martes, 8 de septiembre de 2015

Negociar la independencia

No soy el presidente del Gobierno, lo que es mala suerte para los independentistas catalanes, que necesitarían enfrente a alguien con formación para tratar de números más que a quien machaconamente repite: “La ley, la ley, la Ley”; a alguien, en definitiva, capaz de negociar y no a quien da fe de lo que es propiedad de la soberanía nacional de España. Aun así, daré mi opinión, por si resulta de utilidad para salir de este embrollo.

La clave de todo es la deuda soberana de España. Cataluña no puede independizarse sin hacerse cargo de su parte alícuota. Por varias razones, pero sobre todo por una: de no hacerse cargo de su parte, Castaluña nacería como un estado en quiebra desde el principio. No porque lo diga yo, que no soy nadie; sino porque lo dirán las agencias de rating en representación de los mercados internacionales. Sé que esos brillantes economistas que tiene el independentismo opinan que la asignación de deuda soberana al nuevo estado sería “ilegítima”; es decir, que su brillantez no los lleva mucho más allá de concebir un futuro financiero como el de Argentina. Ni siquiera voy a explicar por qué semejante estulticia no se tiene en pie; lo he hecho repetidas veces en este blog. Tan sólo diré que no tengo ninguna prisa, y que para mí será un placer que terminen reconociendo que son malos economistas.

No voy a aburrir con cifras. España debe a los mercados algo más de un billón de euros. Unas cosas por otras, a Cataluña le corresponden 200.000 millones; el Banco de España y subsidiariamente todos como contribuyentes debemos otros 210.000 millones, de los que al futuro Banco de Cataluña le corresponderán unos 40.000 millones, si Cataluña quiere seguir en el euro.
Lo que España tiene que ofrecer: apoyo para reentrar en la UE y la zona euro. Y más importante todavía: durante el periodo transitorio hasta que Cataluña entre de nuevo en el euro, España podría mantener intacto el sistema bancario, lo que significa que Cataluña seguiría de facto en la zona euro, con sus intereses garantizados por el Banco de España, hasta que su propio Banco central pudiera hacerse cargo. Esto es una alfombra roja, no me lo negarán.

Lo que Cataluña tiene que pagar: hacerse cargo de un cuarto de billón de euros de deuda, en números redondos. Supongo que no habrá inconveniente, porque la independencia vale mucho más; una verdadera ganga. El quid radica en la forma de hacerlo. España no puede, sencillamente, ceder a Cataluña 200.000 millones de deuda, porque se trata de un pasivo; hace falta el concurso de los acreedores. Y aquí empiezan los problemas. ¿Por qué a Fulano se le asigna deuda española y por qué a Mengano se le asigna deuda catalana? ¿O por qué no lo echamos a suerte en vez de asignarse a todo acreedor un euro de cada cinco en deuda catalana y cuatro en deuda española? ¿O por qué no hacer un reparto proporcional en lugar de una lotería? En éstas, los dos países podemos quebrar.

Y el caso es que no hay que inventar nada. Basta con aplicar la tecnología desarrollada por la troika con Grecia. La solución es sencilla. España sigue respondiendo del 100 por 100 de la deuda ante los mercados, pero Cataluña se compromete ante España a pagar uno de cada cinco euros de esa deuda, en tiempo y forma. Para garantizar el pago, se constituirá un fondo de activos, de los cuales se realizará todo lo necesario para cubrir eventuales defaults. Dicho fondo estará domiciliado en Luxemburgo (como el griego), y constará de tantos activos públicos como para garantizar el principal de un cuarto de billón. Sin ánimo de ser exhaustivo, incluirá activos como el aeropuerto del Prat; el tramo catalán de la infraestructura del AVE y el Metro y las Rodalies de Barcelona, todas las carreteras públicas, incluso las comarcales, que podrían acabar siendo de peaje; el Parque Güel y la Sagrada Familia (Cataluña nacerá sin Concordato y se podrá desamortizar ese monumento); en definitiva, cualquier bien de titularidad pública, hasta la Moreneta, si es necesario. Una auditoría independiente, o mejor un par, de firmas internacionales, determinará el contenido exacto de dicho fondo. Como veo que la fe de los independentistas en Cataluña es sólida de narices, no tendrán problema en asumir esta carga.


Lo dicho: una ganga.

domingo, 12 de julio de 2015

La encrucijada griega de Europa

Decía Hayek (un tipo mucho más listo y aprovechable de lo que suele pensar la izquierda que no lo ha leído) que cada generación tiene que aprender las lecciones fundamentales sobre economía y sociedad como si fuera la primera, de donde se desprende que las generaciones se dividen entre las que recuerdan esas lecciones y las que las olvidan, lo que condena a las segundas al desastre. Una lección que aprendieron los estadistas europeos del último medio siglo es que un proceso de integración como el iniciado en 1950 (si lo prefieren, en 1957) no puede detenerse. Llegados a un punto crítico, o avanza o retrocede. Es lo que amenaza la negociación con Grecia.

Robert Mundell, padre intelectual de la moneda común, predijo que una zona monetaria óptima tendría que cumplir tres condiciones. Primera, libre circulación de capitales; segunda, perfecta flexibilidad del mercado laboral en todos los miembros; tercera, transferencias de renta regulares de los países con superávit de pagos a los países con déficit de pagos. Sobre las dos primeras los profesores de pizarra nos han disertado hasta la saciedad. La interesante es la tercera. ¿Por qué transferencias de renta? Por una razón muy sencilla: se trata de una zona monetaria que funcione en la realidad, no en una pizarra. La circulación de capitales nunca es completamente “libre”: diferentes legislaciones fiscales la dificultan. Y el mercado de trabajo nunca es perfectamente flexible. Además, hay gobiernos nacionales, cada uno con sus manías particulares. ¿Se tiene que renunciar por ello a la moneda común? La respuesta de Mundell fue: no. Hay que establecer un mecanismo de corrección de los desequilibrios internos. Pero ese mecanismo no puede consistir en penalizar al país con déficit de pagos, por más que a los ignorantes en (macro)economía les parezca que no debe uno gastar más de lo que ingresa. Y penalizar al país con déficit de pagos es lo que viene haciendo la eurozona, con el apoyo de la Unión Europea, desde 2010. Se penaliza a Grecia; ahora, brutalmente. Se ha penalizado a España, a Portugal y a Irlanda. Se quiere penalizar a Francia y a Italia. Y esto es absurdo. No porque lo diga yo. Porque lo dijo Mundell, un economista muy superior al alemán Schaübel o al ministro de Finanzas de Finlandia.

El plan de Mundell era otro: premiar al país con déficit y penalizar al país con superávit de pagos. ¿Por qué? Muy sencillo. El país con déficit de pagos demanda bienes de los demás y ayuda a sostener su actividad y su empleo; el país con superávit de pagos se aprovecha de la unión monetaria (y algo más) sin contribuir en igual medida a la prosperidad de ésta. La Fundación del Premio Nobel de Economía se dio demasiada prisa en 1999 a otorgar el galardón de ese año a Robert Mundell por inspirar la creación del euro. Ahora se ve que echó las campanas al vuelo precipitadamente. Este experimento es de ida y vuelta, y si Grecia es finalmente expulsada del euro por los errores y estupidez de los demás, la Unión Monetaria estará condenada al fracaso.

sábado, 30 de mayo de 2015

Grecia, Europa y España

Desde que en enero la coalición de izquierdas Syriza se hiciera con el gobierno de Grecia, la situación de la eurozona ha emprendido un cambio de grandes vuelos, posiblemente sin retorno. Por una parte es evidente que el gobierno griego y las autoridades europeas no logran ponerse de acuerdo. Orillar al ministro Varoufakis no ha servido de nada, porque ahora el primer ministro Tipras habla igual que aquél hace un par de meses: el discurso era y es que el acuerdo está a la vuelta de la esquina, lo que la Unión Europea y el Eurogrupo desmienten, entonces rotundamente, ahora con mayor prudencia. ¿Dónde está, pues, el cambio? Sencillamente, en que entonces los europeos creían que los griegos iban de farol y ahora saben que no. La duda es si Europa pasa y deja que Grecia se lleve la mano, es decir, cierra el acuerdo en los términos fijados por Syriza; o los rehúsa y pone a Grecia ante la tesitura de cumplir su nada velada amenaza de default. La suspensión de pagos iría seguida de una quita de deuda más o menos voluminosa que Grecia no tendría que negociar, puesto que la UE, el Eurogrupo y el Fondo Monetario Internacional ya se han negado a hacerlo. La inmediata sería la adopción de represalias y todo el juego no podría terminar sino en la salida de Grecia del euro. Situación por demás peligrosa desde el punto de vista de EE.UU., que ve en ella una oportunidad para Rusia de especular con las disensiones dentro del bloque occidental cuando continúa abierta la crisis de Ucrania. Es por eso que a Europa no se la deja actuar con precipitación. Máxime cuando el propio EE.UU. cree desde hace tiempo que la política de austeridad practicada en Europa es un auténtico disparate.
 
Pero Europa tampoco quiere dar su brazo a torcer, y empieza a fortalecerse la opinión de que los problemas de América son americanos y los de Europa, europeos. Es verdad que la crisis de Ucrania se abrió por un error de la UE, ante el que EE.UU. se mostró débil o poco diligente; de ahí que Europa "deba una" en todo lo que tiene que ver con esa crisis. Pero Europa no va a ceder un triunfo a Syriza que sirva para envalentonar a la extrema izquierda de toda Europa. Las elecciones autonómicas y municipales celebradas recientemente en España han mostrado una progresión de esa extrema izquierda en uno de los mayores miembros de la UE, progresión que podría verse considerablemente reforzada por un éxito de Syriza. Además, está el problema intempestivamente planteado por el Reino Unido. En lo que parece una nueva fuga hacia adelante (como lo fue el acuerdo de cooperación con Ucrania por parte de la UE) el Reino Unido se prepara para salir de una UE donde ha llegado a ser irrelevante. Lo que no parece haber tenido en cuenta es que su salida dará alas a la opinión más radical dentro la izquierda, que querría destruir la UE o al menos que sus respectivos países salieran de ella. Aunque el líder de Podemos, Pablo Iglesias ha moderado sus manifestaciones sobre la permanencia de España en la eurozona, y realmente nunca ha dicho nada respecto de la UE, entre sus seguidores son mayoría los que querrían abandonar la moneda común y crece el número de los que también querrían salir de la UE, a la que se tacha, como poco, de insolidaria. Incluso si, hoy por hoy, resulta impensable que España en su conjunto abandone la UE, está claro que el principal (y prácticamente único) argumento para que Cataluña se mantenga en España, que en caso de salir del Estado firmante del Tratado de Adhesión de 1985 Cataluña quedaría igualmente fuera de la UE, tiene cada vez menos mordiente para una parte políticamente cada vez más significativa de la sociedad catalana. Para la CUP, en concreto, que desde el principio se ha mantenido firmemente en el bloque soberanista, la perspectiva es óptima, toda vez que la independencia supondría desligar a Cataluña de todos sus compromisos internacionales, paradigmáticamente considerados como otros tantos obstáculos al triunfo de la revolución. De ahí que se vea con mayor preocupación el triunfo de Ada Colau en Barcelona que el de Manuela Carmena en Madrid. Pues ésta podría incluso representar una corriente de aire fresco que ventilara el ambiente de la capital, demasiado viciado por tantos años de poder omnímodo detentado por la banda de gánsters que se aupó sobre Esperanza Aguirre. Pero la situación de Barcelona es otra. Independientemente del criterio personal de la alcaldesa in pectore, los necesarios apoyos de ERC y sobre todo la CUP podrían convertirla en el gozne sobre el que bascule la opinión podemita catalana, hasta ahora nada partidaria del soberanismo. Esa opinión podría girar hacia la independencia, y de una forma que ni siquiera Pablo Iglesias sería capaz de contrarrestar.

viernes, 20 de febrero de 2015

Grecia, el euro y el futuro de todos

Hoy se habla con insistencia - en realidad, con demasiada insistencia - de la salida de Grecia del euro. El debate está planteado en unos términos maniqueístas (en esta época abundan los administradores de la verdad revelada) que auguran lo peor. O es que Grecia son unos malos pagadores que para colmo no dejan de pedir dinero, o es Alemania una potencia maligna que ha chupado la sangre a los griegos y pretende seguir haciéndolo. Si alguien se cree cualquiera de estas dos patrañas es que es idiota. Sin remedio.

Ciertamente, Grecia no encaja en el euro que quiere Alemania. Pero esto no es nuevo: se sabía ya en enero de 2001, cuando ingresó en la eurozona. Explicar esto para los no iniciados resulta difícil, pero quizá cabe resumirlo diciendo que el euro es un experimento de laboratorio. Nunca se había hecho nada parecido, y cuando se hizo fue siguiendo una teoría elaborada por el economista canadiense Robert Mundell en los años sesenta, que gracias a su clarividencia fue recompensado con el premio Nobel de Economía en 1999, el mismo año en que el euro empezó a circular para otros once países, entre ellos España, con dos años de antelación a Grecia. Lo que Mundell vino a decir es que una moneda común podía circular entre varios países que no hubieran renunciado a su independencia en otros ámbitos, si se cumplía una de tres condiciones: 1) libre movilidad de factores productivos entre los países del área monetaria común; 2) ajuste perfecto de los salarios a la productividad; 3) transferencias de renta de los países con mejor ajuste a los de peor. Descartada 1) por barreras culturales y lingüísticas (y, caray, porque a partir de cierto punto empiezan a funcionar el racismo y la xenofobia) los ingenieros del euro confiaban en 2) y 3). Pero desde el principio todos sabían que el ajuste de los salarios a la productividad sería más perfecto en unos países que en otros; y Grecia tenía todas las papeletas para ser de los que menos. ¿Por qué se la dejó entrar? ¿Nadie se hace ahora esta pregunta? Porque, ojo, no es que entrara con el barullo de todos, no. Entró dos años después que todos porque entonces ya había dudas. Pero entró. Y entró porque convenía a todos. Era el primero en entrar tras los once del pelotón de cabeza. Su ingreso tuvo un efecto de marketing del euro, inmenso. Los países del Este empezaron a entrar en la Unión Europea en 2004 y ya entraron pidiendo su ingreso en el euro: "Si pueden hasta los griegos...".  

Bueno, hubo un efecto político; ya vale, no vamos a estar pagando por ello per secula seculorum. Pero es que no fue un efecto solamente político. Actualmente, son miembros de la zona euro 19 de los 28 de la UE. Las economías de esos 19 países han dado lugar a un importante agio del euro vis-à-vis las restantes divisas convertibles en los mercados financieros globales durante un largo periodo de tiempo. Eso ha representado ganancias de decenas de miles de millones para quienes tenían el euro como depósito de valor, amén de una mejora sustancial de los términos de intercambio para la zona euro y una sustancial reducción de la tasa de inflación, con la consiguiente mejora de la competitividad de sus exportaciones. Y de todo eso, que fue fruto de un proceso en parte propiciado por haber actuado Grecia de "liebre", ¿ahora no se habla? Los griegos se sienten utilizados y con motivo. En su momento tuvieron que soportar y soportan todavía que se diga que "los griegos engañaron con sus cuentas". Es esa clase de hipocresía estúpida que nunca ayuda a resolver nada.

Mundell, que está vivo y se le puede preguntar si tengo razón o tengo razón, añadió una tercera condición, segunda que tendría que haber funcionado en ausencia de la libre movilidad de factores dentro de la eurozona; me refiero a las transferencias de renta, es decir los regalos de dinero de los países más eficientes a los menos. Oh, ya sé que los puristas de la disciplina de mercado se rasgarán las vestiduras. ¿Por qué metería Mundell una cosa así en la teoría? Porque Mundell, a diferencia de los puristas, es listo. Previó que los beneficios de la moneda común se distribuirían de forma asimétrica; y si esa asimetría podía colar en épocas de bonanza, llegaría a destruir la unión monetaria en épocas de crisis. Las transferencias de renta, no es que sean justas; es que son necesarias para que una zona monetaria donde no todos realizan ajustes eficientes pueda sin embargo funcionar como una zona monetaria óptima. Y lo que vemos es que no se ha hecho ninguna transferencia de renta a Grecia; absolutamente ninguna, ni en los peores momentos de la crisis. Solamente préstamos, deuda cuyo servicio se exige a los griegos con un rigor digno de Shyllock. Todo lo más, se hizo alguna transferencia de capital, a regañadientes y en forma de quita cuando estaba claro que los griegos no podían pagar. Pero, claro está, eso ni ha resuelto ni podía resolver el problema, como fácilmente se podría haber pronosticado con arreglo a la teoría. Ahora se ha llegado al punto de aprovechar que los griegos siguen sin poder pagar para echarlos.

Dicho de otra manera, al echar a Grecia de la zona euro nos arriesgamos a matar la gallina de los huevos de oro. El agio del euro se reducirá aún más, en espera de que otros casi tan poco aptos como Grecia vayan saliendo. El efecto demostración actuará al revés, o sea como agravio comparativo. Si ahora no se puede dejar pasar a Grecia para no dar mal ejemplo, en el futuro se podrá decir: "Por esto mismo se echó a Grecia, ahora no se puede no echar a España". Y si puede pasar terminará pasando, como sabiamente pronostica la ley de Murphy.  

jueves, 22 de enero de 2015

IU y Podemos: lo que toca

Hace pocas semanas escribí sobre las diferencias culturales entre IU y Podemos. Dije, y lo sostengo, que son difícilmente salvables; ahora añado que en absoluto insalvables. Son insalvables en términos de un debate entre las direcciones actuales de las dos formaciones, pero eso a fin de cuentas es lo menos importante. Lo más importante es que el ascenso de Podemos no llevará seguramente a donde Iglesias y los suyos esperan, pero señala a las claras que es hora de autocrítica y revisión de planteamientos estratégicos en Izquierda Unida.

La falta de comunicación entre ambas formaciones es producto de la incomprensión por IU de los efectos sobre la política que trajo el 15-D. Porque si se hubiera entendido, las relaciones no se estarían planteando en términos de conflicto. Lo decisivo del 15-D es un cambio en la forma de organización de los movimientos de masas; guste o no guste, es la forma de organización del siglo XXI. Pero IU sigue anclada en las formas de organización del frente popular: VII Congreso de la Internacional Comunista, 1935; España, 1936. Ochenta años de vigencia de una política, veintinueve años de vigencia (desde 1986) de un esquema organizativo para aplicarla; todo, para que las perspectivas sean un apoyo del 2% del electorado. ¿Cuándo se ha visto tal apego en el movimiento obrero a una idea periclitada?

IU agoniza. Incluso aunque Podemos se desinflara, como parecen esperar algunos, sus votos irán a cualquier parte menos a IU; de eso se está encargando el antagonismo creado en los últimos meses. La gente que apoya a Podemos quiere cosas nuevas, no reconocer que se ha equivocado y volver al redil donde les esperan los viejos enterados con gesto severo. Eso no ocurrirá más que en un porcentaje ridículo porque la vieja política, en todo caso, resucitará al PSOE más que a IU. Este largo periodo de "acumulación de fuerzas" no es tal, sino de resistencia del eurocomunismo a ajustar cuentas con su  historia.

¿Qué es lo que toca? Volver a la puñetera base a reeducarse uno. Aprender las nuevas formas del movimiento, respetarlas y adaptarse a ellas: el 2% debe dejar que le enseñe el 20%. Es ley de vida política. Ya sabemos que los mandamases de IU querrían una parte de la dirección, pero eso - se está demostrando - es "frente popular", vieja política. Podemos funciona de otra manera, en el fondo mucho más "clásica": como un parlamento popular, donde el que gana más votos manda y los demás chupan banquillo. Ahora mismo mandan los de Claro que Podemos, Iglesias y los suyos; los anticapis de Echenique, Sumando Podemos, chupan banquillo. Bueno, pues que haya otro a chupar, digamos, Unidos Podemos, o lo que dé la gana, que el nombre es lo de menos. Lo importante es aprender a debatir y concitar apoyos en ese medio, algo a lo que se renuncia cómodamente ahora porque se intuye de todo menos fácil.  

martes, 6 de enero de 2015

Grecia y el euro

Hace pocos días, distintos portavoces alemanes daban a entender que la salida de Grecia del euro era una opción a considerar. Ayer fue día de desmentidos. Por mañana, la Comisión Europea dijo que la pertenencia al euro es irrevocable; por la tarde, varios analistas internacionales destacaban que Alemania no puede darse el lujo de perder a Grecia, puesto que si la deuda griega en manos de bancos alemanes ha caído a 23.000 millones de euros, la parte de Alemania en los préstamos de instituciones comunitarias a Grecia como consecuencia de sus repetidos rescates asciende a 77.000 millones: total, 100.000 millones redondos. Son cifras importantes, aunque quedarse en ellas es perder de vista lo crucial en esta situación.

Cuando se dice, como ahora, que la salida de Grecia del euro comportaría también su abandono de la Unión Europea, lo que no podría hacerse sino a petición de los propios griegos y con el voto unánime de los países miembros, se enuncia lo que quizá es una verdad jurídica. Pero ya estamos hartos de ver lo que se hace con el Derecho en situaciones de emergencia. Con Grecia se han cometido tropelías que hace una década habrían parecido impensables. A España se la obligó por el Banco Central Europeo a hacer una reforma constitucional exprés (la del art. 135, que bendice todos los recortes habidos y por haber) con acuerdo de los grandes partidos y sin contar para nada con el pueblo. De manera que no se nos venga ahora a decir lo que se puede y lo que no se puede legalmente hacer u obligar a hacer en horas 24 dentro de la Unión Europea.

Lo segundo es que cada toma de posición puede significar varias cosas, y ahora mismo la situación es tan fluida que aferrarse a cualquier dato es tanto como arriesgarse uno a cometer errores de bulto en el análisis. Es evidente, al punto a que han llegado las cosas, que Alemania estaría más tranquila con Grecia fuera del euro aunque dentro de la Unión Europea. El argumento de Syriza de que se le tiene que condonar a Grecia tanta deuda como se le condonó a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial empieza a ser algo más que molesto; Tsipras y los suyos parecen dispuestos a echar un verdadero pulso a la élite dirigente alemana sobre bases morales. Y faltaría más que en esta Europa que empieza a ser alemana las cuestiones de poder se dilucidaran con arreglo a criterios morales. Alemania dejaría de ser Alemania. Por tanto, si hace falta echar a Grecia se la echa. No serán las barreras legales las que lo impidan, sino en todo caso consideraciones de la Realpolitick germana.

El otro asunto es el pronunciamiento de la Comisión Europea. ¿A qué viene decir ahora que la pertenencia al euro es irrevocable? Todo el mundo sabe que eso depende del funcionamiento de la zona euro como una zona monetaria óptima, lo que hasta ahora no se ha dado demasiado bien que digamos. Harían falta reformas que a juicio de la propia Comisión Europea no se están acometiendo en Grecia, ni en Portugal, ni en España, ni en Italia. Mientras Grecia se resista, España e Italia se resistirán también. En 2012 este tira y afloja casi desencadenó la ruptura del euro. Si vuelve un pánico de esas características, la propia Comisión Europea dirá donde dije digo, digo Diego. ¿Y puede volver el pánico? Depende de cuánto estén dispuestos a tensar la cuerda los griegos. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola. O el nudo gordiano, como decían los antiguos; nudo gordiano que, dicho sea de paso, Alejandro Magno cortó - como se sabe - de un tajo de su espada. Y en eso estaban los alemanes la semana pasada: dispuestos a cortar el nudo gordiano de la situación. Que la Comisión Europea venga hoy con la simpleza de decir que aquí no va a pasar nada es como para que estén diciendo por lo bajini: "No pasará nada, suponiendo que los griegos den su brazo a torcer, que naturalmente lo darán porque son buenos chicos". Si se profundiza más en la cosa, caben diversas interpretaciones. Y la mejor no es, desde luego, decir que la Comisión Europea ha salido al quite de los griegos, como si dijéramos para protegerlos de los abusos germanos; Jean-Claude Juncker no ha llegado a presidente del Eurogrupo, primero, y de la Comisión Europea, ahora, defendiendo al más débil. No. La interpretación menos mala es que la Comisión Europea ha querido poner un contrapunto decoroso a la brutalidad alemana; vaya, hacer de poli bueno en contraste con el poli malo. Ahora falta que los griegos se traguen el anzuelo.

Pero esa interpretación, con ser ominosa, no es en modo alguno la peor. Pongamos que es verdad que Alemania ha recapitulado y admitido las conclusiones de un muy citado informe de la Bertelsmann Stichtung, de 2013, según el cual Alemania ganará 1,2 billones de euros por su pertenencia a la Unión Monetaria en los doce años hasta 2025 o un 0,5% de su PIB, a razón de 100.000 millones anuales. Frente a eso, los 100.000 millones en juego en Grecia son una bonita suma, pero insuficiente para echarlo todo a rodar. Y es que se si expulsa a Grecia, habrá que terminar echando a Portugal, España e Italia, pues todas entorpecen el funcionamiento de la zona monetaria óptima previsto por la teoría que fundamenta el euro. La Fundación Bertelsmann subraya que incluso aunque hubiera quitas del 60% de la deuda que tienen con Alemania los cuatro países, el impacto sobre el PIB alemán seguiría siendo insuficiente para justificar la rotura de la baraja. Los moderados, entre los que se cuenta el SPD, partido socialdemócrata miembro de la coalición en el gobierno alemán, aconsejan negociar.

Lo que la Fundación Bertelsmann no dice es lo que cuesta a Alemania el imperfecto acoplamiento de la periferia sur de Europa a la Unión Monetaria. Si, funcionando tan mal como funcionan esos países, incapaces de reducir sus tasas de paro y restablecer sus mercados para absorber muchos más productos alemanes, Alemania ganará 1,2 billones de euros en los próximos doce años, ¿cuánto no ganaría si los mismos países hicieran las reformas necesarias para funcionar correctamente? Ésta es la pregunta que se hacen muchos alemanes. El reciente establecimiento de la Unión Bancaria da nuevas armas a Alemania para reforzar su control económico del Continente con vistas a imponer tales reformas y esas armas, que permanecen inéditas, acaso se puedan utilizar mejor con un país de fuera que con uno dentro del euro. La razón estriba en que un país dentro del euro siempre recibirá cierto apoyo del Banco Central Europeo (y sabemos que este asunto ha creado tensiones entre Draghi y el Bundesbank), aparte que de la forma en que ven los alemanes las cosas el mero hecho de no contar con la política monetaria ayuda a los más torpes al quitarles de las manos herramientas con las que se harían daño. Si Grecia o, para el caso, España salen del euro no dejarán de hacer burradas con sus recuperadas monedas, o eso creen los alemanes, de manera que será inevitable tener que rescatar sus bancos mediante el Mecanismo de Estabilidad Europeo, fondo que podrá expropiarlos o liquidarlos con facilidad. Sin crédito o con el crédito racionado la situación empeorará de tal forma que la población se dividirá y la intervención europea, ahora vista como una injerencia en la soberanía por muchos, pasará a ser vista como salvadora por la mayoría. Los países de la periferia sur de Europa, por mucho que dispongan de su propia moneda, con la economía hundida en el marasmo, la sociedad dividida y sin banca solvente, tendrán que hacer la reformas que se les exige o hundirse en la anarquía. Ésta puede ser la opción que baraja la CDU-CSU, el partido de la canciller Merkel. Sería demasiado arriesgado descartarlo.

Y todavía cabe una tercera posibilidad, intermedia entre las dos señaladas y en torno a la que podría estar fraguándose un consenso entre Alemania y la Comisión Europea. Quizá se está sopesando la potencia de las armas que ofrece la Unión Bancaria. Tal vez son lo suficientemente potentes como para dejar la soberanía nacional en papel mojado sin necesidad de expulsar a nadie del euro. En Europa, la financiación del déficit público depende de los bancos; antes de la crisis, los bancos de todos compraban la deuda de todos; ahora sólo los bancos nacionales compran la deuda de cada país, pero la siguen comprando a cambio de la promesa de rescatarlos (o negociar su rescate en Europa) si las cosas se ponen feas. Así, bastaría con llevar las cosas a un paso antes del límite; sólo suspender la financiación de la troika durante el tiempo suficiente como para que la prima de riesgo se dispare. Los bancos griegos, que adquieren la mayor parte de la deuda de su país, verán gravemente afectados sus balances; el Mecanismo de Estabilidad Europeo tendrá que intervenir esos bancos. Con los bancos intervenidos, el gobierno de Atenas no podrá sacar deuda pública a subasta si no lo consienten Bruselas, Berlín y Fráncfort; sin recursos frescos el gobierno no podrá pagar a sus funcionarios y tendrá que claudicar. Quizá el gobierno griego opte antes por sacar a su país del euro, como quien dice a la desesperada. Ningún problema: eso revertirá la situación al segundo supuesto. Las reformas se harán sí o sí.

Es la facilidad que ofrece la Unión Bancaria de intervenir los bancos griegos, y con ello de cegar las fuentes de financiación del déficit público de ese país, lo que constituye la verdadera novedad de esta situación con respecto a todo lo anterior.