sábado, 29 de diciembre de 2012

El rescate de Guindos


Los observadores de la economía española no especularíamos tanto con su posible rescate si el propio gobierno no diera pábulo a ello con continuas vacilaciones. «Ahora no, pero si llega a ser necesario…», parece ser la frase que resume la política de Rajoy al respecto. La última perla es del ministro Guindos, quien acaba de aclarar que, en caso de producirse, el rescate de España «no sería un rescate a la portuguesa». Con todo esto, nuestros inefables mandatarios vienen a querer decir que nosotros no hemos caído tan bajo (ni vamos a caer), que España es un país con fuste y con empaque, «que hace sus deberes», no como Grecia, Irlanda y Portugal, que serían algo así como países de chichinabo.

La realidad es muy otra que la que se nos quiere transmitir. Europa misma ha descartado los «rescates a la portuguesa», por ineficientes; ninguno de los tres países que han sido objeto de ellos ha salido o parece capaz de salir de dificultades. También los ha descartado por excesivamente costosos: esos rescates los pagaba directamente el contribuyente europeo de su bolsillo, y no están las cosas como para seguir pidiéndole dinero. Entre una cosa y la otra, Europa (o mejor la eurozona, porque el Reino Unido nunca ha estado en eso) ha terminado por arrinconar la ortodoxia monetaria que sostuvo con empeño digno de mejor causa hasta agosto de 2012, para dejarse ahora tentar por las virtudes del QE anglosajón; el Quantitative Easing de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana (Fed, para los amigos), política desde muy pronto adoptada también por el Banco de Inglaterra. Muy resumidamente, de lo que se trata con el QE es de prestar dinero a los bancos; mucho dinero y a muy bajo tipo de interés. ¿Para conseguir qué? Los adalides de la política no se hacen ilusiones de que así se restablezca el crédito al sector real de la economía; saben perfectamente que eso depende de la actividad y la actividad necesita un cebo inicial que no puede venir del dinero por sí solo, sino también de unas ciertas perspectivas de recuperación. Y esas perspectivas, sencillamente, no existen. Pero mentes tan prodigiosas esperan que, si los bancos disponen de liquidez hasta salirles por las narices, la prestarán a su vez a quienes estén dispuestos a pagar un interés poco mayor para invertir en Bolsa. La Bolsa siempre es receptiva a la abundancia de dinero, cosa que la economía real no. Y quien dice la Bolsa, dice los mercados de opciones, los contratos de futuros sobre alimentos, de Goldman Sachs, etcétera. Vamos, todo lo que el vulgo identifica con la «especulación financiera». Para resumirlo muy brevemente, se trata de llenar de dinero el bolsillo de los especuladores. Un dinero - todo hay que decirlo - que a los bancos centrales no les cuesta nada crear, porque lo único que tienen que hacer es darle a la maquinita de imprimir billetes, como quien dice. Cuando los especuladores tengan los bolsillos llenos con sus buenas plusvalías bursátiles, consumirán más. Será un consumo de lujo, previsiblemente, pero por algo se empieza. Eso tirará de la economía real, que quizá así se recupere. He descrito el proceso en una entrada de hace meses (La crisis del capitalismo global).

Pero, mire usted por dónde, el Banco Central Europeo, que bajo la severa mirada del ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, se había negado desde el comienzo de la crisis a seguir a Bernanke, ahora, bajo la presidencia de Mario Draghi, ha dado un giro de 180 grados. Después de todo, Draghi trabajó para GS hace años, y proporcionar beneficios al viejo patrón es algo que siempre queda bien entre amigos. Pero más importante es que Alemania desarrolla sus propios esfuerzos por llegar al déficit cero, y no podría conseguirlo si tiene que poner dinero una vez tras otra para sufragar los dos rescates de Grecia, más el de Irlanda y el de Portugal, y ahora otro de España, muy superior a los anteriores. Era la canción de nunca acabar, y Alemania ha optado por cortar por lo sano. Si hay que rescatar a alguien más, será por un procedimiento barato – como darle a la maquinita del dinero – y no exprimiendo todavía más al contribuyente. Y, desde el punto de vista del BCE, que ahora coincide con el de la Fed, nada mejor que matar dos pájaros de un tiro y presentar una medida para llenar de dinero el bolsillo de los especuladores como si de una moderna forma de rescate-país se tratara. Así, la forma elegida para inyectar dinero barato en las finanzas consiste en comprar, en el mercado secundario, deuda del país a rescatar. A esto el BCE lo llama OMT (siglas de Outright Monetary Transactions, en español Transacciones Monetarias en Firme).

Y ahora viene Guindos a explicarnos en tono fatuo que «esto no es un rescate a la portuguesa», como si en cambio fuera resultado de algún mérito de su insustancial política. Lo que me preocupa no es que mienta como un bellaco. Lo que de verdad me aterroriza es que no sepa de qué está hablando.

Otro día explicaré por qué el QE, que ha demostrado de sobra su capacidad de generar beneficios financieros mientras la economía real está parada, es sin embargo una herramienta de utilidad muy limitada a la hora de afrontar los problemas de una economía nacional necesitada de rescate, salvo que ese país sea el emisor de su propia moneda (caso de EEUU y el Reino Unido, pero no de España). Y mi crítica no tiene que ver con el peligro de inflación, que crearían las políticas de QE/OMT, y que es la crítica fácil y sin mordiente de la derecha liberal. Pero, como digo, eso será otro día.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nacionalizar la banca y salir del euro


Una de las razones de la mala calidad de la política económica que se hace en Europa (del resto del mundo no hablo) es la cerrazón mental y estrechez de miras de los gobiernos y las oposiciones formales. Otra, la frivolidad de los planteamientos antisistema. Entiendo que la indignación lleva a priorizar la crítica sobre la propuesta de alternativas. Pero vale la pena ser conscientes de que la falta de alternativas favorece a los poderes fácticos.

En pocos asuntos se manifiesta la frivolidad antisistema como en el planteamiento de nacionalizar la banca y salir del euro. El argumento discurre más o menos así. Los poderes fácticos sacrifican a la gente para mantener los beneficios y privilegios de la banca. A pesar de todo, la banca no concede crédito para que las empresas creen nuevo empleo. La solución más sencilla es nacionalizar la banca, toda la banca. Con una banca nacionalizada, ¿qué problema hay en dejar en su vivienda a todo el que no pueda pagar su hipoteca y en conceder crédito a todo empresario dispuesto a crear empleo? Con este planteamiento, hasta el menos avisado puede darse cuenta de que la clave para que la cosa funcione un rato es darle a la maquinita de imprimir dinero todas las vueltas de manivela que haga falta. Y para hacer eso, habrá que salir del euro, porque las reglas del euro no son ésas. Bueno, ¿y qué? Pues se sale del euro y aquí paz y después gloria. ¿Es todo realmente tan sencillo?

Conste que no escribo con intención de desacreditar el nihilismo. El nihilismo lo entiendo. Consiste en decirse: «¿Y a mí qué me importa lo que haya que hacer cuando se presente el caos? ¡Lo que me interesa es que todo se vaya a tomar vientos!» No lo comparto, pero lo entiendo. Lo que me exaspera son las mentalidades simples, incapaces de ver más allá de sus narices en tiempos de gran complejidad, en los que hay que prepararse para gestionar la complejidad, precisamente, porque de lo contrario hoy viviremos peor que ayer y mejor que mañana. Para empezar, ya tenemos nacionalizada a la cuarta entidad bancaria del país y a unas cuantas más, a través del FROB, y de momento nos ha ayudado poco; más bien, lo contrario. Ya sé, ya sé; no es ésa la nacionalización que se quiere, una nacionalización condicionada por el rescate de Europa. Lo que se quiere es una nacionalización total y que nos libere de Europa. Ciertamente, si nacionalizamos todos los bancos, incluidos los que aparentemente van bien, y se da crédito a todo el que lo pida y no se desahucia a nadie, hará falta rescatar a toda la banca; eso es seguro. A Europa no le va a gustar poner tanto dinero, y desde luego que estamos fuera del euro (y puede que de la UE) pero no porque nos vayamos. Nos echan.

Bueno, pues ya estamos fuera del euro, con toda la banca nacionalizada y es nuestra la maquinita de hacer dinero. Ahora imprimimos todo el que haga falta. ¿Ya está, así de simple? La inflación sería de órdago a la grande. ¿Ah, que no nos importa la inflación, aunque sea desbocada? Es porque no se sabe qué es la inflación. La inflación es un mecanismo económico de generar ahorro forzoso y expropiárselo a las rentas que se actualizan por detrás del índice de precios (típicamente, salarios y renta fija de activos financieros) para regalárselo a las que se actualizan por delante (las rentas de monopolio: ¿alguien se pregunta cómo ha podido Metro de Madrid forzar una subida de tarifas brutal, con la que está cayendo?). Así es como empieza. Cuando se desboca, ya no se sabe quién expropia a quién. Los activos monetarios y financieros se destruyen a velocidad de vértigo. ¿Ah, que no nos importa la destrucción de activos monetarios y financieros, a cuya mera existencia atribuimos las tribulaciones que nos acosan? Pues qué bien, volvemos al trueque. Preguntemos a los cubanos cómo les fue el trueque durante el periodo económico especial que se inició en 1993, una vez dejaron de recibir ayuda de la URSS. ¿Ah, que a ellos todo lo malo que les pasa es por el bloqueo norteamericano? Vale, vale. Entonces podríamos tratar de seguir el modelo de Venezuela. Sólo que a los venezolanos el petróleo les sale por las narices y nosotros en vez de petróleo tenemos playas y sol y simpatía, y hacer que los extranjeros vengan a disfrutar de todo eso y se dejen aquí su dinerito no es como vender el oro negro que mueve el mundo, ¿verdad? O podríamos hacer lo de Argentina, llenar el campo de plantaciones de soja transgénica para vendérsela a China y conseguir así divisas.

Por más vueltas que le doy, no veo cómo la nacionalización de la banca y salir del euro, aparte de castigar a la banca y a Alemania, puede ayudarnos lo más mínimo a resolver nuestros problemas y mejorar un poco la condición de los atribulados españoles. Más bien, todo lo contrario. Y como el español medio se lo huele, sigue pensando, bien a su pesar, que lo único que se puede hacer es lo que hace Rajoy. Y así nos va.



martes, 4 de diciembre de 2012

Plan de choque para la economía española


La resistencia de Rajoy, contra todo pronóstico, a pedir el rescate europeo de la economía española plantea una posibilidad extrañamente favorable. ¿Y si España fuera capaz de pasarse sin firmar odiosos MoU (Memoranda of Understanding, o memorándums de entendimiento) con la Troika? Dentro de unos años, estos momentos de extrema dificultad se verían como un periodo en el que nuestro país habría mostrado capacidad de superar la crisis por sí sola, sin necesidad de ayuda. Sabemos que esto sería falso, en buena medida. Europa ya nos ha rescatado una vez formalmente, mediante el rescate bancario, y casi cuatro veces a través del sistema de pagos interbancario (Target2). Pero evitando el rescate llamado «integral» no se descendería al nivel de humillación a que hemos visto descender a Grecia, Irlanda y Portugal. Sin duda, vale la pena intentarlo.

Propondré mi plan. En primer lugar, no vale de nada hacer como Rajoy; es inútil negarse a ser rescatado por una cuestión de trasnochado orgullo español. Dentro de la política de austeridad, rehusar el rescate no tiene perspectivas. No es cuestión de si sí o sí no, sino de cuándo. Mientras, el país languidece en una depresión cada vez más evidente. Es necesario, por tanto, impulsar el crecimiento y eso no es posible más que aumentando el déficit. Hay, así pues, que repudiar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que nos obliga a continuar reduciendo el déficit hasta 2014 y posiblemente más allá. Tampoco sirve la propuesta de dilatar o modular el ajuste; eso no es más que prolongar la agonía. Si, de conformidad con la marea general que en EEUU presiona para levantar el techo de deuda, Europa acepta suspender la «consolidación fiscal», aunque sea temporalmente, nuestro mayor déficit será financiado con la compra de deuda española por el BCE, como por otra parte ya recomienda hasta Goldman Sachs. Si no se acepta este plan A, habrá que poner en marcha un plan B.

Con independencia de qué plan financiero se pone en marcha, si el A o el B, la clave del éxito en la reducción del déficit depende de qué es lo que lo genera. Si se genera para llenar los bolsillos de políticos corruptos, promotores sin escrúpulos y banqueros, entonces muy mal resultado tendrá la cosa. El mayor déficit tiene que servir para darle un verdadero empujón a la economía, de forma que el crecimiento y, con éste, una mayor recaudación tributaria tiendan a restablecer el equilibrio a largo plazo. Actuaría en dos planos distintos, tanto sobre la oferta como sobre la demanda. Políticas de oferta, por sí solas, no producen un aumento del output efectivo, por mucho que aumenten el output potencial. Políticas de demanda, por sí solas, si topan con un output potencial muy bajo, provocan inflación más que aumento de producción. Por tanto, el objetivo es utilizar el déficit para actuar simultáneamente sobre la oferta y demanda agregadas, en los siguientes ámbitos:

1) Transferencia a los Presupuestos Generales del Estado de los gastos de la Seguridad Social, tanto de pensiones como de los que financian la sanidad y los diferentes subsidios de desempleo. El resultado será la desaparición total o parcial de las cotizaciones de empleador y empleado a la Seguridad Social y la conversión del actual sistema de pseudo capitalización en un sistema de reparto. Puesto que no va a haber aumento alguno de impuestos – no puede haberlo en esta situación – la transferencia a los PGE tendrá por efecto el aumento del déficit.

2) Reducción del IVA.

3) Creación de un «banco malo2», para adquirir las primeras viviendas que vayan entrando en mora de sus pagos hipotecarios, a un precio que sea igual al principal no provisionado por el banco, con objeto de encontrar las soluciones que sean oportunas para que los ocupantes no sean desahuciados.

Esto es lo que hay que hacer. Se puede hacer en mayor o menor medida. El choque puede ser más fuerte o más débil. Se puede efectuar la conversión del sistema de capitalización en otro de reparto de una sola vez o en un proceso gradual; y, de igual modo, el IVA se puede reducir en más o menos puntos porcentuales. La medida en que las actuaciones puedan llevarse a cabo es asunto que depende de la prudencia y, probablemente también, del resultado de una negociación con la UE y el BCE, si éstos tienen que financiar en todo o en parte el déficit que se genere.

Lo que es irrenunciable es que la «austeridad», o sea, la política combinada de recortes en el gasto y aumentos de impuestos, se suspenda de inmediato y, en la medida de lo posible, se dé marcha atrás en ella. Un aumento del gasto no tendrá efectos tan beneficiosos sobre la actividad y el empleo como una reducción de impuestos (sobre todo, los que gravan el consumo) y las cotizaciones sociales (que gravan el empleo). La reducción de impuestos sobre el consumo facilitará, además, el desapalancamiento de las familias, al reducir el gasto para un nivel de consumo dado; el mismo efecto tendrá el rescate de familias hipotecadas. Y la reducción de cotizaciones sociales actuará como motor de devaluación interna, con los consiguientes efectos de fomento de exportaciones y sustitución de importaciones.

Probablemente, lo más adecuado sería intentar una reducción paulatina de la carga fiscal indirecta y sobre el trabajo. Unos cuantos puntos porcentuales en el IVA y en las cotizaciones sociales, de forma que la reducción en los tipos fuera pagándose a sí misma con la ampliación gradual de la base imponible gracias al aumento del consumo y del empleo. Y si la evolución fuera favorable, aumentar la intensidad sin prisa, pero sin pausa.



jueves, 29 de noviembre de 2012

Bankia, metáfora de la economía española


La Comisión Europea ha aprobado la reestructuración del llamado «sector nacionalizado» de la banca española, que incluye a Bankia, CatalunyaCaixa, NovacaixaGalicia y Banco de Valencia. En total, 37.000 millones en inyección de capital más 2.500 millones en participación en la SAREB («banco malo»). A renglón seguido de anunciar Joaquín Almunia – vicepresidente de CE – la noticia, José Ignacio Gorigolzarri, presidente de Bankia-BFA, ha dado a conocer el plan estratégico de la entidad.

Muy resumidamente, lo que ahora sabemos de Bankia es lo siguiente. Recibirá 18.000 millones de fondos europeos en bonos del ESM (siglas de European Stability Mechanism o Mecanismo Europeo de Estabilidad), inmediatamente descontables en el BCE. A cambio, deberá reducir la plantilla en un 28%, o unas 6.000 personas, cerrar 1.100/1.200 de las 3.100 oficinas de que dispone, limitarse al territorio «histórico» de las Cajas de cuya fusión resultó y no invertir en crédito promotor ni otros «activos de riesgo» (lo que, en general, debemos entender como Bolsa y derivados financieros). También se impone un límite al tamaño de los activos, en 120.000 millones; a 30 de septiembre, ese tamaño está ahora en 289.000 millones. La inyección de capital viene a compensar a duras penas las pérdidas de Bankia en 2012, estimadas en 19.000 millones y que incluyen 12.600 millones de provisiones, de las que 11.400 millones tendrán que dotarse en las próximas semanas. Los activos «tóxicos» en poder de Bankia, elegibles para su adquisición por la SAREB, serán efectivamente adquiridos en breve por la parte del valor contable que no haya sido aún provisionado, poco menos de 25.000 millones. (Incidentalmente añado que, si esta solución se aplicara al rescate de las personas y no sólo de la banca, se podría efectuar una quita en la deuda de las familias cuyo promedio puede estimarse en el 63%; pero, precisamente, se ha impedido a la SAREB hacer esto estipulando que no puede adquirir créditos morosos inferiores a 300.000 euros). La SAREB pagará a Bankia en bonos propios, también descontables en el BCE. Además, Bankia deberá vender activos industriales (15% de Mapfre y su filial en Miami) valorados en su balance en 8.000 millones y recuperará 17.000 millones de la normal amortización de préstamos hasta 2015. Dispondrá, de esta forma, de unos 68.000 millones de activos líquidos con que atender los vencimientos de su deuda previstos hasta ese año (32.000 millones) y dispondrá de abundante liquidez para reanudar el préstamo minorista a hogares y empresas, el único que se le autoriza.

En cuanto a los requisitos de capital, la CE ha estimado que necesita 15.500 millones adicionales, incluida la capitalización de los 4.800 millones de deuda con el FROB. Los restantes 10.700 millones provendrán de deuda con particulares, capitalizada tras quitas de distinto importe en participaciones preferentes y deuda subordinada. La mayor parte de esa cifra la aportarán las preferentes, luego de haber sufrido una quita del 39% en su valor nominal. Ahora bien, como lo habitual es convertir a acciones al valor nominal de éstas, y dado que la cotización bursátil de Bankia está bastante por debajo de la mitad de aquel valor, la quita efectiva de las preferentes, si se las quisiera convertir en dinero ahora mismo, sería muy superior, quizá del 80%. Si quieren recuperar algo más de su inversión, los titulares de preferentes deberán esperar a que surta efectos el plan, que busca, como objetivo final, aumentar la cotización bursátil de Bankia, de modo que todos, accionistas y contribuyentes (FROB) puedan recuperar su dinero.

El punto débil del plan desde el punto de vista del accionista, aunque el fuerte desde el de la CE, es la imposición de que Bankia tenga que limitarse a sus mercados «históricos» y la prohibición de involucrarse en «inversiones de riesgo». Ambas «limitaciones» – como las llamó Goirigolzarri – tendrán como resultado reducir la competencia que Bankia pueda hacer a entidades que no necesiten de inyecciones de capital público. La percepción de tales limitaciones provocó ayer una caída en Bolsa de Bankia superior al 9%. En cambio, la constatación de que el Banco Popular está llevando a cabo su ampliación de capital, que de terminar con éxito le librará de verse sometido a limitaciones de esa índole, determinó una subida que fue la mayor del sector bancario.

Para la CE, sin embargo, la virtud del plan es que obligará a Bankia a prestar a familias y empresas, y hacerlo a tipos de interés y con condiciones ajustadas a la atonía económica, si quiere hacer beneficios e impulsar el alza de sus acciones. Lo lógico es que las limitaciones se mantengan hasta que Bankia devuelva al ESM el último bono que reciba ahora. Esa deuda con Europa sólo se podrá devolver generando beneficios; mientras tanto se mantendrán las limitaciones, pero las limitaciones contribuirán a que los beneficios se mantengan bajos. O sea, la pescadilla que se muerde la cola. Incluso si el plan sale bien, la remontada de Bankia está destinada a ser lenta y muy trabajosa.



miércoles, 28 de noviembre de 2012

Dos tácticas del nacionalismo catalán ante la autodeterminación


El debate sobre el referéndum y los pronunciamientos, sobradamente claros, de la Unión Europea en el sentido de que la secesión de Cataluña de España situaría a la primera fuera del marco comunitario, plantean la cuestión de la sinceridad del nacionalismo catalán a la hora de promover un referéndum por la independencia. Se puede distinguir, a tales efectos, entre dos posiciones completamente distintas, pese a que, a partir de ahora, probablemente vayan a recorrer un trecho del camino juntas.

1) El independentismo, posición que se identifica con el partido Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Hunde sus raíces históricas en la II República Española, y tradicionalmente ha perseguido tres fines, no siempre fáciles de hermanar. Por un lado, es un partido nacionalista; por otro, propugna formas republicanas de gobierno; por otro, en fin, se declara inclinado a adoptar una posición de izquierda en el modelo de sociedad. Tras la promulgación de la Constitución Española de 1978, el partido no tuvo problemas en presentar su nacionalismo como claro separatismo, toda vez que así servía a sus dos de sus propósitos, al entender que una Cataluña independiente no podría ser más que republicana. Para el análisis de la situación actual, tiene importancia secundaria que ERC fuera ya separatista durante la II República, lo que ayudó a vencer la sublevación militar en 1936 pero probablemente facilitó la ruptura de la zona republicana en dos, en 1938.

2) El soberanismo, posición que se identifica con la coalición Convergència i Unió (CiU). Ocupa el espacio político que históricamente asumió, en las primeras décadas del siglo XX, la Lliga Regionalista, sólo que, tras la Constitución de 1978, ya no había espacio para el regionalismo en Cataluña. Digamos que CiU está un paso más allá del regionalismo y un paso más acá del independentismo; esa posición ha dado en llamarse «soberanismo».

Lo interesante es la dinámica que puede generar la interacción de ambas fuerzas políticas. Sin duda alguna, el soberanismo es más fuerte, hoy por hoy, que el independentismo. En las elecciones autonómicas de 2012, convocadas por adelantado por una Generalitat en poder de CiU, el soberanismo ha conseguido casi dos veces y media más de escaños que el independentismo. Entre los dos, ostentan la mayoría absoluta del Parlament catalán. A primera vista, tienen apoyos suficientes para convocar un referéndum por la autodeterminación, similar al que ya han pactado los gobiernos de Londres y Edimburgo para Escocia en 2014. La diferencia, sin embargo, es clara. Escocia está gobernada por euroescépticos a los que no importaría salir de la UE y que no tendrían siquiera necesidad de salir de la libra esterlina porque el Royal Bank of Scotland tiene el privilegio de emitir libras, lo mismo que el Banco de Inglaterra. El privilegio es puramente simbólico, pero indicativo de que una Escocia independiente seguiría en el área de la libra esterlina, entre otras cosas porque tanto al Reino Unido como a una república escocesa les interesaría. Es una peculiaridad británica, que seguramente se escapa a muchos nacionalistas catalanes, que no querrían ver a Cataluña fuera ni de la UE ni de la eurozona, pero parecen dejar ese problema para más adelante. En ERC, que es un partido donde la ideología pesa lo que la historia, han debido de llegar a la conclusión de que ya se verá todo esto, en su momento. Por un lado, no se terminan de creer eso de que se deje fuera de la UE a un pedazo de Europa; por otro, no tienen una posición definida sobre el euro, ya que, como buenos representantes de al menos una fracción de la indignación en Cataluña, es al euro al que se atribuye muchas de las tribulaciones actuales.

Mucho más matizada es la posición de CiU. En su calidad de representantes tradicionales de la burguesía catalana, pensarán que con cosas serias (como la pertenencia de Cataluña a la UE y al euro) no se juega. Precisamente, Artur Mas quiso hacer del eslogan «Un estado catalán en la UE» el lema de su campaña para las pasadas elecciones, hasta que desde Bruselas se le cortó en seco. CiU ha querido presentar la pérdida de votos (unos 80.000) como resultado del desgaste de la gestión en tiempos de crisis: «Es algo que está pasando en toda Europa», han sentenciado Mas y Durán i Lleida. Quizá tienen razón, pero la causa de no haber ganado los votos que esperaban ganar no puede estar ahí, pues ya contaban con ello, sino justamente en la metedura de pata sobre las posibilidades de Cataluña de mantenerse en la UE. Dicho de otra forma, los convergentes-i-unionistes se formaron expectativas antes de la reconvención comunitaria y luego, en el fragor de la campaña electoral, no fueron capaces de ajustarlas de manera realista. Un grave error en estadistas burgueses, como ellos, para los que la máxima virtud es el pragmatismo, o sea, que toda gestión se justifica o no se justifica por sus resultados.

Ahora es, sin embargo, cuando emergen, con todo vigor, las propiedades carismáticas del soberanismo. CiU ya ha dicho que continúa con su plan de referéndum. ¿Contra Europa? Aparentemente, sí; a la corta. No en sus planes a largo plazo. Lo único que está haciendo Mas es subir las apuestas en el juego de redefinir el encaje constitucional de Cataluña en España. Esto debe de saberlo ERC, a los que uno no se imagina como unos pasmados; de ahí, las reticencias que han manifestado a entrar en un gobierno de coalición. Pero el soberanismo está jugando con habilidad sus cartas. Insistiendo en que CiU y ERC podrán ir juntos a un referéndum, para el que tienen apoyos suficientes, si y sólo si los independentistas se corresponsabilizan de los recortes, desvían la atención de la cuestión fundamental, que no es otra que ¿qué piensa hacer CiU cuando haya ganado el referéndum? Con un plebiscito favorable a la constitución de Cataluña como estado soberano en la UE, Mas podrá volver a Madrid, o mejor, esperar que Rajoy vaya a Barcelona, a renegociar el encaje de Cataluña; ahora, desde una posición de fuerza. Así las cosas, y con un tal pronunciamiento de la ciudadanía catalana, ¿cómo podrá Bruselas apoyar que Madrid no negocie para llegar a un acuerdo? La pelota habrá pasado a estar en el alero de España, que tendrá que esforzarse en buscar una solución que no deje a varios millones de europeos fuera de la Europa política por lo que a los demás europeos, aburridos ya del culebrón, terminará por parecer un quítame allá esas pajas, vaya, un asunto puramente doméstico.

Tan sólo una cosa cambia con respecto al plan de hace unas semanas. Si Mas, con mayoría absoluta, habría podido continuar parsimoniosamente con sus retallades a cuenta del entusiasmo nacionalista, ahora es evidente que no podrá hacerlo. Ahora, el incentivo es a pisar el acelerador, dejar los recortes para más adelante y poner la preparación del referéndum en primer plano de su acción política, a sabiendas de que esa táctica atraerá a ERC como la miel a las moscas. CiU subirá los impuestos de sucesiones y patrimonio; quizá, puede incluso que ensaye un aumento de la progresividad del IRPF en su tramo autonómico, para lo cual necesitará poner en marcha una agencia tributaria catalana, etcétera, etcétera. Es decir, tiene que dejar el equilibrio de las cuentas a un lado y ponerse a construir un verdadero estado, desafiando inevitablemente al gobierno español en muchas cuestiones de detalle. Pero incluso esa mayor agresividad ahora le valdrá el aplauso unánime de la clac nacionalista. El único riesgo proviene de olvidar la máxima de que las prisas son malas consejeras. Una actuación agresiva de construcción estatal, guiada por motivaciones populistas y contra la más áspera resistencia del estado «realmente existente», puede acabar hundiendo a Cataluña en un verdadero caos.



viernes, 23 de noviembre de 2012

Profundos desacuerdos sobre el presupuesto comunitario


Mientras la cumbre comunitaria deja pasar las horas en debates sin acuerdo sobre el presupuesto de la UE, podemos ver al proyecto europeísta en sus horas más bajas desde 1984. Entonces, la resistencia de Thatcher a entrar en el carril diseñado para todos por Mitterand y Kohl se saldó, brillantemente, con una cesión de pequeña monta (el «cheque británico») a cambio del proyecto de crear un doble marco de actuación; uno, que englobara al Reino Unido (el «mercado único europeo») y otro que lo excluyera (la moneda común). A esa visión – podríamos decir - «a lo grande» de Europa siguieron casi dos décadas de crecimiento sostenido y sólo maleado por la burbuja final.

Lo que vemos hoy es casi el negativo de entonces. La crisis institucional ha venido servida por la estúpida confianza puesta por políticos mediocres en un Tratado insustancial, el de Lisboa. Como era de esperar, el entramado institucional se está demostrando incapaz de afrontar la crisis económica y financiera, como el existente hasta 1984 se demostró incapaz de afrontar con éxito la segunda crisis del petróleo y su secuela, la crisis de altos tipos de interés y de la deuda externa de los países en desarrollo. Todo eso es historia. Pero hoy, en lugar de un solo país, que se negaba a seguir el curso de todos sin querer abandonar el club, lo que tenemos es a un solo país con visión clara de Europa, nos guste o no nos guste, Alemania, al que los demás se resisten crecientemente a seguir por los costes que impone. Y no es que los demás sean capaces de formar un frente común, que sería invencible, sino que unos ven costes en la disciplina financiera que se les obliga a seguir mientras otros los ven en la insuficiencia de esa disciplina. Hay dos grupos bien delimitados, la Europa del Norte (Austria, Finlandia y Holanda, principalmente) y la Europa del Sur (España, Grecia, Italia y Portugal), con Alemania jugando el papel de árbitro entre los dos. Como la Europa del Norte no es más que un pequeño conjunto de países pequeños, que desempeñan el papel de «poli malo» que permite a Alemania jugar, aunque cada de vez de forma menos creíble, el papel de «poli bueno», el progresivo acercamiento de Francia al bloque del Sur situará a Alemania en un dilema: bien enfrentarse a Francia para defender su visión de Europa (la alemana), bien a refundar esa visión sobre bases comunes con Francia, como hace tres décadas hicieron Kohl y Mitterrand.

Uno sería optimista del género tonto (pensando: «Oh, sí; seguro que Francia y Alemania encuentran el camino, como siempre lo han hecho») si no fuera porque Hollande es una incógnita, Merkel parece tener sus días contados, en vez de una política dura pero realista como Thatcher está un superficial como Cameron, y en vez de González tenemos a Rajoy, por ejemplo. El único punto de genuino optimismo podría encontrarse en el hecho de que, en 1984, cuando el acuerdo de Fontainebleau, Mitterrand y Kohl llevaban poco tiempo en sus cargos (3 y 2 años, respectivamente). Pero eso mismo parecería indicar que deberíamos esperar a que Merkel sea sustituida el año que viene, y a partir de ahí todavía dos años más de crisis institucional, como poco. Siendo, así pues, optimistas pero no tontos, podríamos pensar en un posible acuerdo, que comportara una nueva visión de Europa y cerrara la crisis institucional, no digo nada de la financiera, hacia 2015.

Lo que me gustaría es saber qué va a aportar España a esa nueva visión de Europa. Tras nuestro ingreso en la CEE, en 1985, González replanteó el papel de la cohesión económica y social en la creación del mercado único europeo, lo que no fue poca cosa y nos facilitó recibir en el periodo 1989-2006 más de 200.000 millones de euros en concepto de fondos europeos, tres veces más que el siguiente país más favorecido (Italia) en la historia de las Comunidades Europeas. Ahora ya no se trata de lo mismo, porque vamos a un mundo sin subvenciones, o al menos con muchas menos. Pero Rajoy está hoy en Bruselas pidiendo dinero, como si las cosas no hubieran cambiado en un cuarto de siglo. Si España no está a la altura de Europa, lo que nos espera, incluso después de cerrarse la crisis institucional, será decadencia como país y un aumento a largo plazo de las tensiones sociales.



jueves, 22 de noviembre de 2012

El caso de Argentina contra los llamados fondos-buitre


El tribunal de apelaciones del segundo circuito (Nueva York) de los trece que hay en EEUU, acaba de condenar a Argentina a pagar 1.300 millones de dólares a fondos de inversión, acreedores de ese país, que se negaron a entrar en el acuerdo de reestructuración de deuda forzado en 2001. Argentina entonces siguió la doctrina internacional que ha estado vigente durante un siglo, y según la cual el estado soberano que se declara en quiebra trata de llegar a un acuerdo, paga en las condiciones convenidas a quienes lo aceptan, repudia por «odiosa» la deuda de quienes no lo aceptan, y por supuesto deja de pagarles; y aquí paz y después gloria. No es que no haya una sanción de los mercados internacionales. Naturalmente, durante algún tiempo al menos una fracción de los potenciales inversores pensará que prestar a ese país es arriesgado, y posiblemente pasarán años antes de que la situación se normalice; de hecho, once años después de su quiebra, Argentina sigue teniendo serios problemas de acceso al crédito. Pero ya nadie se acordaba de los acreedores «recalcitrantes», como se los llama, igual que ha ocurrido en docenas de quiebras a lo largo de estos cien años. Con frecuencia, los acreedores recurrían a los tribunales, pero incluso los de EEUU aplicaban la doctrina de que forma parte de la soberanía el privilegio de dejar de pagar. Los «recalcitrantes» de Argentina lo hicieron también. Esta vez, sin embargo, un tribunal de distrito les dio la razón este año, Argentina recurrió ante el tribunal de apelaciones (que a muchos efectos, dicta sentencias que ya no tienen recurso) y este tribunal confirmó la sentencia del primero, el 26 de octubre. Argentina ha declarado que no piensa pagar la cantidad determinada judicialmente porque esos acreedores son «fondos buitre» y porque ya repudió esa «odiosa» deuda en 2001. En respuesta, el tribunal de apelaciones acaba de dictar un auto ordenando a Argentina y a sus agentes en EEUU a depositar una fianza por la suma antes del 15 de diciembre. El principal agente de Argentina en EEUU es el Bank of New York Mellon (BNYM), que se encarga de realizar puntualmente, por cuenta del país austral, los pagos debidos a los acreedores que firmaron el acuerdo en 2001. A fin de año hay pendiente un pago de los de la reestructuración de la deuda, por importe de 3.400 millones de dólares. Lo que el tribunal de apelaciones quiere es que no se haga ese pago sin que Argentina haya hecho la fianza, para garantizar el pago a los «recalcitrantes» al final del proceso (que podría llegar a la Corte Suprema de EEUU). De manera que si la fianza no se deposita, y se piensa que Argentina no dispone del dinero para ella aunque sí para el pago acordado, tendría que declararse en quiebra por segunda vez, porque BNMY no podría ya hacer el pago a fin de año, previsto, sin desafiar al tribunal.

Una de dos, o Argentina acata el auto judicial (y se traga todas las declaraciones sobre «fondos buitre» y «odiosidad» de la deuda repudiada) o declara por segunda vez la quiebra. Sin posibilidad alguna, por descontado, de llegar esta vez a un acuerdo, al menos por dos razones. Primero, porque este tema se planteará de forma recurrente, con lo que cualquier acuerdo a largo plazo se tornará inviable; y segundo, porque ¿por qué habría alguien de aceptar una quita si los tribunales de EEUU garantizan el cobro de la totalidad de la deuda?

En otras palabras, Argentina está al borde de convertirse en un verdadero paria financiero. Y con ella cualquier país que dé en repudiar sus deudas, como los pronunciamientos judiciales en EEUU se conviertan en precedente internacional.



lunes, 19 de noviembre de 2012

Medidas contra el fraude fiscal


¡Qué poca determinación, qué falta de carácter muestra este gobierno! Hoy entra en vigor la prohibición de hacer pagos en efectivo por importe igual o superior a 2.500 euros; habrá que pagar sumas así con tarjeta, cheque nominativo o transferencia bancaria. Serán responsables las dos partes, pagador lo mismo que cobrador, a los que la Agencia Tributaria podrá exigir una multa por el 25% del importe pagado de forma indebida. Cualquiera de ellas se librará de la sanción si denuncia la infracción antes de tres meses. Y esto se presenta como el último grito en lucha contra el fraude fiscal. Sencillamente, ridículo.

No me gusta pagar impuestos. No coincido con los que dicen que los pagan a gusto a cambio de los servicios públicos de que disfrutamos. Para mí, esos servicios son una patata. Quiero decir que mucho de lo que hacen las administraciones públicas me genera utilidad negativa o desutilidad. Por ejemplo, si veo en la tele a unos antidisturbios ensañarse golpeando con sus porras a una chica que les reprocha haber apaleado antes a un niño, eso me produce desutilidad. Ya sé que algunos energúmenos, de mucho éxito en las redes sociales, se felicitan de que eso ocurra con cualquiera que se encuentre en una manifestación de ultraizquierda. Yo estoy chapado a la antigua y me eduqué en la ética de que pegar a las mujeres es de cobardes. Y me genera desutilidad saber que los impuestos que pago sirven para que unos hombretones de uniforme hagan gala de su cobardía de esa manera ante las cámaras. Cuando sumo todas las actuaciones de servidores públicos que me generan desutilidad, con signo negativo, a las que me suponen utilidad, el resultado neto se aproxima a cero, si no es negativo. Lo dicho: una patata.

Así pues, pago impuestos porque no me queda más remedio que hacerlo. Hacienda me tiene pillado por todos lados y si no declaro algo me cae con todo encima. Y pago una buena suma. Al año, más o menos lo que gana un empleado medio de este país. Soy un privilegiado, lo reconozco. Pero veo las cosas así: con lo que Hacienda me hace pagar podría tener mayordomo, calculo. No es que me interese tener mayordomo. Es lo que los economistas llamarían mi coste de oportunidad de pagar impuestos. Lo que de verdad me repatea es que un tipo que tenga más o menos los mismos ingresos que yo, pero la suerte de no estar controlado por Hacienda como yo lo estoy, puede vivir como yo y además tener mayordomo. Y encima, creerse más listo que yo. Ese tipo puede ser el mismo que me hace una chapuza, en la casa o en la boca, y que al pedirle factura me responde: «Ah, si quiere factura tengo que incrementar el importe en el 21%». Con lo que, para más inri, me pone en el dilema de ser defraudador o idiota.

Es cierto que ahora podré responderle, cuando el importe supere 2.500 euros: «Pues si me carga un 21% se lo pago ahora y mañana lo denuncio a Hacienda», a ver qué cara pone. Pero para hacer eso hay que tener ganas de bronca, y la mayoría de la gente no la tiene. La mayoría de la gente continuará pagando la factura sin IVA, quizá pensando para sus adentros que otro día irá a Hacienda a denunciar el hecho. Pocos lo harán, sin embargo, porque en frío pensarán: «¿Y yo que gano metiéndome en semejante fregado?». Ahí es donde creo que habría que introducir una sustancial mejora en el plan. Propongo que al denunciante se le prometa el 50% de la multa que haya de pagar el defraudador. Entonces sí que tendría algo que ganar quien denuncia.

Ya veo la objeción: «¡Quieres montar un estado policial, donde los niños denuncien a sus padres que no pagan impuestos!». No. Yo lo que quiero es recibir lo que en Estados Unidos se llama un trato honesto por parte de las autoridades. Si se me hace pagar impuestos, que los paguen igualmente quienes están en la misma situación imponible que yo estoy, en vez de dejarle el privilegio de evadirlos porque un gobierno de pusilánimes no se atreve a meterle mano de verdad. Y es cierto que la expectativa de ganancia podría dar lugar a abusos en las denuncias. Pero eso se evitaría con sanciones severas en los supuestos de denuncia falsa. A la larga, creo que los particulares terminarían denunciando poco y que en este menester se especializarían ciertas empresas, con actuación profesional, que es lo suyo. Los cálculos que se hacen – muy toscos, por lo demás – es que si hay un 20% de economía sumergida, que evade IVA, Sociedades e IRPF, eso supone unos 200.000 millones de euros, lo que permitiría recaudar quizá 30.000 millones de IVA más otros 30.000 millones de tipo reducido de Sociedades, e IRPF; total, 60.000 millones. Y esa cifra da como para que se constituyan muchas, pero que muchas empresas especializadas.



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Consecuencias económicas de la reelección de Barack Obama


Mirada a través del prisma de su reelección ahora, la elección de Obama en 2008 aparece hoy con aspectos inapreciables hace tan sólo dos días. Y es que lo de anoche fue el segundo acto de un drama que se empezó a escribir hace cuatro años. Hay, por supuesto, muchos otros aspectos, relacionados con la evolución interna de la sociedad norteamericana, pero en lo tocante a la economía el significado de este nuevo triunfo del presidente afroamericano parece incuestionable.

La quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, planteó a Estados Unidos y al mundo un dilema todavía no resuelto, y de ahí las dificultades para dejar definitivamente atrás la crisis. De 1991 a 2007, la economía mundial registró tasas de crecimiento sostenido sin precedentes; eran los años, relativamente felices, de la Nueva Economía y la globalización. Hoy existe consenso en que tal crecimiento lo propiciaron: 1) la generalización del comercio internacional con la incorporación masiva de países emergentes, encabezados por China, lo que desembocó en la inauguración de la Organización Mundial del Comercio en 1999; 2) la liberalización de los mercados en sentido amplio, con particular énfasis en la desregulación de los financieros, que permitió movilizar el ahorro a escala planetaria; 3) el desarrollo de un cúmulo de tecnologías de uso civil procedentes del campo militar, progresivamente «desclasificadas» tras el fin de la Guerra Fría, con la eclosión de Internet; y 4) un largo periodo de poder omnímodo ostentado por Estados Unidos, que impuso cierta estabilidad política en el ámbito global. El resultado fue una rara combinación de fuerte crecimiento y baja inflación (pese a la política de dinero barato), en un cuadro de prosperidad sostenida. Algunos de esos factores se debilitaron gradualmente, como ocurrió con el impacto de las nuevas tecnologías a partir del pinchazo de la llamada «burbuja de las punto com», en 2000, y con el poderío estadounidense, desafiado por China en el «incidente de la Isla de Hainan», en abril de 2001, y el atentado terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono, en septiembre del mismo año. Por el contrario, el comercio internacional y la desregulación de los mercados avanzaron a paso firme, hasta alcanzarse una liberalización casi completa de numerosos productos, mercados y países. La quiebra de Lehman Brothers (precedida de los rescates de Bear Stearns y Freddie Mac y Fannie Mae, en los meses previos) cayó como un jarro de agua fría y planteó problemas cuya falta de solución ha redundado en intensa incertidumbre.

Una parte de la opinión, minoritaria pero muy influyente (permítaseme llamarla «Wall Street») entendió que la clave para salir de la trampa financiera estribaba en continuar con la desregulación, sin vacilaciones, y en poner fin a la política monetaria expansiva, vista como causante de la crisis al haber inducido a los actores económicos a endeudarse por encima de sus posibilidades de devolver la deuda. Otra parte de la opinión («Main Street»: Calle Mayor, o la opinión dominante entre los ciudadanos de a pie) entendía que se trataba de poner fin a la capacidad de los mercados financieros de alterar la vida de la gente corriente. En un primer momento, la balanza se inclinó del lado de Main Street, con cuyo apoyo los políticos esperaban atemperar la preponderancia de la economía, más que evidente en los lustros anteriores. Fue este movimiento inicial, proclive a devolver la primacía a la política, lo que llevó a Obama a la presidencia en aquellos primeros meses de la crisis. El propio Fondo Monetario Internacional recomendó no regatear en estímulos fiscales para sostener la producción y el empleo. Pero la crisis reveló una debilidad inesperada del sector bancario, a escala global, como consecuencia del sobreendeudamiento previo, y la percepción de este problema devolvió credibilidad a Wall Street, que había insistido en él desde el primer momento. Se llegó a un punto de equilibrio hacia el otoño de 2009, cuando la fuerza de Wall Street volvió a sobrepasar a la de Main Street y los gobiernos, tanto en Europa como en EEUU, optaron por poner freno a los estímulos, tanto fiscales como monetarios, y retornaron a los mercados para financiar déficits agrandados por los estímulos anteriores y la caída de la recaudación tributaria. Ahí empezó a enfriarse el entusiasmo por Obama.

Tres años de lenta recuperación de su antigua influencia, por Wall Street, habían llegado a hacer concebir a ese sector de la opinión la esperanza de un cambio radical de las tornas en estas elecciones de 2012. Tal era el papel asignado a Mitt Romney. Pero Romney no sólo era el campeón de Wall Street; también lo era del movimiento antiabortista, de la enseñanza del creacionismo en las escuelas, del freno de hierro a la inmigración y del unilateralismo en relaciones internacionales. En el plano de los principios, no hay ninguna razón por la que los liberales globales (lo que he llamado Wall Street) deban aliarse con los neocon y reaccionarios de todo pelaje; es más, creo que podrían encontrarse numerosas razones para lo contrario. Quiero pensar que es la inclinación de los liberales americanos a mantener posiciones económicas afines a la socialdemocracia europea lo que empuja a Wall Street a buscar amigos en el bando contrario. Pero lo que resulta evidente es que el triunfo de Obama supone una derrota en toda regla del frente formado por Wall Street y sus compañeros de viaje. Una derrota, por lo demás, en la que quien más tiene que perder es Wall Street, toda vez que los compañeros de viaje tendrán ocasión de buscar compensación en el ámbito de la política de los estados de la Unión, cosa que los liberales globales no.

Ahora Obama dispone de cuatro años más para gobernar, sin necesidad de hacerlo para ser reelegido. No se le escapará, a un hombre inteligente como él, que el apoyo de ayer no puede leerse sólo en clave económica pero tendrá que leerse también en clave económica. Han ganado quienes quieren otorgar mayor protección a los débiles para sobrellevar la crisis, y no imponerles mayores sacrificios para generar volúmenes superiores de ahorro. Un difícil problema para Obama, sin duda. Pero mucho mayor para Wall Street, que, dejándose llevar por fundamentalismos doctrinarios, no ha querido buscar arreglos en mitad del camino. Una moral basada exclusivamente en la codicia se demuestra autodestructiva y, con toda probabilidad, tiene los días contados.



lunes, 5 de noviembre de 2012

Economía política de los políticos españoles


Estos días he leído un artículo que publicó El País hace un par de meses, de César Molinas, a quien los economistas españoles serios conceden cierto crédito intelectual. El artículo es lo típico que se escribe para agradar a una amplia audiencia, en un tema de moda, y no el resultado de un esfuerzo por pensar de forma independiente. (También, qué cosas publica El País ahora: deben de estar desesperados). No lo afirmo gratuitamente. En el artículo, Molinas se despacha a gusto con los políticos calificándolos de «clase extractiva», supuestamente, una clase social compuesta por agentes que no producen nada y viven cual parásitos apropiándose de riqueza que producen los demás. A mí esto me suena a marxismo reciclado y barato; sólo le faltó llamar «moderna forma de plusvalía» a la tajada que se llevarían de la producción social. Pero a buen seguro que a muchos les pareció una notable aportación de la economía al análisis de la realidad.

De un buen economista del mainstream, uno habría esperado un análisis basado en la contribución marginal de los políticos a la producción de riqueza y de la retribución que obtienen gracias al monopolio que es su actividad. Los políticos mueven la maquinaria del Estado, y es indiscutible que el Estado contribuye a la producción de riqueza. ¿Cómo? Es algo que muchos tienen menos claro, y Molinas desde luego nada en absoluto. Imagínese que el trazado de una autopista de peaje requiere facilidad de paso por las fincas de cien propietarios, y la empresa constructora y luego explotadora de la infraestructura consigue llegar a acuerdos con todos menos con uno. No sirve la suma que se le ofrezca; tozudamente, se niega a pactar. El trazado alternativo, para el que la empresa tiene acuerdos con todos los propietarios, incorpora un sobrecoste de diez millones de euros tras el pago de indemnizaciones. Llega el turno del Estado, que expropia al recalcitrante pagándole lo que el derecho administrativo-económico llama «justiprecio», pongamos, medio millón de euros, y la empresa se ahorra nueve millones y medio. Ésa es la contribución neta del Estado (y los políticos que hicieron aprobar en su día la correspondiente ley de expropiación forzosa en el parlamento o donde fuere) a la producción de ese ítem de riqueza.

Dado que la legislación de expropiación forzosa aplicable en España data de 1954, hoy nadie tiene derecho a reclamar retribución alguna por su aplicación. Ese valor añadido va a cuenta de los impuestos que el Estado tiene la prerrogativa de recaudar. Pero la operación de la ley requiere de la actuación de instancias estatales añadidas a la de los tribunales que fijan el «justiprecio». Ciertos parámetros de dicha actuación quedan al arbitrio de decisiones administrativas. Por ejemplo, la expropiación del propietario recalcitrante requiere de la declaración de la autopista como «de utilidad pública», y dicha declaración la tiene que efectuar instancia política competente. Si excluimos la contribución de la ley, propiamente dicha, y que para simplificar podemos dar por (casi) amortizada, la contribución de los políticos se aproximaría a los nueve millones y medio estimados antes. Una contribución, desde luego, nada desdeñable y que aporta fundamento económico a la corrupción, lo que obliga a una vigilancia permanente que en España ha sido bastante laxa.

Contra lo que presupone el pensamiento conservador, que suele dar por sentado que el Estado existe para garantizar el derecho de propiedad, la evidencia cotidiana indica que el Estado capitalista existe para eso (por supuesto) pero también, y no menos importante, para garantizar que los derechos de propiedad no se utilizan como freno a la creación de riqueza propiciada por el uso eficiente de otros derechos de propiedad. Es decir, el Estado media en los conflictos entre distintos titulares de derechos y arbitra a favor de los que prometen mayor riqueza para el conjunto de la sociedad. Sé perfectamente que esta visión no gustará a muchos. Pero no escribo para gustar sino para exponer las cosas como las veo. La evidencia a favor de un Estado gestor eficiente de los conflictos económicos entre titulares de derechos de propiedad es abrumadora. Desde los cercamientos de tierras en la Inglaterra moderna a la desamortización de los bienes eclesiásticos y comunales en la España del siglo XIX, los orígenes del capitalismo muestran que no habría habido la formidable acumulación de recursos que fue necesaria para la revolución industrial, de no mediar la intervención beligerante del Estado. Y la insistencia de hoy día en «reformas estructurales» viene a abundar en el tema de forzar una nueva acumulación de recursos para ponerlos en manos de quien es más capaz de movilizarlos productivamente, como estrategia para salir de la crisis.

En España, hay que reconocer a la política la remoción de obstáculos al crecimiento en los últimos treinta años, mediante: a) el ingreso en las Comunidades Europeas, b) la incorporación a la zona euro, c) la actualización de gran parte del ordenamiento jurídico para hacerlo compatible con el de esas instancias supranacionales, y d) todas las actuaciones concretas en décadas recientes que propiciaron el periodo de crecimiento más intenso y prolongado de la historia de España. De resultas de esas transformaciones, muchos titulares de derechos fueron expropiados o sus derechos perdieron todo valor económico, pero hoy ¿quién los recuerda? Su rastro se diluyó en el bullicioso torrente del progreso. De ser, todavía en 1980, un «país en vías de desarrollo», hemos pasado a ser miembros del club de países más ricos del mundo, y es quizá en parte fruto de la ambición del proyecto que ahora la sociedad española se encuentra como se encuentra.

Pero es cierto que no todo son logros en el registro de los políticos, y que precisamente sus fracasos han pasado a pesar más – considerablemente más – que sus logros a ojos de la opinión pública en el último lustro. Pero el débito fundamental de los políticos no consiste en que se hayan convertido en una clase parasitaria, «extractiva», o como se la quiera llamar. Su débito radica en que han dejado de ser gestores eficientes de los conflictos económicos entre derechos de propiedad. Antes al contrario, están demostrando ser gestores extraordinariamente ineficientes de esos conflictos, en lo fundamental, porque se han dejado capturar por lobbies representativos de ciertos intereses que por fuerza han de ser retardatarios del progreso: los de bancos técnicamente quebrados. La banca española, que llegó a entrar en una simbiosis perfecta con los intereses de la propiedad inmobiliaria durante la fase de inflado de la burbuja, luego de pincharse ésta ha demostrado hasta la saciedad su incapacidad para adaptarse a cualquier patrón de crecimiento distinto. Se ha convertido en una institución obsoleta, necesitada de una reconversión tan profunda que los partidos mayoritarios, espantados, retroceden cuando se trata de acometerla. Si hubieran tenido el coraje de forzar el rescate de los bancos por accionistas y tenedores de deuda preferente y subordinada, y en su caso se hubiera procedido a la quiebra y liquidación de las entidades más endeudadas, garantizando los depósitos, ahora la situación sería muy diferente. Pero el coste electoral de semejante política (y la profusa presencia de políticos en excedencia en consejos de administración bancarios) los paralizó, y en la parálisis han caído bajo la influencia de la banca. Continuamente utilizan el poder expropiatorio del Estado para confiscar la propiedad de los demás actores, mediante nuevos y más crecidos impuestos, poniéndola a disposición de un sector económico que es incapaz de utilizarla para contribuir al progreso. Alimentan un esquema piramidal, que depende de bancos zombis para comprar la deuda soberana, y de mayor deuda soberana para mantener en pie a los bancos zombis, en un círculo vicioso que los políticos esperan superar enterrando más y más recursos en tapar agujeros sin fondo, lo que exige mantener a la sociedad española en altas tasas de inactividad y desempleo. Han perdido el norte y extraviado el rumbo de la nave del Estado. De resultas de ello, el orden constitucional amenaza con venirse abajo y, con él, la convivencia pacífica de los españoles.





miércoles, 31 de octubre de 2012

Una buena noticia económica


Diversos indicadores venían apuntando la posibilidad de que se estuviera produciendo un cambio positivo en los datos económicos. Hoy voy a centrarme en uno de tales indicadores que, precisamente, ha venido en estos días a reforzar esa impresión. Se refiere a un aspecto particularmente técnico de la pertenencia de España a la zona euro, así que no tengo más remedio que intentar explicar de qué se trata, con las palabras más sencillas que puede encontrar.

Cuando ordeno una transferencia desde mi banco al de un proveedor, si los dos operamos con bancos españoles, el primero «envía» el dinero al segundo a través del Servicio de Liquidación de Depósitos Interbancarios (SLDI), que es el nombre que recibe el Servicio de Liquidación del Banco de España (SLBE) desde su integración en la infraestructura transeuropea de transferencias interbancarias que se denomina Target2. Mi banco carga la transferencia en mi cuenta y el SDLI carga el importe en la cuenta de mi banco para abonarla en la del banco de mi proveedor y éste en la de su cliente. Pero esto, merece repetirse, ocurre sólo cuando ambos bancos son españoles. ¿Qué pasa cuando el mío es español pero el de mi proveedor es de otro país de la zona cubierta por Target2, que incluye a la UE y a otros países como Suiza, Islandia y Noruega? Entonces no hay verdadera transferencia de fondos. Mi banco me carga a mí, el Banco de España carga a mi banco, el Banco de España aparece deudor del Banco Central del país en cuestión, éste abona al banco de mi proveedor y el banco de mi proveedor abona a su cliente. En vez de verdadera transferencia de fondos hay un reconocimiento de deuda del Banco de España a favor del Banco Central de otro país europeo.

Cuando uno observa las estadísticas que describen este asunto, se aprecia que, hasta 2006, las cuentas asociadas tenían saldo cero. Esto lo interpretamos como que entonces funcionaba el mercado interbancario europeo. No había deuda de unos bancos centrales con otros porque los bancos privados se prestaban día-a-día los saldos resultantes de tales movimientos. Pero tras el verano de 2007 el interbancario se bloqueó, y el Banco de España apareció en el conjunto de ese año como deudor por importe de 3.275 millones de euros, tal y como se refleja en el cuadro siguiente:

Lo que ocurrió es que el interbancario europeo se cerró y entonces los bancos centrales de los países con déficit tuvieron que salir fiadores ante los bancos centrales de los países con superávit, para evitar la parálisis del sistema de pagos intereuropeo. A partir de ese momento, la deuda del Banco de España en Target2 ha crecido de forma exponencial, hasta totalizar casi 175.000 millones de euros a fines de 2011. A lo largo del presente año, ha crecido incluso más rápidamente, hasta superar 400.000 millones de euros a fines de septiembre de 2012. De esa cifra, por supuesto, hay que deducir la deuda de otros bancos centrales con el de España (los de Grecia y Portugal, presumiblemente), que asciende a 50.000 millones de euros. El endeudamiento neto del Banco de España en el seno de Target2 asciende, así pues, a 350.000 millones de euros, lo que viene a significar que, sin los 100.000 millones comprometidos en junio, Europa ya ha rescatado otras 3 veces y media al sistema bancario español.

Hay, inevitablemente, una reflexión sobre la oportunidad de la ofensiva del gobierno en Europa a favor de la unión bancaria. Cuanto más se insiste en este tema, más se puede estar poniendo la soga al cuello de España. Porque no hace falta ser un lince para comprender que la unión bancaria exigirá un mecanismo de transferencias bancarias que se aproxime más a lo que ocurre entre bancos españoles que a lo que ocurre entre un banco español y uno que no lo es. Por pura lógica. Pero eso significará, indefectiblemente, que Target2 deberá ceder paso a un nuevo sistema de pagos, que no se pondrá en marcha sin antes haber ajustado las cuentas del propio Target2. Lo cual traerá consigo, con toda probabilidad, la conversión de la deuda del Banco de España en algún tipo de deuda soberana. En resumen, el riesgo es vernos devolviendo una deuda de 350.000 millones, con mucha suerte, a 15 años y al 1,5%. Sin duda, muy buen negocio para forzar la recapitalización directa de la banca.

Pero esos pequeños temores no deben empañar un gran motivo de satisfacción, a saber, que la deuda del Banco de España en Target2 se redujo en septiembre comparativamente a la de agosto en 34.000 millones. Que es el dato positivo que yo quería resaltar.



lunes, 29 de octubre de 2012

Romney y China


El posible triunfo del candidato republicano a la presidencia de EEUU, Mitt Romney, y su promesa de tratar a China como «país manipulador del tipo de cambio» ponen de viva actualidad la celebración del XVIII congreso del partido comunista chino, a partir del próximo 8 de noviembre. La actitud de Romney en el cargo podría ser muy distinta de la mostrada en la campaña, pero es indudable que anuncia un endurecimiento de la posición frente a China, endurecimiento que podría tomar el asunto del tipo de cambio o cualquier otro como excusa. No se debe olvidar el incidente de la Isla Hainan, en abril de 2001, cuando un accidente en vuelo obligó a un avión espía estadounidense de última generación a aterrizar en suelo chino, lo que dio lugar a la detención de la tripulación durante varios días y a la retención del aparato durante más de tres meses, dando a los chinos ocasión de desmontar el avión y examinarlo detenidamente y quizá desvelar secretos de alta tecnología. Los atentados del 11 de septiembre de aquel año pusieron abrupto fin a la tensión entre las dos superpotencias desde el incidente, pero el paréntesis parece cerrado con la muerte de Bin Laden en mayo de 2011 y la retirada de EEUU de Irak. Acaso el aviso de Romney viene a decir que la tensión se suspendió por fuerza mayor pero llegado es el momento de retomarla.

Los chinos no ha dejado de hacer sus propios preparativos, en previsión de tal eventualidad. La caída en desgracia de Bo Xilai, la estrella de ascenso más rápido de la política china, arrumba toda veleidad «izquierdista». Bo Xilai ha sido, en efecto, un político de características singulares. Gestor eficiente y luchador despiadado contra la corrupción, aparecía como una extraña mezcla de modernidad y apego a la tradición. Habla un inglés envidiable y sus cualidades mediáticas le hicieron muy popular. Se llegó a especular, en algún momento, con una hipotética administración Xi-Bo como alternativa a la previsible Xi-Li, para la «quinta generación», que tomará el relevo de la actual, la «cuarta» (la Hu-Wen, de Hu Jintao, secretario general, y Wen Jiabao, primer ministro), en noviembre. El pragmático Xi Jinpin ha aparecido en todo momento como sólido candidato a la secretaría general, en sustitución de Hu, pero hubo un pulso entre el carismático Bo Xilai y el economista (de tendencia «liberal», hasta donde esta palabra puede tener sentido en China) Li Keqiang, por la presidencia del Consejo de Estado, que equivale a la del gobierno. Li representa el puro continuismo de la línea de Wen Jiabao, de quien ha sido mano derecha en los últimos años. De lo cual se desprende que la administración Xi-Li afianzará la política actual de China: prioridad a la economía y al bienestar de los chinos, creciente liberalización (hasta donde lo permitan las exigencias del poder del partido comunista chino) y deseo de evitar los conflictos internacionales para centrarse en el desarrollo de una potente demanda de consumo interior que vaya sustituyendo poco a poco al modelo de economía centrada en las exportaciones, que ha predominado en los últimos lustros. Por su parte, Bo Xilai habría representado un retorno a ciertos valores de la Revolución Cultural (1966-1973) y una revitalización del maoísmo. Pero, entre el invierno de 2011 y la primavera de 2012, la pugna se resolvió a la manera china, o sea, cortando por lo sano: la esposa de Bo fue acusada y condenada por asesinato y el propio Bo fue depuesto de todos sus cargos bajo sospecha de nepotismo, cohecho y abuso de poder, acusaciones por las que fue expulsado del partido en septiembre y recientemente desprovisto de inmunidad para afrontar un juicio que podría acarrearle la pena de muerte. Los chinos nunca hacen las cosas a medias.

China parece, así pues, dispuesta a ponerle las cosas difíciles a Romney, en caso de que éste llegue a ganar. Desde luego, su opción sería Obama, pero incluso el más conservador de los candidatos tendrá motivos para pensarse dos veces adoptar una política agresiva. Por primera vez, el gran mercado chino parece preparado para ir abriéndose (eso sí, poco a poco, sin exigencias del exterior) no sólo a la inversión extranjera sino también a las importaciones. China está lista, aparentemente, para una gradual integración de su economía nacional en la economía global, a fin de aprovechar lo más plenamente posible las ventajas del comercio internacional. Pero podemos estar bien seguros de que será ella, y no EEUU, quien decida los ritmos y los plazos. Y Romney no podrá por menos de entrar en el juego de contemporizar a cambio de que los chinos le dejen salvar la cara y vender a la opinión norteamericana que los progresos en la liberalización del gigante asiático se deben a la firmeza de su presión.



miércoles, 17 de octubre de 2012

La posición financiera de España se deteriora aceleradamente


Se va conociendo información que permite a uno hacerse una idea bastante precisa de la evolución de las finanzas públicas de España a lo largo de este año, de su tremendo deterioro (presumiblemente, como consecuencia del ahondamiento de la recesión) y de la inevitabilidad de pedir árnica al Banco Central Europeo y/o la Unión Europea en su conjunto vía el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Esta situación se complica con los compromisos que va adquiriendo el gobierno, sobre todo en materia de recapitalización bancaria, de la que me he ocupado en otro momento. En la presente entrada, utilizo datos del Banco de España y del Tesoro público.

Visto en perspectiva de la historia más reciente, España fue construyendo una sólida posición financiera hasta 2008, que se deterioró levemente en 2009, para caer en barrena desde entonces. Una de las razones que han dado un apreciable margen de maniobra al gobierno durante este año, del que carecieron Grecia e Irlanda en 2010 y Portugal en 2011, es la sólida tesorería acumulada en el periodo anterior, que casi alcanzó la cifra de 120.000 millones de euros en 2009. Desde entonces, no ha hecho más que disminuir. Este colchón de tesorería ha permitido al gobierno recurrir al mercado de deuda en menor medida de lo que correspondería a sus necesidades corrientes, con lo que ha evitado que la prima de riesgo y los intereses se dispararan, como sucedió a los países que fueron rescatados antes. A finales de 2011, la tesorería ascendía a 78.000 millones de euros, una cifra todavía apreciable. Durante el primer trimestre de este año, la tesorería de las administraciones públicas repuntó en 26.000 millones. Éste es un dato cuyas causas no están claras, toda vez que algo parecido pero de menor cuantía ocurrió en 2011, aunque no en 2010. Durante los meses de abril a agosto, sin embargo, la tesorería ha caído en aproximadamente 37.000 millones, lo que la deja en un total de 67.000 millones. Semejante hundimiento de la tesorería, de prolongarse, significa que España no podría pasar sin rescate desde junio de 2013 en adelante, pues para entonces su tesorería se habría reducido a cero. Gracias a haber tirado de ese colchón, el gobierno ha podido mantener su recurso al mercado de deuda en los niveles previstos a comienzo de año, muy por debajo de lo que habría sido preciso en otro caso; un ítem de la herencia socialista de la que supongo que a Rajoy no le gustaría hablar. Es muy difícil saber si el mantenimiento de la prima de riesgo por debajo de 500 puntos es consecuencia de que las expectativas del mercado han mejorado, o de que el colchón se agota a ritmo aún más acelerado que desde la primavera. Este información la podemos tener conforme el Banco de España y el propio Tesoro vayan publicando más datos.


Nota añadida el 18.10.12: Un dato que se da en el texto, aun siendo correcto, podría inducir a error. Se trata de lo que aquí se ha denominado «tesorería del gobierno» o «de las administraciones públicas». Entendía yo que el asunto estaba claro, o sea, que incluye la tesorería de todas las administraciones públicas, tanto central como autonómicas y locales, y que en todo caso es el dato más relevante puesto que si una administración no central se queda sin recursos la administración central tendrá que acudir en su rescate, como ya está ocurriendo con varias autonómicas. Pero dado que podría pensarse que es la administración central, o sea, el gobierno de la nación, el que disponía a 31 de agosto de 67.000 millones de euros en efectivo, aclaro sus cifras. El gobierno central alcanzó un máximo de tesorería en 2008, con 75.000 millones de euros; en 2009, cayó a 68.000 millones; y, en 2010, a 36.000 millones. En 2011, se recuperó de forma considerable, llegando a casi 57.000 millones a 31 de diciembre. En el primer trimestre de 2012, ascendió a 98.000 millones, lo que parece su máximo absoluto, para caer vertiginosamente a partir de abril, hasta totalizar 38.000 millones a fines de agosto.



miércoles, 10 de octubre de 2012

El Fondo Monetario Internacional y España


La presentación del último informe del FMI está causando bastante revuelo en nuestro país. Y no es para menos. Sus previsiones desmienten por completo las del gobierno, empeorándolas considerablemente. La caída del PIB en los próximos ejercicios será mayor, la reducción del déficit público menor y la situación del desempleo más descorazonadora que las contempladas en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2013. Responsables del gobierno y el partido gobernante han salido a la palestra para decir: 1) que lo que nos pasa pasa porque le pasa a todo el mundo, y 2) que ellos están ahí para la heroica tarea de hacer que las previsiones se equivoquen. Patético.

Tampoco vayamos ahora a sacralizar al FMI, como ha dado en hacer la oposición parlamentaria. En este preciso informe, no da pie con bola. Por una parte, dice que, con arreglo a los fundamentos, la prima de riesgo española debería ser de 200 puntos menos, o sea, alrededor de 235. Por otra, formula una serie de temores y anuncia apocalípticamente que si Europa no toma las medidas necesarias, la prima de riesgo española se podría ir a 750 puntos básicos. ¿En qué quedamos? ¿O es que los señores del FMI ignoran el funcionamiento de los mercados? Si realmente los temores del FMI están justificados, los mercados harían bien en ir descontando la expectativa de una prima en 750 y subiéndola poco a poco, o a pequeños saltos, como de hecho están haciendo.

El FMI no termina de encontrar su hueco en la economía y las finanzas globales, y de ahí su nerviosismo. Ahora se confiesa «sorprendido» de la profundidad de la crisis española. Claro, España hace todo lo que se espera de ella, y a veces más, y sin embargo no sólo no sale de la crisis sino que se hunde más y más en ella. ¿Quieren decirnos que no se percatan de que son precisamente esas celebradas medidas las que nos están enterrando? ¿Tipos tan brillantes como Olivier Blanchard y José Viñals vienen ahora a caerse del guindo? No me lo trago. Ellos lo han sabido en todo momento, pero su cobardía les ha impedido hablar. Ya en el otoño de 2009, cuando Alemania y el Banco Central Europeo cerraron su alianza para declarar terminada la Gran Recesión en Europa y empezaron con la política de consolidación fiscal, el FMI, cogido a contrapié, protestó ante el peligro que entrañaba el retirar los estímulos fiscales demasiado pronto. Pero Europa, con Rodríguez Zapatero muy señaladamente a la cabeza, hizo caso omiso, y el FMI se terminó por callar. Y de defender tímidamente los estímulos fiscales, el FMI ha pasado a formar parte de la claque que aplaude recortes y reformas estructurales que conducen a dejar la economía parada. De aquel renuncio hace tres años a la «sorpresa» de ahora.

Y debe de ser cierto que a estas alturas ya no entienden nada. Por una parte, con los recortes de gasto público, servidores de la búsqueda neurótica del déficit cero, han echado todos los conocimientos de macroeconomía al retrete, y tirado de la cadena. Por otra, aprobando subidas de impuestos, sobre todo indirectos (el denostado IVA), se apartan de la doctrina más liberal, de la que se proclaman firmes defensores. Aprobando actuaciones como las de Rajoy, De Guindos y Montoro, manifiestan a las claras no saber más economía que éstos. O sea, ninguna. Porque es no saber economía decir, como se nos dice, que «ningún gobierno debe endeudarse más allá de lo que puede pagar». Quienes comulgan con esa simpleza deberían saber que depende de una prioridad a corto plazo concedida al ahorro con preferencia al empleo, en la esperanza (sólo esperanza, eh) de que el crecimiento del ahorro favorezca al empleo a largo plazo. Y dan en ignorar olímpicamente las relaciones entre renta y ahorro, tales que si cae la renta, o sea, el PIB, la tasa de ahorro deberá subir sólo para mantener el volumen de ahorro inalterado. Pero lo que estamos viendo es que en la crisis la tasa de ahorro no crece más que al principio, por un temor generalizado, para luego caer bruscamente. Con lo cual la esperanza de recuperar el empleo se vuelve vana. Y hacen falta muchos años de formación, ¿verdad?, para darse uno cuenta de por qué cae la tasa de ahorro. Porque buena parte de la gente emplea su ahorro en financiar el consumo de seres queridos que están en el paro. El ahorro de las familias viene así a dilapidarse en ayudas que impiden la explosión social. Y lo mismo que se exige la reducción del subsidio de desempleo, porque desincentiva la búsqueda de empleo y agranda el gasto público, habría que buscar la forma de reducir la solidaridad familiar y de todo tipo en una sociedad como la nuestra, porque también desincentiva la búsqueda de empleo e impide que se recupere el ahorro. Eso se podría conseguir fácilmente obligando al BCE a dejar que los tipos de interés alcanzaran su nivel «natural», en vez de mantenerlos artificialmente bajos. Así, cada cual podría ver de forma más clara el coste de oportunidad de ayudar a su hijo o a su hermano o a su mejor amigo, y presumiblemente se volvería un poco más egoísta. Tendríamos más miseria, pero también más ahorro. Lo malo es que la subida de los tipos de interés hasta encontrar su nivel «natural» asfixiaría las finanzas de las empresas que luchan por sobrevivir. Pero después de un periodo ciertamente no exento de convulsiones, hambre en el corazón de la civilización y conatos revolucionarios más o menos cruentos (como predice el Nobel Thomas Sargent), las aguas retornarían a su cauce y todo volvería a ser como debe ser.

Una cosa o la otra. Ni el FMI, ni Rajoy y los suyos, ni el BCE y la mismísima Merkel tienen estómago para afrontar una perspectiva semejante. Yo sinceramente dudo de que haya mucha gente capaz de afrontarla. Pero respetaría a quien tuviera la lucidez y la resolución de apostar por ella; creo que se olvida de que el ahorro cae con la renta y de que en algún momento habría que estimular la demanda, pero lo respetaría. Los poderes, en cambio, se mantienen a dos aguas, dando una de cal y otra de arena, dejando que la situación se pudra gradualmente y que la salida, por uno u otro lado, sea poco a poco más costosa e incierta a la vez.



jueves, 4 de octubre de 2012

Las cuentas del banco malo


Ya puede uno empezar a hacerse una idea de qué es lo que hay detrás del famoso «banco malo», convertido en los últimos meses en pieza clave de la reforma financiera después de que banqueros y ministros – también éstos de ahora – lo descartaran como solución a la crisis. Tomando bits de información aquí y allá y componiendo una especie de rompecabezas, se llega a vislumbrar el siguiente panorama.

El punto de partida son los 100.000 millones de euros del rescate bancario, acordado en junio por las autoridades comunitarias y de la eurozona de conformidad con España. Esos 100.000 millones son una cifra máxima y el FROB será el organismo encargado de gestionarlos por delegación del Estado. La segunda pieza es el informe de Oliver Wyman, que se conoció el pasado 28 de septiembre y que cifra las necesidades de recapitalización de la banca en unos 59.000 millones, que con las fusiones y absorciones en marcha podrían quedar en 54.000 millones. Algunos de los bancos necesitados de recapitalización, muy señaladamente el Popular, han manifestado su intención de obtener los recursos necesarios a través del mercado, o sea, sin necesidad de apoyo público. Se estima – aunque a mí me parece optimista – que eso reducirá las aportaciones del FROB a unos 40.000 millones, de los que 24.000 son lo que necesita Bankia. El gobierno, por boca de su ministro De Guindos, se ha felicitado repetidamente por este resultado, que reduce notablemente el recurso a fondos europeos por debajo de lo previsto en junio. «En vez de un incremento de la deuda superior al 9%, como estaba previsto, esto supondrá uno inferior al 4%», se le ha oído decir.

Una primera percepción de estas cifras y de la reacción del gobierno es 1) que la operación Oliver Wyman se ha orquestado para sacar las castañas del fuego a Bankia, toda vez que los recursos asignados por el gobierno a otras entidades (menos de 16.000 millones) parecen irrisorios a estas alturas; y 2) que la clave de la reforma del sector radica en la puesta en marcha del famoso «banco malo». Ahora bien, el gobierno quiere una importante participación de inversores privados en la financiación del «banco malo», debido a que no desea que esa financiación repercuta en mayor deuda soberana. Loable pretensión, pero debería añadirse «excesivamente», para dejar la oración así: «porque no desea que esa financiación repercuta excesivamente en mayor deuda». Es evidente que hará falta mayor deuda. El propio gobierno ha declarado que el objetivo es lograr un 55% de inversión privada en la capitalización de la sociedad de gestión de activos, o sea, del «banco malo». Lo cual deja otro 45% a cargo del FROB o de quien fuere que aporte los fondos públicos (aunque estoy convencido de que será el propio FROB).

Por otra parte, De Guindos ha dicho que el «banco malo» no gestionará inmuebles de valor inferior a 100.000 euros (¿en los libros del «banco bueno» o en los del «malo»?) ni préstamos inferiores a 250.000 euros (ídem de ídem). Según algún experto en la materia, eso dejará fuera de la operación al 36% de los «activos tóxicos» de la banca (¿en número o en saldo vivo?). Otra estimación que se ha manejado estos días es que el valor en libros, agregado, de los «activos tóxicos» de la banca española asciende a 260.000 millones de euros. Finalmente, la banca exige que la adquisición de los activos por el «banco malo» no se haga a precios muy por debajo del actual (¿saldo vivo de la deuda o descontadas las provisiones que se haya dotado?).

Las cuentas son las siguientes. Si el 36% queda fuera, el 64% queda dentro: el conjunto de los activos sobre los que operaría el «banco malo» ascendería a unos 166.000 millones de euros. Si el «banco malo» tiene que hacerse cargo del 45% de ese valor, resultan unos 75.000 millones de euros. Si se efectúa una rebaja del 10% sobre el valor en libros de esos activos – algo que tendría que ser calificado de muy generoso por la propia banca – las obligaciones de pago del «banco malo» ascenderían a unos 58.000 millones. Como el rescate bancario asciende a 100.000 millones y 40.000 de ellos están asignados a recapitalizaciones, restan 60.000 millones que dan justita, justita la capitalización del «banco malo».

Juzgue cada cual la credibilidad que le merece este esquema. A mí me parece cogido con alfileres.



miércoles, 26 de septiembre de 2012

La economía española, de mal en peor


Ésta está siendo una semana aciaga para la economía española. Hoy, el Banco de España ha dado a conocer una caída del PIB del 1,3% en junio, a la que suma la previsión de una nueva y «significativa caída» del mismo indicador en el trimestre que termina en septiembre. Y ayer, en un encuentro a tres bandas en Helsinki, los ministros de Finanzas de Alemania, Holanda y Finlandia amenazaron con dar marcha atrás del acuerdo sobre el rescate de la banca española, pactado en junio. En peor momento, imposible: el viernes las auditoras publicarán las necesidades de recapitalización de los bancos españoles. Sobre lo primero, poco hay que añadir. Es evidente que la causa estriba en la política de austeridad del gobierno, añadida a la recesión global.

Menos evidente es lo que motiva lo segundo. El acuerdo de junio incluía, aparte de un máximo de 100.000 millones de euros para la banca española, la decisión de crear una autoridad supervisora de la banca europea en su conjunto. Tras señalar que la autoridad supervisora no estará en funciones a comienzos de enero, como se acordó, ahora Alemania vincula los dos términos del acuerdo: si no hay autoridad supervisora, no habrá rescate bancario. Más claro, agua. La explicación alemana es la siguiente. Si no hay autoridad supervisora, el control del cumplimiento de las condiciones impuestas a cada entidad recaerá sobre autoridades nacionales. Y las autoridades nacionales fallaron por dos veces consecutivas en la realización de los stress-tests de 2010 y 2011, que dieron excelentes resultados para bancos que ahora hay que rescatar.

Aún hay más. En las últimas semanas, Alemania ha pasado a pensar que es preferible el rescate del Estado al rescate bancario. Por tanto, lo que busca es que Rajoy, no contando con el dinero para los bancos dé su brazo a torcer y pida el rescate del Estado. ¿Por qué este cambio de opinión? Yo no descartaría, incluso, que se tratara de una estrategia para quebrar el «orgullo español», al que los medios germanos estuvieron durante meses atribuyendo la resistencia a pasar por el aro. Se trate o no de una estrategia, los motivos están claros. Alemania y otros países financieramente fuertes están hartos de la estulticia de este gobierno. Las afirmaciones de Rajoy, en rueda de prensa, de que en todo caso era él quien había presionado para llegar al acuerdo sobre el rescate bancario, dieron a muchos que pensar que es un imprudente y a otros que quizá tenía razón y había engañado a los demás europeos. Un efecto absurdo, dada la posición de España, en cualquier caso. Después, este gobierno alardea de gestos, claramente electoralistas (como la prometida subida de las pensiones), que no se permitiría a un país rescatado. Los europeos de un país u otro no verán con agrado que con su dinero se dé a los españoles mejoras de que carecen aquéllos.

La idea de que Rajoy, a despecho de sus continuas afirmaciones en contrario, es un insensato se abre paso con fuerza en la escena internacional. Ahora Rajoy se va a Nueva York a pedir que España vuelva al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente. ¿Es que no tiene suficientes problemas en casa, de manera que le sobra tiempo para pensar con detenimiento los graves problemas de la política mundial? Pues es evidente que no va a pensar a fondo ni unos problemas ni los otros. Esto no es más que ese sentido común del que tanto presume Rajoy. Dime de qué alardeas y te diré de qué careces. ¿En qué piensa el presidente español?, se preguntan los dirigentes políticos y financieros del mundo y sobre todo de Europa. Y empieza a adivinarse que no piensa nada, que no tiene nada en mente, que es un cabeza hueca. Y es el segundo en cuatro años. Europa sospecha ya que España no es capaz de elegir, para mandarla, más que botarates. Si es así, lo oportuno será intervenirla cuanto antes y convertirla en un protectorado europeo.



domingo, 23 de septiembre de 2012

Trampa mortal para la economía española


La economía española ha rebasado el umbral en que las políticas económicas, todas las políticas económicas se muestran inservibles. El gobierno actual ha terminado de hundirnos de hoz y coz en una severa depresión, de la que no vamos a salir con rescate o sin él.

Es ya un tópico de la derecha el decir que la culpa la tuvo el gasto público acordado por el gobierno de Zapatero en 2009. En términos económicos, es una equivocación. La política era correcta, pero se mantuvo durante un tiempo excesivamente corto. El Fondo Monetario Internacional vendió aquel verano la piel del oso antes de cazarlo y proclamó a los cuatro vientos que los indicadores de la economía norteamericana mostraban que la recesión iniciada el otoño anterior estaba llegando a su fin. En noviembre del mismo año, en vista de que los datos de la economía alemana confirmaban los de EEUU, el Banco Central Europeo puso fin a sus subastas extraordinarias de dinero a seis meses y a un año, que habían facilitado a la banca europea absorber la deuda soberana a bajos tipos de interés. Así entramos en la fase de consolidación fiscal, en que todavía nos encontramos.

Los estímulos fiscales de Zapatero—400 euros de desgravación en el IRFP, 8.000 millones del Plan E y las ayudas al automóvil—fracasaron porque se toparon con una brusca revisión a la baja de las expectativas a largo plazo de la economía española. La tasa de ahorro, que casi se dobló en pocos meses para alcanzar el 25% de la renta nacional, creció de forma tan rápida que la tasa marginal debe de haber estado muy cerca de 1. Endeudadas como estaban muchas familias españolas, el dinero de los estímulos, ante la amenaza de desahucio, se destinó en una elevada proporción a pagar hipotecas y quedó inmovilizado en bancos. Así, el multiplicador keynesiano no pudo actuar y los efectos de la política se agotaron en la inicial ronda de pagos del gobierno.

Ahora las perspectivas son poco más halagüeñas. Tres años de consolidación fiscal y reformas estructurales nos han hundido profundamente en la depresión. Pese a sus esfuerzos por desapalancarse, la economía española no consigue hacerlo por la sencilla razón de que el déficit con el exterior no se lo permite. Ese déficit se ha reducido un tanto, sobre todo porque la economía española está en proceso de contracción. Mientras haya déficit con el exterior, empero, el gobierno deberá incurrir así mismo en un déficit que no puede ser menor, en valor absoluto, que la suma del déficit exterior y el superávit privado que permitiría a familias y empresas reducir su apalancamiento. Si el gobierno no es consciente de la restricción macro, como parece que no lo es, y se empeña en reducir su déficit por debajo del déficit exterior (medidos ambos en porcentaje del PIB), el sector privado no podrá desapalancarse. Y si el sector privado no logra desapalancarse, las medidas de estímulo fiscal que puedan ponerse en marcha fracasarán ahora como lo hicieron en 2009.

Por tanto, se abre una difícil fase de la crisis. Durante un periodo indeterminado, los estímulos fiscales sólo servirán para que el sector privado disminuya su grado de apalancamiento y, presumiblemente, el multiplicador keynesiano se eleve. A partir de un cierto valor del multiplicador, los estímulos fiscales empezarán a hacer notar sus efectos en la actividad y el empleo. Pero no sabemos cuánto tiempo deberá pasar entre el primer momento y el segundo. Como también ignoramos si la espera será políticamente viable.



miércoles, 19 de septiembre de 2012

El dilema económico de este tiempo


Ewald Nowotny, miembro del consejo de gobierno del Banco Central Europeo y uno de sus más autorizados portavoces, pronosticó esta semana que la crisis de deuda soberana en Europa se prolongará hasta 2020. La crisis de deuda soberana en Europa es sólo uno de los episodios de la crisis global que atraviesa la economía mundial desde 2008, y queda al criterio del lector dilucidar si la solución del episodio se adelantará a la de la crisis general o al revés. En todo caso, es evidente que las perspectivas de recuperar un crecimiento sostenido se retrasan en el tiempo.

Es legítimo preguntarse por qué. Y también qué dicen/decimos los economistas al respecto. ¿Tan malos somos, profesionalmente hablando? Sinceramente, estimo que no. Lo que ocurre es que hay mucho en juego, y cuando hay mucho en juego tomar decisiones o simplemente dar la propia opinión sobre la decisión que hay que tomar se convierte en extremadamente arriesgado. Y, por regla general, los humanos somos adversos al riesgo. Así, cuando aumentan las apuestas los espectadores se callan y crece la tensión.

Estamos en una situación en que la política económica debería tomar uno, y solo uno de dos cursos posibles. Resumiendo mucho, los llamaré estrategias «austriaca» y (neo/post) keynesiana. La estrategia «austriaca», inspirada en la obra de economistas con Mises y Rothbard, pretende que la Gran Desregulación de las décadas de 1980 y 1990 se quedó corta, particularmente en los ámbitos fiscal y monetario. Claro, cómo desregular dos tipos de actividad que lleva a cabo, básicamente, el gobierno. La desregulación de los mercados de bienes y servicios, por otro nombre liberalización, habría sido quizá suficientemente completa, pero se mantuvo un expansionismo monetario, combinado con déficits fiscales, que infló burbujas una tras otra, hasta que una – la de las hipotecas subprime en EE.UU. – estalló en 2007 y arrastró al mundo a la mayor crisis del capitalismo en cien años. La conclusión es que hay que ajustar presupuestos públicos y eliminar déficits, y vincular el crecimiento del dinero a la evolución natural de un activo que no pueda ser intervenido, para restar posibilidades de intervención a los gobiernos. Tal activo es el oro. Por tanto, no hay más solución que retornar al patrón oro, cuyos mecanismos automáticos no dejarán a los gobiernos, nacionales o supranacionales, intervenir en la economía con tan mal acierto como hasta la fecha.

La segunda estrategia es la keynesiana. Para el keynesianismo, el capitalismo funciona a base de burbujas. No puede funcionar bien de otra manera. Sin burbujas, hay depresión y estancamiento. Y la alimentación de las burbujas exige déficits públicos y expansión monetaria, o sea, inflación; moderada, si se quiere, pero inflación. En esa perspectiva, el patrón oro es el mayor freno que se podría poner al crecimiento, porque restringe la expansión monetaria a la extracción de metal de las minas de todo el mundo, que es más lenta que el crecimiento de la economía mundial a que estamos acostumbrados y que ha permitido incorporar a los países emergentes a la globalización.

Ambas estrategias son antitéticas. Para el «austriaquismo», no hay manera de conservar la inflación en cotas moderadas y las expansiones fiscales y monetarias se terminan traduciendo en confiscación de los ahorros invertidos de forma no especulativa. Y en verdad, las burbujas favorecen sobre todo a los especuladores. La reversión del oro a la condición de activo monetario permitiría al ahorro no especulativo encontrar un refugio supremo, del que ahora carece. De modo que para el «austriaquismo», el keynesianismo conduce a hiperinflación confiscadota y para el keynesianismo el «austriaquismo» genera depresión crónica. Si se escoge un camino, efectivamente, los riesgos anunciados por los defensores del otro se hacen presentes.

Por ahora, el mundo ha optado por no decidir. O mejor, por cierto zigzag cuyas oscilaciones tienden a desaparecer en una especie de «tercera vía». La «tercera vía» es apadrinada por la corriente principal del pensamiento económico de nuestro tiempo, la neoclásica, también llamada durante un tiempo «síntesis monetario-keynesiana», pero que ahora quizá debería llamarse «síntesis monetario-austriaca». El componente dominante es el monetarismo, o la idea de que la actuación del banco central a escala nacional o la coordinación entre bancos centrales a escala internacional pueden sustituir al patrón-oro. En todo lo demás, la «tercera vía» coincide con la «austriaca». El keynesianismo ha quedado arrinconado, sin voz real para opinar.

Pero la diferencia entre «tercera vía» y «austriaquismo» dista de ser baladí. Inevitablemente contaminada de intereses políticos, la gestión monetaria por los bancos centrales introduce muchas perturbaciones y genera incertidumbres, que terminan por sembrar la desconfianza en los mercados. La inversión no termina de reanimarse, y el tono de la economía continúa siendo permanentemente bajo.

Los lectores habituales de este blog tienen suficientes elementos de juicio para discernir cuál es mi posición en este debate.



viernes, 7 de septiembre de 2012

Condicionalidad macroeconómica

Por fin, será rescate y no tomate. Ya está el mecanismo, aprobado por el Banco Central Europeo en su primera reunión de septiembre. Y ya está dicho: los países tienen que pedir el rescate y habrá condicionalidad macroeconómica (se sobreentiende: adicional a la incorporada al procedimiento de déficit excesivo que, en virtud del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, ya se aplica a España). Ahora falta saber cuándo se decidirá Rajoy a pedirlo.

Está la cuestión de la condicionalidad. ¿En qué estará pensando Draghi? Monti, primer ministro italiano, que debe de conocer algo de eso, ha declarado de inmediato que Italia puede pasarse sin acudir al mecanismo, lo que da idea de la aprensión que le produce. Seguramente, Rajoy ha tomado buena nota. Se habla de recortes en las pensiones y en las prestaciones por desempleo. Otros asuntos son más importantes desde el punto de vista macroeconómico. La cuestión clave son los equilibrios sectoriales compatibles. Es un tema técnico pero crucial. Intentaré explicarlo de la forma más clara posible. El objetivo macroeconómico de la economía española, aquél a partir de cuyo logro será posible crear empleo, ha sido definido como el desapalancamiento financiero (o sea, la reducción del nivel de endeudamiento) de todos los agentes económicos, tanto públicos como privados. Ahora bien, no todos pueden hacerlo a la vez a menos que se obtenga un saldo favorable con el exterior equivalente a la suma en la que aquéllos reducen su endeudamiento. El problema de España es que, en vez de un saldo favorable, registra uno bastante desfavorable, es decir, un déficit con el exterior por importe de 36.226 millones de euros a 12 de julio de este año, según datos del Banco de España. Estamos mejor que en el bienio 2007-2008, cuando España registró déficits por ese concepto superiores a 100.000 millones cada año; pero la situación dista de ser buena, incluso regular tirando a mala. Es pésima. Incluso si España registrara un déficit cero con el exterior, con las cifras actuales las administraciones públicas todavía registrarían un déficit superior a 55.000 millones de euros, lo que viene a ser un 5% del PIB, bien lejos del objetivo del 3% para 2014. Para que España se situara en ese objetivo, digamos unos 35.000 millones, con las instituciones financieras despalancándose al ritmo actual (13.479 millones el 12.07.2012) lo mismo que familias y empresas (41.715 millones), el saldo con el exterior tendría que ser un superávit superior a 20.000 millones. Nunca, que yo recuerde, ha tenido España superávit con el exterior, y mucho menos uno del orden del 2% del PIB. Lograrlo podría calificarse de verdadera revolución en el comportamiento macroeconómico de nuestra economía.

Y resulta que el BCE ha caído en la cuenta de que esa revolución tiene que hacerse de aquí a 2014. Aumentar las exportaciones parece el camino lógico; también, el más fácil. Pero el aumento de las exportaciones ha llevado a reducir el déficit exterior aproximadamente a la mitad en cuatro años de crisis. No es creíble que se puede reducir otro tanto y además meterse casi un cuarto más en zona de superávit en la mitad de tiempo. Sencillamente, no es creíble. Y desde luego Graghi no se lo cree. Rajoy quizá sí, pero Draghi no. Y Draghi se ha jugado todo su prestigio y el poder omnímodo de que aparentemente disfruta a una sola carta: sacar a España de la crisis, si España colabora. Por tanto, nada de la ingenuidad de pensar que el déficit exterior se trocará en superávit por arte de magia gracias al crecimiento de las exportaciones. Hay que frenar las importaciones, y hacerlo con toda contundencia.

Aquí empiezan los verdaderos problemas. Si España controlara el tipo de cambio, podría devaluar su moneda y hacerlo en la medida necesaria para convertir el déficit exterior en superávit. Esto, en teoría, porque en la práctica España ha devaluado en numerosas ocasiones la peseta, sin conseguir nunca hacerlo tanto como para pasar de déficit a superávit. En todo caso, el debate es ocioso: España no puede devaluar su moneda, porque pertenecemos a la zona euro. Es un tema manido. En ausencia de esa solución, yo propuse en noviembre un mecanismo inspirado en los montantes compesatorios de la PAC en los años sesenta. Es improbable que nadie me haga el menor caso, ni siquiera que alguien repare en ello. Lo que debe habérsele ocurrido a Draghi, y la razón por la que habló de «condicionalidad estricta» en su última rueda de prensa, es deprimir toda la demanda de consumo, y no sólo la de importaciones. Si no puedo actuar sobre las importaciones solo, actuaré sobre todo el consumo, que incluye también las importaciones. Esto es, por otra parte, lo que parece haber inspirado una primera subida del IVA, hasta situarnos en el 21%, sobre la media de la UE.

Me temo, por decirlo claramente, que la medida estrella de la condicionalidad macroeconómica de Draghi sea una nueva sabida del IVA, hasta situarnos en la parte alta de la tabla. Así, se deprimirá el consumo; las familias ahorrarán más, a la fuerza; los bancos, con menor demanda de crédito, podrán continuar reduciendo su endeudamiento; las importaciones caerán, con lo que él saldo exterior mejorará y… Draghi tendrá que cruzar los dedos para queeso lleve a reconducir el déficit público a la senda pactada.

Habrá que ver cómo se toma Rajoy todo esto. Y cómo nos lo tomamos los españoles.



domingo, 2 de septiembre de 2012

Por qué el rescate no se hará esperar


A perro flaco, todo se le vuelven pulgas. El empeño de Rajoy en no pedir el rescate, que aquí ahora se llama «integral» (en inglés bail-out), de España se topa cada vez con mayores dificultades. Ahora son sus aliados fundamentales en esta peripecia, aquéllos por los que lo ha dado todo sacrificando lo que sea y a quien sea, los bancos, quienes parecen abandonarlo. Pero los bancos no tienen opción. Pese al rescate bancario pactado semanas atrás y – hay que decirlo – que el gobierno está instrumentando a paso de tortuga acorde con la velocidad de la sangre en las venas del presidente, los bancos españoles pierden depósitos a velocidad de vértigo. Sólo en julio pasado, la banca española perdió 74.000 millones de euros, o un 4,7% del total de sus depósitos, con lo que lo perdido desde junio de 2011 asciende a 233.000 millones, o el 13,4% de lo que entonces había. Son datos del Banco Central Europeo (y alguna elaboración mía). Si yo fuera un pelín monetarista, aunque sólo fuera un pelín, pensaría que esta contracción monetaria se une a la consolidación fiscal a la hora de agudizar la recesión que tenemos encima. El problema es que en el gobierno no parece haber quien tenga la menor idea de qué es una contracción monetaria y cuáles son sus efectos.

Vamos a la reacción de la banca ante la pérdida de depósitos. Los bancos de la eurozona están obligados a mantener el 2% de sus depósitos en forma líquida, esto es, en forma de dinero emitido, de una forma u otra, por el Banco Central Europeo. Cada vez que un depositante retira 1 euro, el banco tira bien de su exceso de reservas (si está por encima del 2%), bien de sus reservas obligatorias, lo que significa que tiene que reponerlas de inmediato. La forma de reponer reservas líquidas es vender otros activos, menos líquidos que el dinero. Los bancos españoles no pueden obtener liquidez de los préstamos hipotecarios y otras inversiones, que son invendibles y cuya realización es muy lenta. La vía rápida es vender deuda pública, para la que hay un mercado muy líquido. Parece que la banca española, ante la retirada de depósitos, y una vez agotado su exceso de reservas, ha tenido que reponer reservas obligatorias vendiendo deuda soberana de España.

Es difícil exagerar el contratiempo que este cambio de orientación supone para la situación financiera del gobierno. Desde noviembre de 2011, no hay inversores extranjeros que pujen en las subastas de deuda española. Sólo la banca española lo hace, dados los condicionantes políticos y el pacto de Estado que existe entre el gobierno y la banca; de ahí el especial interés del gobierno en apoyarla, caiga quien caiga. Pues bien, entre diciembre de 2011 y abril de 2012, la banca española ha adquirido 87.000 millones de deuda soberana de España; en buena medida, gracias a las grandes subastas de dinero llamadas «3-yr LTRO», en la jerga del BCE. Pero, tras dos de esas subastas, el BCE no ha vuelto a anunciar ni siquiera planes de una tercera. Para reponer reservas líquidas, por tanto, la banca española no ha tenido más remedio que vender deuda soberana de España, por primera vez en nuestra historia reciente. Unos 17.000 millones desde mayo, y 9.300 millones sólo en julio, siempre según datos del BCE. O sea, que el proceso, tanto en pérdida de depósitos como en venta de deuda, se acelera.

Así se explica, con datos estrictamente financieros, el «pico» en la prima de riesgo de España, al superar los 500 puntos básicos y en algunos momentos los 600; zona de peligro de la que no hemos salido todavía ni, previsiblemente, vamos a salir. Lo que ha ocurrido es que, hasta abril, la banca española compraba deuda en el mercado secundario, lo que mantenía la prima en niveles altos pero aún no alarmantes. Ahora la banca española vende en vez de comprar. ¿Y quiénes compran ahora la deuda? Especuladores. Son especuladores los que compran, con una prima muy alta, esperando que la situación mejore: compran deuda barata para venderla cara. Son quienes especulan, digamos, a favor de España. ¿Les daremos las gracias, después de habernos metido con ellos cuando ocurría al revés? Claro que no. Lo hacen para ganar dinero, como antes. Sólo que unas veces nos perjudica y otras nos favorece, como ahora.

El verdadero problema, en este momento, no está en los que compran, sino en los que venden, los bancos españoles. Y no lo hacen para ganar dinero, sino porque están con el agua al cuello. De hecho, podrían estar registrando importantes pérdidas, si compraron la deuda a un precio y la tienen que vender ahora a otro que les perjudica. Pero no tienen más remedio porque se trata de cumplir con una regulación europea. Los obliga a ello la retirada de depósitos. Y lo que es peor, el reloj avanza. Y lo hace para todos. El gobierno puede esperar una subida considerable de los intereses en la subasta prevista para el próximo jueves. Puede que hasta se invierta la relación subastas/mercado secundario. Hasta ahora las subastas eran más favorables que el mercado secundario. Ahora puede ocurrir lo contrario. De otra forma, los bancos españoles podrían entrar en pérdidas milmillonarias, y lo que se los recapitalice con el gran rescate bancario de 100.000 millones, se acabará yendo por el desagüe con la pérdida de depósitos vía reventa con pérdidas de deuda pública. Precisamente para evitar que el rescate bancario sea una filfa, puede llegar a ser inevitable el rescate «integral».

¿Y qué hace mientras tanto Rajoy, aparte de jurar y perjurar que lo que ha hecho lo hizo porque era necesario? Nada, sencillamente, esperar. Espera que los socialistas franceses le saquen las castañas del fuego. Que el BCE nos rescate sin necesidad de pedírselo. Que nos haga un bail-in, como siempre, por nuestra bella cara. Porque hay que premiar al que hace los deberes. Porque España es muy importante para Europa. Porque si caemos nosotros, caerá el euro. Y todas esas zarandajas propias de políticos que no están a la altura de la emergencia que atravesamos.