miércoles, 20 de noviembre de 2013

Sobre brotes verdes, luces al final del túnel, y otras sandeces


José Luis Rodríguez Zapatero actuó como un botarate cuando dio en hablar a destiempo de «brotes verdes». Mariano Rajoy no le queda a la zaga en estulticia al echar las campanas al vuelo celebrando la «luz al final del túnel (de la crisis)», que ven él y los suyos. Su argumento es la mejora del sector exterior y el aplauso unánime de los organismos internacionales y los mercados, traducido en la moderación de la prima de riesgo. Últimamente, Rajoy parece estar muy contento porque el desempleo ha bajado en octubre, medido en tasa interanual, por primera vez desde el comienzo de la crisis.

Rajoy se olvida de que una golondrina no hace verano. Él cree que sí; allá él con sus peregrinas convicciones. Pero lo importante no es discutirle la bondad de sus datos. Son buenos. Donde no demuestra ni pizca de inteligencia, es en atribuir el mérito de esa mejora a la acción de su gobierno, las famosas «reformas estructurales». Pues no. Hay dos factores más importantes que esa acción, uno de orden interno y otro de orden externo. El primero es la bajada general de los salarios y del precio de la propiedad inmobiliaria, que por algo que los economistas llaman «efecto Pigou» está atrayendo dinero a España. En cuanto a la bajada de salarios, no es cosa de este año, ni de la última reforma laboral; que se mire los datos, y verá que data de la reforma de su antecesor, e incluso antes. Ambos efectos son una consecuencia natural de la crisis, independiente de cualquier actuación política. El factor de orden externo es la salida de la economía global de la segunda recesión, de la que se benefician más las economías que más han sufrido la devaluación interna, vía salarios y precio de los activos inmobiliarios.

Ahora bien, si Rajoy tuviera una pizca de sensatez, se daría cuenta de que la recuperación global es tremendamente frágil, incluso más frágil que la 2009. Como la economía internacional vuelva a las andadas, entonces sí vamos a ver lo que valen las famosas reformas estructurales.



viernes, 11 de octubre de 2013

España coquetea de nuevo con el rescate


El mundo de la representación y el de la realidad se mueven con ritmos y a velocidades diferentes. Ahora que el gobierno saca pecho con sus logros económicos es cuando hay que echarse a temblar. Me explico.

Entre diciembre de 2011 y agosto de 2012, los primeros ocho meses de gobierno del PP, el Eurosistema, o sea, el conjunto de los bancos centrales de la zona euro, nos tuvo que prestar 260.000 millones de euros, para compensar la salida de dinero que se estaba produciendo de los bancos españoles en dirección a otros bancos de la eurozona, principalmente alemanes. Un rescate de tamaño regular, del que nadie ha hablado. La situación se tornó tan preocupante que Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo y principal responsable de la gestión del Eurosistema, salió a la palestra a garantizar la capacidad de pago de España. Gracias a la intervención de Draghi, los mercados concedieron un respiro España. Y España pudo mejorar algunos indicadores, de lo que ahora presume el gobierno. Entre septiembre de 2012 y mayo de 2013, devolvió 150.000 millones de los que había recibido previamente en préstamo. Seguramente, éste es uno de los logros más importantes.

Pero desde mayo hasta agosto de este año las cifras han mejorado poco. De hecho, en junio y julio permanecieron estancadas. En agosto, por primera vez desde hace un año, han vuelto a empeorar. No es buen síntoma. Ahora pueden pasar dos cosas. Puede que sea un momento de vacilación sin consecuencias a largo plazo y que en breve se reinicie la devolución de lo recibido en préstamo en los primeros meses de 2012. O puede ocurrir que estemos ante un cambio de tendencia. En este último caso, la garantía de Draghi ya no estaría siendo suficiente. Incluso es posible que los mercados ni siquiera reaccionen de forma adversa, por lo menos en un primer momento, toda vez que los préstamos monetarios intrasistema de la eurozona pasan desapercibidos excepto para los expertos. Pero los restantes bancos centrales, encabezados por el Bundesbank alemán, no se van a quedar quietos, fascinados por el "buen hacer" de Rajoy, si de nuevo ven crecer la deuda monetaria de España con ellos mismos. Máxime si se trata de una deuda, como en este caso, que no tiene plazos de devolución preestablecidos, como ocurre con los descubiertos en cuenta corriente; pero que, a diferencia de los descubiertos en cuenta corriente, por ella no estamos pagando intereses. Su devolución depende enteramente de la credibilidad que merezca la mejora del sector exterior de la economía española. Si esa credibilidad, que es realmente el único dato realmente positivo entre los indicadores de nuestra economía, llegara a ponerse en cuestión, la eurozona impondría el rescate formal, en lo fundamental para estipular compromisos concretos de devolución de la deuda monetaria, que supera los 250.000 millones de euros, y subordinar estrictamente nuestra política económica a los dictados de la troika como garantía de cumplimiento.

martes, 8 de octubre de 2013

Cataluña independiente: el problema financiero

Resuelta la cuestión constitucional sobre el derecho a decidir, a favor del mismo, por el brillante artículo de Javier Pérez Royo aparecido esta semana en El País, queda por dilucidar cuáles serían los efectos económico-financieros de una consulta que resultara en apoyo mayoritario a la independencia. En ese orden de reflexiones hay que distinguir entre los efectos en Cataluña y los efectos en España.

En cuanto a lo que ocurra en Cataluña, una vez proclamada la independencia, no debemos preocuparnos demasiado. Será su problema, no el nuestro. No están de más, sin embargo, unas palabras. Los independentistas se las prometen muy felices porque podrán ahorrarse unos 16.000 millones de euros al año que, según ellos, pierden sin contrapartida en concepto de "déficit fiscal" impuesto por España. Parece que llaman así al hecho de que Cataluña en su conjunto paga más en concepto de impuestos de los que recibe en inversiones y otros gastos realizados por el gobierno central. No discutiré el concepto, porque me parece evidente que una de las funciones del Estado es redistribuir; incluso la futura Hacienda catalana distribuirá, y así no podrá evitar un "déficit fiscal" de Barcelona, favorable, digo yo, a las comarcas del sur de Lérida, por ejemplo. El problema no es que haya déficit fiscal; el problema es que no se quiere que beneficie a Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha. Más claro, agua. Pero, con todo, Cataluña tendrá un ahorro. ¿Qué harán el eminente Andreu Mas-Collell y el no tan eminente pero más influyente Xavier Sala-i-Marti con ese dinero? Seguramente, lo que pide ortodoxia económica, a saber, reducir impuestos, amortizar deuda y, si queda algo, invertir para reanimar la economía que tan maltrecha han dejado los austeros manejos del primero de esos personajes. Un momento; buena parte de su deuda la tienen con España, que en los últimos años se ha hecho cargo del déficit financiero de Cataluña, incapaz de acudir por sí sola a los mercados. ¿Devolverá la Cataluña independiente la deuda que tiene contraída con España? No, desde luego, si los españoles nos ponemos tontos; sí, a lo mejor, en un rasgo de magnanimidad, si accedemos a cuestiones que a los catalanes les parecen obvias, como que el Barça continúe jugando en la Liga española, a pesar de todo. Con razón deben de pensar estos tipos que nos tienen cogidos por los mismísimos.

El previsible resultado de la secesión no podría, por tanto, presentarse mejor para los independentistas, toda vez que la separación de bienes, como quien dice, estará para Cataluña limpia de polvo y paja. Concretamente, no esperan tener que cargar con un euro de la deuda contraída por España en los mercados. ¿Por qué habrían de hacerse cargo de nada de eso? Ellos a lo sumo reconocerán la deuda que tienen con España; pero de la deuda de España con otros, nada. Si habido mala gestión financiera en el gobierno central, y de resultas de esa gestión España se ha endeudado, es problema de España, no de Cataluña. Además, no podrían hacerse cargo de un solo euro de esa deuda aunque quisieran. Veamos. España está a punto de deber algo así como un billón de euros; Cataluña representa algo así como el 20% del PIB español; supongamos, por tanto, que 200.000 millones de euros de deuda soberana de España se convierten en deuda soberana de Cataluña. Uno de cada cinco euros, en números redondos. ¿Qué euros, es decir, que acreedores de España pasarán a ser acreedores de Cataluña? Es un problema sin precedentes, y para el que los mercados no tienen solución. Para los independentistas seria estupendo soñar con que los acreedores se rifarían el pasar a acreedores de Cataluña, y es muy probable que sucediera así, toda vez que España entraría en default ("bancarrota", para los legos) de forma inmediata. De casi un 100% de deuda sobre el PIB, España pasaría a un 125%, lo que, dadas las brillantes perspectivas de crecimiento del gobierno Rajoy, supondría el default inmediato. La bancarrota de 800.000 millones de euros supondría, en 2013, un cataclismo global dedimensiones al menos equivalentes a la bancarrota, por una cifra considerablemente menor, de Lehman Brothers en 2008. No sé si el Banco Central Europeo, si la Unión Europea, si el Fondo Monetario Internacional, si la troika en pleno, si... No quiero hablar de más, pero alguien impedirá la secesión de Cataluña.

Por eso digo que, aunque mis simpatías están con Cataluña, la independencia no toca. Ahora bien, hágase la consulta y salga el sol por Antequera.  

martes, 24 de septiembre de 2013

Las consecuencias económicas de la Sra. Merkel

La CDU-CSU de Angela Merkel ha ganado a lo grande las elecciones alemanas, como se esperaba. Los conservadores europeos lo celebran a lo largo y ancho del Continente. Representa la política de derechas que reducirá los gobiernos de la países miembros de la UE a dimensiones sostenibles. Cueste lo que cueste, desde luego. El único problema es que no sabe nada de Economía, pese a lo cual toma distancias de su correligionario Schaubel, que sabe algo del asunto.

Alemania disfruta de un superávit considerable en el comercio bilateral con otros países miembros de la UE. Por comercio, aquí entiendo un superávit tanto en los intercambios visibles como en los invisibles, como el turismo. En términos financieros, un superávit considerable en las cuentas alemanas da origen a un continuo flujo de dinero desde los países deficitarios al país con superávit. En Alemania, la afluencia de dinero crea tensiones inflacionistas. La inflación aterroriza a los alemanes desde 1922-23. Merkel es hábil en contener los precios, y eso explica en parte el apoyo que ha recibido. En tales condiciones, la única manera de ajustar el desequilibrio comercial es deflación en los países con déficit. En teoría, la deflación es un modo eficiente de ajuste. Los precios deben caer, precisamente para hacer la producción interior más competitiva frente a otros países. La herramienta para reducir precios es reducir antes los salarios; de otro modo, las empresas no pueden abaratar su producción sin sufrir pérdidas. La reducción de los salarios reduce al mismo tiempo la renta disponible. Consecuentemente, la recaudación tributaria y la demanda de consumo caen muy deprisa. El gasto público y los precios de muchos de los bienes que consumen los asalariados se reducen también. Los precios de los inputs intermedios y del equipo que usan las empresas siguen a continuación. Al final del proceso, el gobierno es más pequeño y la producción interior es más competitiva. Estupendo.

En realidad, la deflación es una manera grosera de ajustar los desequilibrios comerciales. Si las empresas que producen bienes de consumo adquieren inputs intermedios y equipo de fabricación nacional, todo puede ir bien. En una economía altamente internacionalizada, sin embargo, como es la mayoría de las economías nacionales de la UE, mucho de los inputs intermedios y del equipo viene del exterior. Los productores extranjeros no tienen motivo para reducir sus precios; generalmente, producen para mercados globales y pueden encontrar nuevos clientes si los antiguos no pueden pagarlos ya. En consecuencia, las empresas productoras de bienes de consumo deben recurrir a proveedores nacionales, lo que con frecuencia no resulta factible; por ejemplo, cuando los proveedores habituales eran de alta tecnología. En cualquier caso, los proveedores nacionales serán inexistentes o menos competitivos, lo que transformará a muchas de las empresas productoras de bienes de consumo en escasamente competitivas, a su vez. Gran número de empresas productoras de bienes de consumo cerrará, en vez de bajar precios. Y las empresas que sobrevivan tenderán a reducir el segmento de mercado para el que producen antes que reducir precios. Un efecto perverso pero muy probable es que los asalariados empobrecidos cambien su demanda de bienes de alta y mediana calidad de producción nacional por demanda de bienes de importación de baja calidad. Llamemos a este efecto 'sustitución de producción nacional por importaciones'.

El cuadro definitivo de una economía nacional sometida a deflación será el de una economía compuesta por tres sectores, a saber, 1) los 'exportadores', empresas que compran y venden en mercados exteriores, que no necesitan reducir sus precios y que están en cierta forma desvinculadas de la economía nacional y sus problemas, excepto por los salarios a la baja, que mejoran la competitividad de este sector; 2) un sector productor y distribuidor de bienes de consumo dirigidos a segmentos de demanda de renta alta, que tampoco necesita reducir sus precios (aunque quizá sí su escala de producción), y que está parcialmente desvinculado del resto de la economía nacional y sus problemas, excepto por los salarios a la baja, que incrementan los beneficios de sus propietarios; y 3) un mercado de bienes para asalariados (y parados), en el que una feroz competencia por reducir precios sin pérdidas conduce a una creciente cuota de mercado para las importaciones de baja calidad. La recuperación del equilibrio comercial, y consecuentemente el fin del ajuste, requiere que el creciente superávit comercial del sector 1), unido quizá al decreciente déficit comercial del sector 2), resultado del empobrecimiento de la población, superen al creciente déficit comercial del sector 3). Nada asegura que el equilibrio comercial sea restaurado de esa forma.

La mayoría de quienes apoyan el llamado modelo 'de promoción de exportaciones' ignora la sustitución de producción nacional por importaciones en el mercado de bienes de consumo, que sigue a la reducción de salarios. En el mejor de los casos, ese efecto sustitución hará que el ajuste se prolongue durante largo tiempo; en el peor, convertirá el ajuste en contraproducente. Esa ignorancia contribuye al sufrimiento inútil de millones de personas a todo lo largo y ancho de Europa. 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Economía política de la Cataluña independiente

La escenografía separatista de Cataluña sigue adelante. Hace poco menos de un año traté el tema desde el punto de vista político, y realmente nada tengo que añadir a lo dicho entonces, que sigue siendo perfectamente válido. Lo que me interesa destacar ahora es que lo que empezó como una comedia amable ha adoptado recientemente tonos de novela picaresca. Es lo que llamo "economía política de la Cataluña independiente".

Lo que era de esperar ha ocurrido. La proverbial inacción de Rajoy ("hay asuntos resueltos por el paso del tiempo y asuntos que el paso del tiempo está por resolver") ha terminado por producir sus frutos; la Comisión Europea, ya de la nervios, se ha visto obligada a precisar que una Cataluña independiente estaría de facto fuera de la propia UE. Eso al Gobierno parece haberle dejado muy satisfecho, por aquello tan español de que mejor que otros resuelvan nuestros problemas, pero lo cierto es que no ha hecho más que complicar las cosas. Ahora nos vamos a dar cuenta de que, detrás de Mas y los soberanistas, ha habido la gran masa de los indignados catalanes, y que éstos no pueden por menos de haberse alegrado de la perspectiva de salir de la UE, a la que culpan de los recortes y reformas estructurales que han provocado el paro y el estado de malestar que vive no sólo Cataluña sino España entera. Es más, eso de que Cataluña saldrá de la UE no ha dejado tampoco indiferente a la indignados de toda España, que empiezan a ver con cierta envidia el proceso soberanista.

La reacción de Mas a las declaraciones de la Comisión Europea tampoco se han hecho esperar. Ni corto ni perezoso, ha prometido que, aunque Cataluña sea expulsada de la UE, se mantendrá en el euro. Hay que reconocer que el tal Mas, en enredar, es un verdadero experto. A sus indignados, la cosa no tendría que haberles hecho puñetera gracia, pero se da por descontado que lo ha dicho para tranquilizar al capital que, como los promotores de Barcelona World, también empezaba a ponerse nervioso. Pero el asunto tiene más enjundia de la que parece pues los capitalistas no son tontos, y se preguntarán cómo podría Cataluña estar fuera de la UE y dentro del euro; cabe esperar que el Govern tenga una respuesta. Y la respuesta es ésta: Cataluña podrá mantenerse en el euro incluso estando fuera de la UE si se convierte en un "paraíso fiscal". Y esta perspectiva es suficiente para que la Comisión Europea se repiense todo el asunto.

¿Y por qué no? Naturalmente, la UE prohíbe los paraísos fiscales, e incluso ha liquidado el de Chipre y estaba dando pasos para poner coto al de Luxemburgo. Pero una Cataluña independiente (y libre de cargas financieras, o casi, porque el pícaro Mas no piensa hacerse cargo de un solo euro de la deuda soberana de España: esto es crucial), y que hubiera sido expulsada de la UE, estaría fuera de su disciplina, y por tanto en plena libertad para convertirse en paraíso fiscal o lo que le diera la gana. Esto le abrirá la carnes a más de uno en Europa.

¿Y qué se tiene que hacer ahora? Para empezar, dar por terminado el "buen rollito" mantenido hasta ahora por Madrid (y cuando digo "Madrid" quiero decir todo el sistema político español). Estupideces extemporáneas, como lo de "catalanizar España", tan sólo responden a intereses mercenarios. Tampoco se puede continuar apelando a la "lealtad constitucional", como se empeña en hacer el PP, cuando el nivel de las apuestas convierte a la Constitución en papel mojado; algunos descerebrados sueñan todavía con meter los tanques en Barcelona, sin pensar que tendrían que sacarlos a los tres meses y con el rabo entre las piernas. ¡Qué más podría querer Mas que salir triunfante de la Cárcel Modelo! Y la España federal, tan cara al PSOE, no es más un ensueño de evasión en estos momentos. De manera que hay que prepararse para que el Govern declare unilateralmente la independencia de Cataluña sin que Madrid pueda hacer nada por evitarlo. Esto es lo que en otra parte he denominado "choque de trenes".

Lo primero será ajustar cuentas con Cataluña, a sabiendas de que que la falta de acuerdo llevará a que ambas partes pierdan. El pícaro Mas da por hecho que Madrid no querrá perder nada y que, no queriendo perder nada, acabará por perderlo todo. Es de una lógica implacable. Y sólo tiene una respuesta: estar dispuesto a perder, y a ver quién pierde más.        

martes, 3 de septiembre de 2013

La prima de riesgo española y las elecciones alemanas


Ayer propuse leer la reducción de la prima de riesgo en el último año a través del prisma de la "ley de Goodhart", según la cual, tras el compromiso de Draghi de hacer "lo que haga falta" para evitar el rescate formal de España, la prima de riesgo ha dejado de ser un indicador válido del riesgo de default soberano para serlo de la credibilidad de la política del Banco Central Europeo. Un artículo firmado el pasado 11 de agosto por Pierre Paris y Charles Wyplosz (AQUÍ) proponía, a partir de la ley de Goodhart, un interpretación un tanto distinta del mismo hecho. Los autores venían a decir a que la prima de riesgo había pasado a reflejar una combinación de las expectativas del mercado acerca de la probabilidad de default soberano y de la credibilidad del BCE.

Creo que ambas interpretaciones pueden reconciliarse. Si se admite que las expectativas del mercado sobre la probabilidad de default soberano en tiempo de relativa normalidad varían lentamente, y sólo cuando media acontecimiento más o menos catastrófico me mueven a saltos, entonces en tiempo de relativa normalidad los movimientos más o menos espasmódicos de la prima de riesgo reflejarán los cambios en la credibilidad del BCE más que la modificación de expectativas sobre la probabilidad de default soberano; que es lo que yo venia a decir.  Podemos esperar que esto sea así por la diferente "velocidad" de los cambios en la economía y en la política.

Tenemos un "experimento" muy fácil ahora. Dentro de pocas fechas, habrá elecciones en Alemania. Sabemos que Merkel es opuesta a la política formulada por Draghi el año pasado. Si no ha podido enfrentarse a ella con más fuerza es debido al apoyo que dicha política ha recibido del ministro alemán de Finanzas, Schäuble. Las encuestas dan cantada la victoria de la CDU-CSU, la coalición democristiana. Ahora bien, si las elecciones dan un resultado ajustado, la posición de Schäuble se fortalecería e incluso podría poner en peligro el liderazgo de la canciller. En tal caso, y con arreglo a lo que representa la prima de riesgo, ésta no sufriría cambios importantes. Por el contrario, si la democracia cristiana gana holgadamente, fortaleciendo claramente la posición de Merkel, me atrevo a predecir que la prima de riesgo española se irá para arriba. Y no porque la probabilidad de default sea percibida como mayor por los mercados sobre la base de datos económicos, sino sencillamente porque la credibilidad de Draghi y con él del BCE empezarán a estar en entredicho.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La mejora de la prima de riesgo es una tomadura de pelo

Leo un tuit de @_Rubalcaba_ diciendo: "Rajoy no va a conseguir esconder al Sr. Bárcenas detrás de la mejora de la prima de riesgo". Pues me temo que sí lo conseguirá. ¿Y sabe por qué? Porque si ha logrado engañarle en lo de la prima de riesgo también se la meterá doblada en lo otro.
La tan cacareada "mejora" de la prima de riesgo, desde luego, no significa lo que usted cree que significa; y está claro que está usted dispuesto a hacerle a Rajoy la concesión de suponer que es algo "bueno". Pues no, señor. Ignoro la calidad de los economistas que le asesoran a usted ahora, pero resulta evidente que han dejado de advertirle de algo muy importante. Desde agosto de 2012, la prima de riesgo no representa una medida del riesgo asignado por los inversores a una posible bancarrota ("default") del Reino de España, como lo había representado hasta entonces. En aquellas fechas, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, declaró en rueda de prensa que el BCE haría todo lo necesario ("whatever it takes") para impedir el default de España e Italia. A partir de ese momento, la prima de riesgo española inició una senda descendente que la ha conducido, desde un nivel superior a 600 puntos básicos,  a su actual nivel, alrededor de 250. El gobierno ha sido muy hábil en "vender" esa reducción como un logro de su política económica, y usted parece contarse entre las almas cándidas dispuestas a "comprarlo". Pues, le repito, no señor.
Que la reducción de la prima de riesgo no presupone éxito alguno de las reformas del gobierno lo explica con claridad lo que los economistas llaman la "ley de Goodhart", en honor de quien la formuló en 1975. La ley de Goodhart viene a decir que una variable que se convierte en objetivo de política económica deja de servir como indicador de la marcha de la economía. Hasta agosto de 2012, la prima de riesgo era un indicador válido de la probabilidad de default de una economía como la española; a mayor prima, mayor probabilidad de suspender pasos. Pero en agosto de 2012 Mario Draghi la convirtió en objetivo de la política monetaria del BCE. Lo hizo por estimar - con razón - que una prima excesivamente alta encarece el coste de refinanciar la deuda pública, hasta el punto de amenazar la capacidad de pago de un soberano. De hecho, la defaults de Grecia,  Irlanda y Portugal han ido precedidos de alzas desmesuradas en la prima de riesgo; y la prima española amenazaba lo mismo en julio de 2012. Pero, a partir del momento en que el BCE se compromete a respaldar a la deuda española con compras en el mercado secundario (OMT, "outright market transactions") sin límite, si fuera preciso, la prima de riesgo dejó de reflejar la probabilidad de default de España para reflejar la probabilidad de que el BCE deje de hacer honor a la palabra de Draghi. En otras palabras, la prima ha dejado de medir "riesgo" para medir la credibilidad que les merece a los mercados esta política del BCE.
Me pregunto dónde está la "mejora" en todo esto.  Porque ni siquiera puede hablarse de una "mejora" atribuible al BCE más que al gobierno español. Lo único que ha hecho el BCE es inutilizar un indicador muy valioso de los problemas de la economía española; esconder, como si dijéramos, la porquería debajo de la alfombra. Allí, fuera de la mirada atenta de la mercados, el problema ha continuado creciendo y creciendo. Y es que los propios mercados han podido llegar a creer que el problema más grave está resuelto. Los mercados tampoco son perfectos, y sufren accesos de pánico y excesos de confianza, como éste de ahora. Pero el problema de la falta de crecimiento sigue sin resolver. Y, en las condiciones de la actual política del BCE, su efecto sobre la deuda continuará aumentando. Y lo hará hasta que un día nos explote a todos entre las manos.
 

viernes, 16 de agosto de 2013

Europa sale de la recesión


Diversos signos parecen apuntar que las economías europeas, o al menos las consideradas "centrales", estarían saliendo de la recesión antes de lo previsto. El aumento del turismo este verano, comparativamente al de años anteriores, estaría entre esos signos. Los organismos internacionales y principales medios de comunicación ya han empezado a echar las campanas al vuelo. Se dice que, aunque Europa no puede tirar del tren de la economía mundial, sí puede ser un "motor" de cierta importancia, por lo menos como para sustituir el tirón de la economía china, que, en cambio, está creciendo menos de lo previsto. Lo que tiene preocupados a los expertos es que ese mayor crecimiento de Europa se traduzca en impulso (indudablemente con la ayuda de otros) para la recuperación simultánea de la economía mundial, para lo cual sería necesario que Europa pasara a importar más. Pero, y aquí viene mi comentario, esto es difícil que ocurra, toda vez que Europa ejecuta políticas ("de austeridad") tendentes a mantener deprimido su consumo interno, tanto público como privado, con objeto de ahorrar más de lo acostumbrado y poder "desapalancarse", o sea, devolver la deuda que, según los de por aquí, aplasta a nuestras economías. Con lo cual, no; es probable que este inesperado crecimiento, que la economía global espera como maná, no sirva de estímulo al resto del mundo, por cuya razón terminará agotándose en sí mismo. Y vuelta a empezar.


sábado, 6 de julio de 2013

Por qué suben las Bolsas con las palabras de Draghi... y quién lo paga


El pasado jueves se asistió a un espectáculo un tanto insólito, aunque no inédito. Lo habíamos visto ya en agosto del año pasado. En una situación económica cuyo horizonte está poblado de nubarrones, en este caso por el temor de los mercados a que la Reserva Federal retire sus estímulos monetarios (la llamada QE, siglas de Quantitative Easing o inyección de liquidez mediante compras directas de activos de renta fija en el mercado secundario), Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, se descolgaba con una no tan velada promesa de que el BCE podría pasar a sustituir a la Fed. En otras palabras, vino a decir que si la Fed suspende su política, el BCE la pondrá en práctica; es decir, la política continuará ahí. La reacción de los mercados fue de verdadera euforia. El Ibex-35, índice del mercado continuo de la Bolsa española, subió nada menos que un 3%, la segunda subida más fuerte del año.

Con la QE pasa algo curioso. En la reunión semestral del Banco Internacional de Pagos (BIS, en las siglas inglesas), de Basilea, de diciembre del año pasado, es decir, hace poco más de seis meses, los banqueros centrales de todo el mundo estuvieron de acuerdo en que la QE no supone un estímulo suficiente para relanzar la actividad económica «real». Lo que hace es inflar una espectacular burbuja bursátil; de ahí la diferencia entre la evolución de la Bolsa norteamericana y las europeas. Pero, poco después, se ha empezado a constatar que la economía estadounidense va apreciablemente bien; se cree que EEUU está saliendo de la crisis. Nadie echa las campanas al vuelo, porque una cosa así ya se creyó en el verano de 2009, y luego nada. Pero, como hay cierta probabilidad de que EEUU se ponga a «tirar» de las demás economías, Bernanke, presidente de la Fed, ha dicho que si la cosa continúa, él retirará los estímulos. De ahí la incertidumbre actual. Hasta ahora, la Bolsa norteamericana ha dado mucho dinero a ganar. Ahora empieza a crearse empleo y, si continúa, la retirada de los estímulos hará que ganen los agentes que operan en la economía real y no tanto los que operan en la economía financiera. Y los mercados financieros se resienten de la perspectiva. Pero ahí está el bueno de Draghi para tranquilizarlos.

¿Por qué dicen Bernanke y Draghi lo que cada uno de ellos dice? Bernanke sabe que lo único que la QE hace es llenar los bolsillos de los operadores con mayor apetito por el riesgo, o sea, los especuladores. Al hacerlo, ellos gastan; no en proyectos de inversión, que carecen de viabilidad cuando la economía real está parada, sino en compras de consumo. Lo cual hace subir el IPC. La inflación estadounidense en mayo de 2013 está en el 1,36%. Lo cual no es una gran cifra, pero Bernanke sospecha que, de no haber QE, sería negativa, es decir, deflación, que es lo peor en su concepto (y también en el mío: en esto estamos de acuerdo); el dato de que la remuneración por hora trabajada haya caído un 3,4% en el primer trimestre del año, lo que supone una pérdida real de poder adquisitivo de los salarios del 5,2%, refuerza la idea de deflación. Por eso, Bernanke dice que va a retirar los estímulos si la reactivación se confirma, no que los retira inmediatamente. Y la lógica está clara: si continúa una política que llena los bolsillos de los especuladores a costa de hacer perder poder adquisitivo a los agentes que operan en la economía real, esa redistribución de la renta actúa como un estímulo negativo a la creación de riqueza y puede frustrar la propia reactivación.

¿Y por qué dice Draghi lo que dice? Esto ya es menos claro. Aparentemente, la zona euro se está quedando sin opciones. La austeridad queda bonita sobre el papel de los libros de cuentas, pero ha conseguido parar la economía europea casi por completo. Incluso Alemania empieza a verse afectada. Sin embargo, los políticos europeos se resisten a dejar la austeridad. No porque les parece buena; tontos no son. A ellos el desempleo les hace daño electoral, o eso creen. No, no cambian la austeridad por otra política porque no tienen otra política. Otra política, quiero decir, que resulte creíble después de años de machacar a los europeos con las bondades de la austeridad. El about face, que dirían los ingleses, es bastante, bastante complicado.

Entonces, ¿qué? Draghi supone no hay nada que hacer hasta las elecciones alemanas de septiembre. Y supone bien, según todos los indicios. Pero si los políticos siguen mareando la perdiz, como acostumbran, él opina que tiene una responsabilidad y trata de ejercerla como mejor puede. Sabe que lo que dijo en agosto de 2012 sobre una oscura política llamada OMT, que nunca ha tenido que utilizar, salvó a España del rescate, y con ella a toda la zona euro. Ahora vuelve a probar suerte. Vaya, que ha aprendido a gestionar hábilmente las «serpientes de verano». Si las Bolsas continúan subiendo y las primas de riesgo bajando, puede que con las palabras baste y no necesite hacer nada más. Además, sólo si Bernanke retira los estímulos él tendrá que activarlos. A menos que los mercados se pongan exigentes, lo cual dependerá de las expectativas generales de la economía global.

Pero, en todo caso, parece claro que Draghi está reconociendo que Europa va dos o tres años por detrás de EEUU. En el mejor de los casos, la «locomotora» norteamericana tirará de los «vagones» europeos y las medidas excepcionales del BCE podrían suspenderse a poco de activarse. En el peor, todo seguirá igual y lo mismo la Fed que el BCE tendrán que, respectivamente, continuar con y enfangarse en las susodichas medidas de estímulo monetario, llenando los bolsillos de los especuladores a costa del poder adquisitivo de trabajadores, empresarios y pequeños ahorradores.



jueves, 20 de junio de 2013

Qué está pasando en las Bolsas


Esta semana, las Bolsas de todo el mundo están pasando un mal rato. El Ibex35, por ejemplo, ha vuelto a caer por debajo de los 8.000 puntos. Ayer, el Dow Jones se dejó 200 puntos y el S&P cayó 1,39%. El oro ha perdido nada menos que el 2,88% en 24 horas, lo que es, sin embargo, un indicador de que, a despecho de los vaivenes coyunturales, los mercados consideran la evolución profunda como positiva. Veamos.

El origen de todo este pequeño descalabro es la sospecha de que la Reserva Federal de EEUU podría retirar antes de fin de año los estímulos monetarios que se conoce como QE, o Quantitative Easing. Ben Bernanke, presidente de la Fed, anunció hace tiempo que esos estímulos se retirarían en cuanto la tasa de paro de la economía norteamericana regresara al 6,5%. Los datos de mayo parecen indicar que 2013 podría terminar, en efecto, con un registro de entre el 6,5% y el 6,8%. Por tanto, si las cosas continúan así, la QE podría retirarse a fines de este año o en los primeros meses del próximo. Y, como hay consenso general en que la QE le ha sentado bien a las Bolsas, es por lo que los inversores están liquidando posiciones largas antes de que los pille el toro (o, en este caso, habría que decir el «oso»). Sin embargo, la caída del oro podría significar que los operadores están convencidos en su fuero interno de que la retirada de los estímulos es necesaria, para no seguir inflando lo que realmente es una burbuja, y que si no desinfla suavemente ahora, terminará por estallar de forma traumática más adelante. Por tanto, el oro parece apostar por una rectificación «técnica» lo antes posible.

Con todo, las anteriores reflexiones no agotan el análisis de la situación, que ofrece unas cuantas vueltas más. Por una parte, los mercados van a permanecer expectantes ante lo que puedan ofrecer ulteriores datos del desempleo en EEUU, de modo que la situación puede degenerar en una auténtica «montaña rusa», con altos índices de volatilidad y subidas cuando el paro aumente y bajadas cuando continúe la tendencia que ahora parece imponerse. Por otra están los comentarios de Bernanke esta misma semana, indicando que ve problemas de posible deflación en la marcha de los precios en EEUU. Y si Bernanke ve problemas de deflación, ésa será sin duda la principal guía de su actuación. ¿En qué sentido podría influir? Indudablemente, en mantener los estímulos aunque la tasa de paro caiga por debajo del 6,5%.

Después de todo, en los últimos seis meses parecía haberse afianzado el consenso de que los estímulos monetarios no influyen perceptiblemente en la actividad real de la economía, y sí solo en la financiera. Por tanto, empezaba a parecer que el tope fijado con anterioridad estaba, por así decirlo, desfasado, toda vez que parece incongruente hacer depender una variable macroeconómica de otra que no interactúa de forma clara con la primera.



viernes, 14 de junio de 2013

El pacto Rajoy-Rubalcaba


Es sorprendente lo poco que ha llamado la atención que el pacto al que finalmente se ha llegado entre el gobierno y el principal partido de la oposición se haya negociado por teléfono. Y, sin embargo, parece un detalle crucial. Diríase que ambos líderes, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, alcanzaron el acuerdo de forma tan vergonzante que no se atrevieron a ponerse ante los periodistas en rueda de prensa posterior, algo que habría sido obligado de haberse reunido al efecto, con mayor o menor pompa y boato, en La Moncloa o donde fuere.

¿Cuál es, por tanto, el contenido del pacto más allá de la proposición no de ley que van a tramitar en el Congreso, y que cabe concebir como simple carnaza para el consumo de los medios? Aquí sólo se puede formular hipótesis, conjeturas más o menos fundamentadas. Yo avanzo la mía. He apuntado en otro lugar que Rajoy va a este Consejo Europeo a recibir un tirón de orejas de Merkel, y no quiere recibirlo solo; quiere compartirlo con Rubalcaba. ¿Por qué el tirón de orejas? Muy sencillo. Rajoy lleva unos meses hablando más de la cuenta en la escena europea. Se ha «aliado» con todo quisque (sobre todo con Hollande, pero incluso con Cameron y más recientemente con Letta) para decirle a Merkel que hace falta menos austeridad y más crecimiento; que se necesita «más Europa» (y, lógicamente, menos Alemania), lo que traducido en términos prácticos quiere decir Unión Bancaria; y que, en definitiva, España quiere pesar más de lo que pesa. Todo esto, que ha parecido muy razonable, «de sentido común», como al bueno de don Mariano le gusta decir, de repente se ha convertido en charla de lo más inconveniente desde el momento en que ha saltado a los medios que el tribunal constitucional alemán podría invalidar la política del BCE de compra de deuda soberana, técnicamente llamada OMT. Puede que lo haga, aunque lo previsible es que no; pero podría, y esa simple posibilidad revela que la famosa recuperación de la economía española, tan cacareada en los últimos tiempos, tiene los pies de barro, pues se asienta en las declaraciones de Draghi de agosto de 2012, donde enunciaba esa política, y podría venirse abajo con sólo que el tribunal constitucional declarara dicha política incompatible con la Ley Fundamental alemana. Véase, a modo de botón de muestra, la evolución de la prima de riesgo esta misma semana.

Desde que trascendió que el tribunal alemán se ponía a la tarea de estudiar el caso, este mismo lunes, Rajoy se dio cuenta de que su suerte se encuentra por entero en manos de Merkel y la influencia que la canciller pueda ejercer sobre aquél, en un sentido u otro. Y eso, en un complicado año de elecciones en Alemania. Ahora, la cuestión es que Rajoy tiene que ir al Consejo a mendigar después de haber despotricado, y eso se le hacía muy cuesta arriba a nuestro buen presidente. Ha querido hacer un gesto de decir: «Yo, en realidad, soy ese alumno aplicado que todos admiran; lo que pasa es que me pierden las malas compañías». Y ahora se presenta con esa mala compañía, sólo para que Merkel le diga: «Rompe con ella». De modo que se trata de un pacto destinado a romperse… si Merkel vuelve a ganar las elecciones. Si no las gana, el pacto servirá a Rajoy de aval ante los correligionarios de Rubalcaba en Alemania, la socialdemocracia, que sería la ganadora en ese caso.

Pero ¿cuál es el contenido del pacto, qué se han prometido mutuamente Rajoy y Rubalcaba, aparte de presentar una voz común en Europa? A mi modo de ver, sólo una cosa: Rubalcaba ha prometido no continuar haciendo sangre con el tema del desempleo y Rajoy ha prometido aparcar el tema de las pensiones, que de continuar adelante demostraría la inoperancia del PSOE. Puede que haya algún fleco también sobre la corrupción. Pero, y esto explica que el pacto sea telefónico, aparte de ser secreto, únicamente obliga a los protagonistas. O sea, Báñez seguirá entonando loas a la calidad técnica del informe de los expertos sobre las pensiones y SorayaPSOE seguirá atizando en las sesiones de control al gobierno, por más que SorayaPP no alcance a entenderlo. Todo parecerá seguir igual, pero habrá pasado a depender de forma explícita del resultado de las elecciones alemanas de septiembre.



miércoles, 12 de junio de 2013

Pensiones


Ya tenemos otra vuelta de tuerca en torno al sistema público de pensiones. La reforma de 2011, del gobierno socialista, que endureció los requisitos de percepción y alargó la edad de jubilación, hoy no parece suficiente. La propia Comisión Europea ha reclamado más actuaciones en ese campo. Y cabe preguntarse, ¿por qué? ¿Es que esto no va a terminar nunca? La respuesta es: No, no va a terminar; al menos por ahora.

Cuando se entra al fondo de la cuestión, se aprecia lo indeleble de los argumentos «técnicos». Se nos dice que hoy se vive más tiempo; si se trabaja lo mismo, parece evidente que lo que se cotiza no puede dar para lo que luego se percibe. Parece, pero no es así. Un sistema público de pensiones no puede ser juzgado con los criterios de un fondo privado, aunque aparentemente sirvan para lo mismo. El fondo privado de pensiones se va nutriendo de contribuciones voluntarias, que se invierte en activos financieros que producen una rentabilidad, y con arreglo a esa rentabilidad se va pagando las pensiones de los que se retiran. Si los beneficiarios se retiran antes, o viven más, está claro que hará falta mayor rentabilidad, o una pensión menor, para compensar la diferencia. O retirarse más tarde. Éstas son las soluciones que se ofrecen, igualmente, para el sistema público. Pero, ya digo, no hay término de comparación.

Un sistema público y un fondo privado sólo tienen en común una cosa: que existen para pagar pensiones a los jubilados. Todo lo demás, la lógica con la que obtienen recursos y los emplean, así como las soluciones a los problemas que presentan, son enteramente distintos. Para empezar un fondo privado se basa en la capitalización de las aportaciones, mientras que un sistema público se basa en la lógica de redistribuir renta de los activos a los jubilados. En el sistema público español, no hay capitalización que valga; lo que hay es que los empleados pagan con parte de su salario las pensiones de los jubilados. Parece que la contribución la hacen al alimón empleador y empleado, pero no. Al empresario, que suele hacer bien sus cálculos, le da lo mismo pagar el salario que paga a los empleados y la pensión a los jubilados; para él lo que va en nómina y lo que se queda la seguridad social es un todo indiferenciado: coste laboral. Si contrata al trabajador es porque le compensa, comparativamente a lo que el trabajador produce. Y si exige rebajar la contribución social y no tanto el salario, es (aparte de su propia obnubilación sobre el supuesto carácter de «capitalización» del sistema) porque los jubilados son un oponente más débil que los sindicatos. Ahora bien, una parte de eso la ingresa a la seguridad social y todavía otra parte de lo que va en nómina se detrae de los ingresos del empleado y se ingresa, igualmente, en la caja de la seguridad social. Conjuntamente ambas cotizaciones, llamadas del empleador y del empleado, pero que son una sola: salario indirecto del trabajador, sirven para pagar las pensiones de los jubilados.

Está claro que cuando los cotizantes son muchos y los perceptores pocos, hay dinero para pagar pensiones de banquero o, si eso se estima inconveniente, para financiar otras cosas. Eso ocurrió en España desde 1947, fecha en que se reorganizó el Instituto Nacional de Previsión. Entonces, la gran mayoría de los cotizantes eran jóvenes; había, comparativamente a las incorporaciones, pocos retiros. El sistema nadaba en liquidez, y con esa liquidez se financió la creación del sector público empresarial español (el INI). Cuando el INI empezó a financiarse solo, en todo caso suplementado por subvenciones a fondo perdido del Estado, el superávit financiero del sistema público de pensiones, integrado en la caja única de la seguridad social, sirvió para financiar la sanidad pública de este país. Eso ocurría a comienzos de la democracia. Luego, la expansión de los beneficios sanitarios y el progresivo envejecimiento de la población determinaron que el sistema no pudiera financiar ambas cosas, pensiones y sanidad, con lo que ésta última empezó a depender de los presupuestos generales del Estado, como antes le había pasado al INI. El traspaso de competencias sanitarias, del Estado a las comunidades autónomas, marca el fin de esa época. Entonces, hacia mediados de la década de los noventa del siglo pasado, empezó a cundir la preocupación de que el sistema llegara a ser incapaz, incluso, de pagar las pensiones. Pero el gran crecimiento de la burbuja inmobiliaria, con el efecto llamada ejercido sobre cinco millones de inmigrantes, volvió a «rejuvenecer» el sistema, por así decirlo, y a fortalecer nuevamente las bases del sistema de reparto. Hasta el punto de que se generó un nuevo superávit, que se materializó en la creación del Fondo de Reserva.

Ahora estamos en una crisis en la que se ha perdido más de tres millones de puestos de trabajo mientras el número de jubilados, por efecto de la mayor esperanza de vida, no ha dejado de crecer. Es natural que vuelvan a surgir dudas sobre la sostenibilidad del sistema. Pero la solución está en volver a crecer, no en degradar el sistema. Los gobiernos que meten mano al sistema, para degradarlo, escurren el bulto de sus propias responsabilidades en cuanto al crecimiento de la economía española. Incurrió en esa dejación de responsabilidades el gobierno de ZP, y parece a punto de incurrir en ella el de Rajoy. Este tema, quizá más que ningún otro, habla de la escasa calidad técnica y política de los gobiernos que nos han tocado en esta crisis.

Pero ¿y la Comisión Europea, y de rechazo, la troika entera? ¿Por qué piden la reforma del sistema público de pensiones español? La respuesta es: por razones que tienen poco que ver con los problemas de fondo de ese sistema. En parte, hay un problema ideológico. Se ha instalado en Europa la idea de que el Estado de bienestar es inviable, y las pensiones públicas son una parte fundamental de ese sistema; con ello, hay mucho negocio potencial para las aseguradoras, promotores privilegiados de los fondos privados. En parte, también, hay una preocupación a corto plazo por la fragilidad de la situación financiera de España. Abundando en lo que señalaba en la entrada anterior de este blog (“Economía política de Rajoy”), la troika está convencida de que hay que mantener una continua dramatización de las reformas estructurales para mantener entretenido al público del gran teatro de los mercados globales. Ahora toca pensiones sencillamente porque el año pasado se metió mano al mercado laboral, la sanidad y la educación (todos ellos, pilares fundamentales del Estado de bienestar). Cuando la nueva reforma de las pensiones esté completada, si Rajoy no nos ha sacado de esta precariedad financiera en que nos metieron ZP y él, se tratará de darle nuevas vueltas de tuerca a lo que ahora parece resuelto. Y, así, sin final a la vista.



lunes, 10 de junio de 2013

Economía Política de Rajoy


Mariano Rajoy y su gobierno están en estado de gracia, no cabe la menor duda. Tras sobrepasar la cota de 600 hace menos de un año, la prima de riesgo del bono español a 10 años se encuentra en alrededor de 300, menos de la mitad. Ciertos indicadores de la economía española han empezado a mejorar, particularmente los relativos al sector exterior. Tras meses de aumento vertiginoso del desempleo, el dato de paro registrado de mayo, casi 100.000 parados menos, con un incremento en valor absoluto incluso superior de la afiliación a la Seguridad Social, han convertido el moderado optimismo de semanas atrás en verdadera euforia. Hace un par de días se oyó a un miembro del gobierno alardear de que la inflación interanual se sitúe en el 1% del IPC, lo que – se nos dice – es un mínimo histórico. Lo único que dice el dato, en realidad, es que estamos al borde de la deflación. Otra miembro del gobierno, que el año pasado rogaba a la Virgen del Rocío que hiciera el milagro, ahora viene a decir que la Virgen se le ha aparecido, efectivamente, y le ha dicho que 2013 será el año del fin de la crisis.

Pero es cierto que algo ha pasado, y continúa pasando. Rajoy ha demostrado ser el alumno más aplicado de la clase. Ha aplicado con esmero las recetas que dictaba la troika, y gracias a ello se ha ganado el favor de los mercados. De hecho, los mercados han empezado a entusiasmarse con Rajoy. Este tipo gris, de torpe oratoria y carente de gracia, está resultando ser el ejecutor perfecto de las políticas antisociales que han dado en considerarse como las más adecuadas para salir de la crisis. ¿Para qué se quiere un tipo más brillante? Lo único que haría es creérselo y terminar por fastidiarlo todo. Pero un Rajoy nunca olvidará sus propias limitaciones y su necesidad de ganarse día a día la estima de los poderosos limitándose a ser un gestor eficiente de sus intereses. Después de todo, lo único que hace falta es alguien consciente de que cualquiera puede llegar a presidente del gobierno (él es buena prueba) pero que mantenerse en el cargo depende sólo y exclusivamente de comprender sin atisbo de dudas quién manda.

Pero – seamos justos – no basta con la actitud, con ser ésta importante; también se necesita resultados. Por descontado, los resultados que se esperan de él. Y para producir esos resultados hace falta un don, el don de saber captar qué resultados se espera en cada momento. Porque los resultados esperados cambian con la percepción de la situación por quienes tienen que juzgarla, llamémosles «troika» y «mercados». Hace un año, se quería a todo trance la reducción del déficit mediante políticas de austeridad. Y Rajoy, obedeciendo como un valiente, se lanzó a la tarea de desmontar el estado de bienestar como estrategia para reducir el déficit. Lo consiguió apenas en un punto y medio (sin contar las ayudas a la banca) y con un aumento brutal del paro. Pero eso hoy no importa, porque se empieza a pensar (y a decir: el FMI lo ha dicho) que la austeridad es un error manifiesto. Lo que importa es que fue obediente. Hace lo que se le dice. Ahora se resiste a continuar con recortes adicionales, que le pondrían a los pies de los caballos ante las próximas elecciones; pero lo hace únicamente porque ha surgido una grieta en el seno de la troika, que le permite hacerlo. Es astuto, no cabe negarlo; cazurro, pero astuto. No llega al punto de darse verdadera cuenta de que, si el sector exterior ha mejorado, es sólo porque la coyuntura internacional ha sido favorable. Si se diera cuenta de eso, sería más prudente en sus afirmaciones, que últimamente rayan en el triunfalismo.

Pero tiene ese don, el don de saber, no cómo se sale de la crisis sino qué hacer para que los demás piensen que está haciendo todo lo humanamente posible para salir de ella. Y aquí está su ventaja sobre los Papandreu y Samaras, los Sócrates y Passos Coelho, los Monti y Letta, los Sarkozi y Hollande. Se da cuenta de que no puede quedarse quieto, no puede sentarse a descansar y decirse que todo lo posible y necesario está hecho. Como el perezoso de movimientos lentos pero interminables, Rajoy tiene que seguir actuando, empujando hacia delante su propia dramatización de las «reformas estructurales». ¿No les ha metido un buen palo a la sanidad y la educación, a la dependencia y la igualdad? ¿Pues qué otra cosa puede quedar que las pensiones? Agárrense, que va curva.



viernes, 24 de mayo de 2013

El problema de fondo de la economía española


Hay un análisis de la intensidad diferencial de la crisis en España, comparativamente a la del resto de Europa y el mundo desarrollado, que es profundamente erróneo. Viene a decir que nuestro problema radica en el estallido del llamado «modelo del ladrillo». Hasta 2007-2008, nos fue muy bien con el auge de los sectores inmobiliario y de la construcción, sólo que eso provocó un sobreendeudamiento de familias y empresas en un contexto de dinero barato propiciado por el Banco Central Europeo. Cuando vinieron mal dadas, sobre todo tras la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, todo ese montaje resultó insostenible y se vino abajo. Mala suerte; ahora habría que buscar un nuevo modelo de especialización. Hoy se puede afirmar claramente que ésa es una visión equivocada de la realidad. El ladrillo tan sólo sirvió para tapar el verdadero problema. Mientras no se entienda esto, España no saldrá definitivamente de la crisis.

Entre 1985 y 1995, se produjeron cambios cruciales tanto en la economía mundial como en la economía española. Los de andar por casa nos ocultaron los de mayor alcance, cuyas consecuencias para nosotros todavía pasan desapercibidas. En esos años, el mundo pasó de dividirse entre desarrollo y subdesarrollo a entrar en una era nueva que se llamó globalización. En el anterior orden económico internacional, el estatus de un país desarrollado estaba garantizado por su capacidad de producción industrial, a la que apenas podía acceder el mundo subdesarrollado. Éste existía sólo para proporcionar materias primas y mercados a la industria del mundo desarrollado. Todo funcionaba perfectamente, con alguna crisis que otra. Pero en esos diez años, todo cambió, aunque al principio la transformación únicamente resultó perceptible en algunos signos externos. Por una serie de circunstancias puestas en juego por el mundo desarrollado, pero que éste distaba de poder controlar, los países subdesarrollados comenzaron a adquirir industria. Su propia pobreza de partida se convirtió en una ventaja competitiva de primer orden, porque podían producir artículos industriales a un coste muy inferior. Al principio, los países antes subdesarrollados y ahora conocidos como «emergentes» accedían tan sólo a producciones industriales de tecnologías muy sencillas; pero en poco tiempo empezaron a progresar también en ese terreno. En lo fundamental, la división desarrollo/subdesarrollo empezó a desdibujarse. En adelante, ya únicamente habría competidores globales.

España debería haberse adaptado lo más rápidamente posible a esos cambios, pero no lo hizo. España era, desde hacía muy poco, un país desarrollado. Estábamos en el lado bueno de la antigua raya divisoria. En la década anterior, habíamos accedido a la democracia, el sistema político de los países desarrollados. Al comienzo mismo de la década de cambio, habíamos entrado en la Comunidad Europea, selecto club de un número sustancial de países desarrollados. Aceptar que había que olvidarse de los privilegios recientemente adquiridos era pedirnos demasiado, según parece. Gobernaba el PSOE, que al principio era consciente de las dos grandes transformaciones en que España estaba incursa. Pronto, sin embargo, se olvidó de la global y se concentró en la doméstica. Acuciado por tasas de desempleo que ya entonces eran superiores a la media europea, introdujo la precarización en el mercado de trabajo con la temporalidad de los contratos. Y ofreció educación para todos, en todos los niveles de enseñanza, como moneda de cambio (inevitablemente, barata) para sostener la democracia y lograr apoyos al proyecto europeo. Después vinieron la universalización de la sanidad pública y de las pensiones y el resto de elementos del Estado de bienestar. Cuando acabó la década de la gran transformación globalizadora, al partido que gobernó entre 1996 y 2004, el PP, le competía la responsabilidad de liderar al país en la dirección apropiada, corrigiendo el rumbo en cierto modo ensimismado de la economía. Pero ese partido optó por la línea de menor resistencia. En lugar de adaptar al país para la competencia global, prefirió un crecimiento intenso pero basado en producciones en las que no tenía competidor posible porque consistía en inflar una gigantesca burbuja inmobiliaria. La precarización del mercado laboral era funcional a ese proyecto. Y así nació el modelo del ladrillo como una estratagema para escapar a los cambios obligados por la globalización.

Durante dos lustros y medio, la cosa fue bastante bien. No sólo se pudo articular un crecimiento basado en la demanda interna y en producciones a salvo de la competencia exterior, sino que ese crecimiento atrajo capitales y mano de obra extranjera. ¡Qué guay, el milagro español! El problema es que, mientras llenábamos el país de edificios muy por encima de nuestras necesidades, y mientras nos endeudábamos hasta las cejas para poder hacerlo, nuestra industria y, lo que es peor, nuestra sociedad dejaba de lado la obligación de acometer cambios ineludibles. Nos ensimismamos más y más. En ese tiempo, las empresas españolas con capacidad de financiación exterior se volcaron en América Latina, porque allí se hablaba español. Aznar se inclinó hacia Estados Unidos y en detrimento de Europa, porque allí se valoraba más el español que en nuestro entorno. Los españoles teníamos probablemente el peor manejo del inglés de toda Europa. Todos reconocían las deficiencias del sistema educativo, pero nadie las abordaba porque ¿qué educación hacía falta, después de todo, para la construcción y el turismo?

Pero llegó 2008, y con la crisis de ese año el ajuste de cuentas de la economía española. En un contexto de financiación dura, opuesto al que lo había alimentado, el modelo del ladrillo se vino abajo como un castillo de naipes. Y con él, desapareció toda oportunidad de reiniciar un crecimiento sostenido sobre la base de actividades a salvo de la competencia exterior. Lo único bueno de la actual crisis se podría decir que es que, al arruinar el modelo del ladrillo, terminó esa diversión que nos hizo perder diez o doce años cruciales. Lo peor es que, cinco años después, parece que la sociedad española no ha aprendido aún la lección. Sigue ensimismada. Y el gobierno actual, del mismo partido que aquel otro gobierno que infló la burbuja inmobiliaria justo a tiempo para mantenernos al margen de la competencia exterior, solamente encuentra la salida de abaratar la mano de obra (por otro nombre, «devaluación interior»), lo que en definitiva viene a ser como decir: “Hemos disfrutado del desarrollo por encima de nuestras posibilidades; volvamos, pues, a la condición que nos corresponde, que es la de país emergente”.



jueves, 2 de mayo de 2013

La economía española, a punto de desfallecer


La publicación del nuevo cuadro macroeconómico del gobierno arroja sombras de incertidumbre adicional sobre el horizonte de la economía española. Y es para no avisados la observación, hecha por Rajoy, de que han optado por el escenario más adverso para que sus previsiones resulten fáciles de superar y con ello el futuro ya no pueda traernos sino buenas noticias. Falso de toda falsedad. Sus obras, aquello por lo que sabemos que se conoce a las gentes, les desmienten. Si algo ha dejado claro el gobierno en los últimos meses, hasta la saciedad, es que a ellos no les interesaba hacer más recortes, porque ahora saben (hemos pagado 1 millón de parados por ese máster) que cada euro recortado del gasto público cuesta puestos de trabajo. Pero, para adaptarse a esas nuevas previsiones, según ellos «de mentirijillas», han tenido que recortar más de 4.000 millones adicionales; 3.134 en sanidad y 958 en dependencia, para ser exactos. Si hubieran podido recortar menos, lo habrían hecho. Si han recortado hasta ahí, es porque no les ha quedado otro remedio.

La preocupación surge de constatar que el gobierno ha tirado la toalla, como quien dice. Se ve forzado a aplicar una política en la que ha dejado de creer, como lo proclama a todas horas mendigando estímulos a escala europea, y al mismo tiempo sus previsiones son, no ya pobres, paupérrimas. A continuación trascribo el cuadro macroeconómico. Lo hago en la composición gráfica que presenta Miguel Puente Ajovin en su blog Caótica Economía (AQUÍ).



El cuadro está en porcentajes de incremento, lo que lo convierte en un tanto críptico para el profano. Lo traduzco a valores absolutos, y resumo. Según las previsiones del gobierno, el PIB de 2015 seguirá estando ligeramente por debajo del de 2011; en otras palabras, el gobierno acepta implícitamente, desde ya, que la historia considere su mandato una «legislatura perdida». En cuanto al empleo, será en 2015 un 7,5 por ciento inferior al de cuatro años antes. El desempleo seguirá afectando a 5.700.000 personas. El presidente del gobierno no sólo nos pide paciencia ahora; tendrá que seguir pidiéndonosla dentro de tres años. Pero ¿qué se ha creído?

Es difícil ser más insensato. Rajoy parece pensar que los mercados aceptarán su palabra sólo porque es un señor de derechas muy formal; en realidad, ésta ha sido siempre su manera de pensar y un año y pico de gobierno parece no haberle enseñado nada al respecto. Vamos, se cree que a los mercados los encandila con la facilidad con que encandila al núcleo duro de sus propios votantes. Pero en los mercados hay gente inteligente, que echa cuentas como las que he echado, y que sacará conclusiones parecidas a las que he sacado. Pronto empezarán a pensar que Rajoy es un estadista amortizado, como empezaron a pensarlo de ZP a finales de 2010. Y entonces la prima de riesgo, la niña de los ojos de Rajoy (y no aquella ridícula ficción que sólo le sirvió para perder unas elecciones), su oscuro objeto de deseo, por el que ha sacrificado a la economía española para llegar hasta aquí, volverá a subir. Y, cuando lo haga, nuestro presidente de gobierno, que encuentra su refugio de paz y sosiego contemplando los 286 puntos básicos a que acaba de llegar la susodicha prima, perderá los nervios definitivamente. Y habrá que rescatar, esta vez en serio y con todas sus connotaciones negativas, a este país.

Nadie crea que éste es un pronóstico arriesgado. En realidad, lo es muy poco. Con estos mimbres y el panorama que se presenta a escala global, la situación no puede sino empeorar, y dispongo de tres años para demostrar que estoy en lo cierto. Mucho me temo, sin embargo, que hará falta bastante menos tiempo.



sábado, 27 de abril de 2013

Rajoy, sin estrategia, sin ideas, sin nada


Mariano Rajoy llegó al gobierno convencido de que los mercados iban a reaccionar con optimismo a su éxito electoral. Le recibieron con frialdad y haciendo subir la prima de riesgo a su récord histórico. Peor aún, se empeñaron en no entender su tramposo retraso del presupuesto de 2012 para ganar las elecciones andaluzas, que terminó por perder. Bueno, un pequeño contratiempo. Decidido a echarle las culpas de todo a ZP, emprendió un salvaje ajuste del gasto público, que ha costado un millón de puestos de trabajo, entre efectos directos e inducidos. Pero, al fin, ha conseguido contentar a los mercados. A buen fin, no hay mal principio. El bueno de don Mariano ha podido darse cuenta de que no es el fin, sin embargo. Por más que él y sus corifeos repiten como un mantra que el año que viene se termina la crisis, cualquiera con un mínimo de conocimientos económicos se percata de que su profecía, más que nada, es una oración.

Aparte de rezar, a don Mariano ya no le queda nada. Ayer mismo, aprobaba un retraso de dos años en la terminación ajuste fiscal de la economía española. Parece que Europa le da su beneplácito. Tanto peor; es el abrazo del oso. Tras ese máster en macroeconomía que tan caro hemos pagado los españoles, ahora el bueno de don Mariano sabe a ciencia cierta que llegará a 2015 (sí, el año de las próximas elecciones) con la economía en caída libre, como ahora, o creciendo, pero con el freno de mano de sus recortes puesto. Vamos, una delicia para todos.

Lo que todavía no quiere ver el bueno de don Mariano es que el modelo económico que se ha propuesto implantar, y que se basa en deprimir el consumo interno (ya se sabe, la cosa ésa de la austeridad) para "liberar" recursos con que impulsar un sector exportador competitivo a tope, está dividiendo de forma irreconciliable a la sociedad española. Entre una mitad, eso sí, muy compacta, que no quiere saber nada de los más desafortunados mientras a ella se la mantenga relativamente a salvo de penurias, y otra que empieza a odiar a la primera por su egoísmo y falta de solidaridad.



jueves, 25 de abril de 2013

El problema económico de nuestro tiempo


Hemos llegado a un punto en que ya es muy difícil, si no prácticamente imposible, poner en marcha políticas económicas que combatan de una forma clara el desempleo. Por un lado tenemos las reformas, llamadas «estructurales», que tienden a liberalizar los mercados, y muy señaladamente el de trabajo, a reforzar el sistema bancario y a reducir la necesidad de financiación de las administraciones públicas. Tras un periodo de cierto papanatismo, en que los partidarios de estas reformas opinaban que ellas traerían, por sí solas, la recuperación económica (la llamada «austeridad expansiva»), hoy parece haber consenso en que tales políticas, en el mejor de los casos, preparan a la economía para una posterior expansión, capacitándola para aprovechar de una forma más intensa las potencialidades del crecimiento. Incluso si la austeridad mostrara cierta capacidad de estimular el crecimiento a corto plazo, por vía de fomentar un mayor apetito de los inversores por el riesgo, lo que todavía está por ver, ese crecimiento tendrá un recorrido muy corto porque subsisten desequilibrios globales que la austeridad no es capaz de resolver.

Por otro lado, siguen estando quienes – con Paul Krugman a la cabeza – propugnan el aumento del gasto público y/o reducción de impuestos, y con eso el agravamiento del déficit, para estimular el crecimiento. El problema sigue siendo cómo se financia el mayor déficit. Financiarlo con deuda lleva implícita una restricción en el volumen de endeudamiento relativo al PIB, o sea, en la capacidad de soportar el pago de intereses y de devolver la propia deuda. Financiarlo con cargo a la expansión monetaria comporta un disenso considerable dentro de la opinión pública, de la más amplia como de la más experta, disenso que – a mi juicio – lo convierte en políticamente impracticable, al menos a medio plazo.

¿Dónde está, así pues, la solución? No la hay, sencillamente. Los «austericistas» tienen razón en que, en el contexto actual, uno, cualquiera, no debe endeudarse por encima de lo que es capaz de devolver; no la tienen en no ver que, monetizando el déficit y promoviendo la inflación, la deuda se devalúa y cuesta menos pagarla. Ahora bien, vuelven a tenerla en que, si todos los países hicieran lo mismo, el mercado global de deuda se hundiría, y todos (no sólo nosotros) acabarían peor; es preferible que los males no se generalicen. Y vuelven a perderla al tratar el default o impago de la deuda como un acto atroz, según se vio en Argentina hace unos años y se está viendo ahora mismo en Grecia. Esa forma de ver las cosas sólo crea exclusión en el ámbito internacional, pero también hay que entender que si el default no fuera tratado de esa forma, los países sentirían menos pavor y podrían dejarse tentar por la posibilidad de incurrir en él con frecuencia, con lo que, por vía de impago, se llegaría a la misma generalización del mal que más arriba por devaluación de la deuda. Como adelantaba, no hay solución fácil.

Para mí, el principal problema está en una incorrecta visión del mercado de trabajo y su papel en una economía capitalista. Creo que Keynes tenía razón en que los políticos vivos siempre son tributarios de algún economista muerto. Los liberales de hoy lo son en exceso de las teorías de Karl Marx. La idea de que el beneficio empresarial depende, sobre todo en épocas de crisis, de la extracción de lo que Marx llamó «plusvalía absoluta» (rebaja de salarios, aumento de la jornada de trabajo, intensificación de los ritmos de producción) ha calado demasiado hondo. ¿Que se nos dice? ¿Que para salvar la menguada industria textil que nos queda tenemos que llegar a los estándares laborales de Bangla Desh, primer productor textil mundial, con una industria que emplea a más de cuatro millones de trabajadores? ¡No me toquen los güitos! El mismo experimento mental se puede hacer mutatis mutandis con todas las industrias manufactureras, absolutamente con todas; menos con la fábrica de BMW en Spartanburg, Carolina del Sur, Estados Unidos de América, naturalmente. Al final, la variable clave radica en la tecnología. Y es justo la tecnología lo que siempre se queda fuera de las reformas estructurales. Excepto cuando se pone en marcha reformas para promover la educación «de excelencia», de las que hablaré in extenso otro día.

Pero algo habrá que hacer, nos decimos todos. Y aquí es donde entra la flexibilización del mercado de trabajo que propugnan nuestros liberales marxianos. No vamos a salvar el textil pero a lo mejor salvamos el automóvil, y la fabricación de aerogeneradores, y… y… Lo dicen mirando a Estados Unidos, como si copiando el mercado laboral de ese país fuéramos a atraer la inversión de BMW como lo ha hecho Spartanburg. Yo prefiero mirar directamente a Alemania. Me parece que a largo plazo nos trae mucha más cuenta mirar a Alemania. Y lo que veo es un mercado laboral tremendamente distinto, y no tanto por las normas legales (porque sea más fácil el despido en Alemania, que no lo es) sino por las consuetudinarias, o sea, por el comportamiento que asumen como moral los intervinientes en ese mercado. En 2008-2009, cuando aquí el trabajador jugaba a la ruleta rusa con su empleo, o más fácil todavía, se despedía directamente a las mujeres y a los jóvenes, y los que permanecían en la empresa se frotaban secretamente las manos, en Alemania, en cambio, toda la plantilla aceptaba reducciones salariales con tal de que no hubiera despidos. Aquí eso no lo aceptarían ni la empresa ni los empleados con más probabilidades de quedarse; a lo sumo, éstos aceptarían un ERE en cuya virtud trabajaran menos horas, o días, pero cobrando exactamente lo mismo con cargo al seguro de desempleo. Se trata de que yo, si estoy en posición de poder, no pierda nunca. Eso marca la diferencia. Sobre dos comportamientos tan distintos en la base de la economía se construyen dos modelos de país enteramente diversos. Y ahora vemos con claridad cuál es capaz de hacer frente mejor a una situación globalmente adversa.



domingo, 21 de abril de 2013

Qué política económica


Tras las pasadas elecciones generales en España, que darían paso a un gobierno omnímodo del Partido Popular, formulé la tesis de que el hecho ponía fin a un ciclo político de larga duración, iniciado el 28 de octubre de 1982 y cerrado precisamente el 23 de noviembre de 2011. En esos 29 años, hubo 21 de gobiernos socialistas y un paréntesis de otros 8 de gobierno «popular». En su transcurso, la izquierda modernizó España y la metió en Europa, lo que la derecha, con la UCD, se había demostrado incapaz de hacer por su división radical entre cavernícolas filogolpistas y modernizadores moderados. Las transformaciones acometidas por los socialistas obligaron a la derecha a su vez a modernizarse y a enviar al baúl de la historia a los franquistas, declarados o encubiertos; tras eso, el paréntesis de Aznar pudo romper el bloqueo en que había caído una izquierda esquizoide entre las exigencias del euro y la defensa del estado de bienestar recientemente adquirido. Pero el PSOE aprendió la lección y, cuando llegaron las vacas flacas y tras las inevitables vacilaciones, supo inclinarse con Zapatero del lado de la austeridad, como mandaban los cánones de Europa. Por tanto, no habría que cargar sobre Rubalcaba más responsabilidad que la que históricamente le corresponde: haberle tocado el desagradecido papel de epígono del ciclo de larga duración socialista. Hoy, esta tesis me parece más acertada que nunca.

Lo que ahora se puede esperar son 28 ó 30 años de hegemonía de la derecha, con algún que otro paréntesis (necesariamente breves, si hay más de uno) de signo socialista. Esta nueva onda larga tiene la misión de corregir los excesos del periodo largo anterior; la «misión», desde luego, desde el punto de vista del capitalismo. El estado de bienestar ya se mostró como constituyendo cierta rémora a las puertas del euro, aunque el PP tuvo entonces la habilidad de sortear los obstáculos sin tocar los fundamentos del mismo. Esa habilidad le permitió construir una sólida confianza entre los electores, lo que al fin y a la postre facilitó su aplastante triunfo en 2011. Ahora, ha dilapidado esa confianza en poco más de un año. Pero no hay que engañarse: el PSOE la había dilapidado en sus dos últimos años de gobierno, y la situación es el descrédito del bipartidismo a que se ha llegado. La pérdida de votos del PP no beneficia al PSOE, e importa poco que ambos juntos reciban muchos votos o muy pocos, porque la regla d’Hont se encarga del resto. La derecha será hegemónica durante el próximo cuarto de siglo, o más. Y lo será por una razón muy sencilla. El cometido histórico del PP es desmontar el estado de bienestar, hacer en las próximas décadas la contrarrevolución thatcherista (contemporánea, en el Reino Unido, de la construcción del estado de bienestar en España: fíjense el retraso que llevamos, a juicio de la derecha). Y eso es necesario, en un país como España, porque aquí se entiende el estado de bienestar como servicios gratis cuyo coste, en todo caso, habrán de pagar los ricos; nada los de abajo. En Alemania es distinto, pero no voy a explicar ahora por qué. El hecho es que, siendo como es la sociedad española, nuestro estado de bienestar es insostenible en la era de la globalización.

De la misma forma que la derecha tuvo que resolver sus dilemas en la primera mitad del ciclo largo socialista, la izquierda tendrá que resolver ahora los suyos a lo largo de la próxima década y pico. De un lado, como siempre en la derecha y la izquierda, los que quieren dar marcha atrás al reloj de la Historia; en este caso, dar patadas a Alemania y salir del euro. No argumentaré contra esta postura, muy, pero que muy extendida entre los jóvenes y activistas radicales no tan jóvenes; tan sólo diré que esta postura facilitará la hegemonía «popular», igual que la supervivencia de sectores franquistas lastró a la derecha en los ochenta del siglo pasado. El electorado español, que acompañó a González en la modernización para entrar en Europa y a Aznar en la aventura del euro y dio el triunfo a Rajoy en 2011, no apoyará mayoritariamente ninguna opción política que suponga retrocesos históricos y regreso a cierto aislamiento. Puede que salgamos del euro, pero será porque no podemos mantenernos en él por razones financieras, no sociales; véase, si no, el caso de Grecia, todavía más sangrante y con una oposición antisistema mucho más dura. Rubalcaba y el PSOE lo entienden, y de ahí que se resistan simplemente a plantearse la opción.

Entonces, ¿qué política económica? Ante todo, ninguna política económica podrá restaurar el estado de bienestar destruido en estos meses ni recuperar el pleno empleo; no en el mundo en que nos adentramos. Debido al retraso histórico impuesto por el franquismo, la izquierda española construyó un estado del bienestar a escala nacional mientras a escala global se gestaban fuerzas destinadas a hacerlo inviable de la forma que se estaba construyendo. Por tanto, hay que replantear, enteritas, las bases del estado de bienestar, a sabiendas de que incluso así, no se podrá empezar a reconstruirlo más que al final del desierto cuya travesía hemos empezado. Mientras tanto, la izquierda tampoco debe perder más tiempo pretendiendo que puede gestionar la crisis mejor que la derecha, lo que le lleva implícitamente a proponer destruirlo igual, sólo que un poco más lentamente.

En cambio, hay una oportunidad para políticas redistributivas de signo liberal, acordes con los tiempos que corren. Me refiero a dejar la cantinela de que en España se pagan pocos impuestos y que hay que subirlos, cantinela de lo más contraproducente porque la gente sólo ve que se le va a dejar todavía menos dinero en el bolsillo. Y no sirve decir que hay que sacar el dinero a los ricos, porque los ricos no pagan impuestos y la gente lo sabe. Lo que hay que proponer es sustanciales rebajas de impuestos a los asalariados, a quienes se les descuenta el dinero en nómina. Rebaja de impuestos a los asalariados que favorecerá el consumo y atacará al menos un poco el problema del paro. Y se preguntará ¿no se creará déficit? El PSOE tiene que dejar de inquietarse por eso. No tiene por qué preocuparse de la gestión macroeconómica de sus propuestas. Tiene que abandonar las ínfulas de responsabilidad y ser más «obrero» que nunca. Por más que se esfuerce, no conseguirá los votos de los autónomos, los pequeños empresarios y los profesionales liberales; éstos son votos «naturales» de la derecha en esta nueva situación. En cambio, hay 16 millones de asalariados cuyo voto sí puede movilizar y con los que, incluso sin llegar al gobierno, influirá sobre la derecha obligándole a moderar su montaraz voracidad. Y no como ahora, que no es capaz de influir absolutamente nada.

¿De dónde saldrá el dinero con que reponer en los presupuestos del Estado la rebaja de impuestos a los asalariados? El liberalismo doctrinario dirá una cosa, pero la derecha política sabe bien de dónde lo tiene que sacar.



sábado, 13 de abril de 2013

El estado de la economía mundial


El fin de semana que viene, 19-21 de abril, se celebrará la reunión de primavera del Fondo Monetario Internacional, en Washington. Lo hace en un ambiente plagado de signos contradictorios. Por una parte, la recesión está lejos de estar dejándose atrás. Para empezar, buenos indicadores en Estados Unidos y el Reino Unido chocaban con economías en retroceso en la zona euro y persistente estancamiento en Japón; China permanece en el fiel de la balanza. Pero, en las dos últimas semanas, la actualización de una serie de indicadores ha arrojado un jarro de agua fría sobre las expectativas de crecimiento de la mayor economía del mundo. Los datos de empleo, índices de actividad industrial y de servicios, así como ventas al por menor y confianza de los consumidores de marzo son apreciablemente peores que los de febrero. Lo cual ha llevado a los expertos a preguntarse si se trata de un ajuste temporal a los recortes en gasto público y aumento de impuestos llevados a cabo semanas atrás ante la falta de acuerdo entre demócratas y republicanos (el llamado «secuestro del presupuesto»), como han sostenido entre otros los analistas de Morgan Stanley y JP Morgan Chase esta misma semana, o por el contrario estamos ante un frenazo más serio al crecimiento, como suponen la Oficina del Congreso para el Presupuesto, Krugman y, en tono más moderado, las estimaciones del Bloomberg. Los optimistas, empujados por récords diarios en el Dow Jones de Wall Street, creen que EEUU todavía puede acabar el año creciendo al 3%, frente a al 0,9% de 2012. Los pesimistas, que como mucho lo hará al 2,4%, después de un bajón importante en el segundo trimestre. Como mucho.

El debate permanece indeciso. Así, mientras Krugman, DeLong y otros neokenesianos reclaman más gasto público (lo que no parece fácil de lograr, dada la correlación de fuerzas en el Congreso), los grandes bancos de inversión insisten en que recortar el gasto público fortalecerá el crecimiento del futuro. Y todo esto se entrecruza con el debate europeo sobre las políticas de austeridad. Los estadounidenses creen que el estancamiento de la demanda europea de importaciones, de cuyo relanzamiento se beneficiarían también ellos, es un freno adicional al crecimiento. Pero, lo que es muy interesante, el énfasis norteamericano en que la zona euro se sumara a las políticas monetarias llamadas de QE (quantitative easing, brevemente, lo que está pidiendo Rajoy en Europa) ha cedido paso al convencimiento de que Europa está haciendo sus deberes y que el problema está en otra parte.

En esto, el FMI – por ahí empezaba yo – prepara la reunión semestral de la semana que viene descolgándose con una advertencia sobre los riesgos financieros de mantener los tipos de interés demasiado bajos durante demasiado tiempo. Todavía está por ver qué quiere decir exactamente. Pero en EEUU la advertencia ya se ha interpretado como significando que hay una guerra de divisas en ciernes. Ya se había hablado de guerra de divisas meses atrás, aunque entonces pareció que denotaba un alarmismo fácil. Hoy la cosa es más seria. Muchos observadores desempolvan los análisis que publicó a lo largo del pasado año el Instituto de Economía Internacional de Washington, y que apuntaban en la dirección de que la existencia de un puñado de países que manipulan sus tipos de cambio estaba perjudicando gravemente no sólo a EEUU sino también a la zona euro, India, Brasil, Canadá, Australia… Vaya, Norteamérica y sus aliados estratégicos. En un informe de diciembre de 2012, el Instituto llegó a identificar claramente a los perturbadores: China y Hong Kong, Corea del Sur, Malasia, Singapur, Taiwan, Suiza y Dinamarca. Japón podía incluirse o no, dependiendo de si llevaba o no adelante sus planes para depreciar el yen. Cuatro meses después, se puede certificar que está entre los perturbadores. La presencia de Dinamarca, un tanto sorprendente, la entiendo como un aviso a los pequeños países de la Unión Europea que todavía no se han integrado en la zona euro. Como respuesta, el Instituto proponía una batería de medidas que distinguía entre países con moneda convertible y sin ella.

Esta misma semana, el departamento del Tesoro de EEUU ha dado un toque al Banco Nacional de Suiza: que cese de inmediato de jugar con el franco suizo para mantener fuertes sus exportaciones. Suiza es el prototipo de país con moneda convertible («superconvertible», diría yo). La advertencia del Tesoro puede indicar que, en caso del BNS no modifique su política, podría aplicársele las represalias previstas, lo que no dejaría de afectar a la condición, verdaderamente privilegiada, del franco suizo como moneda de reserva a escala global. Sospecho que la advertencia del Tesoro anuncia que Suiza va a ser puesta en la picota la semana que viene, también un poco al hilo de los repetidos escándalos financieros y de corrupción política que han sacado a los bancos suizos en titulares de prensa del todo el mundo. El BNS lo va a tener difícil en Washington. Y también sospecho que la anécdota no es más que el principio.



lunes, 25 de marzo de 2013

Chipre

Si esta tarde el parlamento chipriota da su visto bueno, anoche se habrá llegado a un acuerdo entre el gobierno de ese país y la troika que permite cerrar la crisis abierta hace diez días. El acuerdo afecta a los dos mayores bancos del país, Banco de Chipre y Laiki. El segundo en tamaño, Laiki, será dividido en un banco «bueno» y un banco «malo». El «bueno» se quedará con los activos viables y todos los depósitos, hasta 100.000 euros. El «malo», con los activos tóxicos (fundamentalmente, deuda griega) y lo que exceda de 100.000 euros en cualesquiera depósitos. Por encima de 100.000 euros, los grandes depositantes quizá no recuperen nada, o muy poco. El Laiki «bueno» será absorbido por el Banco de Chipre, que a su vez saneará sus activos tóxicos (nuevamente, deuda griega) con cargo al exceso sobre 100.000 euros de los grandes depositantes. Aunque hay que hacer cálculos más precisos, a ojo de buen cubero se estima que los grandes depositantes del Banco de Chipre podrían perder, de media, el 35% de su dinero. Todavía no está claro cómo se alcanzará el 9% de capital principal requerido por la normativa de la UE.

Dejando a un lado las inevitables lagunas de un acuerdo cerrado al límite del tiempo concedido para la negociación (el BCE había amenazado con cerrar hoy el grifo de la liquidez a Chipre), lo pactado responde bastante bien a la correlación de fuerzas definida durante la crisis, y dejará satisfechos a los actores principales, con dos notables excepciones. En primer lugar, parece un acuerdo satisfactorio para los pequeños depositantes, que ven confirmada la garantía comunitaria sobre sus ahorros. Segundo, es un acuerdo satisfactorio a corto plazo para los mercados, que relajarán su presión sobre los países susceptibles de contagio; hoy, la Bolsa sube y la prima de riesgo baja en España, por ejemplo. Tercero, es un acuerdo que deja tranquila a Alemania, empeñada en una lucha sin cuartel contra los paraísos fiscales en el seno de la UE y, aún más, en la zona euro. Todos los demás se darán con un canto en los dientes.

Una excepción son los grandes depositantes, obligados a pagar los platos rotos. Se dice que una gran mayoría son rusos; en todo caso, son extranjeros. Además de rusos, debe de haber libaneses, sirios, egipcios e israelíes, por citar sólo lo que parecen las nacionalidades más relevantes. Chipre había aspirado, en efecto, a convertirse en un centro de referencia financiera en el Mediterráneo oriental. Le vino a las manos con las «primaveras árabes» y, sobre todo, con la guerra civil siria. Luego vinieron los oligarcas rusos, con su dinero de origen dudoso. Era únicamente la primera fase. Actualmente, en Chipre se desarrollaba un activo mercado de derivados financieros, y el bajo tipo del impuesto de sociedades empezaba a atraer a empresas europeas de toda índole. Esto es con lo que ha querido acabar a toda costa, y con éxito, Alemania.

La segunda excepción es la propia economía chipriota, y a la larga sus ciudadanos y posiblemente toda la UE. Arruinada su reputación como paraíso fiscal en ciernes, a Chipre le quedan pocas alternativas, si es que alguna; el turismo ruso se resentirá, inevitablemente. Contra ese pequeño país se ha movilizado el rodillo de una opinión pública europea contraria a los paraísos fiscales; pero, como se dice en estos casos, si no lo hace Chipre lo hará algún otro. Abu Dabi empieza a frotarse las manos. Ahora Chipre se unirá a Grecia en el grupo de países menesterosos de la zona euro. La moneda común se ha salvado, al precio de no dejar piedra sobre piedra de las economías que plantean problemas.



jueves, 28 de febrero de 2013

El espinoso asunto del déficit


En poco más de 24 horas, la semana pasada se escuchó al presidente Rajoy decir, en el debate sobre el Estado de la Nación, que el déficit público de España en 2012 quedaría por debajo del 7% del PIB, y al comisario europeo Olli Rehn afirmar que sería del 10,2%. Ayer mismo, oímos a Rajoy precisar que será del 6,7%, y que ésa será la cifra que envíen a Bruselas para su validación. (La Comisión Europea ha rehusado comentar este dato, pronunciándose por esperar el veredicto de la oficina europea de estadísticas, Eurostat). A cuenta, hemos tenido todos que soportar la petulancia de los populares sobre su propia capacidad de reconducir las finanzas públicas, comparada con la inoperancia del gobierno anterior, socialista, que – según se nos ha repetido hasta la saciedad – dejó un déficit de tanto y cuanto más que lo declarado. Dime de qué alardeas, y te diré de qué careces.

De inmediato, han surgido voces críticas, recordando al gobierno que hay unos 40.000 millones de euros de deuda con la Unión Europea por el rescate bancario pactado en junio y llevado a cabo en las semanas finales del año, lo que viene a suponer algo más del 3,5% del PIB, y que eso podría explicar la discrepancia entre la cifra de Rajoy y la de Rehn. A lo que la bancada del gobierno ha replicado de diverso modo, desde que eso no es déficit puesto que es un préstamo a los bancos, que ellos tienen que devolver aunque salga fiador el gobierno (lo que es manifiestamente falso), hasta que esa clase de deuda nunca se cuenta en el déficit (lo que únicamente demuestra ignorancia). Es un préstamo a España, no a los bancos; que España ha empleado en recapitalizar bancos, no en prestarles dinero; y que, por tanto, sólo se recuperará si el FROB vende las acciones en su poder a un precio que compense lo que pagó por ellas. Véase a cómo están las acciones de Bankia, para hacerse una idea de cuáles son las expectativas de recuperación, a día de hoy. Es más, si las entidades quiebran o se procede a su disolución, cosa que está prevista a cierto plazo por la UE para las que no tienen forma de sociedad anónima, no se recuperará nada en absoluto. Por tanto, hoy cuenta como déficit. Y si se recupera algo mañana, mañana contará como superávit lo que se recupere. Ésa es la forma de contabilizar correctamente las cosas. Muy distinto es que la UE, que ha aprobado separadamente ese déficit, y es parte interesada en su generación, permita al gobierno contarlo aparte. Seguramente, esto ya está pactado y de ahí proviene la prepotencia del gobierno y sus corifeos.

Pero lo que a buen seguro no tienen pactado estos jugadores de ventaja es el déficit autonómico y su financiación. Que las Comunidades Autónomas han hecho ajustes cosméticos en sus déficits con la aprobación del gobierno es algo que está fuera de dudas. La Generalitat de Catalunya, por ejemplo, preveía un déficit del 2,5% en noviembre y ahora dice que será sólo del 2%. Qué raro; en un mes, la cantidad de ahorros que han hecho. Si esta contabilidad creativa se ha dado en una de las Comunidades más «serias», qué no habrán hecho las otras. Más oscuro todavía es el asunto del Fondo de Liquidez Autonómico, con el que el gobierno ha querido proporcionar medios de pago a las CC.AA. Se empezó por 16.000 millones, ahora ronda los 30.000 millones. Esto supone casi el 3% del PIB. Y esto, como con los bancos. En principio, hay que suponer que es financiación a fondo perdido. ¿O es que alguien espera que Cataluña devuelva lo que le ha prestado el FLA? Y si no lo devuelve Cataluña, no lo devolverá ninguna otra. En todo caso, lo que se recupere después, será superávit.

No pretenderé que la inversión del FLA se suma al resto del déficit, estatal más autonómico. Sumarla supondría algún tipo de doble contabilización, y no se trata de eso. De lo que se trata es de entender por qué ha surgido esa necesidad financiera en las CC.AA. y de ver si nos ayuda a estimar el déficit real, no el «maquillado», de las mismas. Las CC.AA. han necesitado financiación extra porque sus gastos fueron presupuestados antes del verano; con tales gastos había un presupuesto de ingresos que ha resultado claramente optimista, pues no tenía en cuenta los efectos sobre la recaudación de la caída de la actividad y el empleo. Como han ingresado menos de lo que esperaban, pero han gastado conforme a lo que esperaban ingresar, les ha faltado dinero. Y semejante carencia es la que ha venido a suplir el FLA. Por tanto, la inversión del FLA es una buena estimación del déficit de las CC.AA. Una estimación, y no un cálculo exacto. El déficit real será algo menor, porque con el dinero del FLA las Autonomías han debido de pagar facturas que se arrastraban de ejercicios anteriores. Con el lío contable que las CC.AA. deben de tener montado, será prácticamente imposible llegar algún día a saber cuál fue exactamente el déficit. Y, sin duda, en esta percepción se apoyan el ministro Montoro y los creativos del ministerio de Hacienda para vendernos su quincallería contable.

Unas cosas con otras, no me parece irreal pronosticar que Eurostat acabará dictaminando que el déficit autonómico se situará entre el 2,5 y el 3% del PIB, en lugar del 1,5% presupuestado para 2012. Como me caben pocas dudas de que Economía está haciendo sus cálculos sobre la base del 1,5%, a fin de cargar eventualmente sobre ellas incumplimientos sobrevenidos, me aventuraría a pronosticar que el déficit final estará, no en el 6,7%, sino entre el 7,7 y el 8%. Quizá el 7,5%, si Economía se ha puesto realista y estima el 1,7% en vez del 1,5% para las Autonomías. Más el rescate de los bancos, naturalmente; digamos el 3,5%. En total, el 11% del PIB.

Con un déficit del 12% del PIB, y en circunstancias similares, recapitalización bancaria y banco malo incluidos, Irlanda tuvo que pedir el rescate de sus finanzas públicas, o sea, del país entero, en noviembre de 2010.


Pocas horas después de publicada esta entrada, el ministro Montoro ha dado una rueda de prensa para abundar en detalles sobre el déficit. Anuncia que el déficit de las CC.AA. ha sido del 1,73%. O sea, el gobierno se ha puesto «realista», como yo suponía que podía ocurrir, y exactamente en la cifra que yo suponía. Todo lo dicho más arriba queda confirmado, excepto en una cosa. Daba yo por hecho que el responsable de la cifra final era Guindos; y todavía creo que es él quien informa de cuánto déficit está la UE dispuesta a aceptar. Pero, puesto que Montoro da la cara, he cambiado por el suyo el nombre de Guindos, que aparecía originalmente en la entrada.



miércoles, 20 de febrero de 2013

El fatalismo español y Rajoy


La ciudadanía no cree que España pueda salir de la crisis sin ayuda exterior. ¿Qué clase de ayuda exterior? Eso está por ver. Pero la idea básica es que ningún gobierno, sea del color que sea, tenga el programa que tenga, podrá sacarnos del atolladero. Crisis de fatalismo. En una tal crisis de fatalismo, lo único que cabe esperar es que algo, sea de la naturaleza que sea, venga de repente a sacarnos las castañas del fuego. Desde otro punto de vista, la situación también podría describirse como crisis de fe (ojo, no de confianza): los españoles hemos perdido la fe en nuestras capacidades, en nuestras competencias, en nosotros mismos. Conclusión: la misma. Dependemos de otros para salir adelante. El peligro implícito en la situación es, por tanto, que España se deslice de la posición de «país desarrollado», anterior a la crisis, a la de «país dependiente», posición esta última que se reforzaría tras una salida de la crisis que fuera atribuible a la actuación de «poderes exteriores». Semejante condición aparece ya indicada por la terminología de «periferia europea», en la que se nos incluye sistemáticamente, y que podría llegar a convertirse en «periferia del capitalismo», si el marasmo actual se prolongara en exceso. Una situación, vaya, comparable a la actual de Grecia.

Si el diferencial de la crisis española es el fatalismo numerosos hechos, a primera vista sorprendentes, quedan explicados. A esta situación no se ha llegado de la noche a la mañana. Entre 2008 y 2011 se confió en las «soluciones blandas» del gobierno Zapatero; no porque parecieran más razonables, sino porque eran más cómodas. El fatalista siempre elige lo más cómodo. Si vale, mejor. Si no, ya se encargará el destino de desmentirlo. El destino lo desmintió. Consecuentemente, el fatalismo español llevó a Rajoy al gobierno en 2011; no porque la ciudadanía hubiera entrado en razón, sino por esperar que las «soluciones duras» funcionaran donde habían fracasado las «blandas». Las «soluciones duras» de Rajoy tampoco han funcionado. ¿Qué nos queda? Nada, absolutamente nada. O mejor dicho, una sola cosa: la ayuda exterior. Es así que Rajoy lo tiene todo a punto para pedir el rescate cuando le convenga, si llega a convenirle, porque la ciudadanía lo aceptará como lo único realista a estas alturas de la crisis. Pero lo evitará cuanto pueda, por lo que vamos a ver.

Lo que la hipótesis de crisis de fatalismo explica con facilidad es que Rajoy se sostenga pese a sus dificultades aparentes. Parece que, pese a su probada ineptitud técnica, tiene bien cogido el punto al electorado español. Su estrategia es una de fe. Puede que la solución no provenga estrictamente del exterior, sino de cosas que estamos haciendo y que ejercen efectos beneficiosos aunque no los notemos. Nuestra suerte puede cambiar en algún momento indeterminado del futuro. Apenas sin darnos cuenta, estaremos fuera de la crisis. Ésa es la fe que Rajoy querría inculcar. Es la fe que comparte el núcleo duro de votantes del PP, que se defienden con uñas y dientes contra las críticas, del tipo que sea. Ha perdido apoyo electoral, sin duda; pero esos votantes no han ido al PSOE (¿para qué?: éste ya demostró su incapacidad) sino directamente a la desesperación. Rajoy confía en mostrarles que es mejor la fe que la desesperación, y recuperar esos votos para su causa. A estas alturas, creo que tiene más posibilidades de lograrlo que Rubalcaba.

Tampoco la corrupción en su propio partido (quizá incluso la suya personal) le hace un daño irremediable a Rajoy. El debate de la corrupción le ayuda a ganar tiempo en la economía, a conseguir quizá que los indicadores mejoren un poco más. Lo importante es que no aparecen alternativas claras, y que él sin embargo sigue ofreciendo la fe como un antídoto válido para el fatalismo. Éste es un país formalmente católico, donde el descreimiento ha sido generalizado en los últimos lustros. Los estrategas de la derecha han dado en pensar que el descreimiento religioso y el fatalismo económico tienen estrecha relación en la esfera psíquica. De ahí la ofensiva para restaurar la influencia de la Iglesia en numerosos ámbitos, incluido el educativo. Combinado con el «culto a la excelencia», que buena parte del centro-izquierda comparte (lo que ayuda a establecer una hegemonía social), el PP aspira a sustituir la lógica de la ayuda pública, de algún modo «externa» al sujeto, por la racionalidad de la fe en uno mismo. El fatalismo económico o la esperanza generalizada en la ayuda de otros (por otro nombre, «solidaridad»), visto desde este ángulo, sería el producto de tres décadas de hegemonía socialista (con el paréntesis de las dos legislaturas de Aznar) actuando sobre un sustrato de descreimiento del catolicismo puro y duro. Si Rajoy tiene éxito, se instauraría una fe voluntarista, con ribetes de la doctrina de la predestinación, que consolidaría la hegemonía de la derecha por un periodo similar. No es, por tanto, un simple retroceso al pasado. Es una conservación formal de los valores católicos, pero actualizados con valores del protestantismo, al que se atribuiría el éxito económico de los países «centrales» de la Unión Europea. Esto explicaría el apoyo cerrado de la derecha europea al proyecto de Rajoy.

Así las cosas, los problemas de Rajoy con la corrupción son de índole menor; tan menor, que por ahora no siente la necesidad de hacer concesión alguna. Si tuviera algo más de arrojo (y si no llega a tenerlo, ahí está Gallardón, echándole el aliento en el cogote) la amenaza que la corrupción representa para su partido y el gobierno podría transformarse en una oportunidad de «limpiar» España de «mediocres» necesitados de violar las reglas del juego. Claro que tiene que encontrar la forma de hacerlo, causando más daño a la oposición que a sí mismo. Y todavía no la ha encontrado. Tampoco es fácil porque la «mediocridad» en España está generalizada, con arreglo a los estándares que se quiere implantar. Es en esa carencia donde radica el dinamismo de la situación.