martes, 4 de octubre de 2011

Pringadillos


Nueva jornada de desplome de los mercados. Aunque algunos analistas – por ejemplo, los de Bank of America – siguen, imperturbables, prediciendo un crecimiento lento para el mundo occidental en 2011 y 2012, la mayoría de los observadores se inclinan por creer que la segunda recesión es inevitable. Múltiples indicadores avalan esta tesis. Desde mi punto de vista, fue definitiva la caída del S&P 500 ayer por debajo de los 1.100 puntos; ésa es ya la cota mínima de este año, y no la del 7 de agosto, crucial para la tesis de la recuperación (véase la entrada “Standard&Poor’s en el ojo del huracán” en este mismo blog). El oro ha registrado un frenazo tras alcanzar los 1.900 dólares la onza hace pocas semanas: ahora está en 1.670, después de haber caído hasta los 1.550. Pero incluso ese dato, que parecería abonar la teoría de que la incertidumbre es menor, indica, por el contrario, que es mayor. Un descenso similar se registró a finales de 2008. Los analistas lo interpretan como que las pérdidas de los operadores en la generalidad de los mercados financieros les obligan a hacer caja vendiendo el único activo donde aún pueden obtener ganancias.

En este panorama, Japón es potencia capaz de tirar con fuerza, gracias al impulso de la reconstrucción tras el desastre de Fukushima. Pero hace mucho que los mercados habían descontado este efecto. La situación de EEUU es más incierta. Los problemas de déficit y endeudamiento distan de haberse resuelto, y aunque los indicadores se contradicen unos a otros, la opinión general es que el resultado final dependerá mucho de lo que ocurra en Europa. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que durante la primera recesión funcionaron bastante bien, dan ahora muestras del recalentamiento de sus economías, con inflaciones más o menos aceleradas y burbujas varias.

Europa merece mención aparte. Ya parece evidente que la estrategia de consolidación fiscal, perseguida en el Viejo Continente desde el otoño de 2011, conduce a un desastre como el de Grecia. Cuantos más esfuerzos hace este país por reducir su déficit, menor es su tasa de crecimiento, inferior su recaudación tributaria y mayor su déficit. No hacía falta ser muy listo para predecir esto. España es un ejemplo análogo, si bien un pelín menos dramático. La estrategia ha fracasado, entonces ¿por qué se mantiene? La estupidez de nuestros dirigentes es una explicación, aunque no suficiente. También cuenta la lucha por el poder en la unificación europea. Alemania necesita centralizar las decisiones económicas, y sobre todo apropiárselas. No quiere relajar la situación monetaria – vía monetización del déficit, emisión eurobonos o lo que quiera que se pueda concebir luego – porque eso le haría perder liderazgo. A Grecia ahora, y puede que a España e Italia más adelante, toca servir de cobayas en experimentos de integración europea a la prusiana. Los alemanes llevan tiempo diciendo que la insolvencia soberana debe comportar pérdida de soberanía. Y pese a todo, ni España ni Grecia han perdido soberanía todavía. Estamos haciendo lo que ellos quieren, pero porque nos prestamos voluntariamente a ello. Veremos llegar días en que las decisiones las tomarán ellos y nosotros las aplicaremos sin necesidad de que las refrenden nuestros parlamentos. Mi predicción es que Europa y el Fondo Monetaria Internacional apuestan ya por la insolvencia de Grecia dentro de la zona euro, y que eso supondrá que partes de la administración griega – ahora superineficientes, supercorruptas y lo que se quiera, pero griegas a fin de cuentas – empezarán a ser controladas directamente por la Unión Europea. Y que si las cosas vienen mal dadas, a nosotros nos ocurrirá igual. Algún día, eso servirá de precedente para su eventual generalización a toda la Unión. De momento, a los torpes nos tocará pringar.



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