayor reto es la construcción de ese sentido común alternativo al de la lógica dominante, pues o el nuevo sentido común cae en la trivialidad o debe contener una importante carga de aceptación de la utopía. Ahí Podemos se enfrenta a la cuadratura del círculo y ahí, también, el conflicto cultural con IU alcanza su clímax. Pues IU, que aspira a una nueva sociedad (aunque, hoy por hoy, no sepa bien cuáles serían sus características), ve cualquier situación intermedia como una necesaria transacción entre el poder popular en construcción, partidario de la nueva sociedad, y la lógica dominante; una concesión, por así decirlo, al realismo político. Mientras que Podemos propone seguir en esta sociedad sólo que con un nuevo sentido, más "sano", de lo que es lógico, y para generar ese nuevo sentido común tiene que luchar sin descanso por demostrar en todo momento la sensatez de la utopía. Esto provoca la hilaridad de los viejos luchadores de IU.

Con casi medio siglo de retraso al no habérselo permitido en su momento la dictadura franquista, la izquierda española está enfrascada en su versión particular - un poco descafeinada, eso sí, por falta de referencias intelectuales de peso - del debate de Mayo del 68.

martes, 9 de diciembre de 2014

Qué futuro nos espera con Podemos

Los pronunciamientos más recientes de los líderes de Podemos, en línea con un mayor realismo de sus propuestas, muestran qué se puede esperar de ese partido en caso de que entre en el gobierno. Ese mayor realismo – hay que decirlo – se intenta presentar por sus detractores alternativamente como prueba de su mendacidad o de su absoluta falta de preparación. Creo que se puede interpretar, y lo correcto sería interpretarlo, de otra manera. Resumiendo mi argumento, Podemos hará lo que hay que hacer y podría hacer cualquier otro partido, sólo que con mayor credibilidad y, en aspectos como la corrupción, con mayor contundencia, que es lo que espera la mayoría de los ciudadanos.

Lo que hay que hacer.

Podemos seguirá pagando la deuda soberana de España. Posiblemente no lo vean todavía del todo claro, como se desprende del hecho de que de vez en cuando sigan hablando de “deuda ilegítima”. Pero ahora hablan de “reestructurarla”, y ése es otro lenguaje. Podemos es un partido orientado de una manera muy decidida al poder y está empezando a comprender que sólo quien atiende sus obligaciones internacionales puede mantenerse en el poder. De las últimas declaraciones de Pablo Iglesias se desprende que ellos no quieren para España la pesadilla en que viven Venezuela y, en menor medida, también Argentina. Si todavía los dirigentes de Podemos no han aprendido el principio de partida doble, no cabe la menor duda de que pronto lo aprenderán. Vaya si lo aprenderán.

Podemos perseguirá el fraude fiscal con mayor ahínco que ningún gobierno anterior. Esto debería verse con buenos ojos en el Norte de Europa. Se eliminarán bolsas de elusión que favorecen a ilustres familias cuyo patrimonio está exento en el 90% y que ni siquiera pagan por el 10% restante. Esa clase de privilegios, por más que vengan del Antiguo Régimen (el régimen anterior a 1808, donde la nobleza no pagaba impuestos), sí son ilegítimos y odiosos. Podemos tratará de apretarle las tuercas, por ejemplo con una tasa Google, a tanta multinacional española que tributa en paraísos fiscales, lo que también gustará en Alemania. Lo que no va a hacer es promulgar nuevas amnistías fiscales; el rollo de atraer capitales por ese medio no va con su retórica, ni con el sentido común tampoco. Aumentará los recursos de la Agencia Tributaria… mientras cada nuevo euro invertido en la inspección produzca más de un euro de nuevos ingresos fiscales. Cuando el último euro invertido genere 99 cents de recaudación Podemos dejará de añadir recursos a combatir el fraude, como es lógico, porque nadie quiere tirar el dinero. Dejará de pagar compensaciones milmillonarias, como la de ACS por el fisco de Castor. (Pero ojo con el TTIP).

Podemos controlará, con toda probabilidad, el déficit en casa mientras lucha denodadamente contra los dictados de Merkel en Europa, por otro nombre Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Pero tendrá que reflexionar muy a fondo sobre si la cultura económica en España no está muy escorada del lado del disfrute de la vida y en contra del trabajo necesario para sufragar ese disfrute. Y quizá ajuste a la baja las pensiones en euros, manteniendo su poder adquisitivo, si continúa la deflación. No sacará a España del euro ni de la OTAN, y nuestro país continuará cumpliendo tan escrupulosamente como pueda sus obligaciones internacionales. Habrá mucha imaginación para tratar de promover inversión pública con la que crear empleo, probablemente con modestos resultados.

Podemos no detendrá los desahucios, pero arbitrará un uso distinto de las viviendas de la SAREB. Y cuando no queden viviendas de la SAREB por ocupar, se meterá mano al stock en poder de los bancos. Y la renta básica universal se concretará en una generalización de los subsidios que el Gobierno saca ahora sólo en años electorales. Lo que veremos reducirse drásticamente, eso sí, serán los sueldos de diputados y senadores y, en general, de cargos públicos, así como los gastos suntuarios de protocolo, incluidos los de la Casa Real, que sí están necesitados de una buena auditoría. Los expresidentes sufrirán un poco y las puertas giratorias serán reguladas con más rigor. Habrá un notorio esfuerzo por reducir los privilegios.

Después de todo, reducir privilegios es lo que demanda la gente. Un gobierno como el de Rajoy vino a acabar con el paro y reducir el déficit. El paro ha batido récords y el déficit, aparentemente bajo mayor control ahora, amenaza por desbocarse debido a que la tan cacareada devaluación salarial ha tirado por los suelos las cotizaciones sociales, que quedan muy por debajo del pago de pensiones. Es necesario un nuevo esfuerzo de contención, como vienen pidiendo los organismos internacionales. Pero Rajoy, sobre quien pesa la acusación de Bárcenas de haber cobrado sobresueldos no declarados, carece de credibilidad para exigir nuevos sacrificios de esa clase a la población. Tampoco la tiene el PSOE, cuya travesía del desierto tras la manirrota gestión de Zapatero no ha sido suficientemente larga. Sólo queda Podemos.

Y Podemos está capacitado, como no lo están ni el PP ni el PSOE, para perseguir implacablemente la corrupción. Quienes se esconden tras la presunción de inocencia para la inacción política no merecen la confianza del público en esta cuestión. Y tampoco pueden actuar con contundencia en el terreno judicial porque… ¡si los imputados hablaran! Medidas como instruir las causas en seis meses o un máximo de dieciocho, pensadas para librar a los corruptos, pueden volverse contra ellos con Podemos. Éste no tiene más que establecer el jurado popular para los delitos de corrupción. Hoy el veredicto de Camps sería muy diferente.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Qué futuro espera a Cataluña

Que el proceso soberanista en Cataluña está muerto no debería ser un secreto para nadie: lo único que falta es que sus protagonistas den testimonio de ello, lo que puede hacerse esperar todavía un tiempo. Lo principal, sin embargo, es que el procés está herido de muerte, y nada puede ya remediarlo. Veamos.

El 9N Artur Mas le ha asestado, a su vez, un golpe casi mortal al régimen de 1978. Por un momento, pudo vanagloriarse de ello; pero una reflexión un poco detenida le ha debido de convencer de que continuar por ese camino, más que un suicidio político, significaría su condena ante la Historia. Él contaba con tres cosas, de las cuales la consulta no le ha proporcionado sino sólo una de ellas y tampoco el todo. Las tres eran: primero, la salida de España del euro, prometida por Andreu Mas-Colell en el verano de 2012; les parecía a ambos que, expulsada España del euro por no pagar sus deudas, Cataluña sería recibida con los brazos abiertos en la eurozona, como la parte más "seria" de la economía española y la única digna de pertenecer a la élite monetaria. Hasta tal punto llega la fatuidad catalanista. (Incidentalmente, se puede añadir que esa misma fatuidad es la que les ha hecho pensar que, independizada Cataluña de España, es impensable que a aquélla la expulsen, bajo ningún concepto, del euro). En segundo lugar, los dos paladines de CDC contaban con un apoyo creciente de la sociedad catalana; lo han recibido, sin duda, pero en menor medida de la esperada tanto en las autonómicas de 2012 como en la consulta del 9N. No pretendo minimizar los efectos de esta última. He empezado por decir que supone un golpe casi mortal al régimen de 1978 el que casi dos millones de personas, probablemente la parte más dinámica de la sociedad catalana, se hayan movilizado contra el Tribunal Constitucional y, por unas horas, hayan convertido a la propia Constitución en papel mojado ante la impotencia del Gobierno. Pero en 2014 no hay muchos más soberanistas que dos años antes, aunque su posición estratégica parezca ahora más fuerte. Únicamente lo parece, ya que les falta también la tercera pata de su proceso, una pata sin la cual todo el edificio "estatal" que tan diligentemente han construido se sostiene sobre el entusiasmo de las masas, permanece en equilibrio inestable y se vendrá inevitablemente a abajo cuando el entusiasmo se enfríe. Esa tercera pata era el reconocimiento internacional, cuya consecución en su fatuidad característica daban por hecha pero en la que han fracasado estrepitosamente.

Para Artur Mas, que es un estadista considerablemente superior a Rajoy aunque éste triunfe y aquél fracase, era crucial ir logrando parabienes de la comunidad internacional mientras avanzaba el proceso. Lo único que ha conseguido es un silencio glacial, cuando no lacónicos comentarios de que se trata de un asunto interno del Estado español o explícitas advertencias que la secesión sacaría a Cataluña del euro e incluso de la Unión Europea. Mas ha tenido tiempo de pedir aclaraciones y de que se le ponga en claro, como vengo sosteniendo desde hace un par de años, que, sin llevarse un mínimo de 200.000 millones de euros de la deuda soberana de España, Cataluña sería declarada en default ipso facto por las agencias de calificación de riesgos crediticios. Pero ya ni siquiera eso es lo más importante. Los soberanistas catalanes han conseguido demostrar que el Gobierno de Madrid, en estos momentos en manos de la derecha española, es incapaz de hacerse con el control del Estado; por la brecha abierta, se está haciendo fuerte una oposición antisistema que puede convertir ese Estado en ingobernable. España está en riesgo de convertirse en un Estado fallido, y la aparición de un Estado fallido en la eurozona y en la Unión Europea podría ser la chispa que encienda un fogonazo que haga arder la burbuja de unos mercados financieros sobrevendidos cuando la economía global está a las puertas de una nueva recesión; esto, en el momento en que el liderazgo europeo es más débil que nunca. La perspectiva de pegar fuego a la estabilidad tan trabajosamente lograda tras cinco años de austeridad puede hacer las delicias de Oriol Junqueras, pero no las de Artur Mas. Ésa es la diferencia entre CDC y ERC, sencillamente.

Creo que ésta es la clave en que hay que leer la disputa sobre lista única o listas separadas en unas elecciones plebiscitarias. Como han intuido Junqueras y tantos otros, Mas quiere perder las elecciones plebiscitarias aunque conservando un número de votos suficiente como para poder negociar. Sabe, por otra parte, que así destruiría a ERC como fuerza política independiente, lo que le permitiría hacerle una OPA hostil que le compensara, en número de votos, los que perdiera de Unió; pues Durán ya ha advertido que su coalición durará mientras quiera Mas, es decir, mientras Mas no se alíe con los republicanos. ¿Y si no hay lista única porque ERC y la CUP se resisten a entrar en ella? Si no hay lista única, entonces no habrá elecciones plebiscitarias. En su lugar habrá un acercamiento de Mas a Rajoy o al sucesor de Rajoy en el PP (y quizá a Pedro Sánchez), con el Gobierno ya obligado a negociar por el descrédito a causa de la corrupción, al efecto de recomponer el régimen del 78 y cerrar el paso a Podemos y a un nuevo proceso constituyente.