miércoles, 30 de enero de 2013

La coyuntura económica empeora rápidamente


No había terminado el gobierno de saborear las mieles de un puñado de datos que parecían moverse a su favor, cuando al final de la semana pasada recibió el mazazo de los seis millones de parados. Ayer, el INE rectificó, a peor, el avance de la contabilidad nacional publicado por el Banco de España hace pocas semanas; la caída del PIB en 2012 se aproxima más a 1,4% que al 1,3% que se había cantado. El euro ha iniciado una rápida apreciación. Si anduvo cerca de 1,25 dólares a principios de agosto, ayer estaba en 1,35 y hoy ha escalado a 1,36. Esto es un augurio de la peor especie. Puesto que nuestro modelo de salida de la crisis se basa en la promoción de exportaciones a costa de la demanda interna y las industrias que la abastecen, todo lo que estorbe nuestras exportaciones supondrá un contratiempo y un euro apreciado es el más serio de los imaginables en este momento.

Todo eso habría tenido una importancia relativa, de no ser por la noticia llegada hoy, verdaderamente pésima. La economía estadounidense ha retrocedido un 0,1%. Lo grave es que se esperaba que creciera por encima del 1%. Esta bofetada a las expectativas revela que las autoridades norteamericanas y los organismos internacionales han estado incomprensiblemente errados. Llevan meses ocultando al público y ocultándose a sí mismos la realidad. La recesión estadounidense, de confirmarse, se unirá a la europea. La recesión global está aquí. Lo más preocupante es que en esta reedición de las tribulaciones de 2008-2009 el mundo, comprometido desde hace años con la consolidación fiscal, carece de recursos para los estímulos ensayados entonces. Todo indica que esta nueva recesión va a ser más profunda y prolongada que la de hace un lustro.

Y la economía española, cuya incipiente recuperación se asienta sobre bases sobremanera precarias, va a verse expuesta a la mayor zozobra que concebirse pueda.



viernes, 25 de enero de 2013

La doctrina Blanchard del FMI


Mi amigo Javier Braña, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Salamanca, me hace una pregunta que considero interesante trasladar, con su debida respuesta, a los lectores de Killer Cost. En una entrada anterior («Lo que teme el Fondo Monetario Internacional») me refería yo a cierta doctrina Blanchard que habría permitido al FMI reconciliar sus puntos de vista sobre la crisis con los que prevalecen (MinFin alemán, BCE) en la eurozona, lo que ahora el propio FMI estaría juzgando como un «exceso de celo» en la aplicación de las políticas de austeridad. La idea básica de la doctrina es que lo fundamental ante la crisis es reducir la incertidumbre, que la incertidumbre se reduce aumentando la confianza, y que para aumentar la confianza puede llegar a ser mejor hacer previsible el comportamiento de los gobiernos (por ejemplo, con la «regla de oro» que impone un déficit cero) que los estímulos fiscales, que lo hacen hasta cierto punto imprevisible. Semejante doctrina, de haber sido realmente formulada, supondría un alejamiento de Blanchard del neokenesianismo defendido por él como profesor en el MIT, de Boston, antes de 2008, cuando se convirtió en economista jefe del Fondo. Puesto que Blanchard es uno de los economistas más citados del mundo, merecía la pena aclarar dónde está escrita esa doctrina, toda vez que no aparece en ninguno de sus artículos académicos.

El texto base apareció en un artículo de divulgación en The Economist, en enero de 2009 (aquí). Lo resumiré. Subraya la importancia de la incertidumbre y cómo reducirla para incrementar la confianza. El procedimiento básico sería, según Blanchard, «reducir los tail-risks o riesgos de cola» (riesgos poco probables pero de consecuencias catastróficas). El gasto público y las políticas monetarias expansivas siguen pareciéndole oportunos, en cuanto ayudan a reducir riesgos de cola relacionados con quiebras (de bancos, sobre todo) en cadena y catástrofes similares.

A partir de la crisis de Grecia, en enero de 2010, calculo yo, el énfasis del FMI cambia. El default soberano se presenta como el riesgo de cola más importante. Esto se aprecia con particular claridad en una nota de prensa (aquí), en la que un alto funcionario del Fondo advierte que el riesgo de que EEUU y Japón pierdan credibilidad por incapacidad de reducir sus respectivos déficits fiscales «supone una baja probabilidad, pero si se materializa será un gran problema, un desastre». Eso es lo que se entiende por riesgo de cola, exactamente. La nota es de septiembre de 2011, lo que muestra que el encaje de la consolidación fiscal en la doctrina Blanchard es completo en esa fecha. Siendo él economista jefe del FMI, nadie podría haber hecho semejante pronunciamiento sin su aprobación.

Por otra parte, el Fondo ha alardeado de mantener un equilibrio en materia de consolidación fiscal entre aumento de la recaudación vía crecimiento (sus restos de neokeynesianismo) y reducción de gastos. Pero antes de 2012, y concretamente en referencia a España, se ha inclinado sin reservas por el recorte de gastos. En una nota de junio de 2011 (aquí), se advierte al gobierno español de que el principal riesgo fiscal del Estado (y, por tanto, un riesgo de cola para la economía global) es la incapacidad de las comunidades autónomas de reducir sus déficits. Como éstas dependen casi por entero de ingresos transferidos por el Estado, la única variable sobre la que ellas pueden influir es el gasto. Así pues, por mucho equilibrio que el FMI quisiera mantener, en junio de 2011 uno de los principales riesgos de cola, que era necesario reducir para disminuir la incertidumbre y restablecer la confianza, en esa fecha, era el déficit público de España; y la forma de reducirlo, recortar el gasto de las comunidades autónomas. No hay aquí ni rastro ya de neokeynesianismo. Es austeridad pura y dura.

Este análisis, ciertamente, discrepa del de Krugman (aquí) y de lo que dice el propio Blanchard en su blog (aquí). Esta última entrada es del 21 de diciembre de 2011. Lo que viene a decir nos lo ha contado Christine Lagarde más de un año después, y es que los multiplicadores del gasto público son mayores de lo esperado, con lo que los recortes pueden llegar a resultar desastrosos. En otras palabras, Blanchard, a fines de 2011, pudo empezar a criticar la doctrina que él mismo tuvo que haber avalado, pues de otra forma altos funcionarios del FMI no habrían podido exponerla con la contundencia con que lo hicieron a mediados y hasta septiembre de ese año. Y lo hizo, como sugiere su uso de la palabra «multiplicadores», después de tener suficiente evidencia empírica provista por concienzudos estudios econométricos de los servicios del propio Fondo. Entonces pudo hablar de «esquizofrenia de los inversores financieros» y dar por cerrado su propio episodio de esquizofrenia teórica cuando su consciente se manifestaba a través de sus subordinados rabiosamente «clásico», mientras su subconsciente seguía siendo, es de suponer, neokeinesiano. Fue un proceder científico, sin duda, siguiendo con todo rigor las prescripciones del falsacionismo, muy digno de la eminencia que fue del MIT, del que nunca debió haber salido. Y totalmente improcedente en un puesto de responsabilidad como el que ocupa, en el que dudas intelectuales y vacilaciones teóricas cuestan millones de puestos de trabajo. El sentido común dictaba a muchos, desde mucho antes, lo disparatado de esas políticas, sin necesidad de tanto aparato econométrico.

Toda esta discusión, que ciertamente es extensa, tuve que resumirla y sintetizarla para que tuviera cabida, con otras consideraciones, en las dimensiones de una entrada de blog. Espero haberlo logrado sin faltar ni una coma a la verdad.



miércoles, 23 de enero de 2013

Perspectivas de la economía española a un año vista


Cualquiera hubiera dicho que, con los antecedentes de meses atrás, enero de 2013 iba a ser un «mes negro» para la economía española. Sorprendentemente, está resultando, en cuanto a expectativas a muy corto plazo, el mes más dulce desde hace años. Sin duda alguna, hay una operación mediática detrás. El gobierno Rajoy, que tomó posesión en diciembre de 2011 pavoneándose de que iba a devolver la confianza a los mercados ipso facto, se encontró en pleno verano con un aumento brutal simultáneamente del paro y de la prima de riesgo. Ahora, aprovecha con desesperación cualquier dato favorable para dibujar un cuadro «esperanzador», que permita al presidente repetir su manoseado mantra: «2013 será un año duro, pero a fines del mismo y con toda claridad en 2014 se reiniciará el crecimiento». Y lo cierto es que datos favorables no han faltado. La balanza comercial, sobre todo, ha mejorado notablemente; gracias a la reforma laboral, que ha facilitado la necesaria devaluación interna, lo que a su vez ha mejorado la competitividad, según se nos dice. También contribuye la reforma bancaria, con el rescate pactado en junio y efectivo desde diciembre, que está devolviendo cierta confianza a los mercados en nuestro sistema financiero, considerado hace un año el más problemático del mundo. En conjunto, esos factores (no hay mucho más) han ayudado a mejorar el clima de las subastas de deuda pública, y consiguientemente a reducir la prima de riesgo, con lo que la Unión Europea y el Banco Central Europeo, deseosos de quitarse el peso muerto de la crisis española de encima, han echado las campanas al vuelo. Merkel insiste en que la crisis de deuda soberana no está resuelta, pero su voz como que se oye menos en estas fechas. El Wall Street Journal alaba la diligencia del gobierno español y dirige los tiros de los mercados contra Francia. Bien, ésta sí que está siendo una cuesta de enero dulce para el gobierno, que no para los ciudadanos.

Pero detrás de los buenos indicadores, parciales pero buenos en su parcialidad, las perspectivas siguen siendo sombrías. Lo son más cada día que pasa. Un signo de ello es el fracaso que acaba de cosechar el inefable ministro Guindos. Cree estar haciendo las cosas tan bien que se merecía el nombramiento de presidente del Eurogrupo, vacante tras el término del mandato de Jean-Claude Juncker. Resulta que se ha elegido al holandés Jeroen Dijsselbloem. El pobre Guindos creía poder hacer valer el peso de España y su orgullo herido hace meses cuando el cese de José Manuel González Páramo como vocal de la comisión ejecutiva del BCE no fue seguido de su sustitución por otro español. Un hombre de su posición tenía que haber sido más perspicaz. Juncker es ministro de Finanzas de Luxemburgo, el país más pequeño de la UE y del Eurogrupo. Luego la presidencia del Eurogrupo no depende de factores como el tamaño de los países. Es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de un país que demuestra vender bien la piel del oso, pero mucho antes de cazarlo.

El economista no tiene más remedio que desconfiar de tanta fanfarronada. Las previsiones son lúgubres. El PIB español ha decrecido el 1,3% en 2012 y la previsión es que decrezca al menos eso en 2013. Es decir, de «año de transición», nada. España está atascada en el agujero. Es verdad que los ingresos por exportación han mejorado pero los pagos por importación no han cedido, lo permite suponer que en cuanto empecemos a crecer se dispararán estos últimos, y la restricción exterior volverá a actuar como desde hace décadas. Si se quiere que la mejora del saldo comercial sea duradera, no hay más remedio que deprimir la demanda interna, como se está haciendo. Lo cual nos lleva a las negativas previsiones de crecimiento. Esto, como planteamiento general; «estructural», si se quiere.

La coyuntura no ayuda a ser más optimista. Paso a paso, la economía global y la europea en particular se van deslizando hacia la segunda recesión en cinco años. Aquélla fue abrupta, tras la quiebra de Lehman Brothers; ésta viene siendo anunciada desde la primavera/verano de 2011, por lo menos, sin que las medidas ensayadas, notablemente, más consolidación fiscal y facilidades monetarias (QE, quantitative easing), hayan sido suficientes para revertir la situación. Desde luego, empieza a haber un consenso internacional cada vez más fuerte en que la consolidación fiscal en época de atonía de la demanda ha sido y es un disparate mayúsculo. Hasta el propio Rajoy, que creyó, como el ignorante en economía que es, que eso nos traería prosperidad por arte de birlibirloque, pide ahora árnica, en sus palabras, «políticas de crecimiento». Un desastre menos grande para nuestro país habría resultado de haber asumido el gobierno con esa filosofía desde el principio. Pero no; él tenía que ser el alumno más aventajado de la clase, lo único que parece haber hecho bien toda su vida. Echando implícitamente las culpas a la profesora, ahora sólo intenta encubrir su fracaso, exactamente igual que Mas trata de encubrir el suyo clamando por la independencia.

La poca suerte de esta situación es que, con toda probabilidad, las exportaciones españolas están arrebatando a otros socios europeos (digamos, Italia y Francia) cuota de ventas en el mercado alemán, que se mantiene fuerte, a su vez, por las exportaciones a países emergentes y sobre todo a China. Recientemente ha trascendido que Volkswagen vende más vehículos en China que en toda la UE. Si esto continúa así, nuestras exportaciones podrán mantener un buen tono, aunque incapaz de sacarnos de la recesión, como se nos promete. Ahora bien, como China se vea envuelta en esta recesión (se libró de la anterior), algo de lo que viene hablándose desde principios de 2011 sin que la lenta evolución de sus macromagnitudes lo desmienta, entonces sí que los amigos Rajoy y Guindos, por no hablar ya de la ciudadanía española, van a verse en problemas.



viernes, 18 de enero de 2013

Lo que teme el Fondo Monetario Internacional


En las últimas semanas se ha asistido a una bochornosa ceremonia de la confusión, oficiada por distintas instancias del establishment. Quizá el pronunciamiento más importante, por su insistencia, es el del FMI, primero reconociendo que se ha ido demasiado lejos con las políticas de consolidación fiscal (= recortes de gasto público) y pidiendo, por boca de su directora-gerente, Christine Lagarde, que empiece a promoverse el crecimiento económico. A este gimoteo se ha apuntado enseguida Mariano Rajoy, quizá por aquello de la morriña gallega. Pero ya ha dicho Alemania que con su dinero no se cuente.

La preocupación del Fondo estriba en la conciencia cada vez más clara, en su seno, de que lleva tres años haciendo el canelo. A fines de 2009 advirtió contra el celo «consolidador» de las finanzas públicas, que ya se observaba en las autoridades alemanas y el Banco Central Europeo, entonces dominado por Alemania todavía más que ahora. Aunque el FMI admitía que había que impedir que se inflara la burbuja de la deuda pública, estimaba que había que lograrlo sin perjuicio de mantener un mínimo de estímulos fiscales para evitar que las economías nacionales se quedaran paradas. Pero Alemania no estaba para concesiones, y los estímulos fiscales se cortaron en seco; más aún, fue como si se metiera la marcha atrás en la maquinaria económica. El FMI cedió, pero además su cesión, que podía haber sido puramente pragmática, incorporó ciertos aspectos de renuncia fundamental. Encargó a su teórico más brillante, Olivier Blachard, elaborar una justificación intelectual de la renuncia. Y lo que se le ocurrió a Blanchard fue decir que la crisis iniciada en 2007-2008, y cuyos efectos más profundos todavía padecemos, es sobre todo un problema de confianza. En otras palabras, los estímulos fiscales no son decisivos para la recuperación, o por lo menos no son el único medio de recuperar la confianza. Un medio incluso mejor, y ésta es la morrocotuda aportación de Blanchard, consiste en restaurar la confianza disminuyendo la incertidumbre en vez de incrementando la actividad a tontas y a locas, que es lo que vendrían a hacer los estímulos fiscales. Para reducir la incertidumbre, nada mejor que hacer más previsible la actuación de los gobiernos. Y para hacer más previsibles a los gobiernos, lo óptimo sería empezar por prohibirles gastar más de lo que ingresan. Ahí lo tienen ustedes; el FMI, con la doctrina Blanchard, venía a coincidir al 100 por 100 con la política alemana. Mejor imposible. El resultado lo tenemos a la vista.

Ahora el FMI empieza a sospechar que toda la charla ésa de restaurar la confianza reduciendo la incertidumbre por medio de hacer más previsibles a los gobiernos, es un camelo. Entiéndase bien; como dice Lagarde, todo eso habría estado bien para evitar que la economía mundial se hundiera más, pero no sirve para sacarla del agujero en que ya ha caído. Pero lo que Lagarde se calla es que eso de que con la doctrina Blanchard se ha evitado males mayores es muy relativo, porque a partir de este momento podría conducirnos a una situación mucho peor en unos años.

El peligro global ha sido enunciado entre líneas por la propia Lagarde. Veamos. Para que los países de la eurozona más endeudados o que se endeudaban más rápidamente (caso de España) detuvieran su «loca» carrera hacia el endeudamiento, la receta era simple: recortar gasto público, como fuera; flexibilizar el mercado de trabajo y, por el efecto combinado de ambas políticas, proceder a una devaluación interna. El gobierno Rajoy ha sido un alumno aventajado. Todos lo han reconocido en estas últimas semanas. ¡Qué bien! Ahora se puede volver a invertir en nuestro país; las reducciones salariales han devuelto competitividad a la producción española. Las exportaciones se están relanzando. ¿Dónde está el fallo? En términos macroeconómicos, sólo en el altísimo volumen de paro. Si no fuera por ese «pequeño» detalle, España en este momento sería perfecta. Desde luego, mucho mejor que Francia, que todavía no ha entendido de qué va la cosa, según juzgan los tecnócratas y algunos analistas financieros; los mercados parecen tenerlo menos claro, ya que la prima de riesgo de la deuda soberana de Francia se mantiene casi plana en torno a 62-64 puntos básicos, bien lejos de los 350 de la española. Pero la cuestión clave, según juzgan analistas y tecnócratas, es que España, con su mejorada competitividad, va a arrebatar cuota de mercado a sus competidores en los mercados comunitarios, por ejemplo, a Francia. En la actual recesión, el reparto del mercado comunitario es un juego de suma cero: lo que gana un país es lo que otro pierde. Cuando los mercados financieros, todavía no apercibidos, se den cuenta, la valoración de Francia empeorará, y lo hará rápidamente. Entonces las autoridades francesas caerán en la cuenta de que tienen que imitar las «buenas prácticas» de España. En otras palabras, procederán a su propia devaluación interna, para recuperar competitividad. Eso, a su vez, nos hará perder cuota de mercado a nosotros, que tendremos que volver a devaluar internamente. Y así, hasta que las devaluaciones internas de los países europeos empiecen a minar la competitividad de los países emergentes, que tendrán que devaluar a su vez, aunque no internamente sino manipulando el tipo de cambio, lo que es mucho más fácil. Una carrera así se llama de devaluaciones competitivas. La última conocida, en la década de los treinta, condujo directamente al hundimiento del comercio internacional, a la formación de bloques económicos antagónicos y a la segunda guerra mundial. O eso dictaminó la conferencia de Bretton Woods, en julio de 1944. Claro que lo hizo bajo la hipnótica influencia de John Maynard Keynes, que en esto como en todo lo demás podía estar diciendo tonterías.

No creo que los tecnócratas del FMI lleguen tan lejos. Lo que ahora parece preocuparles es que las devaluaciones competitivas van unidas a aumentos del desempleo. En su estrecha visión del mundo, un encadenamiento competitivo de devaluaciones internas en la eurozona sería adecuada si las economías estuvieran próximas al pleno empleo. Pero cuando el desempleo es tan elevado como aquí y ahora, si a Francia se le ocurre proceder a su propia devaluación interna, está claro que España no podrá afrontar una segunda. Y entonces, ¿qué? Lo que pasó en los años treinta en situaciones semejantes es un hecho no sujeto a interpretación. Los países que, por su adhesión al patrón-oro tenían que devaluar internamente, hartos de hacerlo, abandonaron dicho patrón para poder devaluar su moneda sin necesidad de mayor ajuste interno. Traducido al momento actual, eso significa salir del euro.

Así pues, lo que Lagarde viene a decir entre líneas es: ojo, que España ha hecho un gran sacrificio, y lo ha hecho muy bien; pero ese sacrificio no puede dilapidarse ahora. La forma de no dilapidarlo es impulsar el crecimiento. España tiene que tener la oportunidad de crecer porque crecen todos, sin entrar en una pelea a muerte por la competitividad con sus socios comunitarios. Como las cosas se planteen de otra manera, España a medio plazo está fuera del euro.



sábado, 12 de enero de 2013

El nuevo modelo económico español


Todavía se oye el ya viejo comentario de que España, que basó su crecimiento hasta 2007 en el modelo «del ladrillo», al desaparecer éste por efecto del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, sigue sin modelo de recambio y de ahí la persistencia del paro. Craso error. Durante el año de presidencia que lleva Rajoy, nuestra economía se ha lanzado a tumba abierta a «construir» un nuevo modelo, y lo está haciendo con eficacia. En realidad, no era difícil; tan sólo se necesitaba resolución, si la sociedad no era capaz por sí misma de afrontar la destrucción creativa que predicara Schumpeter, del gobierno para hacerlo en su lugar. El objetivo y los medios eran de manual: el manual del modelo de promoción de exportaciones, redactado por el Banco Mundial hacia 1985 e impuesto por el Fondo Monetario Internacional a lo que entonces se llamaba «países en vías de desarrollo». No es extraño, por tanto, que la sociedad española esté padeciendo muchos de los efectos de ese modelo, en aquella década sufridos por los países que habían tenido la desgraciada de verse afectados por la crisis de la deuda externa, de 1982. Similares causas, mismos remedios.

Vamos al modelo. La idea básica es que una economía que se enfrenta severamente a la restricción exterior, por ejemplo, por causa de sobreendeudamiento, debe 1) reducir drásticamente las necesidades financieras de su sector público, 2) flexibilizar al máximo la asignación de recursos interna, y 3) transferir recursos lo más rápidamente posible del sector que produce para la demanda interna al sector que produce para demanda externa y por tanto es capaz de generar ingresos en divisas. Los dos primeros requisitos configuran la política del gobierno Rajoy durante 2012. El tercer punto es el premio que se recibe si todo se ha hecho correctamente. Como todo se ha hecho correctamente, los indicadores más recientes registran dos cambios, aparentemente contradictorios, pero que el modelo revela son íntimamente dependientes el uno del otro. Por una parte, ha aparecido un superávit comercial, cosa insólita ya que ese capítulo de la balanza de pagos de la economía española con el exterior siempre había sido deficitario, desde los tiempos de Franco, durante la transición y en los últimos lustros. Ese rasgo es el que saludan con entusiasmo los mercados, con caídas verticales de la prima de riesgo, subastas del Tesoro relativamente exitosas y múltiples parabienes, recibidos de todos los rincones del patio. ¡El modelo funciona, y de qué forma! ¡España está haciendo sus deberes! Y junto a eso, el segundo dato, que termina de configurar el punto 3) enunciado antes: la producción industrial de España retrocede a niveles de 1993. Toda actividad industrial que no sea tan competitiva como para sumar a las exportaciones, está condenada a perecer. Y lo está por la sencilla razón de que el modelo comporta la depresión de la demanda interna, que es sobre la que subsistía la industria que ahora se desmantela para transferir «recursos», léase capital, al sector exportador. Todo cuadra. La gestión de Rajoy se puede calificar de perfecta.

¿Problemas del nuevo modelo? Todos. Para empezar, tendríamos que ser una economía como Corea para llegar a disponer de un sector exportador que absorba seis millones de parados. Y, a diferencia de Corea, hacerlo sin investigar, sin innovar y sin disponer de tecnologías de punta, puesto que nosotros no investigamos (salvo honrosas excepciones), mucho menos innovamos (ídem de ídem) y apenas generamos patentes que interesen a efectos prácticos. O sea, que nuestro modelo es más el de Costa Rica o Malasia que el de Corea. Mantendremos el paro muy elevado durante mucho, mucho tiempo. Probablemente, hasta que lo absorban flujos suficientemente intensos de emigración, sobre todo entre los jóvenes.

Pero no todos los problemas son «sociales». También se vislumbra problemas económicos a corto plazo, si el gobierno quiere más acuciantes. La promoción de exportaciones exige ahorro para financiarla. Se trata de vender al exterior para no comprar nada, sino retener las divisas; eso es una forma de inversión. Pero resulta que el ahorro de las familias cae a velocidad de vértigo, con su renta disponible; el gobierno se enfrenta a crecientes problemas, sobre todo con las autonomías, para ulteriores reducciones de su déficit, o sea, mejoras de su ahorro (todavía negativo) y aunque la renta de las empresas aumenta, tal aumento sólo se traducirá en inversión productiva conforme haya oportunidades de invertir en el sector exportador, que por su propia naturaleza y en medio de la actual recesión no puede más que crecer moderadamente. No voy a entrar ahora en lo que presumiblemente hacen las empresas con su mayor excedente, a falta de invertir en el sector exportador. Lo que quiero resaltar es que el efecto combinado de todos esos factores se traduce en una necesidad de financiación externa de la economía española que sigue estando, según el INE, en el 1,7% del PIB español. Y eso, sólo para mantener las exportaciones en su nivel actual. Si se quiere aumentar el flujo de exportaciones, que es crucial para que el modelo se asiente, hay que reducir el déficit público más, o aumentar el ahorro de las familias (contradictorio con lo anterior) o acudir a mayor financiación exterior. Por eso, el modelo se combinaba en las décadas de los ochenta y noventa con abundante financiación del FMI a los alumnos aventajados de la clase.

Desde el punto de vista intelectual (y sólo desde ese punto de vista) va a ser divertido ver los apuros del tándem Rajoy-Guindos tratando de evitar el rescate de la economía española; diciendo un día que de ninguna manera habrá rescate, y al siguiente que nuestro rescate no será un verdadero rescate, sólo uno de mentirijillas. Lo van a tener crudo para sacar su incipiente modelo adelante.