lunes, 17 de octubre de 2011

La larga noche financiera que se cierne sobre España


No encuentro mejor forma de describir, en una expresión breve, lo que se avecina. Estamos en los preliminares de la fiesta de la democracia, quemando la última pólvora de alegría (poca) que nos queda antes de ajustarnos un cilicio de austeridad que nos dejará en los huesos. Y mientras, gobernantes y economistas sin escrúpulos repitiendo que «no hay nada específico sobre España, sólo el contagio de Grecia». Por esa razón debe ser que el contagio no afecta a Alemania, ni a Austria, Finlandia o Dinamarca; únicamente, a Irlanda, Portugal, España e Italia.

Pues claro que hay algo específico sobre España. Tenemos los ingresos fiscales que tenemos, y cinco millones de parados. Y la economía no crece. O sea, que una gran parte de lo que el Fisco recauda se va en financiar la economía familiar de los parados a través del seguro de desempleo y subsidios similares. En tanto la economía no crezca y con ello se reduzca sensiblemente el número de parados y la factura financiera del desempleo, será así. Mientras, la deuda sigue aumentando. ¿Tienen o no tienen motivos los mercados para sentirse preocupados? ¿Tienen o no tienen motivos las agencias de rating para rebajar, escalón a escalón, nuestra calificación crediticia?

Y eso no es todo. El sistema bancario español, tan elogiado en los primeros años de la crisis, está podrido de «activos tóxicos», entre crédito al sector inmobiliario y deuda soberana de Portugal. Se habla de medio billón de euros; para que no haya dudas: 500.000 millones de euros. El Fondo de Garantía de Depósitos, en que acaban de unificarse los tres fondos homónimos anteriores, y al que se asigna – demasiado alegremente, a mi juicio – la recapitalización bancaria, apenas llegará a los 7.000 millones. ¿Se dan cuenta de la desproporción? Sólo 1 de cada 70 euros en riesgo está cubierto por la garantía del FGD. No es como para echar cohetes. Pero, ufanamente, el gobierno ha realizado la unificación y reasignación de cometido como quien dice: «¡Ahí queda eso!» o «Todo está atado y bien atado». Ya sabemos por aquí qué significa eso.

Porque no está atado en absoluto. El candidato Rubalcaba acaba de prometer la dación en pago de créditos hipotecarios. Lo hace porque no tiene esperanzas de ganar. Si las tuviera fundadamente, y ganara, la debacle bancaria estaría asegurada. La dación en pago obligaría a la banca a la revalorización mark-to-market de una gran parte de sus créditos de dudoso cobro, que aparecen sin embargo en sus libros por el nominal debido a que están protegidos por avales personales. Son esos avales lo que impide la dación en pago. Su anulación destruiría la última defensa de la banca española ante una bancarrota generalizada. En esta situación, sólo nos queda poner las barbas a remojar. Grecia nos muestra el camino que habremos de recorrer inexorablemente. Grecia se resiste a la bancarrota como gato panza arriba, y la Unión Europea se resiste también a que Grecia dé ese paso por el shock moral que traerá consigo. «¿Cómo?, se preguntarán los acreedores, ¿que Grecia dice que no paga más que 25 ó 50 céntimos por cada euro que adeuda? ¡Ni hablar, que desmonten el Partenón, que nos lo llevamos a casa!». Y no es mala salida al bloqueo financiero en que nos encontramos, aunque – como digo – desmoralice un poco a los europeos el tener que llegar a esos extremos. En nuestro caso, realmente, medios de pagar no han de faltarnos. El día en que veamos salir a los cuadros del Museo del Prado o desmontar El Escorial – porque no creo que vayan a valorarnos en mucho el Valle de los Caídos –, ese día vamos a saber lo que vale un peine.



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