domingo, 22 de octubre de 2017

Histórico desencuentro entre ERC y el PSOE propicia el desastre

Una de las claves de la actual situación política es el error de cálculo cometido por Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) respecto de lo que sería la posición del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el devenir de los acontecimientos. ERC creyó en una especie de «solidaridad entre damnificados de la guerra civil», a la que hizo un guiño ostensible con la pregunta sobre la república catalana. El sobreentendido era que el PSOE, presuntamente fiel a la preferencia republicana de sus seguidores, vería en esa república periférica una oportunidad de oro para instaurar la III República española. Todavía se estarán preguntando qué ha fallado en un plan tan magnífico. Desde las filas de ERC (y desde las de Podemos en toda España) la única explicación que aciertan a articular es que el PSOE ha traicionado el ideario de sus mayores. Ninguno entenderá una palabra de lo que sigue.

El desencuentro entre republicanos catalanes y socialistas atañe a las raíces mismas de la política: ¿política de ideas o política de valores? Entiéndaseme, al final todo son ideas; pero se trata de elegir entre ideas metafísicas sobre la realidad e ideas sobre la conducta debida: esto último es lo que llamo valores. A fin de cuentas, ERC, que no conoce otra lealtad que a la idea (porque no es más que una idea) de la nación catalana, no entiende ni podrá entender que el PSOE haya antepuesto la lealtad a la monarquía a su histórica preferencia por la forma o idea republicana. Lo que su incomprensión pone de manifiesto es que ERC no ha entendido nada de la idea de Europa, entre otras cosas porque su europeísmo, mientras pudo presumir de él, ha sido siempre naive y a la postre oportunista.

El drama cuyo desenlace estamos viendo ahora, empezó hace más de medio siglo, a principios de 1962 para ser exactos. Entonces se reunió en Múnich el IV Congreso del Movimiento Europeo, al que asistieron 118 españoles que formaron un capítulo aparte al que el franquismo enseguida etiquetó de contubernio. El Movimiento Europeo, creado en 1948 por figuras claves de la construcción europea, como Robert Schumann, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Paul Henri Spaak, Winston Churchill y Denis de Rougemont, entre otros, había surgido en los orígenes de la Guerra Fría para reafirmar los valores europeos frente a la supuesta carencia de los mismos de la Unión Soviética. Después de la firma de los tratados de París (1951) y Roma (1957), el ME continuó siendo un motor importante del proyecto comunitario. Su IV Congreso vino precedido de hechos cruciales en la historia de España. A fines del año anterior, el gobierno español filtró su deseo de pertenecer a las Comunidades Europeas. El Parlamento Europeo estudió el caso y emitió en enero de 1962 el llamado Informe Birkelbach, donde se manifestaba el deseo de ver a España convertida en país miembro pero sólo después de restaurar plenamente la democracia. Aun así, en febrero el gobierno español presentó su candidatura, que terminaría siendo desestimada. En abril se declaró la huelga de los mineros en Asturias, que llamaría la atención de toda Europa y daría origen a Comisiones Obreras. En junio 118 españoles se dieron cita en Múnich.

El contubernio de Múnich enfrentó aparentemente a la oposición interior al franquismo con la del exilio, pero en realidad a la resultante de la evolución de elementos del Régimen con la republicana. Llegaron a importantes acuerdos sobre derechos democráticos y organización del Estado, pero enfrentaba a unos y otros la forma del futuro Estado: monarquía o república. Gracias a la mediación del resto del Movimiento Democrático, los españoles terminaron cerrando una declaración conjunta en pro de la liquidación del franquismo, que dejaba sin mención la futura forma de Estado. Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE, allí presente, resumió a la perfección el pragmatismo del acuerdo al manifestar que si la monarquía traía la democracia a España, los socialistas serían leales con ella. Más tarde llegó Suresnes, y Felipe González desbancó a Llopis. Durante unos años creyó poder desligarse de la promesa de su antecesor y coqueteó con la república. Finalmente entendió de qué iba la cosa y, en el primer congreso del partido tras aprobarse la Constitución, renunció a toda veleidad en ese sentido.

También hubo representación de ERC en Múnich. Podemos imaginar la conversación telefónica entre el enviado y Josep Tarradellas, jefe del partido y president de la Generalitat en el exilio: Tú di que sí a todo, que luego ya tomaré yo distancias de lo que se acuerde. Y así fue. Poco después la Generalitat se desmarcó de la declaración española, con la excusa de que no garantizaba el suficiente autogobierno de Cataluña. Mostraba así el independentismo una profunda deslealtad, no sólo con los demócratas españoles sino también con los europeos, que incorporaron la declaración española a las resoluciones del IV Congreso.  Más tarde, el 23 de octubre de 1977 Tarradellas se plantó en Barcelona con su famoso «Ja sóc aquí!», como si con ello conjurara los riesgos de insuficiente autogobierno, frase que la maquinaria propagandística del independentismo ha tratado de presentar como el inicio de la Transición, especie que papanatas del resto de España han repetido sin meditar las consecuencias.

Valores europeos, el independentismo catalán no ha mostrado ninguno, como no sea que Europa esté dispuesta a recibir lecciones de Catalunya al respecto. Pero tampoco sagacidad al escapársele que el compromiso del PSOE con la monarquía, mientras ésta represente el Estado de Derecho y la forma europea de entender la democracia, es firme. Y de la misma forma que Isidoro pudo dudar unos años, Pedro Sánchez acaso ha dudado también. Pero finalmente ha comprendido, como aquél, que la única forma aceptable de hacer política en Europa es demostrando valores firmes, como la lealtad institucional, y no encandilando a las masas con bonitas ideas y prometiéndoles el oro y el moro si se consigue según qué cosas.




viernes, 13 de octubre de 2017

Premier League, EFTA y negociar la independencia

A mí me ocurre lo contrario que al ministro Méndez de Vigo, que hoy lo veo peor que ayer y mejor que mañana. Y es que creo que el enfoque es radicalmente erróneo. Durante treinta y seis horas me he puesto en modo 155 (yo, que siempre he sostenido que no hacía falta aplicar ese artículo de la Constitución), pero no lo veo, mírelo como lo mire. ¿Qué sentido tiene sugerir al President Puigdemont que niegue lo que todos pudimos ver, que 72 «legítimos representantes» del pueblo catalán (la mayoría del Parlament) emulaban a los delegados de las Trece Colonias americanas que firmaron la Declaración de Independencia en Filadelfia el 4 de julio de 1776? ¿Volver, como dicen los periodistas, a la casilla de salida? ¿Hacer como que las autoridades catalanas nunca incurrieron en la profunda deslealtad de que los acusó ante doce millones de espectadores S.M. el Rey? Eso sería convertir todo en un estúpido malentendido, volvernos locos a todos. Puede que el Honorable lo haga, después de todo, y ¿para qué? Además, que rollo más malo, como decían los modernos. Negociar no se sabe qué en la comisión esa de reforma constitucional. Meses, acaso años de agravios y humillaciones para ambas partes. Si entramos por ahí, es que este país es masoquista.

Por otra parte, algunas de las más engorrosas dificultades para la independencia se van despejando. Una de las más importantes, si no la principal, era el destino del Barça. Ya la Premier League británica ha dicho que lo acoge. ¿Se dan cuenta de las ventajas que eso supone? Domingo sí, domingo no, Barcelona se llenará de hooligans, esos encantadores personajes que han dejado un reguero de sangre en sus viajes al Continente en competiciones europeas. Muchos de ellos son turistas que adoran ponerse ciegos de alcohol barato y dormir la mona en la playa, para estar frescos, armar bronca y jugar al balconing por las noches. Y a su regreso tienen estupendos bufetes en la City que demandan a los hoteles por carecer de piscinas con la suficiente profundidad para saltar a ellas desde las habitaciones, o por lo que sea. Sería fabuloso: toda la morralla que amarga la existencia a los mallorquines en la Punta Ballena de Magalluf, trasladada a Las Ramblas, donde los recibirán con los brazos abiertos, sembla.

El otro escollo era la salida de la república catalana de la Unión Europea y la zona euro. Parece que la EFTA (siglas de la European Free Trade Association, Asociación Europea de Libre Comercio) también estaría dispuesta a acogerla. Si es que Cataluña es un bombón... Son los cuatro países que restan de un proyecto del Reino Unido en los cincuenta, que fracasó: Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein; trece millones de habitantes en total. Menos da una piedra. Además, tras el Brexit es previsible que el Reino Unido se reincorpore, lo que desequilibrará totalmente la cosa. Pero es lo que hay. Ya puestos, lo único que falta es que el Banco de Inglaterra ofrezca a Cataluña incorporarse al área monetaria de la libra esterlina. Oigan, esto puede ser incluso mejor que el euro: los ejecutivos catalanes viajarán a Londres en vez de a Madrid y los hooligans lo tendrán más fácil para hacer su turismo en Cataluña. Oportunidades, a esa democracia ejemplo para el mundo, no le van a faltar.

Cataluña tiene una larguísima tradición de ofrecerse al mejor postor. En el siglo XV – ojo a la fecha: anterior a la formación de España – la república catalana ofreció la corona del Principado a Enrique IV de Castilla, a un pretendiente de la casa de Anjou, al condestable Pedro de Portugal y a un tal Reiner de Provenza. Por haches o por bes, salió mal; pero ellos lo intentaron. Y en 1640 se ofreció a Francia, que la devolvió poco después a España en la Paz de los Pirineos, harta la primera no sabemos de qué.

En el presente, ya se ha ofrecido a Estados Unidos como «estado libre asociado». Vamos, que si no pueden ser la Dinamarca del Sur del Europa porque Alemania y Francia se ponen burras, bien está ser el Puerto Rico del Mediterráneo.

Veo tremendas ventajas en negociar la independencia de Cataluña. A primera vista, no con los catalanes, que parecería que no tienen nada que ofrecer salvo desgracias sin cuento para todos si no se hace lo que ellos quieren. España tiene donde elegir y con quién negociar. Con Estados Unidos, podemos cambiar a Cataluña por Puerto Rico. Esta excolonia nuestra, que ahora pasaría a ser comunidad autónoma, está muy descontenta por la escasa atención recibida del gobierno federal tras el paso devastador de un reciente huracán, mientras la Casa Blanca dice que lo que ha hecho por Puerto Rico, mucho o poco, ha desequilibrado su presupuesto para el ejercicio corriente. La transacción está hecha.

Pero también podemos cambiar con el Reino Unido a Cataluña por Gibraltar, eterna reivindicación insatisfecha de España. Añado: dada la special friendship entre USA y UK, que desembocará inevitablemente en una creciente infeudación del segundo al primero tras el Brexit, ¿no podría un astuto negociador catalán conseguirnos Puerto Rico y Gibraltar, juntos, a cambio de su libertad?



miércoles, 11 de octubre de 2017

155

La política es el arte de hacer fetiches y aproprselos. Un fetiche en política es un símbolo que para unos es bueno y para otros, malo. Gana el pulso quien se lleva de calle a la opinión. Nosotros hemos conocido varios fetiches: la Transición, elevada a modelo mundial por la vieja política y degradada a gestora del ‘régimen del 78’ por la nueva; el déficit público, bálsamo de fierabrás para los keynesianos y bestia negra de los liberales; el derecho de autodeterminación, sacrosanto privilegio de las naciones para unos, trasunto de anarquía cantonalista para otros. La lista sería interminable.

El artículo 155 de la Constitución Española de 1978 es un fetiche. Hemos visto su rostro demonizado: flagrante negación de los derechos territoriales y arma infalible del centralismo. Pronto veremos su faz positiva: una vez iniciado el proceso, el Gobierno debe explicar sus motivos al Senado, y Puigdemont tendrá ocasión de defender la posición del Govern en la Cámara Alta ante los medios de comunicación del mundo entero, quienes no dejarán de cubrir la información con el interés que cubrieron la confusa declaración de independencia. ¿Qué s puede pedir quien pretende representar a una sociedad que está dando al mundo una lección de democracia y civismo?

sábado, 7 de octubre de 2017

Réquiem por Cataluña

El wishful thinking, que aquí algunos traducen por «buenismo» (traducción particularmente estúpida, porque la voz tampoco está en el Diccionario) y que prefiero españolizar como «deseos piadosos», está profundamente arraigado en el alma de nuestras sociedades. Un ejemplo de la universal prevalencia de los deseos piadosos es la idea de que, en una crisis como la catalana, nadie quiere que haya un muerto. Espero mostrar que, a estas alturas de la crisis, no uno de los bandos sino los dos empiezan, si no a querer que haya muertos en las calles, al menos a considerar que a lo peor es inevitable.

Empezaré por el Gobierno. Hasta él sabe que la Justicia y las finanzas no son lo bastante rápidas para resolver la crisis. Dominadas por sus propios tempos, ambas esferas sólo pueden arrojar más leña al fuego. La gente salió el 1-O por centenares de miles a votar en un referéndum ilegal (no lo era en sí, pero sí celebrarlo en esa fecha) y no se va a dejar intimidar ahora por el procesamiento de sus líderes o la fuga de un puñado de empresas. La gente está galvanizada. Han visto sangre, y aunque en buena parte no sea de verdad sino kétchup, lo que cuenta es el horror de la prensa internacional. La sangre excita la imaginación, y ésta lleva a suponer que lo visto sólo es el principio. Se empieza a pensar que puede haber muertos y cada cual se mentaliza para ello. Claro que no es lo mismo decir moros vienen que verlos venir, y eso pesa en el cálculo del Gobierno. Es de esperar que la gente vuelva a enfrentarse. Para hacerla regresar a sus casas puede no bastar un apaleamiento general, incluso más brutal (brutal de verdad) que el del 1-O. Algún muerto la mandaría a casa ipso facto, porque no es la perspectiva del sacrificio lo que impulsa a la rendición sino la percepción de la inutilidad del mismo: la desigualdad de fuerzas es manifiesta.

También los líderes del independentismo habrán empezado a hacer sus cábalas. El procès está agotado. No contaban con un escenario en que las grandes empresas abandonaran Cataluña; lo que siempre vendieron es lo opuesto. Hace siete u ocho años Barcelona se contaba entre las tres ciudades del mundo (con Dublín y Shanghai) preferidas por los ejecutivos de grandes empresas norteamericanas. Ahora llegan aún coletazos de esa moda, pero no puede durar. La CUP ha dicho que la marcha del gran capital será de ayuda para construir la economía colaborativa con la que sueñan. Pero el PDdeCat y ERC saben lo que significa: hay que pasar página cuanto antes. No pueden, sin embargo, ponerse delante de la multitud para decir que de DUI nada. Algún muerto sería funcional. El árbol de la libertad se riega con sangre de los mártires.

Y luego está la comunidad internacional. Una comunidad que apoya sin fisuras al Gobierno, condena la independencia unilateral y pronostica males globales sin cuento en caso de que triunfe la secesión. Pero que se desayunó espantada con las imágenes del 1-O y que insta al Gobierno a negociar, a sabiendas de que no lo hará. Las predicciones más pesimistas, por ahí fuera, hablan de una nueva Yugoeslavia, de guerra civil y de no-sé-cuántas-cosas-más. Un número limitado de víctimas mortales, que mande a la gente a sus casas por unos cuantos lustros, o mejor décadas, podría incluso parecerles aceptable «para evitar males mayores».

La perspectiva siembra el pánico entre los líderes independentistas, porque el final de la crisis supondría su procesamiento por sedición; un delito tanto más condenable si hay muertos de por medio. Eso los paraliza. Es por lo que sospecho que la iniciativa recae ahora en el Gobierno.

Puede haber muertos y, con arreglo a la ley de Murphy, si la situación llega a pudrirse terminará por haberlos.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Cataluña: hora cero

Que el independentismo catalán tiene hondas raíces nadie puede ponerlo en duda. En la guerra de Sucesión a la corona española creyeron lograr la independencia; de rebote, porque lo que entonces querían era defender la organización política de los Austrias (foral, o sea feudal, que ambas palabras tienen la misma raíz latina) contra la no menos absolutista pero bastante más moderna de los Borbones. Ahora presume de «democrático», pero el nacionalismo catalán tuvo un origen retrógrado de mucho cuidado. Es dudoso que haya perdido ese marchamo a la fecha.

Los centenarios son ocasiones propicias para celebrar el nacionalismo. Ni 1814 (apenas expulsados los franceses y en plena rebelión de las colonias americanas, en suya supresión la industria textil catalana estaba interesada como el que más) ni 1914 (al borde de una conflagración europea que se mascaba desde la anexión de Bosnia-Herzegovina por la monarquía danubiana, en 1909) ofrecieron coyunturas favorables. Pero 2014 era otra cosa. Acabada la Guerra Fría y en eterna pax americana, con la globalización marchando a paso de carga (y la tecnociencia catalana globalizándose como el que más), disfrutando de derechos inalienables en la Unión Europea, ¿qué obstáculo podía haber?

Muchos en el resto de España soñaron con que la Constitución Española de 1978 pondría definitivo fin a las veleidades independentistas del nacionalismo catalán. Craso error. Hacen mal los unionistas en contraponer la figura de Tarradellas a los soberanistas actuales: la actitud del gran político catalán sólo demuestra que era realista. La transición no era el momento. Pero los albores del siglo XXI, ¿por qué no?

Hay quien cifra el comienzo de esta ola independentista en la operación del juez Garzón para prevenir acciones de Terra Lliure con ocasión de los Juegos de Barcelona, y que dio con varios activistas en la cárcel (y, según las malas lenguas, el exilio voluntario de Puigdemont). No sabría decirlo. Pero está claro que el proyecto estaba en un sólido y muy resuelto grupo ya en 2004. El 28 de diciembre de ese año – ojo a la fecha – se constituyó la Fundaçiò PuntCat. El objeto era conseguir una extensión de dominio en internet, con arreglo a la expansión del número de las mismas acordado por el ICANN (organismo gestor de la asignación de nombres de dominio); la idea era lograr .cat como una extensión patrocinada, lo que fue aprobado por el ICANN en septiembre de año siguiente. De quince extensiones patrocinadas en aquellas fechas, sólo dos tenían una referencia territorial, de sentido muy distinto: .asia y .cat. Entonces ya estaban claros la intensión de sacar a Cataluña del código de país .es, correspondiente a España, y el carácter singular del empeño a escala planetaria. En el logro de la extensión tuvieron un papel protagonista las gestiones del Institut d’Estudis Catalans, el mismo que dio cabida al infundio de que El Quijote fue originalmente escrito en catalán (El Quixot o quizá En Quixot) por un tal Joan Miquel Servent, nacido en Játiva pero de familia barcelonesa; novela que luego habría sido reescrita en castellano. También influyó en la decisión del ICANN la presión del capítulo catalán en la Internet Society.

La fábula del Quixot catalán y la absurda teoría de que Colón (supuestamente, Cristòfol Colom) habría salido no de Palos, en Huelva, sino de Pals en el Bajo Ampurdán, así como otros dislates igual de divertidos, muestran algo mucho más dramático: el siempre difícil encaje de la cultura catalana en la española. Son dos culturas distintas, basadas en dos lenguas muy diferentes. Sólo la más supina ignorancia permite hoy decir que el catalán es un dialecto del castellano; en realidad, pertenecen a dos ramas distintas de la lengua romance: la castellano-portuguesa, por un lado, y la catalano-occitana, por otra, mucho más próxima al italiano que a la que tiene al oeste. Para colmo, el catalán comparte con el italiano, el francés e incluso el portugués ciertas notas de musicalidad ausentes en el castellano. Ésta es una lengua recia y cortante, que ha moldeado así el espíritu de las gentes que lo hablan como lengua nativa. Se trata, así pues, de dos culturas antitéticas en algunos aspectos. Por momentos, la simbiosis de ambas ha dado origen a los mejores momentos de la historia de España; obviamente, no en la actual generación. Alguno de los peores aspectos de esa difícil relación se está revelando en la presente crisis.

Si los Estados se definieran por la uniformidad cultural (como quieren quienes llaman traidores a Serrat y Boadella), Cataluña tendría todo el derecho a ser uno de ellos. Pero no es así. Los Estados hoy se definen por su funcionalidad económica, y realmente Cataluña y España (y la Unión Europea y probablemente Occidente pues el Catexit sumaría sus efectos al Brexit) tienen mucho que perder con la independencia de la primera. JPMorgan, primer banco del mundo por el tamaño de sus activos, advierte hoy de los riesgos en ese sentido, y llama a las autoridades comunitarias a ser más beligerantes en la crisis. Se dirá: ya están los bancos… Quizá, pero apunta también a algo con mucho sentido: no es un problema cuya solución se pueda afrontar con romanticismo.

Pase lo que pase estos días, los catalanes tienen que tener clara una cosa: si rompen con España, saldrán de la UE y del euro para no regresar en un horizonte temporal previsible. Se enfrentarán la permanente oposición de España y también a la de Alemania, porque otra cosa sería dar alas a los nacionalistas bávaros a romper con la República Federal. El procès ya no es sólo un asunto de ámbito europeo sino también un problema interno de todos los Estados miembros de la Unión donde el ejemplo catalán podría prender con fuerza. Esto, que haría la felicidad de los antisistema encendidos de rauxa, debería hacer reflexionar, con su tradicional seny, a la clase media moderada de nuestra hermana Cataluña.

sábado, 5 de agosto de 2017

Barcelona y el turismo


Para evitar malos entendidos, crecí en Alicante en la década del desarrollismo; vi surgir Benidorm, prácticamente de la nada hasta convertirse en lo que es ahora. Hace treinta años, me vi envuelto profesionalmente en el sector turístico, esta vez en Ibiza, y comprobé sus efectos sobre el mercado laboral: jornadas de diez y doce horas, sin descanso los fines de semana, de mayo a octubre, y el resto del año vacaciones forzosas en el paro; fijo discontinuo llaman a ese contrato de trabajo. Luego asesoré a empresarios mallorquines y, derivado de mis contactos con la Isla, en 1999 llevé a cabo (conjuntamente con José María Zufiaur) un estudio de Calvià, el municipio más rico de España gracias al turismo, con objeto de desentrañar los motivos del abandono escolar, entonces también uno de los más altos de España y que naturalmente estaba relacionado con el turismo; desaconsejé la instalación en ese municipio de un parque temático, que algunos otros economistas recomendaban. Años después, participé por cuenta de la Universidad de Castilla-La Mancha en el proyecto de crear un polo turístico en Ciudad Real. El Reino de Don Quijote, se llamó la cosa. Un fracaso absoluto, también relacionado con el del archifamoso aeropuerto de Ciudad Real. He visto el sector por activa y por pasiva; conozco sus pros y sus contras, sus éxitos y sus fracasos. Di, en fin, clases en la Escuela Oficial de Turismo antes de dedicarme por entero a la Universidad. Trato de no hablar por hablar.

La reciente reacción contra los excesos del turismo (trato de ser ecuánime) ha sido calificada de «turismofobia». Creo que no es más que la indignación que saltó a la palestra el 15 de mayo de 2011, focalizada en el turismo. El argumento de fondo se desarrolla en los siguientes términos: Yo no hago turismo, pero sufro sus efectos; no tengo por qué. Que los sufra quien hace turismo, o sea, los ricos. Se enfatiza el carácter masivo e insoportable del turismo ahora, como si fuera algo nuevo. En España llevamos medio siglo sufriendo los efectos del turismo, y tratando de atemperarlos en lo que se puede. El contrato de fijo discontinuo, al que aludí antes, fue un importante logro de los sindicatos. Me dicen que ahora en Barcelona sólo hay temporalidad y precariedad. Es un retroceso, pero está en la mano de los interesados remediarlo, como hace cuarenta años. Hay mucha demagogia en esto, como decir que aceptar el turismo sin más es como aceptar la industria sin controles medioambientales. Y yo replico, en el mismo orden de comparación, que el ataque a autobuses turísticos hoy es como la destrucción de telares mecánicos por el movimiento ludita. ¿Se creerán de verdad muchos que en España no se ha hecho nada por mejorar el turismo en medio siglo, en lo que se ha podido? No hemos llegado a ser la segunda o tercera potencia mundial en turismo, según los años, en dura competencia con Francia y Estados Unidos, y sede de la Organización Mundial del Turismo, tirando el mercado. Desde luego, siempre se puede hacer más y mejor, pero en esto la indignación hace gala del adanismo apreciable en sus posiciones en muchos ámbitos: nada se hizo nunca antes, ellos han venido a arreglarlo todo.

El problema de fondo es complejo, y me temo que tiene difícil arreglo. El español medio es ahora más pobre que antes de la crisis. Entonces viajaba cada vez más gente; ahora hay un sector importante que ni viaja ni se plantea viajar. No se les venga a hablar de ventajas del turismo: eso es algo que pueden apreciar en primera persona los ricos, no ellos. El problema tiene más vueltas en Barcelona, gracias a las Olimpiadas del 92, que transformaron la ciudad, la modernizaron y embellecieron, y le dieron una magnífica playa. Los barceloneses pobres de hoy (siempre los ha habido, eso tampoco es nuevo) ni siquiera tienen que desplazarse a Salou, pongamos por ejemplo, como los de antes; ahora van a su flamante playa en Barcelona. ¿Por qué querrían compartirla con incómodas multitudes de turistas? Y lo mismo con las terrazas y hasta las calles. Su razonamiento, como suele ocurrir con la indignación, no llega muy lejos pues, ¿de qué vivirá una ciudad que no crea suficientes empleos en nuevas tecnologías para dar de comer a sus habitantes, pero que tiene la suerte de atraer a los de fuera? Si llegamos a tener una sanidad y una educación públicas como las de antes de la crisis, ha sido gracias al turismo. Y si hemos de recuperar los niveles entonces alcanzados tendrá que hacerse con el turismo o no se hará, al menos en un horizonte previsible.

Hay más aspectos del asunto, sin embargo. La gentrificación y consiguiente expulsión de la población local del centro de las ciudades turísticas adquiere caracteres especialmente dramáticos en Barcelona. La subida de los precios de la propiedad inmobiliaria como consecuencia de su uso más rentable repercute en subida de los alquileres, y ésta rompe los presupuestos familiares. Tampoco es nada nuevo: viene ocurriendo en Madrid desde mucho antes. Y sucede en todas las grandes ciudades donde la formación de centros financieros, comerciales y de negocios vacía de residentes barrios enteros. Querer que el centro de las ciudades quede exclusivamente para uso residencial es negarse a que pueda actuar como motor económico. Lo dramático es que la gentrificación, en Barcelona, está siendo consecuencia de la crisis. Muchas familias, que perdieron su vivienda en la crisis hipotecaria y han pasado a estar de alquiler, son expulsadas al extrarradio. Por la acción del mercado, los perdedores de la crisis son también los perdedores del boom turístico, al tiempo que los ganadores ganan por partida doble. Pobres contra ricos, ricos contra pobres. Un argumento así hace mella en el ayuntamiento presidido por quien fundó la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Sin embargo, haría falta conocer con la mayor exactitud posible los números, para tratarlos con correcciones a la política en lugar de poner ésta al carro de los casos más sangrantes como si fueran la regla general.

Todo se complica si introducimos la variable política, que en Cataluña no es baladí. El proceso soberanista se ha querido explicar de muchas y variadas formas: que si «España nos roba», que si se quiere tapar la corrupción de los convergentes, que si ha surgido una oportunidad revolucionaria que asombrará al mundo… Hay un factor que se olvida con frecuencia: la indignación, protagonista de este artículo. Cuando el gobierno de Artur Mas se metió a hacer retallades, que dejaron a la educación y la sanidad hechas unos zorros, se topó con la indignación. ¿Qué mejor forma de librarse de su acoso que reconducir esa fuerza combativa hacia la secesión? Y con su habitual falta de criterio en muchos ámbitos, la indignación se dejó reconducir. Obsérvese, por ejemplo, que los votos de la CUP, independentista, en las autonómicas de septiembre de 2015, fueron prácticamente los mismos que los de En Comù Podem, en su mayoría unionista, en las generales dos meses después. La indignación ha sufrido una esquizofrenia característica en el tema independentista, que la ha hecho fácilmente manipulable por los políticos corruptos del nacionalismo. Pero eso se está terminando. Los líderes de la indignación mantienen cada vez más firme su voluntad de no romper con el Estado porque son conscientes de que en una república catalana (que los trataría de colonos españoles) les iría mucho peor. Saben que el nacionalismo es una ideología de ricos que quieren afianzar su poder sobre los pobres y que, contra lo que creen los aventureros delirantes de la CUP, en una Cataluña independiente será todavía más difícil que en España transformar las cosas. Y consciente del desafío que para ella plantea el procès, la indignación planta cara a los ricos en todos los terrenos que puede. Las circunstancias han determinado que uno de ellos, y de la mayor importancia, sea el turismo.



domingo, 23 de julio de 2017

Elecciones autonómicas en Cataluña el 1-O

Es una hipótesis planteada por el escritor catalán Carles Enric López (@carlesenric). Hasta el 8 de agosto, a lo más tardar según la normativa vigente, el ejecutivo de Puigdemant puede convocar elecciones autonómicas en Cataluña para el 1 de octubre. ¿Activará el gobierno central el artículo 155 de la Constitución, que suspendería la autonomía catalana? ¿Con qué motivo? ¿Haber convocado elecciones autonómicas anticipadas, dentro de las competencias estatutarias de la Generalitat? Absurdo. ¿Saberse que es una tapadera para colar de rondón, en la misma jornada, mediante una reduplicación de urnas, el referéndum ilegal? Y si es así, ¿por qué no se suspendió la autonomía cuando se dio a conocer el referéndum, y se hace en cambio ahora? ¿Porque los independentistas han sido lo bastante listos para idear una artimaña que burle la oposición del gobierno central? Gol por la escuadra.

Una dificultad del plan estriba en que cierto número de presidentes de mesa se nieguen a admitir una segunda urna para depositar papeletas de Sí o No a la independencia. A mi juicio la dificultad es pequeña. Para eso está el nuevo director de los Mossos, calificado por Gregorio Morán de «delincuente político», que impartirá las oportunas órdenes para que los uniformados instruyan a los presidentes a acatar las decisiones de la Generalitat. El referéndum se hace. Por un margen más o menos estrecho, ganan los independentistas. Proclaman la independencia. El gobierno central activa el artículo 155. El govern, en rebeldía, da a conocer la ley de desconexión, hasta ahora secreta.

Se abren varios escenarios posibles:

1)      La ley de desconexión incluye la constitución de un Banco Nacional de Catalunya, con competencias de autoridad monetaria. Es el escenario más simple. El Banco de España anuncia a TARGET-2 que un banco central no perteneciente al Sistema Europeo de Bancos Centrales se ha hecho cargo de las sucursales y oficinas de los bancos con sede en Cataluña, por lo que éstos dejan de disfrutar de la condición de contrapartes del Banco Central Europeo. Al mismo tiempo, el BdE dispone que todos los bancos españoles traten a sus sucursales y oficinas en Cataluña como empresas extranjeras, igualmente no pertenecientes al BCE. Esto supondría de facto el reconocimiento de la independencia de Cataluña y su salida automática de la Unión Europea y de la zona euro. Creo, sin embargo, que los independentistas no se situarán en este escenario por miedo a que el gobierno central acepte entrar en él. Dudo que quieran volver a la peseta.

2)      La ley de desconexión no incluye prevision alguna sobre la autoridad monetaria. Es decir, los independentistas aceptan mantenerse en una union monetaria con España para no ser expulsados de la zona euro. La UE seguiría considerando todo el asunto un problema interno de España. Pero es evidente que la independencia sería una filfa si no se traduce en la apertura de embajadas en París, Berlín y otras capitales europeas. La de Londres la tienen asegurada; conseguir otras es cuestión de tiempo. Este escenario desembocaría en presiones para que España reconozca la independencia. Si resiste, a pesar de todo, se dará el curioso caso de un país que está fuera de la UE pero dentro de la zona euro.

Ambos escenarios tienen importantes costes para las dos partes. El escenario 1) comporta para los independentistas el riesgo de dejar al país sin liquidez; Puigdemont se vería en la situación de Tsipras hace dos años. Y aunque las aguas terminaran volviendo a su cauce y los independentistas tuvieran que deponer su actitud, la sequía monetaria habría actuado como un moderno bombardeo de Barcelona por Espartero.

El escenario 2) es más favorable para los independentistas. Una vez declarada la independencia ante la impotencia del gobierno central, su estrategia sería usar el poder para perpetuarse en él y mientras ir abriendo embajadas, a sabiendas que la negativa del gobierno central a reconocer la independencia permitiría a Cataluña mantenerse dentro de la UE y de la zona euro. Hasta el momento en que la propia UE convenciera a España de lo absurdo de no reconocer la realidad.



miércoles, 12 de julio de 2017

En el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco

Vivimos tiempos extraños, como diría David Lynch. Uno que vio la transición con ojos de manifestante ilegal en el tardofranquismo, siempre esperando que le tocara una bala (de goma en el mejor de los casos, de verdad salida de aquellos juguetes que a la luz del sol brillaban como la plata cuando las enarbolaban los de la Social), leyó hace tres meses este tuit
El artículo en cuestión, «La importancia narrativa de ETA», comentaba la sentencia de la Audiencia Nacional que condenaba como delito un chiste sobre el que fuera presidente del Gobierno de España en el momento de su muerte, almirante Carrero Blanco. De paso, el artículo llevaba agua al molino de aquéllos a quienes el franquismo se está haciendo demasiado largo (muy pocos de los cuales vivieron el verdadero franquismo, dicho sea de paso).

La tesis del artículo era de una simplicidad pasmosa: la Transición la inició ETA al atentar contra Carrero Blanco; éste podría no sólo haberla retrasado sino incluso impedido por completo. El artículo no hace apología de ETA; más bien pone la circunstancia en relación con que la democracia, que en Grecia y Portugal vino de la mano de la movilización popular, en España en cambio la trajeron las élites: la élite terrorista, iniciando la transición, y la élite del poder, culminándola.

Lo nefasto del artículo no es lo que dice, sino lo que calla. Pues lo que calla hace que su juicio sobre ETA, aunque lejos de la apología, termine por ser ambiguo. Quienes estábamos allí sabemos qué es lo que calla. El mismo día que ETA eligió para su atentado se iniciaba el «proceso 1001», el juicio ante el Tribunal de Orden Público, por asociación ilegal, de los máximos dirigentes de Comisiones Obreras. ¿Casualidad? Las casualidades no existen: el juicio era público y ETA lo conocía. Eligió ese día para cometer su acto terrorista. Los que estuvimos en Las Salesas ese día, miles de personas formando cola para entrar, o mejor dicho: para quedarse uno fuera y hacer presión, sabemos lo que la noticia significó. El proceso duraría varios días, y el plan de las organizaciones democráticas en la clandestinidad era conseguir que cada día fuese más gente que el anterior, con el propósito de convertir el juicio a los dirigentes sindicales en un juicio a la Dictadura y quizá en el inicio de una dinámica comparable a las de Grecia y Portugal. No hubo ocasión. Con la noticia de la muerte de Carrero (nada menos que el presidente del Gobierno), la Brigada Político-Social hizo correr entre quienes formaban cola el rumor de que se preparaba un Estado de excepción, quizá para ser declarado ese mismo día. Se iba a allí dispuestos a recibir palos y a ser detenidos, incluso a correr el riesgo de un balazo; no a afrontar los cargos extra y las torturas en comisaría por tiempo indefinido que comportaba desafiar un Estado de excepción. La cola aguantó varias horas, y pudo considerarse un éxito de movilización. Al día siguiente, no se repitió.

Por eso cada vez que leo que ETA, en esa acción concreta, estuvo manipulada por servicios de inteligencia no puedo dejar de pensar que es muy verosímil. Desde luego, el atentado lo cometieron ciertas élites, cierta «vanguardia del proletariado» que ni Grecia ni Portugal tuvieron nuestra mala suerte de sufrir. Lo que el artículo calla, y en eso da una visión miserable de la realidad, es que en España también había movilizaciones populares; mucho más fuertes que las de Portugal, por cierto, donde la dictadura fue derrocada por el ejército mientras que aquí tendría que serlo contra él. Esas movilizaciones, en la fase más reciente, habían desembocado en acciones tan importantes como la huelga de la construcción de Madrid en 1971, y las huelgas generales de El Ferrol y Vigo, en 1972, y de Pamplona en 1973; todas con muertos, porque entonces las movilizaciones costaban vidas. Lo que se juzgaba en el «proceso 1001» era precisamente a quienes habían dirigido aquellas huelgas y la solidaridad que recibieron de toda España. Se trataba, por tanto, de un verdadero pulso entre la Dictadura y las fuerzas democráticas, más concretamente el movimiento obrero. ETA puso la goma-2 del lado de la Dictadura, forzó la desmovilización y el proceso terminó en un juicio de tantos del TOP, con los acusados yendo a dar con sus huesos en prisión hasta la amnistía de 1977.

Prácticamente al día siguiente de esa amnistía, que la benefició más que a nadie, ETA volvía a matar. Desde ese momento, fuimos conscientes de vivir en una democracia tutelada. No tanto por el Ejército, según se supone habitualmente, como por ETA. El terrorismo fue el factor más constante de la política española durante las siguientes dos décadas. En ese tiempo ETA fue el supremo juez de lo que acaecía políticamente en nuestro país. Si adolecemos de las insuficiencias democráticas de que adolecemos, sobre todo hay que agradecérselo a ETA. En cada atentado, nos dejábamos jirones de la democracia porque la necesaria unidad de los demócratas para impedir que nuestra vida la decidieran unos asesinos inevitablemente restaba fuerza a cualquier otra lucha. 

Sé que hay gente que piensa ahora que habría sido mejor dejarnos llevar por ETA a donde quisiera llevarnos, si con eso se extirpaba de raíz el franquismo. Nada más lejos de la realidad: ETA fue el mejor aliado que podrían haber encontrado los franquistas, porque cada atentado reforzaba la impresión general de que no se podía luchar contra el terrorismo más que con los métodos del franquismo: pena de muerte, estados de excepción, torturas policiales, etc. Hubo que sufrir semejante presión un año tras otro, durante los veinte que van de las primeras elecciones al asesinato de Miguel Ángel Blanco, pasando por atentados tan crueles como los de la plaza de la República Dominicana en Madrid o de Hipercor en Barcelona, por citar los más sangrientos. Pero el secuestro de un edil democrático (cuyo pecado mortal, a juicio de sus verdugos, era sentirse español), y con él de toda España, que lo siguió como quien dice en directo, seguido de su tortura y asesinato superaron todo lo entonces imaginable. Ese día España entera dijo «¡No!», y fue el principio del fin de ETA.



jueves, 6 de julio de 2017

Un tuit de Eduardo Garzón sobre el BCE provoca debate en las redes sociales

El tuit en cuestión decía: «Una economía con su propia moneda fiduciaria puede evitar siempre que quiera la insolvencia; la deuda pública nunca le supone un problema». Como era de esperar, le llovieron las críticas. Entre ellas la de Toni Cantó (que no tiene formación económica, que yo sepa): «Vuelve el del monopoly». A lo que Garzón replicó: «Lo que he tuiteado no es de mi autoría; es un extracto literal (sic) de este boletín del Banco Central Europeo», y seguía la URL del boletín.

Dejando a un lado que un extracto no puede ser literal, lo que Garzón quería decir está claro: la idea no es suya sino que la ha tomado de la fuente citada. Luego resulta que se trata de un artículo de dos analistas del BCE, que tampoco representa la opinión de éste. No tengo ningún interés en hacer la hermenéutica del artículo. Lo que me importa es la claridad de las ideas económicas discutidas.

La idea, sea de Garzón o de quien se quiera, es sólo una verdad a medias. En este caso, doblemente cuestionable porque sobre ella se apoya cierta opinión partidaria de abandonar el euro para que la economía española retorne a «su propia moneda fiduciaria»; así se podrá evitar siempre que se quiera la insolvencia, o eso se nos dice. Es un error; quizá Garzón no extractó correctamente. Lo cierto es que así se podrá evitar la insolvencia a condición de que la deuda pública esté denominada en moneda nacional. Si está denominada en divisas extranjeras, no cabe ninguna duda de que puede dar en insolvencia, en cuanto no ingrese las suficientes divisas para hacer frente al servicio de la deuda. Luego entonces no es correcto decir que «la deuda pública nunca le supone un problema». No le supone un problema si está denominada en moneda nacional, puede suponérselo si está en divisas extranjeras.

¿Y por qué el gobierno de un Estado soberano habría de emitir deuda en divisas extranjeras? Muy sencillo. Si su déficit supera la capacidad de ahorro de la economía nacional, no tendrá más remedio que recurrir al ahorro del resto del mundo. Naturalmente, no es forzoso acudir al ahorro exterior para financiar el déficit; ahí está el ejemplo de Japón, que con la mayor deuda pública del mundo en relación al PIB, la coloca prácticamente toda entre sus residentes. Pero eso es así por la gran capacidad de ahorro de la economía japonesa. El resto de los países, por regla general, tienen que endeudarse en el mercado internacional. Y mucha suerte, o una posición muy central en la economía mundial, como Estados Unidos, habrá de tener el país en cuestión para que el resto del mundo acepte deuda en su moneda nacional. Lo normal será que deba emitirla en dólares, euros o cualquier divisa convertible. De ahí que el término deuda pública se haya subsumido en el de deuda soberana, que incluye la deuda emitida tanto en moneda nacional como en divisas extranjeras.

Por tanto, salir del euro no nos libraría para siempre de los apuros de la deuda ni nos aseguraría que nunca volviera a ser un problema. En realidad, nos veríamos sometidos a las mismas restricciones presupuestarias que ahora, en cuanto tengamos que acudir al mercado internacional, sin el apoyo que nos ha supuesto y todavía nos supone el Banco Central Europeo.


domingo, 2 de julio de 2017

El Orgullo Gay y sus detractores

Leo con buenas dosis de asombro las protestas de ciertos heterosexuales ante la celebración del Orgullo Gay estos días en Madrid. Son de distinta índole, pero todas me inspiran reflexiones de uno u otro tipo, que paso a detallar.

Primero, están los que se quejan de que lo ‘homo’ desplaza a lo ‘hetero’; poco más o menos, vienen a decir que hay una discriminación positiva en favor de aquello y en detrimento de esto. Me parece ridículo, y preocupante del nivel de salud mental de este país. Soy heterosexual de siempre. Para mí, no es una opción: es lo que me pide el cuerpo, como se decía antes. Aclarado esto, nunca me he sentido agredido por comportamientos homosexuales; no creo que ocurra nada que pueda hacerlo suponer, fuera de las cárceles. Si acaso, cuando se trata de lesbianas tiendo a pensar que hay algo de desperdicio en ello; pero en fin, ellas les parecerá que el desperdicio lo comete mi pareja. Con los varones, solía decirme: dos competidores menos. Soy sincero. Ahora, esto de sentirse agredido me parece propio de gentes como que no tienen muy clara su orientación sexual, la que han elegido la tienen prendida con alfileres y cualquier influencia externa los puede descolocar. Deberían hacérselo mirar.

Segundo, los que protestan de las molestias generadas por la afluencia de dos o tres millones de personas (no sé si finalmente ha llegado a tanto) que ha alterado estos días la normal vida madrileña. Oigan ustedes, ése es un turismo que se ha dejado, según estimaciones de hoy, unos 200 millones de euros en la capital. El turismo genera ruidos (la gente aprovecha su tiempo libre y eso en España invita a salir de noche hasta las tantas), aglomeraciones, exhibiciones de costumbres y gustos distintos a los locales; molestias, en definitiva. ¿Qué se creen ustedes? ¿Qué el turismo de los años sesenta y setenta no las generaba? Pregunten, pregunten a quienes las sufrieron en sus carnes y las sufren todavía: en Palma de Mallorca uno se encuentra con carteles que piden al ayuntamiento que obligue al cierre anticipado de locales de ocio; así, desde hace décadas. Y no durante unos días, como en esto, sino en los largos meses de verano. Ahora vivimos de eso en gran parte. ¿Qué habría sido de este país si la población de la costa levantina hubiera tenido la piel tan fina como la de la madrileña?

Tercero, están las dudas sobre el uso de fondos públicos para promover el evento. Tras lo dicho, creo que tales dudas se solventan solas. Tan sólo añadiré que un gasto público que atrae gasto privado de esta es un ejemplo magnífico de lo que deben hacer los poderes públicos en una economía que se proponga competir con éxito a escala global.



jueves, 29 de junio de 2017

Plan para la desconexión monetaria de Cataluña

Los independentistas catalanes esperan una feroz represión, no la bobada de la inhabilitación con que se los está fustigando ahora. Ver cómo corre la sangre, tanques por la Diagonal aplastando barretinas empapadas de sesos de patriota, a lo Tiananmén, junio de 1989. Tengo malas noticias. No se verá nada parecido. El Plan B se llama «desconexión monetaria». Lo expondré a continuación.

Un día, el Parlament catalán aprobará su Ley de transitoriedad y el Gobierno dará órdenes a la fiscalía de procesar a los responsables. Éstos no se dejarán condenar ni desplazar de sus cargos. El fracaso de la administración de Justicia española en Cataluña anunciará la desconexión efectiva.

El día 1 tras la desconexión, el Banco de España enviará una circular a todos los bancos ordenándoles la segregación inmediata (72 horas parece un plazo razonable) de sus actividades en Cataluña, sin excepción, y la constitución en el mismo plazo de sociedades mercantiles independientes con arreglo a la legislación catalana. Si no hay legislación catalana aplicable, podrán acogerse a la que les dé la gana, con el permiso de la Generalitat. Transcurrido el plazo, el Banco de España notificará a Fráncfort la eliminación de todas las sucursales catalanas de la lista de oficinas incluidas en Target-2, al pasar a depender de un Banco Nacional de Catalunya que no forma parte del Sistema Europeo de Bancos Centrales. Las entidades españolas podrán transferir fondos a filiales suyas catalanas en las mismas condiciones que pueden hacerlo a Argentina o Brasil. Cualquier intento de mantener de facto a esas entidades en la zona euro será sancionado con arreglo a lo previsto en los Estatutos del Banco Central Europeo y calificado de presunto delito de evasión de capitales conforme a la legislación española. Una maniobra tan sucia, y tan efectiva, como la que obligó al gobierno de Tsipras a claudicar.

Este plan ya estará sobre la mesa de algún burócrata de Fráncfort. Y el BCE no pondrá ninguna traba, ya que nadie quiere una declaración de independencia que constituiría el desafío geopolítico más perturbador en Europa desde el desmembramiento de Yugoslavia. Tras la puesta en ejecución del plan auguro una semana, como mucho, hasta que el Govern dimita para convocar nuevas elecciones autonómicas.

El Govern tiene una alternativa: crear un Banco Nacional de Catalunya sin verdaderas competencias de banco central; seguir en la zona euro en una unión monetaria indisoluble con el resto del Estado. En definitiva, mantenerse bajo el paraguas del Banco de España. Algo así como Luxemburgo en relación con Bélgica. ¿Lo harán? Claro que sí. Cualquier cosa con tal de que el procés siga dando de qué hablar.



miércoles, 14 de junio de 2017

La moción de censura devuelve la iniciativa al PSOE

Verdaderamente, El País ha perdido contacto con la realidad política. Sus valoraciones de última hora rezuman la paranoia de que viene haciendo gala. El editorial «El nuevo PSOE y el abrazo de Podemos» es clara expresión de sus temores. Concluye que entre un Rajoy y un Iglesias crecidos, el socialismo está a punto de ser laminado. Mostraré que es plausible una lectura bien diferente.

Aparentemente, buena parte del éxito que se atribuye a Podemos depende de la actuación de su portavoz, Irene Montero. Es evidente que ha causado impresión entre los periodistas (citemos a Iñaki Gabilondo, Enric Juliana e Isaías Lafuente), como lo es que, si los medios se empeñan, estamos ante una estrella fulgurante del arco parlamentario. Una consideración objetiva de su actuación la valoraría en términos más modestos, sin embargo. Fue valiente yendo a un choque con Rajoy que ni ella ni nadie esperaba. Por lo demás, se ciñó estrictamente al guion y sobreactuó continuamente, aunque esto parece marca de fábrica de su formación política.

Que Rajoy haya salido reforzado, al ofrecerse como la única alternativa viable al populismo, es una apreciación muy generosa de su resultado. El PP ha recibido críticas de la Cámara en pleno, excluidos UPN y Foro. Todos los demás grupos parlamentarios han denunciado por activa y por pasiva la corrupción y consiguiente degradación de las instituciones. Ha quedado de manifiesto que el PP gobierna sólo por un motivo, y no es haber ganado las elecciones sino el odio irreconciliable que Podemos profesa a Ciudadanos.

No se puede augurar un gran futuro a un partido que adolece de semejantes tics. Son apreciables también en el desprecio con que el candidato trató a cuatro partidos de ámbito autonómico: Coalición Canaria, Nueva Canarias, UPN y Foro de Asturias. Por cierto, que tan fiera como la de Montero fue la reacción de Oramas, y mucho más justificada, a la vista del paternalismo de Iglesias al recomendar a CC que se integrara en el PP. Los partidos no sólo son diputados sino también sus electores, y no se debe negar a éstos de esa forma la libertad de elegir. Podemos mostró un «complejo de gran potencia» que también explica su deseo de llevar adelante la moción de censura contra viento y marea.

Atención especial merece el juicio de los dos partidos nacionalistas, PNV y PDdeCat, sospecho que inspirado en el trato dado a los pequeños. Sin ambos, le resultará muy difícil a Podemos gobernar España en algún futuro previsible. Bien distinta es la posición de ERC, y por motivos comprensibles. Ayer lograron convertir la sesión de la tarde en un acto de afirmación republicana, con los parabienes de Bildu y el propio Podemos. Esta alianza, que cabría calificar de estratégica, es lo sustancial que han sacado los promotores de la moción. Está por ver, empero, que les sea de utilidad para forjar mayorías parlamentarias a partir de mañana.


Donde yerra de plano el editorialista de El País es en su valoración de la participación del PSOE. Ha sido de perfil bajo, de acuerdo, porque lo exigía la situación. A buen entendedor pocas palabras bastan. Sólo citaré un detalle, que es el crucial de todo el debate, a despecho de los fuegos artificiales que han abundado en todo su transcurso. Iglesias ha prometido solemnemente que respaldará todas las iniciativas del PSOE mientras Ábalos no sólo no se comprometía a nada parecido sino que incluso anunciaba la abstención de su partido. Esta asimetría, a mi juicio, define el resultado del debate. Porque éste era también un pulso para decidir quién dirigirá a la izquierda. Y ha quedado perfectamente claro. Lo hará el PSOE, aunque lo haga sin aspavientos.



martes, 13 de junio de 2017

La moción de censura de Podemos

Una de las cosas más importantes en política es no creerse uno el relato que los actores hacen de sí mismos. Si lo creyéramos, la moción de censura que hoy se debate en el Congreso se resumiría en que alguien tiene que impedir la normalización de la corrupción destapada en los últimos meses. Los que no la apoyen, es que miran para otro lado.

Para creer ese relato, uno tiene que olvidarse de que hace un año la corrupción ya campaba por sus respetos en España. ¿O es que no se conocía el famoso SMS: «Luis, sé fuerte»? Y hay que olvidarse, también, de que hace un año hubo una oportunidad de desalojar al PP del Gobierno y Podemos no lo permitió. No es que se abstuviera, como hará hoy el PSOE; en un alarde de sinceridad bronca, voto en contra. El relato, en ese punto, merece atención. Había un pacto PSOE-Ciudadanos, y Podemos dice que no se le ofreció entrar en él. Con un poco de memoria, uno recuerda que la excusa entonces no fue ésa, sino que «Naranjito es el partido del Ibex» y claro, con ellos no puede ir nunca Podemos: ofreció un pacto «a la valenciana». Era el gobierno de Sánchez, pero Podemos tenía que marcar las directrices.

Dejando las excusas de lado, la cuestión no era entrar en ningún pacto o dirigir los pasos de Sánchez sino apoyar desde fuera la formación de un gobierno que echaría al PP. ¿Es que los dirigentes de Podemos, tan profesores de ciencia política, ignoran que la política a veces exige decisiones como ésa? Claro que no lo ignoran. Aparentemente, el acuerdo PSOE-Ciudadanos los había pillado con el pie cambiado: el mismo día de ir Pedro Sánchez a hablar con el Rey, había salido Pablo Iglesias a los medios exigiendo una vicepresidencia y el control del servicio secreto, entre muchas otras cosas. La consulta a las bases sobre la posición del partido ante el pacto PSOE-Ciudadanos fue, desde este punto de vista, un abuso de confianza: «Si votamos que Sí, dejamos a nuestro líder con el culo al aire», con los resultados esperados.

¿Fue un error aquella salida a los medios? Claro que no. Se dice que los dirigentes de Podemos son buenos estrategas, y hay que concederles el beneficio de la duda. Si no de un error, fue fruto de un cálculo. Estaba claro que aquello tensionó internamente al PSOE, y probablemente es lo que se buscaba. El ala más integrada en el sistema, con suficiente cobertura mediática, presionó al ala más radical y la condicionó en todos sus actos; Sánchez pudo hablar con Ciudadanos pero no con Podemos. Eso era lo que se buscaba, porque dejaba a Podemos con las manos libres para votar que No, forzar nuevas elecciones e intentar el sorpasso… que no salió. Fue un primer contratiempo para los estrategas. Pero era un riesgo calculado: la buena noticia fue que el PSOE en junio bajó de votos y escaños comparativamente a diciembre. Después de haber estado a un paso de formar gobierno, estaba claro que Sánchez se aferraría al «No es No» y que el ala derecha del partido acabaría con él. Tras la formación de la gestora y la abstención frente a Rajoy, todo marchaba con arreglo a la estrategia. El PSOE quedaba de nuevo englobado en el sistema (antes «la casta», ahora «la trama») y Podemos, como única alternativa y representante absoluto de la izquierda.

La conclusión es que la moción de censura no responde a esta coyuntura. Con toda probabilidad se decidió a la vista de los resultados de las elecciones de diciembre de 2015. Tan sólo había que desplazar al líder del PSOE, un tipo aparentemente débil, y facilitar que los dirigentes históricos se hicieran con el control directo del partido. Cuando esto fue un hecho, se escenificó la asamblea de Vistalegre II, donde se purgó a los errejonistas en aplicación de la máxima «el partido se fortalece depurándose». A partir de ahí, se trataba de esperar un momento propicio. Éste vino de la confluencia entre la operación Lezo y las primarias del PSOE, donde el triunfo de la candidata del aparato parecía cantado…

La vuelta de Pedro Sánchez era lo último que podían esperar los estrategas. Ése ha sido su error: hay vida en la izquierda fuera de Podemos. Hoy lo pagarán con la soledad más absoluta en el parlamento (la soledad de verse apoyados sólo por los independentistas vascos y catalanes) y simpatías más que tibias, cuando no verdadera indiferencia en la calle. Mal servicio para la imagen de «izquierda patriótica» que han prodigado.






lunes, 12 de junio de 2017

Progresismo y liberalismo: replanteamiento


Mucho se ha escrito sobre la distinción entre los dos términos que encabezan estas líneas. Con frecuencia se concluye que la frontera no es fácil de establecer, debido a la confusión de los términos que prevalece en Norteamérica. Creo, sin embargo, que si se identifica liberalismo con las ideas inspiradas en la obra de Adam Smith trazarla no es difícil.

Ambas ideologías ensalzan la libertad, pero de forma diversa. En el progresismo, lo relevante es la libertad para buscar la felicidad; importan las personas. En el liberalismo, lo es la libertad para crear riqueza; importan las empresas. Ese contraste tuvo su primera plasmación en la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Cierta leyenda sostiene que un borrador mencionaba, como «derechos inalienables», «la vida, la libertad y la búsqueda de la riqueza» pero en la redacción final el último de esos derechos se reescribió como «búsqueda de la felicidad». Ahí el progresismo habría ganado la partida al liberalismo.

Un ejemplo ayudará a fijar el contraste. El aborto es una libertad propugnada por el progresismo, porque los embarazos no deseados restringen la oportunidad de las mujeres para ser felices. En cambio la gestación subrogada es una libertad propugnada por el liberalismo, porque crea riqueza a través de concebir el embarazo como un servicio de la mujer gestante a terceros. ¿Puede haber progresistas o liberales que sean partidarios del aborto libre y de la gestación subrogada, al mismo tiempo? Puede haberlos, lo que podríamos llamar liberal-progresistas. Pero también puede haber, y de hecho hay, progresistas antiliberales que no aceptan la gestación subrogada, así como liberal-conservadores que no admiten el aborto. Lo que está claro, sin embargo, es que quien se opone a ambas libertades no puede ser liberal ni progresista; sólo puede ser conservador, puro y duro.

Cuando del individuo se pasa al interés general, el progresismo sostiene que la felicidad es mensurable y que son factibles las comparaciones interpersonales de felicidad. Se trata de maximizar la felicidad agregada. Para los cálculos pertinentes, se parte de dos postulados: todos los individuos son iguales y cada unidad de riqueza añade quantums decrecientes de felicidad individual. Supongamos que hay diez mil individuos. De ellos, 9.999 disponen de una única unidad de riqueza cada uno, y son muy desgraciados; uno dispone de 10.001 unidades, y es desproporcionadamente feliz. Si se quita una unidad al rico y se le entrega a uno de los pobres, éste dispondrá del doble y será mucho más feliz que antes mientras que ¿qué supone una sola unidad para el rico? La aplicación consistente de este razonamiento lleva a la conclusión de que el máximo de felicidad colectiva se alcanza cuando se iguala a todos en dos unidades de riqueza, desposeyendo al rico de 9.999 unidades y repartiéndolas entre el resto de los individuos. El desiderátum del progresismo es el comunismo, pero sólo será evidente para los progresistas antiliberales.

El liberalismo razona de forma inversa. No se pregunta qué distribución de la riqueza genera más felicidad, si una con un rico y muchos muy pobres u otra con todos igualmente ricos (o igualmente pobres, según se mire), sino cuál de las dos distribuciones creará más riqueza. En el fondo, presupone medir la libertad de una sociedad con arreglo a la que disfruta el individuo más libre dentro de ella. Si se llega a la conclusión de que una igualdad más o menos extrema bloquea o siquiera ralentiza los procesos económicos, para el liberal puro (lo que se ahora se llama, por razones que tendrían sentido en Norteamérica pero no en Europa, «neoliberal») será oportuno desposeer a la inmensa mayoría para enriquecer a cualquiera tomado al azar y aumentar así la libertad de todos para crear riqueza. Conclusión diríase que diametralmente opuesta al progresismo.

Así se llega a la frontera última entre ambos. No será progresista quien admita empobrecer a un pobre con la excusa de que así aumenta la libertad para crear riqueza, ni puede ser liberal quien acepta reducir las oportunidades de crear riqueza con la excusa de que así aumenta la felicidad del mayor número. Aunque sí es posible llegar a transacciones entre ambas ideologías que preconicen medidas que potencien la felicidad individual con tal de que no coarten la creación de riqueza (el matrimonio homosexual sería una de ellas) y otras que fomenten la riqueza incluso a costa de algunos individuos con tal de que beneficien al mayor número.


martes, 23 de mayo de 2017

La Generalitat y la desconexión virtual

El pasado 22 de mayo la Generalitat catalana ha celebrado un acto público en la capital del Estado. Intervinieron el president Puigdemont y los conseillers Junqueras y Romeva. Éste último, en calidad de encargado de Asuntos Exteriores, tuvo a bien dar una lección de historia: «España debe cambiar el modelo de relación con Catalunya, que mantiene desde hace tres siglos». Junqueras, a cargo de Economía y Hacienda, dio la suya sobre ciencia política: «Exijo para Catalunya el derecho al voto, fundamento de la democracia». El President, por su parte, disertó sobre pragmatismo: «Si hay voluntad política de atender la reclamación de Catalunya, todos los obstáculos podrán allanarse».

Voy a lo importante: por supuesto que no hay voluntad de reconocer a Cataluña como sujeto soberano. Aceptar o no aceptar el referéndum no es cuestión de cálculo de votos; aceptarlo sería reconocer el derecho autodeterminación, cosa que no se hará. Sorprende que los independentistas no se hayan dado cuenta todavía, lo que sería una imperdonable falta de realismo en gentes de su responsabilidad; o que todavía pretendan ocultar que la celebración del referéndum presupone reconocer el derecho de autodeterminación, cualquiera que sea su resultado. Alegan los precedentes de Canadá y el Reino Unido, países de la Commonwealth y en los que rige la common law anglosajona, que reconoce el derecho a la determinación desde que Londres perdió la guerra de Independencia norteamericana, derecho bajo el que se desmembró el Imperio británico tras la segunda guerra mundial. España, como el resto de los países latinos (Cataluña es un país latino), pertenece al área de lo que los propios anglosajones llaman civil law, resultado de la evolución del derecho romano. Los países de instituciones heredadas del derecho romano y actualizadas con el código napoleónico nunca han cedido tierra y población sin guerra. Está en la matriz de nuestros Estados. Y se equivocan los independentistas catalanes si creen que Naciones Unidas, con su llamada a descolonizar, respalda lo más mínimo sus planteamientos. El derecho de autodeterminación respalda a las colonias y sólo a las colonias. Todo intento retórico de presentar a Cataluña como colonia se estrella contra la presencia de sus representantes en las instituciones del Estado (el casus belli de Washington y los rebeldes norteamericanos, o el de Martí y los rebeldes cubanos) y con la realidad del autogobierno. La soberanía, en esa perspectiva, es un lujo.

El acto terminó con la promesa del President de realizar el referéndum, con acuerdo con el Estado o sin él. Y de que después ya no habrá más negociaciones que las encaminadas a implementar su resultado. Nuevamente, la misma falta de realismo. Si celebran un nuevo referéndum (¿qué pasó con el del 9-N?) y gana la independencia, tampoco pasará nada. Ellos creen que el Estado ya no tendrá más remedio que sentarse a dialogar. En absoluto. El Estado sólo tiene que sentarse a esperar. ¿Qué hará la Generalitat? Para empezar, meterse en una pelea con numerosos funcionarios que no están dispuestos a seguir un rumbo de ilegalidad manifiesta, puesto que la Ley de Desconexión será declarada ilegal en el momento de promulgarse.

Supongamos, por mor de reducción al absurdo, que los funcionarios se someten. ¿Para qué? Empezando por lo más simple, para emitir a los catalanes un documento de identidad que no servirá para coger un avión en el aeropuerto del Prat, y pasaportes que no serán aceptados en ningún país del mundo; sobre todo, no servirán para los países que más interesan a los catalanes. De acuerdo, es una cuestión menor; los pragmáticos catalanes seguirán usando los documentos emitidos por el Estado. Pasemos a la moneda: ¿cuál será? El euro, faltaría más. ¿Puesto en circulación, por quién? El Banco Nacional de Catalunya. Perdón, no. Ese hipotético banco no es miembro del Sistema Europeo de Bancos Centrales, y no lo será. Y sin serlo, no pondrá en circulación nada. Cataluña y sus bancos seguirán dependiendo del Banco de España, que no va a estrangular financieramente a nuestros compatriotas. Y de la misma forma, Cataluña seguirá disfrutando de las ventajas de pertenecer a la Unión Europea gracias a ser parte de España; gracias, precisamente, a que el Estado no reconoce la independencia.

Qué ridículo, ¿no? ¿De qué va entonces la independencia que quiere esta gente? ¿De proclamar a los cuatro vientos que son independientes, y en realidad continuar dependiendo en todas las cuestiones cruciales de España? ¿Para ese paripé hay que torcer la voluntad de respetar la ley que todavía hay en gran número de funcionarios? ¿Ofrecerá esa situación mayor seguridad jurídica que la actual? Hay que estar completamente loco para pensarlo.



domingo, 12 de marzo de 2017

Brexit y el futuro de la Unión Europea

El referéndum donde el Reino Unido decidió su salida de la Unión Europea está llamado a representar un punto de inflexión en la trayectoria de la institución supranacional, sin duda el más importante desde la firma del Tratado de Maastricht. Se han cumplido ahora veinticinco años, celebrados sin alharacas como exige la circunstancia del momento; se cierra un ciclo de brillante expansión si bien bastante desordenada, y cuyo logro fundamental ha sido el euro. Es momento de reflexión y de reformas.

La salida del Reino Unido está sentenciada y no merece que se le preste mayor atención. La Unión Europea acaba de negociar, pendiente de ratificación, el Comprehensive Economic and Trade Agreement (CETA) con Canadá, que contempla lo que técnicamente se conoce como una zona de libre comercio más un mercado común de capitales, y el Reino Unido se tiene ganado eso; ni más, ni menos. Si acaso, a España le convendría que no excluyera los productos agrícolas, toda vez que el Reino Unido no es sospechoso de producir alimentos transgénicos.

Cerrado ese capítulo, hay que afrontar el futuro. Un futuro que se presenta lleno de nubarrones, no solamente por el peligro de que cunda el ejemplo británico, sino por la actitud, claramente hostil, de la nueva Administración estadounidense a la Unión Europea y al euro, para imponernos a los europeos un modelo de relación bilateral que se abandonó con el Plan Marshall. Hay que actuar con firmeza contra semejante involución, y hay que hacerlo apoyándonos en lo más avanzado del proceso de integración: el euro. Se trata de replantear la situación de la moneda común. El Banco Central Europeo es oficialmente una de las instituciones fundamentales de la Unión, y resulta incomprensible, en la situación actual, que sólo diecinueve de sus miembros estén sujetos a su disciplina, y que haya otros nueve que no. Esta anómala situación se creó únicamente con la finalidad de contentar al Reino Unido. Bien, el problema ya no existe. El ‘Brexit’ ofrece una gran oportunidad.

Que no malgasten el tiempo y la malogren los líderes europeos hablando de «Unión Europea a varias velocidades». De eso se hablaba hace treinta años; es vino viejo en odres nuevos. Hay mayoría suficiente en el Consejo y en el Parlamento Europeos para imponer a los recalcitrantes una decisión: o se suman al euro, o se acuerda con cada uno ellos un CETA. Urge, en definitiva, un ajuste de las fronteras de la Unión Europea a las de la Eurozona. Eso es lo que puede darnos más Europa.


En momentos así, hay que reunir la energía de emperadores antiguos, como el romano Diocleciano y el bizantino Heraclio, capaces retirarse a fronteras que se podía defender, abandonando lo que no a los invasores bárbaros.


sábado, 7 de enero de 2017

Qué pasa con el euro

Esta semana, la cotización del euro frente al dólar ha caído a mínimos históricos. En estos momentos se encuentra a un paso de equipararse al dólar, y seguramente la caída no se detendría ahí. La circunstancia resulta tanto más inquietante cuanto que proliferan las voces de expertos y no expertos (como el presidente electo de EEUU, Donald Trump) que vaticinan que el euro está condenado a desaparecer. Los argumentos los conocemos de sobra, y no aburriré al lector repitiéndolos.

Un examen detenido del asunto muestra, sin embargo, aspectos interesantes. Es verdad que el euro alcanzó la cota de 1,035 dólares, su mínimo, en menos de un mes de haberla tocado por primera vez; Ahora ha caído un poco más, pero muy poco más. Por diversas razones, ese soporte empieza a parecer bastante sólido. Me atrevería a vaticinar que aguantará incluso meses, quizá dos o tres. Esto tiene que ver con varias cosas, y la más importante es que la situación del propio dólar, tras años de compra de bonos QE por la Reserva Federal, tampoco es demasiado boyante. La zona euro se encuentra en una situación parecida, pero con todo y eso las relaciones entre ambas divisas y su tipo de cambio pasan por un momento de incertidumbre. Con lo que es probable que las opiniones alcista y bajista del mercado tiendan a empatar.

El segundo aspecto es el Brexit. A saber en lo que puede terminar eso. La falta de definición jurídica del asunto (el famoso artículo 50) ha perjudicado tanto al euro como a la libra. Luego está la actitud de Trump: el primer mandatario extranjero con quien se comunicó tras ganar las elecciones fue Theresa May, la premier británica. Para colmo, la invitó a visitar EEUU esta primavera. Los mercados lo interpretaron como un apoyo a la salida británica. Por diversos indicios, sin embargo, sospecho que Trump está en la presidencia para manipular los mercados y ganar una fortuna con ello. En varias ocasiones, ha dicho o hecho una cosa, que afectó severamente a los mercados, para luego hacer declaraciones conciliadoras que restablecen la confianza y permitirían ganar una fortuna a quien supiera qué está haciendo. Con independencia de todo, cuanto más tiempo pase más difícil será para el Reino Unido salir efectivamente de la UE; esas cosas, de un coste inmenso para nosotros pero sobre todo para ellos, o se hacen en caliente o no se hacen. Por si fuera poco, el Reino Unido contaba con el Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) para pensar que, en el fondo, con un acuerdo así tenían prácticamente todas las ventajas aseguradas, sin ninguno de los inconvenientes. Pero la firma del TTIP se dilata; tras el rechazo por Trump de su homólogo del Pacífico, el futuro de aquél es incierto, y cabe la posibilidad de que la UE rechace incluir al Reino Unido si éste ya ha solicitado la salida, en caso de que finalmente se firmara. Barrunto que al final la recomendación de norteamericana, por unas cosas y por otras, será que el Reino Unido se mantenga en la Unión. Más aún; para no violentar la voluntad popular expresada en el referéndum de junio del año pasado, habría que celebrar otro; y para que no parezca una tomadura de pelo habría que incluir preguntas nuevas. La más plausible, porque además se corresponde con los intereses de la City, es si el pueblo británico acepta mantenerse en la UE y entrar en el euro.

Todo esto podrá parecer economía y/o política ficción. Pero son los elementos que cabe manejar en una situación como ésta. EEUU, con Obama o con Trump, necesita una Europa unida, no desunida y en situación de derribo. Porque una cosa es que al presidente electo le caiga bien Putin, y otra que le deje merendarse uno por uno los países de la Europa del Este; de momento, Moldavia y Bulgaria están al caer, y un poco después vendría Hungría. La única forma de poner freno a eso pasa por fortalecer la UE. Y a tal fin, la clave es el euro.