Mucho se ha escrito sobre la distinción entre los dos
términos que encabezan estas líneas. Con frecuencia se concluye que la frontera
no es fácil de establecer, debido a la confusión de los términos que prevalece en
Norteamérica. Creo, sin embargo, que si se identifica liberalismo con las ideas
inspiradas en la obra de Adam Smith trazarla no es difícil.
Ambas ideologías ensalzan la libertad, pero de forma diversa.
En el progresismo, lo relevante es la libertad para buscar la felicidad; importan
las personas. En el liberalismo, lo es la libertad para crear riqueza; importan
las empresas. Ese contraste tuvo su primera plasmación en la Declaración de
Independencia de Estados Unidos. Cierta leyenda sostiene que un borrador
mencionaba, como «derechos inalienables», «la vida, la libertad y la búsqueda
de la riqueza» pero en la redacción final el último de esos derechos se
reescribió como «búsqueda de la felicidad». Ahí el progresismo habría ganado la
partida al liberalismo.
Un ejemplo ayudará a fijar el contraste. El aborto es una
libertad propugnada por el progresismo, porque los embarazos no deseados
restringen la oportunidad de las mujeres para ser felices. En cambio la
gestación subrogada es una libertad propugnada por el liberalismo, porque crea
riqueza a través de concebir el embarazo como un servicio de la mujer gestante
a terceros. ¿Puede haber progresistas o liberales que sean partidarios del
aborto libre y de la gestación subrogada, al mismo tiempo? Puede haberlos, lo
que podríamos llamar liberal-progresistas.
Pero también puede haber, y de hecho hay, progresistas
antiliberales que no aceptan la gestación subrogada, así como liberal-conservadores que no admiten el
aborto. Lo que está claro, sin embargo, es que quien se opone a ambas
libertades no puede ser liberal ni progresista; sólo puede ser conservador,
puro y duro.
Cuando del individuo se pasa al interés general, el progresismo
sostiene que la felicidad es mensurable y que son factibles las comparaciones
interpersonales de felicidad. Se trata de maximizar la felicidad agregada. Para
los cálculos pertinentes, se parte de dos postulados: todos los individuos son
iguales y cada unidad de riqueza añade quantums decrecientes de felicidad
individual. Supongamos que hay diez mil individuos. De ellos, 9.999 disponen de
una única unidad de riqueza cada uno, y son muy desgraciados; uno dispone de 10.001
unidades, y es desproporcionadamente feliz. Si se quita una unidad al rico y se
le entrega a uno de los pobres, éste dispondrá del doble y será mucho más feliz
que antes mientras que ¿qué supone una sola unidad para el rico? La aplicación
consistente de este razonamiento lleva a la conclusión de que el máximo de
felicidad colectiva se alcanza cuando se iguala a todos en dos unidades de
riqueza, desposeyendo al rico de 9.999 unidades y repartiéndolas entre el resto
de los individuos. El desiderátum del progresismo es el comunismo, pero sólo
será evidente para los progresistas antiliberales.
El liberalismo razona de forma inversa. No se pregunta qué
distribución de la riqueza genera más felicidad, si una con un rico y muchos
muy pobres u otra con todos igualmente ricos (o igualmente pobres, según se
mire), sino cuál de las dos distribuciones creará más riqueza. En el fondo, presupone
medir la libertad de una sociedad con arreglo a la que disfruta el individuo
más libre dentro de ella. Si se llega a la conclusión de que una igualdad más o
menos extrema bloquea o siquiera ralentiza los procesos económicos, para el
liberal puro (lo que se ahora se llama, por razones que tendrían sentido en
Norteamérica pero no en Europa, «neoliberal») será oportuno desposeer a la
inmensa mayoría para enriquecer a cualquiera tomado al azar y aumentar así la
libertad de todos para crear riqueza.
Conclusión diríase que diametralmente opuesta al progresismo.
Así se llega a la frontera última entre ambos. No será progresista
quien admita empobrecer a un pobre con la excusa de que así aumenta la libertad
para crear riqueza, ni puede ser liberal quien acepta reducir las oportunidades
de crear riqueza con la excusa de que así aumenta la felicidad del mayor número.
Aunque sí es posible llegar a transacciones entre ambas ideologías que
preconicen medidas que potencien la felicidad individual con tal de que no
coarten la creación de riqueza (el matrimonio homosexual sería una de ellas) y
otras que fomenten la riqueza incluso a costa de algunos individuos con tal de
que beneficien al mayor número.
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