jueves, 26 de junio de 2014

Yo también quiero una SICAV

Historias como la de Willy Meyer, cabeza de lista de IU en las elecciones europeas de 2014, están poniendo de moda las SICAV. Muchos las critican, pocos las defienden y casi nadie parece saber realmente lo que son. Es muy sencillo. SICAV es un acrónimo de Sociedad de Inversión de Capital Variable. Es una Sociedad Anónima de propósito específico, es decir, sólo puede dedicarse a inversiones. Su particularidad, el que sea de capital variable, radica en que amplía capital vendiendo sus propias acciones y lo reduce comprándolas; legalmente, está obligada a venderlas cuando el precio de la acción supera en un 5% el valor teórico de su patrimonio y está obligada a comprarlas cuando el precio de la acción cae un 5% por debajo de su valor teórico. De manera que el precio de la acción nunca debe estar más de un 5% por encima, ni menos de un 5% por debajo, del valor teórico. En realidad, todo depende de cómo vaya el valor teórico, que irá para arriba si la gestión de la cartera de activos es buena, o para abajo, si es mala.

¿Dónde está el truco de la SICAV? En la rentabilidad financiero-fiscal para el inversor. Mientras una Sociedad Anónima "normal", de capital fijo, tributa el 25 o 30% de sus beneficios, la SICAV tributa únicamente el 1%. Eso parece a muchos un privilegio excesivo de la SICAV. Pero no lo es tanto si, en vez de con la Sociedad Anónima, la SICAV se compara con el Fondo de Inversión Mobiliaria, que es a lo que realmente se parece. El Fondo de Inversión no tributa nada, o sea, todavía menos que la SICAV. La diferencia, ¿cuál es? Que el fondo de inversión está pensado como institución de inversión colectiva, mediante la venta de participaciones al que las quiera comprar; en cambio, la SICAV está pensada como institución de inversión individual (aun manteniendo la ficción de inversión pseudo-colectiva por medio de la exigencia de 100 socios, 99 de ellos testaferros del inversor real) en la que el promotor pone su liquidez en ella comprando acciones a la propia Sociedad a un 5% por encima de su valor teórico, y lo saca revendiéndoselas a un 5% por debajo del mismo. Y, mientras, no tributa por los rendimientos del capital. Claro que a lo peor no hay rendimientos del capital si el valor teórico va para abajo. Y si va para arriba, Big Boy (o Big Girl) los tributa en el impuesto personal no como renta sino como plusvalías, entre el 21 y el 27%, por fuera del gravamen progresivo del IRPF.

miércoles, 25 de junio de 2014

El discreto encanto de la Monarquía

Soy republicano por los cuatro costados. ¿Vieron "Ocho apellidos vascos"? Pues yo tengo cuatro apellidos republicanos. Luché contra la dictadura en los setenta. No voy a decir que arriesgué la vida, aunque alguna vez me dispararon; no a mí, personalmente, desde luego, sino al piquete de que formaba parte. No pretenderé que fue algo singular, ni mucho menos heroico: muchos vivieron la experiencia. Pero tuve que obligarme a realizar actos de cierto valor para estar en paz conmigo mismo. Me esforcé por traer un régimen que no era éste. El resultado no dependía tan sólo de mí, sin embargo, sino también de varias decenas de millones de españoles. Lo que quisieron nos ha traído a donde estamos, y no seré yo quien pretenda desentenderse de las consecuencias. Soy corresponsable por acción, por omisión, por simple incapacidad de hacer más y mejor, o por todo eso junto. Soy miembro de la generación que hizo la transición. Con eso está dicho todo.

Hoy pide la palabra otra generación, quizá posterior en dos a aquélla, que ni la hizo ni disfrutó del progreso que durante tres décadas nos trajo la transición. Una generación que, en Cataluña y el País Vasco, cuestiona la unidad de España y, en el resto, cuestiona la imposición de un régimen, la monarquía parlamentaria, que no han podido elegir, como, ya quedara uno en mayoría, en minoría o se abstuviera, pudimos elegirlo nosotros. Mi percepción es que la tercera generación no es tan conformista como la segunda, y no será fácil "comprarla" con bienestar material en diferido, que es lo único que el poder puede ofrecerles ahora. Van a ganar cada vez más fuerza, mientras la generación de la transición no hará más que perderla, por un proceso puramente biológico.

Mi percepción también es ésta. Los jóvenes quieren decidir, pero no está nada claro que todos estén de acuerdo en la elección, si se les deja. Un referéndum sobre Monarquía o República podría presentar a Felipe VI como candidato a presidente vitalicio, lo que calmaría a los republicanos moderados, un poco de la forma que la familia Orange fue, de una generación a otra, revalidada como dinastía electiva de estatúderes en la Holanda del siglo XVII. Ese plebiscito lo ganaría la Corona, con toda seguridad, en el conjunto de España; con bastante probabilidad, también en Cataluña; y creo que incluso tendría opciones en el País Vasco. Lo que está fuera de dudas es que los soberanistas lo tendrían bastante difícil para convencerse y convencernos de que la independencia es viable si no consiguen mayoría de votos en sus feudos para la República.

Vaya por delante que yo votaría República.

martes, 24 de junio de 2014

Reforma fiscal contra Podemos

Se equivocan, nos equivocamos quienes hemos visto en la reforma fiscal anunciada estos días simplemente una operación para llenar (otra vez) el bolsillo de los ricos. Los "ricos" son tan pocos hoy en España que apretarles o favorecerles con impuestos tiene muy relativamente poca repercusión. Naturalmente, Rajoy y Montoro les favorecen, que para eso son de derechas. Pero la cosa tiene bastante más calado. Además de favorecer a los ricos, favorece a las rentas de menos de 30.000 euros anuales; las explicaciones en contrario no terminan de convencerme.

El gobierno está aterrorizado por el ascenso de Podemos, y tiene una teoría sobre el asunto. A Podemos tienen que haberle votado los zarrapastrosos y marginotas, los vagos que prefieren cobrar 400 euros al mes a dar un palo al agua, los pensionistas que sostienen a sus hijos y nietos, los desgraciados por los que el PP no ha hecho absolutamente nada, fuera de exprimirles hasta el tuétano.

O sea, quienes disponen de menos de 30.000 euros anuales.

lunes, 16 de junio de 2014

La política monetaria es inútil contra la deflación

Los mercados han celebrado las últimas medidas del Banco Central Europeo, en la esperanza de que sirvan para conjurar la amenaza de una espiral descendente de precios y rentas nominales en la zona euro. Verdes las han segado. El temor a la deflación proviene no de otra cosa que de la asimetría de sus causas y efectos, comparados con los de la inflación. Y tal asimetría determina que lo que sirve para generar inflación, y también para controlarla, la política monetaria propiamente dicha, no tenga nada que ver con la deflación, ni pueda intervenir para frenarla. La política monetaria ha sido descrita como una cuerda, que sirve para tirar de algo pero no para empujarlo. La frase pushing on a string ("empujando un cordón") ilustra las tribulaciones del banquero central, en este caso Mario Draghi, a la hora de enfrentarse a la deflación. Veamos en qué consisten esas tribulaciones con algo más de detalle.
Un banquero central inyecta liquidez cambiando el dinero que emite por activos rentables que le suministran los bancos privados. Por motivos que tienen que ver con el grado de perfeccionamiento a que ha llegado lo que técnicamente se denomina "mecanismo de transmisión", la forma preferida de intercambio de dinero por activos rentables no es la compra simple de tales activos por el banco central, sino las llamadas operaciones temporales, de compraventa con pacto de retrocesión o repos, consistentes en que el banco central compra el activo rentable en una fecha con el compromiso de la contraparte de recomprarlo en otra posterior. De esa manera, se elimina para las dos partes el riesgo de tipo de interés. Los bancos privados pueden llegar a altos extremos de sofisticación en el uso del mecanismo, que les permite planificar sus operaciones con el banco central con vistas a vender un activo rentable después de haber cobrado los correspondientes intereses y recomprarlo poco antes del vencimiento del siguiente pago de los mismos. Pero, por muy sofisticada que llegue a ser la gestión de los así llamados activos de garantía, siempre habrá activos que sean propiedad del banco central en el momento del pago de intereses porque el banco privado de contrapartida no puede encontrar liquidez para recuperarlos sin sacrificar, aunque sea temporalmente, otros activos más rentables. De ahí el banco central tenga muy fácil el suministrar liquidez al sistema financiero cuando los tipos de interés van para arriba; porque, en definitiva, para el banco privado de contrapartida, se trata tan sólo de sacrificar activos menos rentables para cedérselos al banco central a cambio de liquidez que invertir en activos más rentables. Pero, por la misma razón, es no ya difícil sino dificilísimo para el banco central inyectar liquidez cuando los tipos de interés van para abajo.Porque, entonces, a ver cómo convence el banco central al banco privado de que coja la liquidez que le ofrece a cambio de activos más rentables, para invertirla en activos que lo son menos.

martes, 3 de junio de 2014

Razones económicas de una abdicación

Hoy publican los medios que el paro ha descendido en un importante número de personas y que los cotizantes a la Seguridad Social han aumentado en otro número importante; es evidente que el gobierno debía conocer estos datos con antelación, ayer sin ir más lejos. Uno se pregunta qué razones ha podido tener ese mismo gobierno para anunciar la abdicación en tal día, a una semana de las elecciones europeas.

Las coincidencias no existen. Ayer se conocía otro dato del máximo interés: la Comisión Europea transmitía públicamente a España sus exigencias, dentro del procedimiento por déficit excesivo en que nos encontramos incursos; también eso debía conocerlo el gobierno con antelación. Entre las medidas exigidas, varias que pueden despertar malestar entre la población: subida adicional del IVA, elevación de las tarifas eléctricas y nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral. Tras haberse resistido durante meses a esa clase de exigencias, pues no en vano estamos cada vez más cerca de las elecciones generales, esta vez el gobierno carece de fuerza para hacerlo, por cuanto las europeas acaban de mostrar que cuenta con el apoyo de un segmento muy exiguo de la población. Esta vez, el gobierno aplicará las medidas, o por lo menos una fracción lo suficientemente sustancial de ellas como para demostrar su buena voluntad. No sea que las quejas de la Comisión despierten a los mercados y se vuelva a disparar la prima de riesgo, con lo que costó domesticarla.

Después de dos años, el gobierno sabe de sobra lo que significa ceder. Frenar en seco la recuperación y a corto plazo más paro, exactamente eso. La Comisión lo exige porque cree que así se podrá crecer con más fuerza dentro de dos o tres años, ya que el crecimiento de ahora les parece insuficiente para aumentar rápidamente el empleo. Se trata de una diferencia de criterio en cuanto a los plazos. El gobierno, con su pachorra habitual habría estado dispuesto a andar diez o quince años creciendo a paso de tortuga, pero la Comisión está preocupada con el ascenso de los radicales de una y otra mano en toda Europa. De modo que el gobierno se enfrenta solo a la perspectiva de aplicar nuevas medidas impopulares en vísperas de elecciones. El problema es tanto más grave cuanto que es consciente de que sus medidas anteriores han significado la ruina y empobrecimiento de muchos que le votaron hace dos años y medio, bastantes de los cuales podrían estar votando a Podemos o estar pensando en hacerlo en las generales.

Así las cosas, parece que el gobierno ha decidido agarrar el toro por los cuernos, forzar la abdicación del Rey, abrir una crisis constitucional (puesto que no hay ley que regule la abdicación), provocar un debate artificial sobre si monarquía o república, terminar de laminar a un PSOE esquizofrénico entre una dirección comprometida con la lealtad institucional y unas bases fervientemente republicanas; y dejar al PP dueño del centro político, erigido en paladín del bando monárquico y agitando el mensaje subliminal de la guerra civil. O eso, o son completamente idiotas. Pongámonos en lo razonable: "¿Queréis Podemos? Pues sabed que son republicanos, es decir, rojos que vendrán a quemar iglesias, como en el 31". Le saldrá mejor o peor; sospecho que no le puede salir bien. Pero lo que no puede estar más claro es que, de las exigencias de la Comisión, ésta no nos libramos.