miércoles, 29 de enero de 2014

Entramos en zona de turbulencias, abróchense los cinturones

La semana pasada se encendieron luces ámbar de peligro a la vista en los mercados financieros de todo el mundo. Países tan distantes entre sí como Tailandia, Argentina, India, Turquía y Sudáfrica, en cascada, iban viendo sus monedas entrar en caída libre. Hoy, todos ellos han subido sus tipos de interés, la medida clásica para el caso. Pero no está claro que así se resuelva el problema. ¿Qué está pasando, en realidad?

Llevamos meses esperando que la Reserva Federal de Estados Unidos, su banco central, ponga fin a las medidas no convencionales llamadas QE, de apoyo monetario a la economía. Esas medidas pueden haber supuesto cerca de 2,5 billones (millones de millones) de dólares extra. Si se les pone fin, el dólar va a apreciarse. Los ahorradores de todo el mundo, y sobre todo los de los países emergentes, con moneda más vulnerable, toman posiciones frente a esa eventualidad. Cambian su divisa por dólar, y lo hacen deprisa, no sea que la nueva presidenta de la Reserva Federal les coja sin haber hecho el cambio. Eso es todo. Nada más.

Pero las consecuencias pueden ser importantes. La "caja de herramientas", por otro nombre, conjunto de políticas económicas disponibles, obliga a esos países a penalizar la economía real para tratar una enfermedad puramente financiera, de la que no son en absoluto responsables. Al elevar sus tipos de interés, suben los costes de producción de sus empresas, de consumo de su población y de inversión de los agentes económicos, en general. Eso no dejará de ejercer efectos desfavorables sobre el empleo y el gasto agregado de tales países, lo cual afectará a las exportaciones de los países desarrollados, como el nuestro. Es verdad que a lo mejor no exportamos mucho a ninguno de esos países, pero no importa. Exportamos a otros países, cuya demanda sí puede depender de lo que vendan a los primeros. En este mundo globalizado e interdependiente no cabe hacerse ilusiones al respecto.

Vengo señalando que la economía española ha entrado en una recuperación, basada en un modelo exportador, que está más amenazada por problemas externos que por desequilibrios internos. En otras palabras, somos muy vulnerables a lo que está pasando. Habrá que estar atentos a cómo se desenvuelve la cosa. Que no nos pase nada.

martes, 28 de enero de 2014

A vueltas con el IVA

La metedura de plata de De Guindos ante micrófonos direccionales de la prensa ha permitido constatar la preocupación de los medios por la posible subida del IVA "para compensar una eventual bajada del IRPF". Aparentemente, eso situaría fuera de foco mi diagnóstico de que el gobierno afronta experimentos para una bajada, general o selectiva, del primero de estos impuestos.

No modifico ni una coma. Al contrario, la airada reacción del ministro de Economía me reafirma en que los tiros del gobierno van por otra parte que los de los periodistas. Quizá no haya otros signos externos que la bajada del IVA para las obras de arte, pero me parece difícil buscar otra interpretación para tal bajada, habida cuenta la ideología del gobierno y sus promesas electorales más la marcha de las encuestas.

Creo que se trata de un afán muy personal de Rajoy. Un registrador de la propiedad es, en definitiva, un funcionario, pero él se considera a sí mismo como un "autónomo". Su asombrosa teoría de que los emprendedores serán quienes nos saquen de la crisis así lo atestigua. Entiéndanme, decir que las empresas, creando empleo, nos sacaran de la crisis, es una obviedad que no requiere comentario. Pero decir que serán los empresarios individuales los que lo hagan es ya introducirse en las regiones del delirio. Exactamente lo que cree íntimamente el presidente.

Mi previsión es que la bajada del IVA para los creadores de obras de arte augura una similar para otros "emprendedores". No será cosa fácil, porque no se puede establecer un tipo de IVA para la empresa de tamaño mediano o grande y otro distinto para el "emprendedor", cuando ambos producen para el mismo mercado. Pero sospecho que vamos a ver a Hacienda buscar los resquicios hasta debajo de las piedras.

¿Qué se apuestan a que si el experimento en obras de arte da resultado veremos rebajar el IVA de registradores de la propiedad y notarios donde, según Bruselas, deben cargarlo?

domingo, 26 de enero de 2014

Arte, cultura y el IVA

La decisión del gobierno de rebajar el Impuesto sobre el Valor Añadido que se carga en la adquisición de obras de arte ha despertado una agria polémica. A juicio de muchos, se trata de abaratar las transacciones en un mercado frecuentado por los ricos, mientras acaba de subirse el mismo impuesto en muchos bienes de primera necesidad, que mayoritariamente consumen los pobres; una medida clasista, en suma. Sin desdeñar esa explicación, me pareció - y así lo expresé en Twitter - que se trataba más bien de darle una bofetada al mundo de la cultura, lo que en nuestro tiempo viene a significar el cine y el teatro, amigos de Zapatero ("los de la ceja", llegaron a ser llamados) y que resultó seriamente perjudicado por la anterior subida del IVA. Pero, tras pensarlo unos días, he llegado a la conclusión de que hay algo más, y algo de la mayor importancia.

Al gobierno le quedan menos de dos años para preparar las próximas elecciones, y en este preciso momento va por debajo del PSOE en las encuestas. Es evidente el por qué. Empezó incumpliendo, no de una manera suave sino brutal, lo que había prometido en la campaña electoral unas semanas antes. Pretendió escudarse en una herencia dejada por los socialistas, que el PP no se esperaba, pero eso no se lo cree nadie. En algunos casos, sus medidas no sólo eran innecesarias sino que despertaron la general oposición, como la LOMCE. Quizá el único punto de su programa que está tratando aplicar, la contrarreforma de la ley del aborto, ha puesto a este gobierno en boca de toda Europa, y contribuido severamente al descrédito de España. Y sólo tiene dos años para enmendar la situación. Por otra parte, es dudoso que pueda cumplir sus compromisos de déficit con la Unión Europea. Verdad es que, tras la estabilización de algunos indicadores macro estos meses de atrás, el gobierno podría esperar un trato benevolente, incluso si no cumple con el objetivo de déficit. Pero Rajoy no quiere vivir de limosnas. Quiere dar una lección de buen hacer y, si al propio tiempo recupera votos, miel sobre hojuelas. Así es que sospecho que se ha embarcado en una aventura de altos vuelos.

Lo que creo que el gobierno se ha propuesto hacer con la bajada del IVA para las obras de arte es un experimento. Si sale bien, bajará el IVA de otros productos; si mal, quizá todavía lo intente con el IRPF. Creo que está apostando a la "ley de Laffer", moderadamente ahora, para con suerte jugarse el todo por el todo después. La ley de Laffer puede explicarse con ayuda del gráfico adjunto. Con un tipo impositivo como to la recaudación tributaria es Ro. Al aumentar el tipo impositivo se mueve uno por el tramo de pendiente positiva de la curva de Laffer, hasta alcanzar una recaudación máxima, RM, correspondiente al tipo tM. Se puede continuar aumentando en tipo impositivo, sin duda, pero así se entra en el tramo de pendiente negativa, lo que significa que mayores impuestos se traducen en menor recaudación. Por ejemplo, con un tipo como t*o, considerablemente mayor que to, sin embargo, se recauda exactamente lo mismo, con el consiguiente perjuicio para la sociedad, que paga mayores impuestos para obtener idénticos servicios.

El problema siempre es saber si el sistema tributario se encuentra en el tramo de pendiente positiva o en el de pendiente negativa. Aparentemente, Motoro cree que, en cuanto a obras de arte, se está en el segundo, con lo que, al bajar el tipo impositivo, se podría incrementar la recaudación. Bueno, habrá que ver qué resulta del experimento. Pero, incluso si da buen resultado, éste nada nos dirá del correspondiente tramo en que se encuentra, por ejemplo, el tipo para los automóviles, o cualquier otro bien o servicio gravado con el IVA. Perfectamente podría ocurrir que aumentara la recaudación por obras de arte y, puestos a generalizar la bajada impositiva, en unos productos aumentara igualmente y otros disminuyera, con incierto resultado neto.

En todo caso, el mero hecho de que Rajoy se haya embarcado en una operación así muestra que está dispuesto a pisar fuerte. Y si la jugada termina saliéndole bien, sospecho que tendremos Rajoy (y Motoro) para rato.


miércoles, 22 de enero de 2014

Sobre el alcance histórico de la crisis económica

He podido contemplar el video de una conferencia dada recientemente por Juan Carlos Monedero con ocasión del lanzamiento, conjuntamente con Pablo Iglesias, de la plataforma política PODEMOS. A Pablo no tengo el gusto de conocerlo pero a Juan Carlos sí, desde que él era estudiante y yo un joven PNN, y a partir de entonces he seguido su carrera con mayor interés, sin duda, que él la mía. Le tengo simpatía y admiro el coraje con que ha defendido, por ejemplo, el chavismo en los medios de comunicación españoles. En la conferencia que menciono dijo cosas en las que coincido con él y otras en las que disiento radicalmente. Entre las primeras, y es algo crucial, que hay que reivindicar la política a pesar de los políticos al uso. Es, sin embargo, a las segundas a las que dirigiré mi atención en este momento.

Dice Juan Carlos que estamos en una crisis "de civilización" y la importancia de las connotaciones de esta frase parece justificar el paso que han dado con su plataforma. Podría estar yo de acuerdo en eso, y en seguida aclararé este extremo; pero donde no puedo seguirle de ninguna manera es en la inferencia de que dicha crisis además, o en la estructura profunda, es la crisis final del capitalismo. Por suerte o por desgracia, no. Entiendo que su posición parece más fácil de argumentar que la mía, toda vez que cualquiera puede ver que estamos en una crisis económica de dimensiones planetarias (¿y qué otra cosa es el capitalismo que el modo de producción dominante a escala planetaria?) y que acabo de aceptar que la crisis es de civilización. Sumas dos y dos y resulta cuatro.

Me temo, sin embargo, que Juan Carlos y quienes como él razonan, bastantes en esta crisis, incurren en un error producto de confundir sus deseos con la realidad. Comprendo que son muchos los que denostan el capitalismo, y no seré yo quien pretenda hacerles cambiar de opinión. Realmente, el capitalismo en esta hora deja mucho que desear; en nuestro país, sin ir más lejos, no puede dar empleo a casi seis millones de parados, ni puede dar empleo a la mayoría restante más que con salarios insuficientes, ni garantiza las pensiones, la educación de calidad para todos, ni la sanidad gratuita. Está en su lógica que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres (Marx llamó a eso "ley de la miseria creciente del proletariado"), y, para colmo, la democracia política construida sobre su base económica parece consustancial a la corrupción. Entonces, ¿por qué digo que la crisis económica no es, ni puede ser la crisis final del capitalismo? Para explicarlo, diré en qué sentido entiendo la crisis de civilización.

La crisis de civilización es, en realidad, un conflicto de civilizaciones. Diversas civilizaciones (la budista-confuciana, la hinduista, la islámica, las indígenas americanas de origen precolombino, las animistas africanas) habían coexistido durante siglos, en un plano subordinado, con la principal, la cristiano-occidental. Pero ésta perdió su protagonismo con el fin de la Guerra Fría (en sí misma, un conflicto inherente a la civilización occidental). Pero, con la llamada globalización, las restantes civilizaciones han pasado a reclamar un papel protagonista acorde con sus dimensiones demográficas y su pujanza económica; el recurso al capitalismo más salvaje por un régimen comunista, como el chino, por ejemplo, no puede entenderse más que en el marco de una civilización no occidental. Pese a lo supuesto por Huntington, el choque de civilizaciones no ha pasado, ni previsiblemente pasará, de la fase dialéctica porque ésta no es más que la primera fase de lo que, más que una crisis de civilización, es una verdadera crisis de civilizaciones, pues todas pugnan por hacerse un lugar en el espacio dejado por el retroceso, ya irreversible, de la civilización occidental. La excepción en este proceso es el integrismo islámico, precisamente porque busca en una vuelta al pasado la salida a esa crisis, que las restantes civilizaciones buscan en una fusión tendente al surgimiento de una verdadera civilización universal, la primera en la historia de la humanidad que no busque imponer a las demás elementos particulares, y que por fuerza tendrá que empezar siendo eminentemente ecléctica y respetuosa con todos los particularismos. En ese proceso de fusión, por ahí llamarlo, que puede prolongarse durante décadas y alargarse más allá del siglo XXI, el único elemento verdaderamente universal, el lenguaje común de la humanidad, es el capitalismo. El capitalismo es el único lenguaje que entienden igual los chinos que los norteamericanos, los rusos que los europeos occidentales, los latinoamericanos que los japoneses y surcoreanos. ¿Que es un lenguaje imperfecto? Sin duda. ¿Que llegará el día en que haya que reemplazarlo por otro capaz de expresar todas las realidades humanas y no sólo las de la necesidad y la ambición? Es muy probable. Pero, en tanto llega ese día, pretender ver el fin del capitalismo a la vuelta de la esquina es condenarse uno mismo a razonar dentro de los parámetros de la civilización occidental, como si ésta pudiera continuar dictando sus términos al resto de las civilizaciones.

Entonces, ¿la actual crisis económica qué alcance histórico tiene? En mi opinión, la actual crisis económica, en su origen y falta de solución hasta la fecha, tiene el alcance de una crisis de reajuste de los centros de decisión a escala mundial. El occidentalizado bloque Estados Unidos-Europa-Japón definió las estructuras de poder internacional a su entera conveniencia tras la crisis del petróleo, en los años 80 del siglo pasado; es decir, a la conveniencia de una de cada siete personas que habitan el planeta. Desde entonces, esas estructuras de poder, radicadas en Frankfurt, Londres, Nueva York y Tokio, han permitido utilizar el ahorro de las seis restantes para financiar no sólo la inversión, sino también el consumo de ese séptimo de privilegiados. La crisis de 2007-2008 vino a decir con claridad que semejante arreglo era insostenible, pero todavía nadie ha venido a proponer ningún otro. Sea lo que sea que venga después, tendrá que situarse dentro del capitalismo, pues de otra forma sólo se construirá una Babel que haría inviable la coexistencia pacífica entre las naciones.

viernes, 17 de enero de 2014

Cómo restaurar el crédito de Cataluña

Me han convencido el señor Mas y sus socios soberanistas. Me han convencido por completo. A ver, Artur Mas dice que habrá consulta el 9 de noviembre, sí o sí (es su frase). Y luego las preguntas no dejan lugar a dudas. Supongamos que vota el 80% del censo (una estimación generosa) y que de los ochenta de cada cien que votan, 41 quieren un estado catalán y 40, no. Éstos últimos, ya lo han dicho los organizadores bien claro, es cómo si se abstuvieran en la segunda pregunta; vaya, como si les diera lo mismo que el estado que rechazan sea independiente o no. De los 41 que quieren un estado catalán, supongamos que 21 quieren la independencia y 20, no. O sea, con un 21% del censo, que supondría poco más de la cuarta parte de los votantes efectivos, Cataluña es independiente. Con menos del 80% de afluencia a las urnas y contando con votos nulos y en blanco, el porcentaje necesario para la independencia será todavía menor. No se lo han montado nada mal éstos, que no paran de dar lecciones de democracia. Yo lo doy por hecho.

Me preocupa la viabilidad financiera del nuevo estado independiente. Moody's acaba de ser la primera de las agencias de calificación de riesgos crediticios en tocar el asunto que me parece crucial, y sobre el que he escrito repetidamente en este blog, sin encontrar el mejor eco (lo cual dice mucho, y poco bueno, de la cultura financiera tanto de españoles como de catalanes). Lo único que me ha llegado sobre el particular son las ocurrencias de Xavier Sala-i-Martì (peregrinas, aunque vengan de Harvard), para quien no hay necesidad de que Cataluña se haga cargo de nada de la deuda española, puesto que la totalidad de ésta se ha contraído sin el permiso de aquélla; vamos, retroactividad en el ejercicio de la soberanía. Moody's ha aclarado que eso equivaldría, para los mercados, a la inmediata declaración de Cataluña en bancarrota. Me imagino la respuesta de Sala-i-Martì. ¿Y qué más da? Haciendo las cosas bien, el crédito de Cataluña se restaurará con menos dificultad que pagando una parte, cualquiera, de la odiosa deuda de España.

Para los que se tomen la realidad en serio, el problema no es baladí. Tan serio que un servidor, de suyo poco inclinado a apoyar las tesis independentistas, ha resuelto poner toda su ciencia al servicio de la noble causa de restaurar el crédito de Cataluña tras la independencia. ¿Y España!? A España que la zurzan, pues en eso estamos, ¿no? A tal fin, he perjeñado un astuto plan, que pueden ustedes llamar "Plan Viaña para restaurar el crédito de Cataluña? Lo tengo acogido a una licencia de los Commons, lo que significa que puede citarse libremente, con la condición de mencionar a su autor; y miren, incluso si no quieren citarme, pues no me citen. Hago esto no por afán de dinero, ni por deseo de notoriedad; únicamente, porque me place

Vayamos al Plan. Hay dos variantes, según que el Estado español colabore o que se ponga borde y no colabore. Supongamos que colabora. España acepta la independencia de Cataluña y facilita su ingreso, como nuevo Estado, tanto en la Unión Europea como en la Zona Euro. En tal caso, Cataluña y España, de la mano como buenas hermanas, se dirigen al Fondo Monetario Internacional, a la UE y al Banco Central Europeo, con un plan para que Cataluña se haga cargo de, digamos, un 20% de la deuda española; 200.000 millones de euros, en números redondos. A continuación, y contando con la acquiescencia de la troika, calculan el 20% de todas y cada una de la emisiones vivas y, por sorteo, asignan esa cuota a Cataluña, liberando de ella a España. Qué bien, ¿no? A partir de ese momento, la evolución del mercado secundario permitirá comparar la marcha de ambas economías, en una sana y fraternal competencia.

¡Ah! Pero ¿qué hacer si la pérfida Madrid se niega? Aquí entra la astucia de mi Plan. Cataluña no tiene más que adquirir en el mercado secundario un 20% de la deuda española circulando, presentarla ante las agencias de calificación, renunciar oficialmente a su cobro, y es seguro que le otorgarán la triple A. ¿Qué menos se merece Cataluña? Pero pongámonos en lo peor. Cataluña, probablemente, no tiene suficientes euros para comprar el 20% de la deuda española vida. Bueno, no importa. Mi Plan también lo tiene previsto. Entonces la Generalitat no tendrá más que dirigirse a los acreedores de España y ofrecerles un interés superior al que cobran de España. ¿Cuánto superior? Tanto como haga falta para que los acreedores canjeen 200.000 millones de deuda española por deuda catalana. En realidad, se trata de una subasta. Incluso puede ocurrir que, si los acreedores confían en Cataluña más que en España, Cataluña tenga que pagar un interés menor que el que está pagando España.

Claro que, fuera de la UE y de la Zona Euro, les aconsejo a los catalanes que se preparen a pagar un interés un poco más alto.

martes, 14 de enero de 2014

Ajuste económico, crisis social y quiebra política

Preguntado por el problema crucial de la política italiana, Giuglio Andreotti, estadista a cuya habilidad se han entonado repetidas loas, seguramente justificadas pues supo mantenerse en el gobierno durante décadas, replicó: Manca finezza. Falta finura. Si eso pasaba en Italia, se puede uno figurar lo que ocurre en España. Pero no voy a meterme con los políticos, pese a que parece ser el deporte de moda. Muy al contrario. Lo que me tiene harto es el empeño de aclamados economistas por explicarlo todo sin atisbo de finura, o sea, de la forma más grosera y, si se me apura, estúpida. Concretamente, me referiré a esa tendencia que tenemos en la profesión a presuponer que los políticos lo hacen todo mal, y que seguramente lo harían mucho mejor si siguieran nuestros consejos. Naturalmente, rara vez los siguen; la reacción suele ser hablar de los políticos como de una "clase parasitaria", que impone los gestores más ineptos (claro, no somos nosotros) para seguir chupando la sangre a los ciudadanos productivos. Si el economista que lo dice enseña en una universidad extranjera, mucho más se aplaude lo que dice. No pretendo defender ni justificar a los políticos, pero creo que la obligación del economista es intentar un análisis un poco más fino.

Tras cinco años de crisis económica, la situación de España empieza a aclararse; significativos indicadores muestran trazas de estar estabilizándose. A esto lo llamo estar saliendo de la crisis económica. Dos advertencias son necesarias. Primera, que la salida es frágil - porque el destrozo ha sido grande - y depende crucialmente de la marcha de la economía internacional. Segunda, que el ajuste se ha hecho de la peor manera posible, entre otras cosas, porque los economistas, excepto los que optan por posiciones marginales o abiertamente antisistema (tipo Stiglitz, por ejemplo), han estado callados, en el mejor de los casos, o han pedido más de lo mismo (como el contrato único de trabajo), en el peor. Todo lo cual ha generado un volumen insoportable de paro, desigualdad y exclusión, con lo que la crisis económica puede ahora ser seguida de una crisis social, no menos preocupante.

Me interesan los efectos del ajuste sobre el sistema político. Un economista escocés, Duncan Black, formuló en 1948 lo que aún hoy es la teoría estándar de la elección colectiva. Ciñéndonos al caso, todo gobierno, independientemente de su ideología, elige las políticas públicas que prefiere el votante que se encuentra en la mediana de la distribución estadística. El votante en la mediana es justo el que tiene a su "derecha" tantos votantes como a su "izquierda"; vamos, el que está justo en el "centro" del espectro político. Esto es así porque en una distribución estadísticamente normal, centrada en torno a la media, dos tercios de los votantes se encuentran alrededor de esa posición, con desviaciones más o menos pronunciadas (lo que se llama, justamente, el "centro político"). Siguiendo dicha regla, un gobierno consigue que la oposición a su política sea mínima y el desgaste que él mismo sufre, idealmente inexistente.

Creo que se puede ir un poco más lejos de todo esto, que hoy pertenece al paradigma de la ciencia política. Sospecho que la estabilidad del régimen político depende de ciertas propiedades estadísticas de la distribución de frecuencias de los votantes con arreglo a alguna variable relevante; por ejemplo, la renta por cápita. Mi conjetura es que el régimen político es estable cuando el votante en la mediana y el ciudadano de renta media coinciden. En otras palabras, cuando el votante en la mediana, aquél cuyos gustos tratan de descubrir los partidos para llevarse al electorado de calle, se percibe a sí mismo como un ciudadano medio, en renta y bienestar, entonces el régimen político es estable. Por el contrario, cuando el votante en la mediana se percibe a sí mismo como sensiblemente en mejor o peor situación económica que el ciudadano medio, entonces el sistema político se alejará de lo estable. La razón es la siguiente. El votante en la mediana domina la elección de políticas públicas, como supuso Black, pero sólo en el corto plazo; el ciudadano de renta media, por su parte, domina esa elección en el largo plazo, porque sus intereses prevalecen a la hora de fijar objetivos de crecimiento económico. Cuando el votante en la mediana y el ciudadano medio coinciden, no hay problema: gobernar es relativamente fácil. Ahora bien, cuando hay un divorcio entre esas dos figuras, los gobiernos se encuentran ante un dilema. ¿Qué intereses servir, los a corto plazo del votante en la mediana o los a largo plazo del ciudadano de renta media? Así uno puede entender lo que ha pasado en España en los últimos cinco años. El partido socialista optó por las preferencias del votante en la mediana, que no son otras que seguir viéndose a sí mismo como ciudadano "de clase media-media"; no lo consiguió y, además, minó las bases del crecimiento a largo plazo. A su vez, el partido conservador ha sacrificado al votante en la mediana para restaurar las posibilidades de ese crecimiento.

Lo que ha ocurrido en España, como consecuencia del ajuste, es que la pérdida de riqueza ha afectado apreciablemente más a los sectores sociales con menor renta que a los de mayor renta. Eso es evidente. Ahora bien, creo que no es aventurado añadir que el impacto negativo ha afectado proporcionalmente más a los más débiles. Si la hipótesis es correcta, la distribución de frecuencias se ha descentrado, la media de renta y la renta en la mediana no coinciden y, además, ésta es sensiblemente menor que aquélla. El votante en la mediana, por tanto, percibe que su situación económica es peor que la del ciudadano medio. Por así decirlo, el ciudadano de renta media ahora está a la derecha del votante en la mediana. La situación tendría una salida lógica si ahora el partido socialista volviera a las políticas de la era Zapatero. El problema es que el partido socialista no cree ya en esas políticas, en parte porque el propio Zapatero se encargó él mismo de liquidarlas y en parte porque el partido nunca ha dejado de abrazar la causa del ciudadano de renta media, al que creía proteger cuando en realidad lo estaba arruinando. Todas las políticas entre las que el votante puede elegir son, más o menos, "de derecha".

Si el anterior razonamiento es acertado, el problema crucial de la política española estriba en que el votante en la mediana no se siente representado por los partidos. Quizá sus aspiraciones (recuperar la perdida condición de ciudadano medio, y hacerlo a corto plazo) es inviable, pero el hecho cierto es que más de la mitad de los votantes carecen en este momento de representación política en el régimen vigente. De ahí el "No nos representan" y las sospechas generalizadas de corrupción, pues ¿por qué yo me he empobrecido y ésos no? Y si encima hay abundantes indicios de corrupción, el asunto no tiene fácil arreglo. Lo que es peor, si realmente es utópica la aspiración de recuperar para la mayoría la prosperidad económica perdida, y de hacerlo en un plazo razonable, entonces el problema no sólo es difícil de resolver, sino que además puede dar al traste con el régimen político.

viernes, 10 de enero de 2014

Universidad: una reforma estructural pendiente

En un artículo de Megan McArdle, publicado por Bloomberg el pasado 3 de enero, se denunciaba que la universidad norteamericana se ha convertido en uno de los mercados con mayor explotación ("more exploitive") del mundo. Un número ingente de doctores, profesores en formación que esperan alcanzar una posición permanente, pueden llegar al final de la treintena o incluso después de los cuarenta a descubrir que nunca la alcanzarán; mientras, pueden pasarse veinte años dando clase a grupos masivos en los tramos inferiores de la enseñanza, mientras los profesores con una posición permanente ya consolidada reducen su docencia al minimo, que imparten en grupos pequeños, en programas de posgrado o doctorado, lo que les deja tiempo suficiente para dedicarse a su verdadera vocación, que no es tanto la docencia como la investigación. Naturalmente, a los profesores permanentes les parece muy mal la situación de los profesores en formación, cargados éstos de clases y alumnos, cobrando salarios misérrimos y sin la menor estabilidad laboral ni perspectivas de obtenerla, porque tampoco disponen de tiempo para poder investigar lo que se les exige para pasar a permanentes.

La situación la describo como de una subvención cruzada de la calidad de la enseñanza a los resultados de la investigación. En otras palabras, la universidad toma dinero que se debería dedicar a la formación de los alumnos (porque sale del bolsillo de éstos) para pagar a profesores permanentes con objeto de que se dediquen a la investigación. La investigación que se valora en el profesorado es una investigación sin valor de mercado (lo que se llama "investigación básica") y por eso hay que subvencionarla. El resultado es que no son los profesores permanentes quienes dan la mayoría de las clases, sino los profesores en formación, cuya calidad docente debería suponerse inferior. Así, la reducción en la calidad docente "paga" la investigación sin valor de mercado. Como la calidad docente es baja, quienes la imparten tienen que cobrar muy poco; de ahí la "explotación" del profesorado precario. A su vez, la calidad de los títulos universitarios se reduce; un efecto secundario es que, como la matricula debe pagar tanto una docencia deficiente como la investigación, y en Estados Unidos muchos alumnos financian las matrículas con préstamos, el valor actual del título acaba cayendo por debajo del importe del préstamo que financia su adquisición, con lo que muchos universitarios acaban en default, o sea, fallando en la devolución del préstamo.

La investigación universitaria está altamente sobrevalorada. El argumento es que el investigador excelente hace el mejor docente, lo que es radicalmente falso; para empezar, el investigador excelente se las arregla para dar las menos clases posibles y el sistema, en general, lo favorece. Investigar y enseñar son dos oficios distintos, como se ve todos los días. Hay cierta mística de la investigación básica como catalizadora de la innovación, que tampoco se se compadece con la experiencia. La investigación básica se publica en revistas internacionales, generalmente en inglés, y accesibles a los investigadores aplicados de todo el mundo. Con la investigación básica, si realmente es excelente, lo que se hace es facilitar la innovación en cualquier país del mundo, no necesariamente en aquél donde se investiga. Si esa investigación se paga con las matrículas de los alumnos, éstos están haciendo un mal negocio. En España, la cosa es mejor y peor. Es mejor porque en su mayor parte la universidad es pública, sufragada en parte por los contribuyentes además de por los alumnos, lo que permitiría financiar la investigación básica con impuestos y no bajando la calidad de la enseñanza, aunque ciertamente es el contribuyente quien hace un mal negocio si la investigación aplicada se hace en otros países. Es peor porque cuando el déficit público aprieta, el ajuste en la universidad no puede ser "fino" y se resienten tanto la calidad de la docencia como los recursos para la investigación.

Desgraciadamente, el consenso entre el profesorado permanente en España tiende a ser (eso creo) que la universidad debe reformarse, pero para aproximarnos más al "modelo americano"; es decir, para liberar recursos a favor de la investigación (o sea, liberar a los investigadores de docencia, conforme a su "excelencia"), lo que en un contexto de severa restricción presupuestaria sólo puede hacerse degradando aún más la docencia y poniendo más difícil todavía la promoción del profesorado precario. Ésta es la posición que representa Wert, con el añadido de aproximar el importe de la matrícula al coste real del título (más la subvención cruzada a la investigación, ¿no?). Así nos pareceremos cada día más a Estados Unidos, lo que parece el sueño dorado de muchos profesores universitarios.

Yo, en cambio, prefiero el modelo alemán. El profesor universitario investiga por vocación, no por obligación; sabe que investigar, para él, es un hobby. El investigador profesional trabaja en institutos de investigación separados de la universidad; el investigador profesional puede dar clases en la universidad, pero no se le considera profesor universitario a tiempo completo. ¿Que se quiere que el profesorado universitario tenga méritos investigadores? Si tiene cualidades, ofrezcásele la oportunidad de realizar estancias en institutos de investigación, si se quiere, en repetidas ocasiones a lo largo de la carrera académica y coordinadas con el paso a categorías superiores. Quienes no obtengan esa oportunidad, por falta de cualidades, sabrán pronto que no valen para el oficio, poniendo fin al muy prolongado, en realidad, prácticamente interminable periodo de prueba detectado por McArdle.

¿Y cómo financiar los institutos no universitarios de investigación? Sólo hay una solución: que la investigación básica termine encontrando salida al mercado, es decir, vinculando de forma muy estrecha la investigación básica a la aplicada. Es por eso que los institutos de investigación deben ser independientes y adoptar una gestión adecuada a sus fines, que se ha demostrado hasta la saciedad que la universidad no puede garantizar.