lunes, 29 de octubre de 2012

Romney y China


El posible triunfo del candidato republicano a la presidencia de EEUU, Mitt Romney, y su promesa de tratar a China como «país manipulador del tipo de cambio» ponen de viva actualidad la celebración del XVIII congreso del partido comunista chino, a partir del próximo 8 de noviembre. La actitud de Romney en el cargo podría ser muy distinta de la mostrada en la campaña, pero es indudable que anuncia un endurecimiento de la posición frente a China, endurecimiento que podría tomar el asunto del tipo de cambio o cualquier otro como excusa. No se debe olvidar el incidente de la Isla Hainan, en abril de 2001, cuando un accidente en vuelo obligó a un avión espía estadounidense de última generación a aterrizar en suelo chino, lo que dio lugar a la detención de la tripulación durante varios días y a la retención del aparato durante más de tres meses, dando a los chinos ocasión de desmontar el avión y examinarlo detenidamente y quizá desvelar secretos de alta tecnología. Los atentados del 11 de septiembre de aquel año pusieron abrupto fin a la tensión entre las dos superpotencias desde el incidente, pero el paréntesis parece cerrado con la muerte de Bin Laden en mayo de 2011 y la retirada de EEUU de Irak. Acaso el aviso de Romney viene a decir que la tensión se suspendió por fuerza mayor pero llegado es el momento de retomarla.

Los chinos no ha dejado de hacer sus propios preparativos, en previsión de tal eventualidad. La caída en desgracia de Bo Xilai, la estrella de ascenso más rápido de la política china, arrumba toda veleidad «izquierdista». Bo Xilai ha sido, en efecto, un político de características singulares. Gestor eficiente y luchador despiadado contra la corrupción, aparecía como una extraña mezcla de modernidad y apego a la tradición. Habla un inglés envidiable y sus cualidades mediáticas le hicieron muy popular. Se llegó a especular, en algún momento, con una hipotética administración Xi-Bo como alternativa a la previsible Xi-Li, para la «quinta generación», que tomará el relevo de la actual, la «cuarta» (la Hu-Wen, de Hu Jintao, secretario general, y Wen Jiabao, primer ministro), en noviembre. El pragmático Xi Jinpin ha aparecido en todo momento como sólido candidato a la secretaría general, en sustitución de Hu, pero hubo un pulso entre el carismático Bo Xilai y el economista (de tendencia «liberal», hasta donde esta palabra puede tener sentido en China) Li Keqiang, por la presidencia del Consejo de Estado, que equivale a la del gobierno. Li representa el puro continuismo de la línea de Wen Jiabao, de quien ha sido mano derecha en los últimos años. De lo cual se desprende que la administración Xi-Li afianzará la política actual de China: prioridad a la economía y al bienestar de los chinos, creciente liberalización (hasta donde lo permitan las exigencias del poder del partido comunista chino) y deseo de evitar los conflictos internacionales para centrarse en el desarrollo de una potente demanda de consumo interior que vaya sustituyendo poco a poco al modelo de economía centrada en las exportaciones, que ha predominado en los últimos lustros. Por su parte, Bo Xilai habría representado un retorno a ciertos valores de la Revolución Cultural (1966-1973) y una revitalización del maoísmo. Pero, entre el invierno de 2011 y la primavera de 2012, la pugna se resolvió a la manera china, o sea, cortando por lo sano: la esposa de Bo fue acusada y condenada por asesinato y el propio Bo fue depuesto de todos sus cargos bajo sospecha de nepotismo, cohecho y abuso de poder, acusaciones por las que fue expulsado del partido en septiembre y recientemente desprovisto de inmunidad para afrontar un juicio que podría acarrearle la pena de muerte. Los chinos nunca hacen las cosas a medias.

China parece, así pues, dispuesta a ponerle las cosas difíciles a Romney, en caso de que éste llegue a ganar. Desde luego, su opción sería Obama, pero incluso el más conservador de los candidatos tendrá motivos para pensarse dos veces adoptar una política agresiva. Por primera vez, el gran mercado chino parece preparado para ir abriéndose (eso sí, poco a poco, sin exigencias del exterior) no sólo a la inversión extranjera sino también a las importaciones. China está lista, aparentemente, para una gradual integración de su economía nacional en la economía global, a fin de aprovechar lo más plenamente posible las ventajas del comercio internacional. Pero podemos estar bien seguros de que será ella, y no EEUU, quien decida los ritmos y los plazos. Y Romney no podrá por menos de entrar en el juego de contemporizar a cambio de que los chinos le dejen salvar la cara y vender a la opinión norteamericana que los progresos en la liberalización del gigante asiático se deben a la firmeza de su presión.



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